QURONG DESMONTÓ del sudoroso garañón negro, lanzó las riendas a uno de los guturales que lo habían acompañado en la larga cabalgata de vuelta a Ciudad Qurongi y subió las escalinatas del Thrall, aún furioso por haber dejado a su ejército en plena noche. Pero la situación se había complicado y se vio obligado a abandonar su buen sentido por el bien de una mujer y un sacerdote.
Patricia había aparecido después de pasar horas comiendo con Chelise y haber exigido que la llevaran de inmediato a la ciudad. Qurong la habría enviado con una escolta, pero entonces uno de los sacerdotes del templo le informó que Ba’al había regresado del bosque negro con un mensaje que era asunto de vida o muerte para las hordas. Qurong debía acudir inmediatamente. No, Ba’al no podía salir, porque se requerían ciertos rituales.
Por tanto Qurong soportó el silencioso viaje de cuatro horas durante el cual ni él ni su esposa hablaron, cada uno en protesta por la conducta del otro con relación a su hija.
¿Qué quería ella? El tenía principios. Chelise podía ser su hija, pero se había unido a su más grande enemigo, ¡por el aliento de Teeleh!
El comandante de las hordas escupió en los peldaños del templo. Su hija se había casado con su peor enemigo. Le había dado un hijo. ¿Quería ahora Patricia que él, Qurong, líder del mundo, tirara a la basura décadas de conflicto para que ella pudiera abrazar a su nieto albino? ¡Era probable que Patricia se hubiera contagiado con la enfermedad!
Peor que esto fue la posición en que su esposa lo había puesto al insistir en que ellas se reunieran. El corazón de él se le había detenido en el momento en que Chelise entró a la carpa. La había sacado de su mente mucho tiempo atrás. Pero allí estaba ella, carne y sangre de él, de pie, con toda su hermosura, en la entrada. Verla fue un castigo brutal. Qurong había ejercido un autocontrol extraordinario asegurándose que ella no recibiera esperanza de él.
Entonces ella le dijo que lo amaba, y él montó un caballo para internarse solo en el bosque a fin de esconder sus emociones.
El hombre abrió la puerta hacia el santuario del Thrall.
– ¿Dónde está Ba’al? -gritó sin molestarse en mirar.
Si hubiera mirado habría visto al siniestro sacerdote directamente al frente, de pie tras un altar de piedra y vestido con su túnica ceremonial morada. Una capa roja que Qurong nunca antes había visto cubría los hombros de Ba’al.
Una cabra muerta yacía en el altar, sacrificada ya. Las antorchas lamían el aire, haciendo resaltar las alas de la serpiente alada a cada lado de la sangrante cabra.
– Aquí estoy -anunció Qurong, andando a grandes pasos-. Y no estoy de humor para quedarme mucho tiempo. Me sacaste de mi ejército en el momento más inoportuno.
– ¿El día antes de que sean masacrados? -preguntó Ba’al con voz áspera; el religioso tenía los ojos rojos y había sangre en el labio inferior-. ¿Querías desearles bienestar mientras se iban al infierno?
– Bien, mi querido y siniestro sacerdote -declaró Qurong deteniéndose y cerrando los ojos, resolviendo soportar los juegos del hombre si debía hacerlo-. ¿De qué se trata esta vez?
Ba’al lo miró un largo instante. No tenía su acostumbrada y tímida sonrisa. Otra cualidad respecto de él que obligó a que Qurong hiciera una pausa. Se veía más demacrado en el rostro, quizás. Más sucio, como si hubiera hecho este viaje y regresado sin bañarse. Y no se había molestado en aplicarse suficiente morst para ocultar la escamosa piel.
– El mundo se está desmoronando alrededor de ti, Qurong, y no tienes la decencia de oírlo. Sugiero que escuches a los espíritus de temor.
– No gracias.
– Entonces te diré lo que Marsuuv me ordenó decir y dejaré tu destino en sus manos.
Ba’al levantó una botella de cristal burdamente labrada del podio detrás de él y la colocó sobre el altar. Parecía estar llena con un fluido negro.
– Vas a tener que tomar una decisión, mi señor -advirtió Ba’al, concentrado en lo que decía-. Esta noche le darás toda tu lealtad a Teeleh, o sufrirás el mismo destino que los demás.
Había algo diferente en la voz del sacerdote. Absoluta autoridad. Nada de pretensión.
Qurong lo dejó continuar.
– En este mismo instante los eramitas se están reuniendo con los albinos para marchar sobre tu ejército. ¿Sabías eso? Tonterías, pero iba a seguir oyendo.
– Samuel hijo de Hunter se ha confabulado con Eram para luchar juntos contra las hordas.
– Esto no es nuevo para mí.
– Janae, esa bruja albina del más allá, convencerá a muchos albinos para que se les unan. Quieren atacar en algunos días con un ejército de ciento cincuenta mil mestizos y miles de albinos.
– Eso no es posible -objetó Qurong sintiendo paralizársele las venas-. Precisamente hoy he estado con uno de sus líderes, y no dicen nada de eso.
– Tu hija, Chelise, no sabe nada. Si lo supiera no habría venido a reunirse contigo.
Ba’al sabía de la visita de Chelise. Peor aún, parecía saber más que Qurong. ¡Eran muchos los espías que el tipo tenía!
– Lo que sé viene directamente de mi amada, la reina Marsuuv, la duodécima de doce que sirven a Teeleh. El día del dragón ha llegado, mi señor. Todos aquellos que no lleven la marca de la bestia morirán en el valle de Miggdon… albinos, eramitas mestizos y hordas de pura sangre. Te traigo hoy el medio para tu salvación. El había oído palabras similares de parte de Ba’al, pero a esta hora de la medianoche le resonaron con un innegable tono que golpeaba el corazón de Qurong como un puño.
– Todos hemos tomado la marca de tu bestia -explicó-. ¿Qué más podría exigir ella?
– Tu corazón, mi señor.
– ¿Mi corazón? ¡Tiene todo mi cuerpo! -vociferó Qurong-. ¿Qué es esto de Miggdon? Estamos reunidos en Torun, no en Miggdon.
– Entonces están allí. Y te elogio por tu plan; fue una buena idea. Pero no será suficiente.
– ¿Cómo sabes todo esto?
Ba’al levantó la botella y la llevó hasta la llama. Lo que Qurong había supuesto que era negro se volvió rojo cuando la luz atravesó el cristal. Sangre.
– Tú miras a lo alto y solo ves cielo. Yo levanto la mirada y veo a los observadores de nuestras almas posados en los árboles y volando sobre nuestras cabezas. Los shataikis lo ven todo.
¿Solo shataikis? Así que Elyon es fábula.
– Solo shataikis -confirmó, llevándose el frasco a los labios-. Por un tiempo, solo shataikis. El sacerdote besó la sangre y susurró afectuosamente.
– Soy tu siervo, mi amada, Marsuuv.
– Dices ciento cincuenta mil -recordó Qurong poniéndose a la izquierda de Ba’al, impactado por el tamaño del ejército mestizo-. Menos de un tercio del tamaño del nuestro.
– No han estado sentados en el desierto engordándose. Y tendrán albinos.
– Unos pocos miles como máximo.
– Suficientes para equilibrar. No subestimes a los albinos, mi señor. Podrán haber abandonado las armas, pero han sido entrenados por Thomas de Hunter -advirtió el sacerdote y escupió a un lado esparciendo saliva por el altar.
– Estoy escuchando.
El siniestro sacerdote volvió a bajar la botella de sangre y la deslizó lentamente a través del altar hasta dejarla frente a Qurong.
– Lleva tu ejército al flanco oriental del valle de Miggdon, donde el terreno te favorece. Oculta trescientos mil detrás del valle y deja el resto para que los vean sobre las colinas.
– Un señuelo.
– Eram llevará su ejército al otro lado del valle de Miggdon -anunció Ba’al mientras trazaba su plan sobre el cuero de la cabra muerta con un largo y torcido dedo cuya uña necesitaba ser recortada-. El individuo morderá el cebo y atacará al ejército en el valle con bastantes guerreros como para destruirlos.
– Y descenderemos con los doscientos mil a la vista de todos.
– Lo cual esperará él, desde luego. Entonces enviará al resto de sus fuerzas contra tu ejército, sin saber que tienes otros trescientos mil en reserva en el terreno alto.
– Los eliminaremos de una vez por todas con un ataque demoledor -expresó Qurong.
– Sí, pero solo si apaciguas a Teeleh -advirtió Ba’al sonriendo y dando un paso atrás.
Qurong no vio la conexión, y claramente dejó ver la confusión en el rostro.
– Es el día del dragón, mi señor. Esto nada tiene que ver contigo. Debes creerme cuando te digo que se está tramando magia negra. Los eramitas no son tontos. Vendrán con sus propios planes para la victoria.
– ¿Qué planes?
– Magia negra. Si yo supiera más te lo diría, pero no puedo decir lo que acontecerá si no te pones de lado de mi siniestro amante. Al final es él quien gobernará. No tú, ni yo, ni Eram, y sin duda tampoco Thomas de Hunter.
Qurong miró la sangre. Sangre de Teeleh o de Marsuuv, los dos igualmente aterradores.
Agarró el envase de cristal y lo llevó hacia la luz.
– Beber la sangre sellará tu voto -expresó Ba’al.
¿Qué locura podría resultar de beber sangre?
– ¿Un voto? -inquirió Qurong.
– De tu corazón.
Se le presentaba la alternativa de rechazar el rito, lo cual provocaría la ira tanto de Ba’al como de quien lo controlaba, o de ganarse el favor de ambos. La decisión parecía bastante sencilla.
Qurong retorció el tapón, se llevó el frasco con sangre a las fosas nasales y al instante se arrepintió de su decisión de hacerlo. El apestoso olor podría haber sido de una vieja herida abierta. Tendría que beber rápidamente.
– ¿Le entregarás tu corazón a mi amo? -indagó Ba’al.
– Sí.
– Entonces repite mis palabras -pidió el sacerdote levantando ambas manos y expresando el compromiso hacia el techo en voz alta y resonante-. Yo, Qurong, comandante supremo de las hordas, entrego mi corazón y mi lealtad al dragón llamado Teeleh, para llevar a cabo su propuesta únicamente de acuerdo con su voluntad.
– Yo, Qurong, comandante supremo de las hordas, entrego mi corazón y mi lealtad al dragón llamado Teeleh, para llevar a cabo su propuesta únicamente de acuerdo con su voluntad.
– Y sello mi voto con esta sangre, sabiendo que viene de mi amo, Teeleh, hacedor del mal que vive en nuestra carne.
La jerga de magia negra era cómica, pero él sabía que cada palabra sería importante para Ba’al, así que repitió el juramento exactamente como se le instruía.
– ¡Ahora bebe! -gritó Ba’al-. Bebe esta sangre en memoria del día en que abrazaste por primera vez la maldad. Bebe por Teeleh, tu amo y señor.
– Bebo -asintió Qurong, y vació la sangre en la boca.
La tragó rápidamente, como si fuera una bebida fuerte, y arrojó el frasco sobre el altar. Estuvo tentado a escupir, pero no se atrevió. Así que tragó hasta lo último y se afirmó en la piedra.
– ¿Satisfecho?
– Más de lo que te imaginas, mi señor -dijo Ba’al sonriéndole.
– Bien.
– ¿Sientes algo distinto?
– Solo náuseas.
– No deberías. Las larvas ya se están comiendo tu mente.
Más tonterías de magia. Y se acabó.
– Entonces, si tu señor requiere…
– Tu señor -corrigió Ba’al-. El es ahora tu señor.
– Desde luego. Si mi señor no requiere nada más, tengo que salir de inmediato.
– Hacia el valle de Miggdon -informó Ba’al.
– Hacia el valle de Miggdon.
MIENTRAS QURONG estaba jurando su lealtad a Teeleh a dos mil años en el futuro, Thomas Hunter, que había venido de ese futuro, andaba de un lado al otro en la biblioteca personal de Monique de Raison, sufriendo una crisis nerviosa, consciente tan solo de que este mundo ya no era su hogar.
– Pero podría serlo -opinó Kara-. Por favor, Thomas, siéntate. No sé cuánto tiempo pueda soportar yo esta prueba.
– ¡Estoy perdido, Kara! -exclamó él dando la vuelta y extendiendo los brazos-.
Estoy atascado aquí en este…
Miró alrededor.
– …lugar olvidado por Dios.
– Este lugar olvidado por Dios muy bien podría ser el único lugar en que siempre vivirás. Has afectado esta realidad tanto como afectaste la otra; es hora de que reconozcas eso. Que sepamos, esta pequeña excursión tuya tendrá un profundo impacto en nuestro futuro.
– Sí, por supuesto, el cataclismo se halla solo a la vuelta de la esquina, y está aquí por culpa mía. De acuerdo.
– Tú mismo te lo has estado diciendo: Todo lo que ha sucedido allí tiene una contraparte en lo que ha ocurrido aquí -dijo ella levantándose y yendo hasta donde él para tratar de calmarlo-. Es un débil reflejo que es cualquier cosa menos preciso, Pero la historia se está desenredando en simetría casi perfecta. ¿Qué te espera en la °tra realidad?
– No mucho. Solo el fin del mundo.
– ¿Y aquí?
Ella tenía su razón.
– Está bien -declaró él levantando las manos en señal de rendición-. Tienes razón, lo mismo me espera aquí.
– Nos espera aquí -corrigió ella.
– De acuerdo, nos espera aquí.
– Ocho mil millones de personas están en la cúspide de un trágico final o de un punto máximo de desarrollo. Que sepamos, estás aquí para marcar el nuevo comienzo. ¿No te parece más bien un factor importantísimo?
Kara tenía razón, muchísima. Pero Thomas no podía confinar el corazón a la importancia de cualquier papel que él pudiera representar en esta realidad. Se alejó de ella, agarrándose el cabello. Sentía que el pecho le iba a explotar. Y entonces, de repente, así fue. Explotó. Thomas vociferó su frustración apretando los dientes y postrándose.
– ¡No puedo permanecer aquí! Chelise me necesita. Jake me necesita. ¡Samuel me necesita!
– Yo te necesito -expresó Kara en voz suave.
– Te llevaré, Kara. Juro que te llevaré -prometió él mirándola-. Billy regresará con los libros, ¡porque si alguien tiene un papel que jugar en el final de este mundo es ese pelirrojo del infierno! No me iré de este lugar. No me importa cuánto tiempo me lleve, comeré aquí, dormiré aquí. En el momento en que él aparezca, yo… ¿Él qué? ¿Golpearía al tipo, agarraría los libros y desaparecería? Sí, eso es lo que se necesitaba para volver.
– Nunca sabes cuánto amas a alguien hasta que lo pierdes -comentó Kara-. Cuando nos dejaste creí morir. Comprendo cómo te sientes.
– Ellos son mi vida, Kara. Además Chelise… -balbuceó, sintiendo que se le humedecían los ojos-. Te lo juro, ella es mi aliento. Un constante recordatorio de que Elyon me extraña del modo en que yo la extraño a ella. Sin mi esposa me secaría como un cactus desenraizado.
Pronunció las palabras a toda prisa, avivando su necesidad de expresar lo que lo consumía vivo.
– Ella es agua para mí, mi regalo del Dador de todo lo bueno. Ella es mi cielo, mi suelo, mi razón para despertar y mi motivo para dormir. ¡Ella es mi vida!
– Vaya -exclamó Kara, oscureciendo una persiana.
– Todo tiene que ver con él, con Elyon, por supuesto que sí. ¡Pero lo veo en ella!.
¡Ella se ha convertido en el lago en que me ahogo! -expresó en un estado de desesperación, quizás, pero con severidad-. Preferiría morir que quedarme aquí, ¡separado de la mujer que amo, y del hijo que me dio la espalda! ¡Debo encontrarlos!
– Entonces ruega a Elyon que te salve de una muerte en vida -exteriorizó Kara apretando la mandíbula-. Porque desde mi perspectiva, estás atrapado aquí. En esta muerte.
Ella tenía razón. Oh, Elyon, ¡ella tenía tazón!
Thomas se volvió y cayó sobre ambas rodillas. Empuñó las manos, miró al techo y, bañado en lágrimas, rogó a Elyon que le enviara los libros.
Que le enviara los libros o que lo dejara morir.