30

HABÍA PASADO toda una jornada desde que desaparecieran los libros con Billy, Janae y Qurong. Thomas pasó la mitad del día desgastando la alfombra. Su primera reacción había sido negar lo que le decían sus ojos. Los libros estaban allí sobre la mesa cerca de la puerta, y el brujo pelirrojo, que era uno con Ba’al, se hallaba encerrado de modo seguro. Pero luego Billy estuvo en la biblioteca, y en los libros, y desapareció.

Los libros perdidos se habían evaporado. Thomas había corrido hacia la mesa, lanzando presuroso la mano, como si pudiera hacerlos regresar a la fuerza. Poco a poco la amarga verdad le secó la boca. Su única manera de volver había desaparecido. Después de una urgente discusión, Kara y Monique parecieron ansiosas de devolverle la confianza. El estaba aquí con un propósito, insistía Monique. La situación se resolvería, concordaba Kara, pero sin que la desilusionara que los tres estuvieran juntos. El debía aceptar este giro de los acontecimientos por su propio bien, sugería ella. Por el bien del mundo.

Las palabras de las damas cayeron en oídos sordos, porque ahora Thomas solo pensaba en Chelise. Una hora más tarde, sin lograr quitarse de encima la obsesión del rostro de su esposa, les había pedido que lo dejaran solo para poder aclarar la mente. Se había separado muchas veces de su amor, y aunque siempre la extrañaba, nunca se había aislado por completo de ella. Siempre había una senda hacia los brazos de la única mujer de la que había llegado a depender más que de cualquier otra cosa en su mundo.

En realidad, apenas ahora, atrapado, comprendía cuánto la necesitaba. Volvió a mirar la mesa vacía, dejó caer la cabeza entre las manos y contuvo la emoción. Una vez había perdido a quien más amaba, y no podía soportar la idea de volver a sufrir eso. ¿Y si nunca la volvía a ver? ¿Y si él hubiera regresado a este mundo para finalizar algún asunto que lo esperaba aquí? ¿Y si este fuera para él el final del otro mundo?

La mente se le llenó de pánico.

La orden del murciélago blanco le susurraba. Anda al lugar de donde viniste. Crea un camino para que el círculo cumpla con su esperanza. Y vuelve rápidamente antes de que sea demasiado tarde. Hazlo y quizás salves a tu hijo.

Lo mismo se podría decir seguramente de Chelise. Las imágenes de su esposa se multiplicaban en su mente.

Recordó la ocasión en que ella había salido corriendo para encontrarse con él llevando a Jake al hombro como un hato de leña.

– ¡Mira, Thomas! -exclamó ella en esa ocasión, poniendo al niño tras la silla y retrocediendo-. Muéstrale, Jake. Muéstrale lo que puedes hacer. Jake se tambaleó sobre los pies y comenzó a caminar. Aún era un misterio cómo el muchacho se las arregló para mantenerse erguido, balanceándose, meciéndose y cruzando los pies como una cigüeña borracha.

La noche anterior habían danzado hasta altas horas de la noche, llegando a extenuarse en apasionadas expresiones de amor. Thomas siempre había sido el impulsivo, poniendo el entusiasmo por encima de la razón, pero al lado de Chelise era el líder tranquilo. Después de todo, el hombre contaba con diez años más y había comandado ejércitos. Era comprensible que empezara a apaciguarse.

Recordó la vez en que asignara a su hija mayor Marie la tarea de enseñar a Chelise todo lo que debía saber acerca del combate cuerpo a cuerpo. Como en los días de antaño, las artes bélicas rememoraban una danza coreográfica, arremetiendo y entrenándose con ferocidad, pero siempre por la precisión y la belleza de ello, no con las hordas en mente.

Después de solo un mes más, Chelise y Marie actuaban cerca de la hoguera para que toda la tribu observara. Las habilidades de Marie estaban exquisitamente entonadas, sin precedentes en ese tiempo. Pero Chelise…

A Thomas se le hizo un nudo en la garganta al recordar. Las tonificadas piernas de su esposa cortando el aire en una patada circular mostraban su asombrosa gracia. Aterrizaba ágilmente con los pies como una gata, lanzándose luego de espaldas en tres saltos mortales consecutivos. La manera en que el cabello se le arremolinaba alrededor del rostro, los ardientes ojos verdes, los gritos de su garganta. Ella le recordaba a su primera esposa, y esa noche, acostado en la cama, había llorado. Chelise le había preguntado qué había estado mal, y cuando finalmente él le confesó, ella lloró con su esposo. Por él. Desde entonces nunca había pensado en otra mujer, viva o muerta.

¿Cuántas veces Thomas había cruzado con Chelise la pradera, tomados de la mano, oyéndole hablar con entusiasmo sobre cualquier tema que había comenzado a arder en ella ese día? Ella nunca se había avergonzado de su pasión, y si alguna vez exageraba su perspectiva, finalmente reconocía su exceso en el asunto, aunque por lo general con palabras suaves y entre dientes.

– Pero no te enojes -le diría ella después de besarlo-. Solo estoy aprendiendo.

Chelise había aprendido a ser la esposa de Thomas de Hunter, comandante supremo de los guardianes del bosque, ya diez años, pero a menudo él decía a quienes estaban congregados alrededor de la hoguera que era él, Thomas de Hunter, siervo de Elyon, el que estaba aprendiendo de Chelise.

No es que ella no le estuviera enseñando también otras cosas, diría él con una sonrisa. ¿Quién como Chelise para iluminar una tienda? ¿Quién para aligerar una carga con una sola sonrisa? ¿Quién más podría dominar técnicas de pelea en solo un mes? ¿Había una visión más perfecta de una novia en todo el Gran Romance? Así que él se excusaría para ir en busca de su esposa. Tenían asuntos sin terminar. Thomas y Chelise siempre tenían asuntos sin finiquitar. Y, nunca tanto como ahora, él se había dado tanta cuenta de lo inconclusos que estaban los asuntos entre ellos. Permaneció a solas en la librería una hora, dejando que la autocompasión le entumeciera la mente. Al no presentársele ninguna perspectiva de una solución inmediata, salió y encontró a Kara y a Monique sentadas en el pasillo, esperándolo. Su hermana había sugerido llevarlo a la ciudad para que se tranquilizara. Él había rechazado la idea de salir de la biblioteca, con la esperanza de que los libros volvieran allí. Pero después de un instante de discusión vio que Kara tenía razón. Debía aclarar la mente. Bañarse. Ponerse ropa limpia.

Había olvidado lo agradable que era sentir el agua corriendo sobre la piel, y permitió que se le lavara lo crónico del hedor a horda hasta que el agua se enfrió. Para su sorpresa, Monique había conservado algunas de sus ropas, entre otros recuerdos. Los pantalones vaqueros no eran tan sueltos como una túnica, pero tanto Kara como Monique insistieron en que se le amoldaban a la perfección.

La camisa le apretaba sobre los músculos del pecho; demasiado, coincidieron ellas con intencionadas sonrisas. Demasiado apretada. ¿Había estado haciendo flexiones de pecho? No, había levantado rocas.

Thomas se sentó en la parte trasera de un Mercedes con Kara y Monique, y el chófer los paseó por Bangkok. Hicieron cinco paradas; en cada una, los recuerdos le inundaron la menee. Los aromas de panecillos enrollados con tocino frito; el estrépito de mil autos dirigiéndose a la misma intersección, haciendo sonar las bocinas; el sabor de una barra de chocolate Cadbury con leche.

Y albinos. Dondequiera que miraba, cientos, miles de albinos de toda raza concebible. En ausencia de Thomas, el mundo en realidad se había vuelto un crisol de culturas diversas. La palabra albino significaba algo totalmente distinto aquí, pero él había adoptado el significado usado en su mundo.

Sin embargo, al contemplar la ciudad se le hacía más y más evidente la percepción de ser un extraño aquí. Lo que veía, olía y oía era conocido, pero ya no lo sentía placentero.

Él pertenecía a un desierto con algunos bosques bajo el control de las hordas. Pertenecía al círculo, consolidando a los seguidores de Elyon cuando decrecía la claridad del propósito que tenían.

Pertenecía a los brazos de Chelise.

– Regresemos -pidió finalmente Thomas-. Es demasiado.

Monique ordenó al chofer volver a casa. Thomas se metió a la cama sin molestarse en cambiarse, suplicó a Elyon que lo guardara y cayó en los brazos de su segundo amor. Los sueños.

Pero, aunque soñaba con su verdadero hogar, sabía que las visiones solo eran utopías de la mente. Pensamiento romántico liberado por un sueño paradójico. No los sueños de cambio de realidades que lo llevaran al futuro hacía muchos años. Se levantó con el nuevo día, se volvió a dar una larga ducha, se puso los pantalones negros y la camisa blanca que Monique había dispuesto, se calzó lo que le dijeron que era un par de zapatos negros a la moda, y salió de los aposentos de huéspedes con la determinación de aceptar la realidad en que estaba.

Monique y Kara le aseguraron que se veía diez veces mejor. El comentario solamente logró hacer que pensara en Chelise. ¿Qué diría ella de estas ridículas prendas? A pesar de todo, podría hallarlas atractivas e insistir en que las usara en la celebración esa misma noche.

– Tenemos algo que deberías ver -reveló Monique cuando la servidumbre despejaba la mesa del desayuno-. Podría darte una nueva perspectiva.

Media hora después Thomas miraba por el microscopio en el laboratorio subterráneo.

– ¿Larvas? -exclamó, cortándosele la respiración ante la vista de las microscópicas formas-. Esto es increíble.

– Ocasionan la enfermedad de las costras. ¿Alguna idea de su procedencia?

– De Teeleh -contestó él irguiéndose-. Se afirma que los shataikis vienen de larvas, o algunos dicen que de ácaros. Sin embargo…

Se inclinó para mirar de nuevo. Diminutas larvas blancas entraban y salían meneándose de la muestra de carne, alimentándose de ella. Este era el origen de la enfermedad de la piel en las hordas.

– El agua de Elyon debe matarlas -concluyó.

– ¿Entonces Qurong, el que hace poco estuvo aquí, estaba cubierto con estas cosas? -inquirió Kara después de carraspear.

– Estar cubierto de organismos microscópicos no es nada nuevo -señaló Monique-. Todos vivimos con compañeros constantes e invisibles.

– Pero esto… -titubeó Kara-, estas orugas son la maldad encarnada. Perversidad hecha visible, no invisible, como aquí.

Ella pudo muy bien haber golpeado a Thomas con un martillo. Él había estado pasando por alto la más obvia conexión entre el presente y el futuro, pero aquí bajo el microscopio esa conexión se volvía tan clara como el agua de manantial.

– La diferencia entre nuestros mundos es simple -dedujo él, tratando de resolver el asunto de cómo hacer que lo simple también fuera comprensible… una tarea gigantesca a veces-. ¡Está exactamente aquí frente a nosotros!

– ¿Qué es?

– ¡La maldad! ¡Los ácaros! Teeleh.

– ¿Y?

– ¿Y? -objetó Thomas empuñando distraídamente las manos y estremeciéndolas como para agarrar el punto-. ¿Ves lo obvia que es la verdad al observarla con tus propios ojos? ¡Muchas personas dudan que el mal exista como una fuerza más allá de la simple mente!

– No todas, pero…

– Fuera de la vista, fuera de la mente, ¿no es eso lo que en otro tiempo decíamos?

Te olvidas del mal hasta que este visita tu puerta.

– Sí. ¿Qué estás tratando de decir?

¿No era evidente? No. Lo cual solo reforzaba la opinión de él.

– La principal diferencia entre mi mundo y el de ustedes es la naturaleza de la realidad espiritual, ¿está claro? Allá lo espiritual tiene forma física, de tal modo que la vemos de veras. La enfermedad de las costras en realidad son larvas de shataikis, que infectan la piel y la mente. Estoy seguro de que las hallarás también en el cerebro de los encostrados. Elyon ha puesto su poder en sus aguas… otra vez, esa es una encarnación física. ¿Me hago entender?

– Sí. Ya hemos hablado de todo eso.

– Pero mi tesis es lo opuesto. Solo porque no veas algo no significa que eso no esté allí. Se necesitan ciertos instrumentos para ver lo que es real -explicó él, y señaló el microscopio-. Nos acostumbramos tanto a lo conocido que empezamos a dudar de lo desconocido, hasta que se abren nuestros ojos y vemos. Un segundo es carne de hordas, al siguiente es un caldo de cultivo para larvas de shataikis.

– Tiene sentido -expuso Kara-. No es una idea nueva.

– Nada es nuevo -objetó él-. Pero es un recordatorio. El solo hecho de que no puedas ver algo no significa que no sea real.

– Entonces tal vez sea este -asintió finalmente Kara después de mirarse uno al otro-. Este es tu mensaje para tu mundo.

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