20

THOMAS BAJÓ por el sendero que llevaba al palacio mientras imaginaba cómo caminaría un sacerdote con asuntos urgentes; tenía la cabeza inclinada para ocultar el rostro, las manos dobladas debajo de las largas mangas, y daba rápidos pasitos con los pies. Cuanto más pronto pasara a todo curioso espectador mejor.

La urgencia le venía de los libros. Más específicamente, de la necesidad de regresar a las historias, donde hallaría un camino para todos.

Una vez más, el mundo dependía del aplomo con que tomara cada decisión.

Las palabras de Michal lo obsesionaban mientras se alejaba a grandes zancadas de un guerrero encostrado que lo confundió con un sacerdote y se mantuvo lejos. Lo que una vez fue negro será verde. Y lo que una vez fuera verde será consumido por la^ tinieblas. Por tanto, después de todos estos años finalmente concluiría la gran busque da del corazón de la humanidad. Teeleh o Elyon los ganaría a todos ellos.

Sigue tu corazón, Thomas, porque el momento ha llegado… porque él te dará lo que pida, en ese instante en que todo esté perdido. No tenía idea de qué significaba esto. Solo que se acercaba la hora en que todo parecería perdido, una posibilidad que seguramente justificaría alguna urgencia. Las palabras siguientes del roush difícilmente se podrían confundir.

Anda al lugar de donde viniste. Crea un camino para que el círculo cumpla con su esperanza.

Se acercó a dos guardias en la puerta del palacio. La sangre seca que cubría t atuendo del sacerdote muerto no podía perjudicar las posibilidades de Thomas.

– ¡Abran! -exclamó en tono sibilante, levantó una mano, cuidando de mantener la piel escondida debajo de la manga-. Tengo asuntos urgentes de Ba'al.

El guardia de la izquierda se movió hacia el pasador, pero el otro dio un paso adelante.

– ¿Espera su excelencia…?

– ¡Abre o regreso y traigo al siniestro sacerdote para que conteste tus preguntas!

– No, mi señor -respondió el primero, abriendo la puerta-. La palabra de Ba'al es palabra de Teeleh.

Thomas pasó a toda prisa, sin darles tiempo de mirar debajo de la capucha. Seis guturales estaban ubicados al frente en cada lado del sendero.

– Dejen pasar al siervo de Ba'al -ordenó el guardia.

La sola perspectiva de responder a Ba'al surtió el efecto deseado. Ninguno de los guerreros cuestionó la orden. Mejor aún, el guardia ante la siguiente entrada de madera había oído el mandato y abrió la puerta haciendo una reverencia.

Thomas se apresuró hacia el enorme atrio y se detuvo, el pulso le palpitaba con fuerza. Dos grandes antorchas llameaban en las paredes de lado a lado, inundando el salón con luz anaranjada. A la derecha, un cuenco de polvo de morst se hallaba al lado de algunas frutas. En el centro había una mesa redonda hecha de piedra y adornada con una elevada estatua de la bestia negra, Teeleh.

Pensó en empolvarse el rostro con el aromático morst para cubrirse la piel albina, pero no había venido aquí a ocultarse. Al contrario, se echó para atrás la capucha, respiró varias veces para tranquilizarse, y se presentó a todo pulmón.

– ¡Patricia, esposa de Qurong, el siervo de Ba'al te invita a oírle un asunto de verdadera urgencia!

La voz resonó por el atrio de piedra y más allá. Una criada apareció en el pasaje abovedado y lo miró con curiosidad. Los ojos se le desorbitaron y emitió un corto chillido antes de salir corriendo, vociferando.

– Patricia, esposa de Qurong, Ba'al demanda tu presencia -repitió Thomas andando a grandes zancadas.

– Entonces venga -contestó impacientemente una mujer-. ¿Cuál es el alboroto? Por el amor de Teeleh, no se quede allá afuera, entre y hable.

Thomas entró a la sala de recepción. Había una larga mesa bajo tres antorchas de bronce suspendidas por correas de cuero. Las paredes estaban decoradas con una docena de cráneos de toros y cabras, pintados en rojo y violeta o enlucidos con pasta de morst. Alrededor de la mesa había sillas fabricadas de hueso con asientos de cuero.

Al instante reconoció a Patricia. Ella tenía un melón amarillo en una mano y una vela negra en la otra, una mujer no tan encumbrada en su propia opinión para ayudar donde veía la necesidad, a pesar de tener docenas de criadas a su disposición. El vestido verde claro le llegaba hasta el suelo, una prenda de mangas largas con un cinturón café. Tenía el cabello trenzado y alisado con el blanco morst, como lo estaban las manos y el rostro. Era insólito que las hordas afirmaran que preferían el olor de su propia piel por encima de la hediondez de la carne albina, pero eran capaces de hacer cualquier cosa para mitigar su propia pestilencia.

– Bien, entonces, hable -expresó la dama levantando la mirada mientras ponía la vela sobre un pedestal en el extremo opuesto de la mesa-. Usted sabe que yo honro la palabra de…

Se quedó boquiabierta e inmóvil.

– El esposo de tu hija -habló Thomas-. Thomas de Hunter, líder de todos los albinos. Vengo en son de paz.

Ella aún no lograba hallar la voz. Dos guturales con espadas extraídas entraron corriendo al salón, sin duda alertados por la criada.

Thomas encogió la túnica hacia arriba y la dejó caer a lo largo de los pies, extendiendo las manos.

– Estoy desarmado. Diles que retrocedan.

– Déjennos solos -ordenó Patricia después de titubear, ayudándose con un gesto de la mano.

Ninguno se movió. Los gritos de otros se oyeron ahora en los pasillos, alertando una alarma general. Dos de ellos entraron a toda prisa en el salón desde un pasillo lateral y se detuvieron abruptamente en la puerta.

– ¡Váyanse! -vociferó Patricia.

– Mi señora…

– He dicho que nos dejen. ¡O los haré decapitar! A todos ustedes. Retírense.

Ellos se miraron, luego retrocedieron lentamente, susurrando algo acerca de Qurong. Thomas mantuvo la mirada en Patricia, sabiendo ahora que había elegido la presentación adecuada. Como esposo de su hija, él tenía un lugar de importancia para Patricia. Se podría deleitar en torturarlo por separar a la familia, pero no antes de averiguar algunas cosas respecto de su hija.

– He venido de Ba'al Bek, donde Elyon se burló de tu siniestro sacerdote -informó él-. Ahora estoy aquí para apelar a Qurong sin que lo sepa la serpiente esa. Pero temo que él no quiera oír lo que vengo a decir.

– ¿Y qué te hace creer que a mí me interesa lo que mi enemigo tenga que decir? -objetó ella dejando el melón sobre la mesa y poniéndose una mano en la cadera.

– Porque a ustedes los despacharon de Ba'al Bek con la cola entre las patas -advirtió Thomas; ¿demasiado fuerte?

– ¿Es eso lo que ocurrió? Las perspectivas se amoldan a cómo vemos asuntos místicos. Supe que tuvimos una gran victoria.

– Murieron doscientos sacerdotes. ¿No te lo informaron?

– Te refieres a la ofrenda de Ba'al? Oí decir que Teeleh y sus negras bestias se mostraron ante el mundo. Las calles ya están plagadas de miedo. Pero al final mi hijo se bajó del altar, vivo.

Él no tenía tiempo de persuadirla de lo que ella no había presenciado. Ba'al ya le había dado su propio giro a todo el desbarajuste.

– No importa -continuó él-. Tengo mi propia propuesta para Qurong. Una que le ayudará a destruir al enemigo a quien teme.

– Te equivocas si crees que Qurong está amenazado por los albinos -replicó Patricia yendo hasta el final de la mesa-. Que te las hayas ingeniado para robar a Chelise no significa que te temamos.

– Yo no soy el enemigo -explicó Thomas-. Ustedes deberían temer a los era-mitas y a Ba'al.

Él vio el veloz movimiento en los ojos de Patricia. Continuó antes de que la mujer pudiera concebir una respuesta.

– Mi esposa llora por su padre y por su madre. Nadie tiene un sentimiento más tierno hacia las hordas que ella. Lo que vengo a decir podría salvarlos a todos ustedes. Te ruego que me lleves ante Qurong y lo convenzas de oírme antes de rechazarme.

Ella lo miró torpemente. Durante unos largos segundos ninguno se movió ni habló.

– ¿Y cómo está mi hija? -preguntó ella finalmente.

– No tenemos ninguna hija -declaró una voz en el oscuro corredor a la derecha de Thomas.

Qurong entró, vestido con una túnica de cuero, pantalones largos y botas de suela mullida. Sin guardias, sin armas. Era casi treinta centímetros más alto que su esposa, y los brazos desnudos tenían tal vez más del doble del diámetro de los de Thomas. Las Piernas, gruesas como troncos, sin una onza de grasa. El hombre quizás no tuviera la velocidad de Thomas, pero podría matar a un toro con un solo golpe a la cabeza.

El comandante supremo de las hordas levantó una botella de vino tinto y se sirvió un poco en una copa de cristal. Se bebió el contenido en un solo trago largo antes de volver la mirada hacia Thomas, analizándolo por varios segundos.

– Veo que Cassak no logró demostrar su valía -dijo finalmente.

– Al contrario, tu general probó ser mejor que la mayoría. Pero fue una carrera justa. Mi hijo conoce demasiado bien el territorio eramita.

Qurong no contestó nada a esto.

– Te estás preguntando por qué quien se te acaba de escapar en Ba'al Bek se halla ahora ante ti -expresó Thomas.

– Tendrás que disculparnos -manifestó Qurong escupiendo a un lado-. No todos los días una apestosa salamandra se mete a hurtadillas en nuestras cortes.

– ¿Qué tal un trago? Hace mucho tiempo que no disfruto un buen vino de las hordas.

El comandante titubeó, luego asintió a su esposa, que sirvió media copa y retrocedió. Thomas fue hasta la mesa y tomó un sorbo del amargo líquido, agradecido de hidratar la garganta reseca a pesar del desagradable sabor.

– Él se ha ganado el derecho a hablar -opinó Patricia.

– Silencio, mujer. Yo decidiré quién tiene qué derechos en mi propia casa -objetó Qurong, y miró a Thomas-. ¿Así que no bastó con llevarte a mi hija? ¿Ahora regresas y tratas de seducir a mi esposa?

– No seas tan… -empezó a decir Patricia fulminándolo con la mirada.

– ¡Silencio! -resonó él.

– A pesar de su belleza y encanto, no tengo ninguna intención de seducir a tu esposa más de lo que atraje a tu hija -comentó Thomas-. Simplemente amo a Chelise, como amo a toda la gente… albinos, hordas, mestizos… todos son uno. Pero si no me dejas hablar, quizás no sepas cómo mi hijo Samuel, que se le escapó a Ba'al, está conspirando tu muerte. Mata a esta salamandra albina que apesta en tu palacio, y lo que sé morirá conmigo.

Sin duda, el hombre no era tan tonto como para rechazar esta afirmación, sin considerar la fuente. Qurong frunció el ceño y luego miró a su esposa.

– Déjanos solos. Cierra herméticamente las puertas. No quiero a nadie al alcance del oído.

– ¿Cómo está ella? -preguntó Patricia sin dejar de mirar a Thomas. Qurong levantó una mano para detenerlos. Pero cuando Thomas habló, no lo hizo callar.

– Bien. Excelente. Saludable y tan enérgica como nunca -contestó, y le brindo una sonrisa-. Todas las tardes habla de su padre y de su madre, convirtiéndolos a ustedes en héroes en la mente de Jake. A veces me pregunto por qué los dejó a ustedes por Elyon.

– ¿Jake? -preguntó Patricia en tono muy quedo cuando Thomas se quedo callado.

– Perdónenme, creí que lo sabían. Jake es el nieto de ustedes.

Muy bien pudo haberles dicho también que ellos acababan de tomar veneno y que solo tenían minutos de vida.

– Déjanos -repitió Qurong en voz baja.

– Yo…

– ¡Déjanos!

Esta vez ella se inclinó ante la mano levantada de él, se volvió, y salió del salón, dando órdenes a quienes se hallaban más allá. La puerta se cerró de un portazo, dejando a Qurong y a Thomas solos uno frente al otro.

– Escúchame, albino. Tus ruegos de simpatía podrán conmover corazones de madres, pero toda esta habladuría cae ahora en oídos sordos. Nunca me vuelvas a hablar de esa mujer y de su hijo. ¿Nos entendemos?

– Sí, creo que sí.

– Necesito que estés seguro.

– Entonces sí.

– Si es de guerra de lo que hablas, te daté un minuto para que te expliques.

s todo lo que necesito -respondió Thomas.

– Nunca logro descifrarlos a ustedes, fantasmas albinos -opinó finalmente Qurong relajándose; entonces se sirvió más vino y se sentó-. Cualquier otro enemigo y me sentiría obligado a encadenarte en el momento en que entraste a nuestra ciudad. Pero todos ustedes han olvidado cómo pelear. Apenas eres un hombre.

– Logro ver cómo podrías pensar eso.

– Bien, te has ganado el derecho de hablar -declaró Qurong agitando la mano-. Así que habla.

– Es simple. La única razón de que los eramitas no te hayan aniquilado es que no tienen grandes cantidades. Pero eso está a punto de cambiar. Mi hijo se ha vuelto contra mí y se llevará a la mitad de los albinos para unirse a Eram con el único propósito de emprender la guerra contra ti.

Thomas dejó que el hombre asimilara lo expuesto. Era una exageración atrevida, Pero estaba aquí por los libros, no para ayudar a Qurong. Su único aliado era el miedo del comandante.

– Nada le gustará más a tu sumo sacerdote que verte muerto -siguió presionando Thomas.

– ¿Qué sabes tú de Ba'al?

– Dejó vivir a Samuel. ¿Por qué? Porque ha conspirado para arruinarte, y Samuel es su mayor aliado. Una vez que tu cuerpo haya alimentado a una docena de shataikis, intervendrá y controlará toda la tierra: Hordas, albinos y eramitas.

– ¡Absurdo! -exclamó Qurong, pero se levantó y fue hasta el extremo de la mesa, claramente preocupado.

– Estás engañado respecto a algunas cosas, Qurong, pero por lo demás eres un hombre prudente. Sin duda ya sabes la mayor parte de esto. Dime que Ba'al no es tu enemigo.

El líder miró hacia la puerta.

– O que Eram no dirige un creciente ejército al que ya no se le puede descartar. O que Samuel no intentaría degollarte si estuviera aquí delante.

– Tu minuto acabó.

– No te he dicho cómo acabar con esta amenaza, de una vez y para siempre. Qurong miró encolerizado.

– No hay final para tu irrespeto. Esta jovencita que solía ser mi hija se pudo haber ahogado, pero yo… -titubeó, y pareció estremecerse-. Yo no soy tan tonto.

– Me estás malinterpretando. No estoy aquí para decirte que te ahogues, sino para decirte cómo derrotar a Eram, Ba'al y Samuel.

– ¿Así es la cosa?

– Así es.

El hombre echó otra mirada hacia las puertas para asegurarse de que estaban cerradas.

– Bien entonces -dijo en voz baja-. Habla.

– Mi minuto se acabó.

– Entonces te doy otro.

– ¿Te has preguntado alguna vez cómo he podido estar un paso delante de ti en toda ocasión y por tanto tiempo? ¿Cómo los moradores del bosque fueron siempre los innovadores, haciendo brotar tecnología como si creciera en los cajones? ¿La forja de metales, el uso de ruedas, armas… todo eso, primero a los guardianes del bosque y luego a las hordas a través de tus espías?

– Apúrate -presionó el hombre con el ceño fruncido.

– Era yo. Yo personalmente descubría los secretos hacia estos adelantos.

– ¿Y cómo obrará esto con Eram? -objetó Qurong esperando saber más.

– Podemos volver a hacerlo -aclaró Thomas.

– ¿Volver a hacer qué?

– Entrar en los libros de historias y rescatar lo que necesitamos para derrotar a Ba'al y a su abominable dios, Teeleh.

– ¿Entrar en los libros? -cuestionó Qurong, incrédulo.

Thomas se dejó caer en una silla y cruzó los brazos sobre la mesa.

– No en cualquier libro, naturalmente. En uno de los libros perdidos.

– Ya veo -declaró Qurong asintiendo lentamente-. Has venido aquí para entrar en los libros perdidos. ¿Te has vuelto loco? Esto es peor que las payasadas de Ba'al. No sé nada de libros perdidos ni de esta magia con que intentas seducirme.

Así era. O Qurong tenía los libros o no los tenía.

– No -declaró en voz muy baja Thomas inclinándose al frente-. Tal vez no los conozcas como los libros perdidos. Inicialmente eran siete, el número de la perfección. Pero puede salir un gran poder de solo cuatro de ellos.

Qurong ni siquiera parpadeaba. Tenía todo el rostro inexpresivo como una máscara.

– Los libros perdidos pueden abrir una ventana al interior de un mundo de gran poder y magia, Qurong -continuó Thomas. Ahora el comandante supremo parpadeó.

– ¿Sabe Ba'al que tienes esos libros? -preguntó Thomas dejando saber sus intenciones.

La mirada del comandante inspeccionó el salón.

– No me digas que no sabes de qué estoy hablando -presionó Thomas.

– Existen seis libros que he mantenido lejos de él -confesó Qurong en voz muy, pero muy baja-. Cuando vino por primera vez desde el desierto volvió la ciudad patas arriba buscando alguna señal de ellos. Aseguró que necesitaba esos libros con propósitos ceremoniales. Estos podrían ser los libros…

– ¿Seis? Nosotros solo necesitamos cuatro.

– ¿Nosotros?

– Tú los tienes, yo sé usarlos. Nosotros.

La perspectiva de volver al otro mundo era ahora tan realista, tan palpable, y tan cercana, que a Thomas le costó trabajo calmar un temblor en la voz.

– No seas tonto -cuestionó el comandante de las hordas-. Somos Qurong y Thomas. No hay dos enemigos más grandes.

– Estás tristemente equivocado, mi señor. La sed de Teeleh y la ira de Elyon harán parecer nuestras diferencias como susurros en la noche. Pero incluso aquí, en tu propio palacio, Ba'al es un enemigo más grande que yo. Como lo es Eram, y ahora Samuel. Al lado de ellos yo solo podría ser tu más íntimo amigo.

– Esto es blasfemia.

– Muéstrame los libros.

– ¿Cómo puedo confiar en ti, el mayor engañador de todos?

– ¿Porque si no lo haces, morirás -concluyó Thomas con voz tranquila y respirando hondo.

Qurong se quedó en silencio. Sospechoso, pero ya no desafiante. Thomas aclaró la garganta.

– Todos moriremos.

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