JANAE DE RAISON salió de la oficina de su madre y cerró tras sí la puerta, satisfecha del suave clic del pasador al engranar. Williston estaba cerca de su escritorio blanco en el atrio.
– Siéntate, Williston -comunicó ella-. La respuesta es no, no necesitaré nada más. Quizás un sandwich, pero preferiría ir a buscarlo yo misma si no te importa. Él hizo una reverencia con la cabeza.
Janae atravesó el suelo de piedra ornamental, helado en sus pies desnudos gracias al aire acondicionado. Vivir en el sur de Asia podría ser una aventura húmeda sin el zumbido de la electricidad para extraer humedad y calor de la atmósfera.
– No te importa que te despoje de ese placer, ¿verdad, Will? Sé lo mucho que lo disfrutas, pero me gustaría hacerlo -expresó ella deslizando los ojos hacia arriba y dejándolos vagar por la corbata y la chaqueta negra.
Un hombre guapo de pelo oscuro, canoso a los lados. ¿Cuántas veces de niña había fantaseado con tener una aventura apasionada con su mayordomo? Demasiadas para recordar.
Puso una mano en la mejilla de Williston y luego la retiró lentamente, dejando que las uñas le rasparan la piel.
– ¿Está bien, querido Will? ¿Solo por esta vez?
– Desde luego, señora. Lo que le plazca -contestó él sonriendo.
Este era un juego en que participaban a menudo, y ambos se las arreglaban para sacarle algún placer, ella en tentarlo y él en fingir que era tentado, aunque los dos sabían que él no siempre estaba fingiendo.
Janae bajó la mano hasta la corbata del hombre, la extrajo de la camisa, y luego la dejó volver a su lugar mientras se alejaba.
– ¿Dónde está él?
– ¿Dónde está quién, señora?
– ¿Nuestro pequeño y atractivo visitante?
– En las habitaciones de huéspedes donde lo dejé, supongo.
Parecía como si él quisiera decir más, por lo que ella dio media vuelta en el arco de entrada de cuatro metros hacia el pasillo. Te gustaría agregar algo más?
– ¿No confías en nuestro invitado?
– Es un poco enervante, señora -contestó Will después de una breve pausa.
– Aja. Tal vez entonces él y yo nos llevaremos bien.
– Sí, señora -expresó él, volviendo a hacer una reverencia.
La joven se dirigió a la cocina, haciendo caso omiso de los criados, quienes se movían como fantasmas por la mansión de siete mil metros cuadrados que funcionaba como sede mundial de Farmacéutica Raison. Desempolvando, siempre desempolvando las arañas de cristal y los candeleras, las pinturas de temporada, las mesas de mármol, todo lo que tuviera una superficie lisa. Eran principalmente filipinos que hablaban perfecto inglés, y algunos malasios. Janae se había criado trilingüe, con afluencia a los ocho años en francés, inglés y tailandés, pero también había aprendido suficiente tagalo y malayo para hacerse entender.
Atravesó el comedor hacia la cocina, pensando en el visitante, en este Billy Rediger que había entrado a la casa de ellas y que había dejado hundidas a Monique y a Kara, aunque ellas nunca lo admitirían.
– Voy a preparar un par de sandwiches, Betty -informó, deteniendo a la cocinera en medio de la cocina-. ¿Me podrías conseguir una bandeja y dos vasos de leche helada?
– Sí, señora.
La muchacha sacó un plato blanco de cerámica y preparó dos sandwiches de crema de cacahuete y mermelada de fresas, cada uno con una saludable porción de caviar ruso.
Con cada pasada del cuchillo y cada inmersión de la cuchara en el frasco de caviar, la mente le volvía al hombre. A Billy. Su madre había sido inequívocamente directa en sus instrucciones para Janae. Kara había sido incluso más enérgica.
– ¡Por supuesto que no hay sangre! -manifestó Kara, desechando todo el asunto con un movimiento de la mano; luego le asestó un golpe a la puerta-. Pero está él-Y mientras haya alguien afuera con esta idea ridícula, en particular alguien que pueda leer las mentes, es posible que no podamos estar seguras.
– ¿Por qué? -preguntó Janae-. ¿Si no hay sangre?
– Porque una vez la hubo -contestó Monique-. Lo que el tipo dijo es parcial- mente cierto. Hicimos una ampolleta con la sangre de Thomas Hunter y la guarda- mos en lugar seguro por varios años. Pero temimos un suceso exactamente como este, así que la envié a nuestro laboratorio en Indonesia, donde fue destruida. Hoy día no existe el laboratorio ni la sangre.
– Pero mientras ese bobo crea que la sangre existe, nos creará problemas -añadió Kara.
– ¿Y qué quieren de mí? ¿Que lo distraiga? -inquirió ella, pero estaba pensando: Oh, Dios mío, ¿y si Billy tiene razón? Es eso un problema?
– No. Creo que podría ser de los que se pueden distraer. ¿Puede de verdad leer la mente?
– Por favor, Janae. Mantenlo vigilado, pero ten mucho cuidado. Podría tratarse de un personaje más bien peligroso. Esperemos eso.
Janae agarró la bandeja cargada, rechazando la ayuda de Betty de llevar el refrigerio. Salió de la cocina y se fue por el pasillo hacia las habitaciones de huéspedes.
Había situaciones que mamá le confiaba y otras que no. Si enviaba a Janae de Raison a alguna planta o laboratorio inactivo en el mundo, ella lo pondría a producir a toda su capacidad en una semana. Pero a veces mamá la observaba del mismo modo que había mostrado para con sus enemigos. Mantén cerca a tus amigos; mantén más cerca a tus enemigos.
Monique y Kara no tenían intención de fiarse de Janae con Billy. Pretendían mantener a los dos tan cerca como fuera necesario para investigar cada movimiento.
La enorme puerta blanca que conducía a la suite de huéspedes estaba cerrada. Janae pensó en tocar, pero decidió intentar abrirla. Balanceando la bandeja en la mano izquierda hizo girar la perilla y abrió la puerta de un empujón.
El salón de huéspedes era redondo, rodeado por ventanas desde las que se divisaban prados bien cuidados y la selva al fondo. En el centro del salón se levantaba una cúpula dorada con una enorme araña metálica de luces. Unos gruesos cortinajes adornados con encajes se deslizaban majestuosamente desde lo alto de cada ventana hacia el piso de mármol.
El mobiliario era principalmente inglés antiguo, madera barnizada con colores y café envejecidos, nada demasiado oscuro. Monique prefería aquí en el trópico los colores claros a las tinturas oscuras, a diferencia de su casa en Nueva York, en la cual se veía abundante uso de madera de cerezo y caoba.
Ninguna señal de Billy. O estaba en el baño a la derecha, en el pasillo que llevaba a las habitaciones, o en la sala que funcionaba como biblioteca. Janae consideró las habitaciones con algún interés, pero al instante decidió que probablemente estaría más interesado en libros que en camas, incluso después de un largo vuelo. Giró hacia la biblioteca.
Los pies desnudos pisaban suavemente las baldosas. Ayer Giovanni le había arreglado en Nueva York las uñas de pies y manos, pintándoselas con un distinguido rojo rubí profundo que aún parecía húmedo. El corto vestido negro era ajustado, pero de la cintura hacia abajo era suelto para poder contonear los muslos.
Janae había obtenido un cinturón negro en jiujitsu a los diecisiete años y lo había mantenido como una forma de ejercicio en los ocho años siguientes. Monique solía decirle: «Con un rostro hermoso puedes seducir a muchos hombres. Con una cara linda y un cuerpo enérgico puedes hacerlos babear. Pero los puedes convertir en idiotas con un rostro precioso, un cuerpo vigoroso, y una cuenta bancaria que te dé suficientes intereses para pagar el combustible de tu avión».
Hasta aquí mamá había tenido razón, aunque pasó por alto un elemento: Una mente poderosa era un afrodisíaco más eficaz que todos los demás juntos.
Halló a Billy en la sala de espaldas a ella, mirando un estante lleno de libros empastados en cuero. Los dedos recorrían lentamente los lomos, como si el hombre esperara leerlos como le había leído la mente a ella. A la familia de Janae siempre le habían fascinado los libros, y parecía que a Billy también.
– ¿Hambriento?
Él se volvió, sorprendido.
Ella se dirigió hacia una otomana de cuero y depositó allí la bandeja.
– Espero que le guste la mantequilla de maní y la mermelada con caviar. Un sabor que descubrí el verano pasado en Polonia.
Billy se quedó mirándola con sus ojos verdes. Él ya había estado en esta clase de situaciones. Por algunos segundos Janae sintió como si ella fuera la inferior aquí, y que él había venido a seducirla para conseguir el acceso al premio que buscara.
¿Estaba de veras leyéndole la mente? Eso parecía absurdo. Ella no sentía nada que sugiriera que la mente de él indagara en la suya, despegando capas de sus pensamientos, sus más profundos secretos.
– No, aún no -comentó Billy-. Dejaré esos para más tarde.
– ¿De qué está usted hablando?
__De sus secretos.
Así que era verdad.
– Por supuesto que lo es.
Janae se volvió hacia la otomana y levantó uno de los vasos. ¿Y puede usted ahora? No hubo respuesta.
No, no cuando tengo los ojos desviados o cubiertos. Qué emocionante.
Ella lo escudriñó con una larga mirada y lentamente se llevó el vaso a los labios, permitiéndole que él se arrastrara cuanto quisiera en el interior de su mente.
– ¿Y qué ve ahora, eh? -indagó sorbiendo del líquido helado y sintiendo cómo se le deslizaba por la garganta-. ¿Algo agradable?
– Veo maldad -contestó él.
– ¿Ah, sí? -exclamó ella conteniendo una punzada de sobresalto-. ¿Es bueno o malo eso?
– Depende.
– ¿De quién, de usted o de mí?
– De nosotros -respondió él-. Depende de nosotros.
Ella supo entonces que le gustaba este pelirrojo llamado Billy. Le gustaba muchísimo.
– Siéntese conmigo, Billy. Coma conmigo. Dígame por qué ha entrado a mi mundo.
HABLARON DURANTE una hora, y con cada minuto trascurrido aumentaba la expectativa de Janae por el siguiente. Desde el momento en que Billy se le había introducido en la mente y había descubierto esta supuesta maldad en ella, supo que no podía esconderse de él.
Más descaradamente, no quería esconderse de él.
Hablaron de gran cantidad de temas, tomándose tiempo cada uno para desenredar poco a poco la vida del otro. Él había pasado la niñez en Colorado, aunque no descubrió muchos detalles, antes de convertirse en abogado defensor en Atlantic City. Luego fue a Washington con una ex novia llamada Darcy Lange.
Darcy Lange, ¿eh? ¿Habla en serio? ¿La conoce?
– Estuvo en todos los noticieros hace unos años -contestó Janae, llevando las piernas hacia atrás sobre una silla estilo Queen Anne; luego agarró una cucharadita de caviar y se la llevó a la boca-. Sorprendente criatura.
– Sí. No se puede negar eso. Éramos… usted tiene que comprender lo de Darcy y yo. Ambos empezamos jóvenes, en las… las… ¿sabe?, las bibliotecas debajo del monasterio.
– ¿Monasterio? ¿La conoció en un monasterio?
– Por así decirlo -dijo él, como si estuviera ocultando algo-. Éramos muchachos, y nos separamos hasta que salió todo este asunto de la Acción de Tolerancia, cuando emergieron estos dones nuestros. Tuvimos algo, pero ahora es distinto. Nuestros intereses tienen… no están exactamente alineados.
– Mire, mi apreciadito pelirrojo, si espera que yo le abra la mente, espero que deje de ocultar la suya.
– No estoy haciendo eso.
– Está mintiendo con cada palabra -objetó ella levantándose y alejándose de las sillas-. Tal vez esto no sea una idea tan buena. Sinceramente, tengo suficiente tela que cortar. Lo que menos necesito es que un baboso juegue conmigo.
– No, no es así.
– Como sea. ¿Ha terminado? Enviaré una criada a recoger la bandeja.
– ¿Qué? -exclamó él poniéndose de pie, se le derramaron en el regazo algunas migas de la servilleta-. No, eso no es lo que…
– ¿Por qué, Sr. Rediger, debería prestarle la más mínima atención?
Ella sabía por qué, pero debían encontrar una forma de nivelar el campo de juego.
– Vale la pena, confíe en mí.
– No estoy de humor para confiar en un hombre que puede mirar dentro de mis ojos y ver cosas que yo ni siquiera logro ver por mí misma. Usted tiene que hacerlo mejor.
– ¿Cómo?
– Para empezar, confiéselo todo. Dígame cómo llegó a leer la mente de las personas.
– Lo haré.
– Hábleme acerca de la sangre de Thomas -pidió ella caminando hacia él. Aun mientras las palabras le salían de la boca, Janae podía saborear sus ansias por cualquier cosa que Billy pudiera ofrecerle. No comprendía en sí las ansias.
Desde niña siempre le había fascinado la sangre, fuera en una película o de un corte en el laboratorio, frascos de sangre usados para interminables pruebas.
– ¿Sabe usted lo de la sangre? -preguntó, poniéndose rígido.
– La mencionó en la oficina de mi madre, ¿recuerda?
– Así que eso es todo lo que sabe -opinó él escudriñándole los ojos.
Él había esperado más, ya le había examinado la mente sin encontrar nada. Pero ella no había acabado.
– He tenido algunos secretos que ni siquiera usted puede extraer, al menos no sin habilidades mucho más seductoras que leer una mente. Hábleme de esta sangre.
Billy se sentó lentamente. Cruzó una pierna sobre la otra. Janae se paró delante de él, con los brazos cruzados, desafiante.
– ¿Ha oído hablar de los libros de historias? -inquirió él, luego se contestó después de mirarla a los ojos-. No, no ha oído. Se trata de un conjunto de obras que registraron la verdad de todos los acontecimientos, exactamente como sucedieron. Historia pura. Los libros de la vida, se les podría llamar. Pero no son obras comunes y corrientes. Cualquier cosa que se escriba en los libros en blanco de historias, sucederá de veras. Podrían doblegar voluntades humanas, pero no obligarlas. Por otra parte, se pueden manipular a voluntad objetos inanimados. En uno de esos libros usted podría escribir: «Esta sala es roja», y el salón enrojecería inmediatamente.
– Ahora usted está…
– Burlándose de mí -concluyó por ella-. Pero es cierto. ¿Cómo si no cree que le puedo leer la mente?
¿Qué estaba él diciendo? Una cosa era leer mentes, pero otra era volver roja una sala con unas cuantas palabras escritas en un libro.
– Otra cosa, sí, pero es verdad. Siéntese -ordenó, luego cambió de tono-. Por favor, solo siéntese y permítame explicárselo.
La joven se dejó caer en la silla, pero no se molestó en relajar los brazos.
– Por los cabos sueltos que he podido atar, los libros en blanco vinieron de otra época, probablemente dos mil años en nuestro futuro. Fueron traídos aquí por Thomas Hunter y aparecieron muchos años después en un monasterio, donde los encontré y escribí en ellos. Larga historia, cierta clase de momento decisivo que tardaría algunos días en explicar. Sin embargo, uno de los aspectos que escribí fue que yo tendría poderes especiales, los que comenzaron a manifestarse doce años más tarde.
– Así que ahora le puedo leer la mente. Es así de sencillo.
Janae desdobló los brazos y se puso las manos en las rodillas. Había un carácter tan definitivo en la voz de él que la despojó de cualquier objeción.
– Hable en serio -opinó ella.so hago.
– Y desea saber acerca de la sangre.
– Se afirmaba que la sangre de Thomas Hunter le permitía… viajar, cambiar, como quiera llamarlo, entre aquí y allá. Cualquiera cuya sangre entrara en contacto con la de Thomas también haría el viaje, al menos en sueños. Y creo que tanto Kara Hunter como la madre suya conocen esta realidad. Creo que ambas lo hicieron.
– ¿Con la sangre? -inquirió Janae con el corazón empezando a palpitarle de manera más deliberada-. ¿Ellas… está usted diciendo que ellas usaron esta sangre para entrar a otra realidad?
Él la miró. Janae estaba delatando su profunda atracción hacia las sugerencias de Billy, pero no se podía ocultar de él, ¿o sí? Así que la joven no lo intentó.
– ¿Está usted diciendo que eso es posible?
– Creo que se ha hecho. Sé que ellas conservan un frasco de la sangre de Thomas precisamente por esta razón -informó él poniéndose de pie, caminando en un pequeño círculo, y rascándose la mejilla con los dedos-. Usted tiene que saber que estos libros de historias son mi historia. Soy quien soy debido a ellos. Mi vida esta arruinada porque…
– ¿Dónde están esos libros?
Él la miró, aparentemente harto de ser interrumpido.
– ¿Está usted seguro de que la sangre aún está por ahí, que existe? -inquirió Janae-. Es decir, ¿y si la destruyeron como ellas aseguran? Mi madre confesó haberla enviado a nuestro laboratorio en Indonesia, donde fue incinerada. El laboratorio m siquiera existe hoy día.
– No se apresure. Respire hondo. ¿Cree usted que yo habría atravesado medio mundo si no estuviera seguro?
Janae se levantó, incapaz de disimular el deseo de enterarse de lo que él sabía de despojar este conocimiento de la historia de Billy para tenerlo ella. ¿Por qué? Pero aun mientras los pensamientos le susurraban en la mente, la muchacha supo que ¿' también se estaba enterando de ellos.
– ¿Qué me está ocultando? -preguntó Billy guiñándole un ojo.
– Nada. ¿Cómo podría hacerlo?
– No puede. ¿Por qué entonces está tan desesperada por saber lo que sé?
– Yo… -titubeó, ¿qué podría decir si ella misma no lo sabía?-. No sé. ¿Qué haría usted si supiera que su madre tiene un frasquito de sangre que lo podría llevar a0tro mundo?
El pulso de ella le martillaba ahora firmemente en los oídos.
– Creería que es ridículo -respondió por él-. ¿Pero entonces qué?
– Entonces intentaría conseguirlo -afirmó él.
– Suponiendo que exista.
– Existe.
La joven alejó la mirada e intentó calmar la ansiedad irracional para mantenerse aquí mientras él la pescaba como a un pez indefenso.
– Hasta hoy estaba convencido de que yo era la única persona del planeta cualificada para hallar y usar esa sangre -confesó Billy-. Pero ahora creo que podría haber otra.
– ¿Porque me necesita?
– Porque hay algo en su interior que nunca había visto. Y he examinado las mentes de un montón de personas.
– ¿Qué es eso? ¿Maldad? -preguntó ella alejándose de él-. No puedo creer que hasta hoy nunca haya oído hablar nada de esto. ¿Me lo ocultó ella todo este tiempo?
– Esa no es precisamente la clase de conocimiento que uno desea que cualquiera sepa.
– ¡Soy la hija de Monique! -objetó ella volviéndose.
– Aun mayor motivo para protegerla.
El hombre creía realmente todo esto, y solo poco a poco la idea se le estaba volviendo confiable a la chica. Confiable, no razonable, en lo más mínimo, porque lo que Billy estaba sugiriendo no tenía ningún sentido. ¿Quién había oído algo así alguna vez?
Pero aquello sí tenía un timbre de confiabilidad.
– Deme unas horas y le declararé algunos aspectos que le quitarán cualquier duda de la mente -prometió Billy-. Los libros existen. Hay un diario que habla de ellos, escrito por un San Thomas hace centenares de años. A él lo llamaron Beast Hunter (cazador de la bestia). Nunca vi el libro, pero entrevisté a dos personas en Europa que sí lo vieron. Le aseguro que hay conexiones entre nuestros mundos que le harían dar vueltas la cabeza.
– Beast Hunter -repitió ella.
– San Thomas el Beast Hunter -añadió él-. Pero son los libros en blanco los que más me interesan. Como aquellos en que escribí durante mi vida en el monasterio. Creo que aún existen, tal vez a buen recaudo de Thomas Hunter. Su sangre es una manera segura de llegar a él. Deseo que usted me ayude a encontrar la sangre.
La idea le llegó con tanta ferocidad que ella se sintió obligada a mirar hacia otro lado. Tan vivo deseo era inapropiado.
– ¿Lo hará?
Lo haré, Billy. Lo utilizaré a usted para nutrir mis propias necesidades. El pensamiento la sorprendió. Al menos lo había protegido. Aclaró la mente y lo volvió a enfrentar.
– Quizás.
Janae se le acercó y dejó que una sonrisa le acariciara el rostro. Le puso la mano en el pecho y la subió por encima de la cabeza, por entre el cabello alborotado. -Podría ser divertido.
– No me importa si usted me utiliza -declaró él, cortando de plano el asunto-. Tengo que hacer esto, con o sin usted.
Interesante. A él no le molestó la farsa de ella. Esto solo aumentó su admiración hacia él.
Janae se puso de puntillas, se inclinó hacia adelante y adhirió los labios a los de él. Luego dio la vuelta y volvió a deslizarse en la silla.
– Dame más, Billy -lo tuteó-. Dímelo todo.