HABÍAN PERDIDO a los guturales en los desfiladeros hacia el norte de Ba'al Bek, pero no tan fácilmente. Este general, Cassak, parecía particularmente experto en anticiparse a sus movimientos. El círculo siempre había disfrutado la ventaja de la velocidad en el constante juego de las hordas de buscar y destruir. Esta ventaja sobre las hordas era de alguna manera mitigada por su persistente acoso y su abrumadora cantidad. Sin embargo, el círculo sobrevivía. Pero este general poseía misteriosamente fuertes instintos.
Muy parecido a Ba'al, que había demostrado una extraña familiaridad con partes de las leyendas del círculo. El horror que Thomas sintió al ver a su hijo sobre el altar había sido reemplazado por curiosidad respecto de la oración a Teeleh que hiciera el siniestro sacerdote. Esas palabras en cuanto a los libros exigían más explicación.
Anduvieron por la arena, se abrieron paso por cañones, e instaron a sus caballos a trepar cuestas elevadas solo para bajar en picada por un desfiladero cincuenta metros más adelante, sin discernir a dónde iban solo para salvar sus vidas, lejos de las dos docenas de guerreros armados que los perseguían.
No obstante, los seguía el sonido del golpeteo de cascos.
No obstante, en la mente de Thomas resonaban los gritos de Ba'al.
Entonces Samuel llevó el alazán hacia un punto muerto en la intersección de dos enormes y profundos despeñaderos, cada uno atestado con un montón de rocas del tamaño de los caballos. Levantó la mano para hacer que se detuvieran.
– ¿Qué pasa? -exigió saber Mikil-. ¿Por cuál camino?
El joven hizo una seña de silencio con el dedo, escuchando los débiles sonidos de cascos. La hediondez de la enfermedad de encostrados todavía estaba adherida a la sangre seca que aún cubría el cabello, el rostro y el cuerpo de Samuel. La túnica que tomara prestada de uno de los sacerdotes caídos de las hordas, junto con la espada que le quitara a otro, lo hacían parecer horda. Thomas lo prefería medio desnudo desarmado a esto.
El clamor de Ba'al volvió a susurrar en la mente. Envíame de nuevo al otro mundo adonde enviaste al elegido a través de los libros perdidos…
¿Qué podría significar esto? No era posible que se refiriera a volver al otro mundo, como de regreso a las historias. ¿Cómo podría Ba'al saber del otro mundo?
Los libros perdidos debían ser aquellos de los que se hablaba en las leyendas. ¿Podrían ser reales? El solo pensamiento de que aún había una manera de volver a las historias bastaba para que a Thomas se le helara la sangre. Hacía tiempo que soñar solo había servido para llevarlo a una fantasía.
– Se están separando -informó Samuel, bajando la mano-. Cortándonos hacia el oeste donde los desfiladeros se abren hacia el desierto. Ese sería nuestro camino de vuelta.
– El norte nos metería en territorio eramita -advirtió Mikil, observando el largo cañón a la derecha.
– Y las hordas temen a los eramitas.
– Entonces hacia el norte -ordenó Thomas siguiendo la mirada de su hijo-. ¿Conoces esta tierra?
Samuel hizo girar el garañón sin responder y lo espoleó hacia el interior del largo cañón. Ni una sola vez había mirado a su padre a los ojos desde que este lo sacara del altar. Thomas instigó su caballo y siguió con los demás.
Samuel los guió por quince minutos a un paso firme antes de girar a la derecha al interior de un pequeño barranco, de trepar hacia la cima de una meseta, y de detenerse para volver a escuchar.
– Los hemos perdido -notificó Mikil.
– Por ahora -replicó Samuel haciendo girar el corcel en un círculo apretado-. Saben que nos dirigiremos al oeste… y solo hay dos rutas al oeste a través de los cañones.
– Por consiguiente, estarán esperando.
– Este es Cassak, no es cualquier encostrado -opinó Samuel encogiéndose de hombros-. Desde Martyn o Woref no había habido un horda de pura sangre tan astuto como este general.
– Martyn era mestizo -corrigió Thomas.
No es que eso tuviera importancia.
– ¿De veras? -preguntó Samuel mirando hacia el norte, volviéndose para mirar a su padre por primera vez, y esa mirada heló a Thomas-. ¿Y en qué me convertiría eso?
– En mi hijo -contestó Thomas-. Albino de pura sangre.
– No lo creo. Ni siquiera creo que sepamos cómo obra esta supuesta enfermedad de las costras. ¿Lo sabes tú?
– Este no es el momento de discutir doctrina.
– ¿No? Esto lo dice un hombre que acaba de poner la cabeza de su hijo en el tronco de decapitación para probar su doctrina.
Thomas deseó agarrar a latigazos al muchacho, pero mantuvo el control de las palabras.
– Samuel, sé que lo que acaba de ocurrir no tiene sentido para ti ahora, pero lo tendrá, y cuando esto suceda, tu vida nunca volverá a ser igual. Casi haces que me maten allá atrás!
– Elyon te salvó allá atrás -corrigió Thomas; eso para tranquilizar las cosas-. ¿Tienes la audacia de sentarte aquí y desafiarme después de que aquel de quien dudabas infundiera nueva vida en ti?
– Solo sé lo que sé, padre, y eso no es mucho. Estoy cansado de toda esta especulación. Elyon hizo esto, Elyon hizo aquello. Todo lo bueno se le acredita a este Dios invisible tuyo, y todo lo remotamente maligno se le inculpa a Teeleh.
– ¿No viste los shataikis? ¿No observaste a doscientos sacerdotes derramar su sangre sobre ti en adoración a ese maligno? ¿No sentiste la luz verde levantándote del altar? ¿Qué fue eso, mi imaginación?
– Desde luego que vi algo. Pero no lo entiendo más que tú. Así que los shataikis existen; ¿afirmó alguien que no existen? Por tanto, en los cielos hay poder que nos afecta a todos; ¿significa eso que lo comprendamos? Si eso era tan obvio, ¿por qué entonces pusiste a tu hijo sobre un altar para probar tu posición? -incriminó Samuel; sus acusaciones dañaban profundamente, en parte porque tenían mucha autenticidad-. Si la verdad es tan evidente, ¿no la vería con facilidad el mundo entero?
– ¡Cierra esa boca, muchacho! -exclamó Mikil con brusquedad. Déjalo hablar -pidió Thomas levantando una mano-. Al menos se ha ganado ese derecho.
Samuel acercó el caballo al de Thomas, furioso.
– Eso es correcto, padre. Después de que te negaste a levantar una mano para salvarme de esas espadas, lo menos que puedes hacer es dejarme decir mi parte. Bueno, lo haré.
– Esto no es…
– ¡Mikil! ¡Él está en su derecho!.-Señor…
– Habla, muchacho. Dinos cuan poco sabemos. Samuel apenas necesitaba que Thomas lo alentara.
– No soy el único que te reta, padre. Este círculo tuyo se está deshaciendo, no por causa mía o de las hordas. Se está derrumbando por dentro. Los rumores y las especulaciones han engendrado una docena de grupos que reclaman saber toda la verdad, y tú ni siquiera sabes cuál es esa verdad, ¿no es eso cierto?
Sí, era cierto.
Samuel levantó un dedo al aire para poner énfasis.
– Algunos dicen que Elyon llegará en las nubes antes de una época de gran tribulación -explicó, levantando ahora un segundo dedo al aire-. Otros aseguran que solo vendrá después de la época de gran tribulación.
Un tercer dedo.
– Incluso otros afirman que será en la mitad. Otros cuantos dicen que Elyon no muestra el rostro como hiciera antes porque el tiempo de lo sobrenatural ha pasado. Otros más declaran que él se niega a aparecer ante corazones indiferentes.
La división había ido creciendo con el paso de los años, pero hasta ahora no había alertado a Thomas, gracias a Samuel y su cercenada cabeza horda.
El joven prescindió de la cuenta con los dedos y estiró el brazo en exasperación.
– Luego están aquellos que afirman haber visto a Elyon. Detrás de cada árbol, parecería. Pero lo llaman al descubierto y él nunca aparece. Nunca. Son una cantidad de ilusos perdidos en engañosa esperanza.
– ¿Y tú qué, Samuel? ¿Dónde está tu esperanza?
– ¿Sabes siquiera de dónde viene la enfermedad, padre? -continuó Samuel-. ¿Sabes cómo obran las aguas rojas? ¿Cómo sabes que no se trata más que de una antigua y común enfermedad, y de agua medicinal natural?
Las preguntas rozaban la blasfemia, pero eran el mismísimo centro de la búsqueda del muchacho por significado. Si Thomas hubiera sabido…
Pero el pasado se había ido. La realidad era que Samuel no estaba simplemente cconfundido respecto de qué senda doctrinal tomar cuando de las hordas se trataba; había perdido por completo su camino.
– ¿Has terminado? -inquirió Thomas.
– Para nada. Pero no gastaré saliva de balde. No tienes las respuestas.
– La enfermedad viene de Teeleh. Sus gusanos, la maldad encarnada, como un virus, infiltran la piel, los músculos y la mente, haciendo que la víctima se cierre a la verdad.
– Esa es tu versión.
– Pero Teeleh abomina las aguas de Elyon -continuó Thomas-. Manteníamos lejos a la enfermedad con el baño diario. Esas aguas acababan con el virus de Teeleh. Y cuando las hordas ahogaron a Elyon, las aguas se volvieron rojas. Ahora nos ahogamos como lo hizo Elyon, y nuestra carne se renueva y rechaza el virus de Teeleh, de tal modo que no debamos bañarnos todos los días como antes. ¿Es esto demasiado para que tu mente entienda?
– No sé, padre. Tal vez tengo la mente llena de gusanos. Como los mestizos.
El muchacho resolló por las fosas nasales y apaciguó a su impaciente caballo.
– Lo que sí sé es que ya no puedo seguir a un hombre que se siente justificado poniendo a su propio hijo en subasta por el bien de su círculo.
– Y sin embargo Elyon hizo lo mismo.
– ¡Entonces Elyon debería regresar al cielo al que pertenece!
– ¡Basta! -exclamó Jamous mirándolos-. Los dos. Estamos en territorio enemigo. Las hordas están allá afuera. Y Eram. Por lo que sabemos, en este mismo instante nuestro enemigo nos está observando.
– ¿Enemigo para quién? -objetó Samuel, lanzándole a Thomas una dura mirada-. Parece que mi propia gente piensa de mí como su enemigo. Los mestizos recibirían con agrado a un guerrero como yo.
– No seas ridículo -rebatió Thomas-. Tu ego está lleno de contusiones, pero te presentaré como un héroe cuando regresemos. El círculo te abrazará como a un hijo perdido durante mucho tiempo.
Pero Samuel ya se estaba quitando la ropa del sacerdote.
– ¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta que me atreva a volver a decirte la verdad? -preguntó, haciéndolos a un lado y alejando luego su caballo.
– No puedes hablar en serio -desafió Mikil-. ¿Qué albino tonto se uniría a los eramitas?
– El albino tonto que sabe que todos los mestizos fueron albinos una vez, guardianes del bosque, despreciados por las hordas tanto como ustedes -replicó Samuel girando en la silla-. El hijo de Thomas Hunter se volverá a unir a los guardianes del bosque.
Thomas estaba tan desconcertado por lo que su hijo estaba sugiriendo que no pudo contestar. Elyon acababa de salvar al muchacho, ¿y ahora Samuel, cubierto en sangre horda, le volvería la espalda al círculo y uniría fuerzas con Eram? El joven lo había pensado detenidamente. Un hombre desnudo sería menos peligroso para los eramitas que uno vestido como sacerdote de las hordas.
El chico debió haber planeado esto. Él y su banda. Ellos lo estaban esperando.
– ¡Samuel! ¿Te esperan?
Sin volverse, su hijo puso al caballo a todo galope, se introdujo en el desfiladero del que acababan de salir y galopó al norte, hacia la tierra de los eramitas.
Mikil y Jamous parecían tan perdidos como Thomas. Esto… esto tenía que ser un farol. Las aguas verdes de Elyon acababan de salvar al muchacho, ¡por el amor de Elyon! El joven estaba jugando con ellos para anotarse un punto.
No, Thomas. Vetas venir esto.
– No, esto no. Rebelión, sí. Un espíritu fuerte como el del mismo Thomas, predispuesto a toparse con el peligro, sí. ¿Pero traicionar su propia sangre? ¡Nunca! dio a entender eso -contestó Mikil.
Y Thomas supo que ella tenía razón. Se quedó sentado en el caballo y miró hacia el vacío horizonte, tratando de negarse a creer. Su hijo se había ido.
Por unos instantes, la mente le dio vueltas alrededor de pensamientos vacíos. De haber estado solo habría caído del caballo y llorado en la arena. Pero las hordas los estaban persiguiendo, el círculo esperaba, y…
Thomas soltó las riendas, cerró los ojos, y se esforzó por respirar tranquilo. ¿Qué estaba ocurriendo? Durante la noche debió enfrentar la muerte de su hijo, ¿y habían sobrevivido solo para sufrir esto?
– Samuel está fanfarroneando -opinó Mikil, revocando su posición anterior.
Lo dijo solo para darle esperanza a Thomas, pero falló míseramente.
Samuel tenía razón; todo estaba arruinándose. El final se acercaba. Ba'al sabía algo que ellos desconocían; el sujeto había pedido a los shataikis que salieran de su escondite y saciaran su deseo con más que la propia sangre del sumo sacerdote.
Envíame de nuevo al otro mundo donde enviaste al elegido a través de los libros perdidos…
Thomas abrió los ojos. ¿Qué sabía Ba'al acerca de ese otro mundo?
El elegido. ¿Podrían ser ciertos los rumores de los siete libros originales de historias? ¿Se habían perdido de veras? ¿Había un camino hacia el otro mundo a través de esos libros? ¿Y qué pasaría si Ba'al o Qurong tuvieran los libros en este momento?
– Lo que quiera que estés pensando, no estoy segura de que me guste -declaró Mikil-. He visto antes esa mirada.
– He perdido a mi hijo ante los mestizos. ¿Esperas que me ría?
– No me refería a ira o tristeza
Nadie más que Chelise podía desentrañarlo como Mikil. Juntos habían atravesado las puertas del infierno.
– ¿A qué entonces? -exigió saber Thomas. -A esa mirada distante -explicó Mikil.
Thomas miró a lo lejos e intentó pensar detenidamente en alguna estrategia. Nada le vino a la mente.
– No sé qué hacer -confesó él-. Me siento como si me hubiera estado golpeando la cabeza contra un muro de piedra.
– Entonces querrás tratar de hacer algo más -terció Jamous.
– En el pasado…
Thomas dejó que el pensamiento se desvaneciera, atormentando a Mikil.
– No, otra vez eso no, por favor -pidió ella captando la idea.
– ¿Tienes una idea mejor? A lo que me refiero es a que cuando me hallaba al borde de mí mismo, entonces la respuesta siempre me esperaba.
– En tus sueños -analizó Mikil.
– Algo así.
– Pero tus sueños ya no funcionan. No de ese modo.
– ¿No deberíamos estar buscando un rumbo hacia la seguridad? -cuestionó Jamous exhalando. El líder del círculo le hizo caso omiso. Mikil sabía mucho más que Jamous acerca de los sueños de Thomas. Ella había conocido una vez a una de las mujeres de esos sueños. Monique. Monique de Raison, de la variedad Raison. Santo Dios. Hasta pensar en esas épocas en que él podía ir y volver con la facilidad del sueño… le pareció ofensivo ahora. Perfectamente absurdo.
Envíame de nuevo al otro mundo… El pulso de Thomas se elevó a un paso firme.
– Eso no significa que el otro mundo no exista. O que yo no sea el único elegido para saltar la brecha.
Mikil lo miró con sus ojazos verdes bien abiertos. Pero no protestó. Y lo haría si no estuviera al menos considerando la idea.
– ¿Eres ahora el elegido? -indagó ella.
– Mi hijo tenía razón en algo: Hay mucho que no comprendemos -replicó Thomas después de encoger los hombros.
El líder del círculo miró hacia el norte. Ya no se veía a Samuel. Se había ido con ira en el corazón y amargura en la lengua. No había manera de deshacer eso aquí. Las respuestas que él buscaba se hallaban en algún otro sitio. Quizás en las historias.
En la mente de Thomas crecía rápidamente la urgencia de recuperar esta última década, durante la cual ni una sola vez había encontrado una forma de volver al otro mundo. Miró a Mikil.
– No puedes negarlo, Mikil. Monique vino a ti. Sabes que el otro mundo es real.
Sin respuesta.
– Si hubiera un modo de volver…
– No lo hagas.
– ¿Tengo alternativa?
– No hay manera de volver. Y sí, a menos que dejes de respirar, siempre tienes una alternativa.
– Opino que podría haber una forma; y creo que tengo la obligación de hallarla si la hay.
– Esto es una locura.
– ¡Se trata de quién soy! -insistió él-. Este es mi camino de búsqueda. Thomas señaló hacia el sur.
– ¡Tú viste a Ba'al! Está en contacto con el mundo de las tinieblas. Traerá de vuelta a este dragón que devorará a la novia de Elyon. Esto es solo el comienzo.
– Entonces el círculo te necesita.
– Y tú viste la mirada en los ojos de Qurong. Ba'al es tan enemigo de él como Eram. Te lo estoy diciendo, Mikil, el mundo se está dirigiendo hacia un momento decisivo diferente a cualquiera que hayamos visto.
– Siempre hemos sabido eso.
– ¡Pero es ahora! -gritó, y su caballo se desvió ante el sonido.
– No estamos solos -expresó Jamous, revisando los barrancos-. Controla tu frenesí.
– Dime que no tengo derecho a hacer esto -desafió Thomas aspirando fuertemente.
Mikil se quedó callada.
– ¿Qué sugieres exactamente que vas a hacer? -preguntó Jamous volviéndose, confundido-.;Ir a otro mundo?
– Ir a Ciudad Qurongi -respondió Mikil, mirando a Thomas.
– No puedes hablar en serio.
– Tú también oíste a Ba'al -expuso Thomas mirando sensatamente a Mikil.
– Por supuesto que lo oí -contestó ella apretando la barbilla y mirando hacia el sur, hacia la fortaleza de las hordas-. Así que Ba'al sabe una o dos cosas. ¿Qué debemos hacer, entrar corriendo en su templo y exigirle que nos diga lo que sabe?
– Nosotros no -replicó Thomas-. Yo.
– Sobre mi cadáver -objetó ella frunciendo el entrecejo.
– No, sobre el mío. Ya estoy muerto. Mi hijo me dejó. Dirijo un pueblo que se está destruyendo después de una década de huir y agonizar. Qurong podrá tener un corazón duro, pero sus enemigos lo están presionando, y sus problemas van a empeorar si Samuel se une a los mestizos. Mi suegro necesita desesperadamente un aliado.
– ¿El círculo? Quizás los albinos no podamos volver a matar hordas, ¡pero nunca podremos ser aliados de quien nos persigue!
– No, el círculo no. Yo. Haré de Qurong mi aliado.
– Y morirás.
– O moriré en el intento -asintió Thomas.