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EL LABORATORIO privado fue construido bajo tierra, y afianzado con hormigón reforzado, a mitad de camino entre los laboratorios de Farmacéutica Raison en Bangkok y la mansión sobre el prado sur. El razonamiento de Monique para escoger el sitio era sencillo: Cualquier ataque sobre el complejo se centraría en los edificios, no en el césped entre ellos. Todas las muestras cruciales se almacenarían en las instalaciones de casi dos mil metros cuadrados donde se realizaban las investigaciones más secretas.

Lo llamaban Zona Cero, sede de algunos de los materiales biológicos potencial-mente más destructivos del planeta. La vacuna Raison B para empezar.

Janae hizo pasar por el lector electrónico su tarjeta de seguridad, oyó que se desengranaba la cerradura magnética y regresó a ver a Billy, a quien le sudaba la frente. Los ojos de él la miraron rápidamente y regresaron otra vez a la puerta de metal. La joven la abrió de un empujón y entró en el pasillo.

– Cierra la puerta detrás de ti. Y date prisa. Simplemente porque sea medianoche no quiere decir que seguridad no sepa ya que se ha usado mi tarjeta de entrada. No me sorprendería que mi madre les hubiera dado instrucciones de alertarla cada vez que yo entre.

– ¿Tanto desconfía de ti?

– No. Normalmente no. Pero tú estás aquí, ¿no es así? El sabueso pelirrojo que se puede introducir en la mente de las personas.

– Con la sabuesa que usa la lengua para robar las mentes de los hombres -añadió él.

– Lo que sea. Pero él tenía razón.

Billy la siguió por el pasillo, pasando varias puertas donde se guardaban suministros. El pasaje terminaba en otra puerta de acero que requirió de nuevo la tarjeta para permitirles el ingreso. Janae oía la respiración firme de él detrás de ella. Billy la había Presto en tela de juicio no menos de una docena de veces desde la primera vez que ella sugiriera que los dos se infectaran para presionar a Monique, aunque la obsesión de e] por alcanzar los libros de historias era razón suficiente para llevar a cabo la idea.

Después de todo, explicó él, se había criado con esos libros y los había usado Quizás hasta era responsable de ellos. Él mismo se había forzado hasta los límites, sin encontrar nada más que la tenebrosidad que había llegado a reconocer en su propi0 corazón. Había afirmado que el temor y el horror vividos durante una docena de años lo habían convertido en un muñeco de trapo a merced de esa tenebrosidad, la cual le andaba de un lado al otro por el cabello, agarrándolo con ambas manos.

La de comprender finalmente lo que lo había convertido en el individuo que era, aunque peligrosa, era una posibilidad por la que valía la pena arriesgarse a que Monique les propiciara un tremendo castigo a los dos. En cualquier caso, tal vez solo en la muerte hallaría lo que estaba buscando.

Sin embargo, ¿qué impulsaba a Janae en la misma desesperación? Nada que Billv pudiera verle en la mente. ¿Qué era? Él deseaba saber. ¿Qué?

– Quizás porque tengo esa misma tenebrosidad en mí -especuló ella-. Siempre la he tenido. He odiado mi vida desde la desaparición de mi padre. Esa misma lobreguez me está llamando. No puedes verla en mi mente porque está mucho más profunda. Yo ni siquiera la comprendo, pero hoy por primera vez, al saber de la sangre y de los libros de historias y de la participación de mi propia madre… me siento viva. Billy. He regresado de los muertos.

– ¿Y estás dispuesta a arriesgarte a volver a morir? -cuestionó él.

– Mamá no permitirá eso -contestó ella volviéndose.

– ¿Pero y si lo hace?

– Entonces lo hace. Pero no será así. En otro tiempo tal vez fui la hija que ella nunca deseó tener, pero mi madre me ama.

Ella abrió la puerta metálica y dejó entrar a Billy al centro de la instalación: Un laboratorio blanco donde brillaba un centenar de luces de vigilancia. La puerta se cerró suavemente tras ellos, y Janae permitió que Billy analizara el salón por un instante.

Una docena de puestos de trabajo se hallaban bajo luces fluorescentes, perfecta' mente ordenados con monitores planos de pantalla táctil. Ni un lápiz o pedazo ¿e papel estaba fuera de lugar; ni un clip o una sola pelusa sobre el suelo negro resplandeciente como un espejo.

Monique era obsesiva-compulsiva cuando de investigación se trataba. Dos largos dispensadores de enfriamiento líquido proveían al salón suficiente electricidad computarizada para hacer funcionar el Pentágono, pero mamá controlaba los verdaderos cerebros detrás de lo que sucedía aquí. Ella misma.

No obstante, había poco que su madre supiera y Janae no.

– Aquí es -informó la joven.

– Impresionante. ¿Qué son todas esas máquinas? -preguntó él posando la mirada en una pared donde había un equipo de alto voltaje.

– Nada que tú y yo necesitemos. Magnetómetros, microscopios electrónicos, equipos criogénicos, homogeneizadores… demasiado para explicar ahora. Lo que necesitamos se halla en el sistema de refrigeración sub-cero.

La muchacha fue hasta un pequeño cuarto con el símbolo de una calavera y dos huesos cruzados debajo de un letrero que decía: Cuarentena, pulsó un código en un tablerito, y empujó la ancha puerta de vidrio. Adentro había cuatro camillas con correas contenedoras. Cada una contaba con su propio pulmón artificial, desconectado ahora.

– Así que aquí es -comentó Billy, entrando en el salón al lado de ella.

– No necesitaremos toda la tecnología. Una jeringuilla surtirá efecto. Por cierto, debemos encerrarnos. No podemos arriesgarnos a contaminación adicional, ¿de acuerdo? -declaró ella forzando una sonrisa.

– De acuerdo.

– Intenta relajarte, Billy, por favor. Comprendes el verdadero riesgo aquí, ¿verdad?

– Creo que sí, sí.

– No se trata de mi madre, sino de que lo que me has dicho no sea cierto. Francamente, verte sudar de ese modo me hace dudar.

– Es la verdad -insistió él-. Puede que tu madre te ame, pero ¿cómo sabemos que la sangre existe? Ese es el verdadero riesgo.

– La sangre existe. Lo vi en los ojos de mamá. Como dije antes, no eres el único que puede leer mentes. Mi intuición nunca me ha fallado.

– Entonces deberías saber que te he dicho nada más que la verdad -afirmó Billy.

Janae frunció el ceño. Las manos le hormigueaban con energía, y el hecho de que pareciera reticente solo le añadía ansiedad. La joven salió del salón de cuarentena se dirigió a un panel en la pared y tecleó un código de diez dígitos que se había escrito en la palma: 786947494D. Se encendieron motores a medida que el mecanismo de recuperación escogía la muestra en cuestión.

– ¿Es en esa pared?

– Los cimientos, en realidad. Siete metros debajo de nosotros. Allí está todo lo secreto.

El hombre se veía un poco perdido, de pie con sus pantalones vaqueros y su camiseta. Ella se le acercó, se puso en cuclillas y lo besó levemente. Listo para suicidarte, cariño?

Billy alargó la mano derecha por detrás de la cabeza de Janae, la arrimó hacia sí y la besó largamente. Al despegarse, al chico le relucían sus ojos verdes.

– Lo estoy. Más de lo que sabes.

Interesante. Ahora la reacción que ella había esperado. Quizás había subestimado a su compañero.

Un pitido indicó que la muestra se había soltado. Janae deslizó la puerta de una caja y sacó un tubo de plexiglás que contenía una ampolleta de líquido amarillento. Por hábito le dio un golpecito al tubo con la uña.

– Vacuna Raison B. No se conoce antivirus.

– ¿En qué difiere de la vacuna Raison original?

– Bueno, para empezar, mata aproximadamente en un día, no en treinta. No importan los detalles, digamos solo que esta es mucho más resistente en el cuerpo. Estaremos sangrando internamente dentro de una hora. La única gracia salvadora es que como la mayoría de virus, esta vacuna no es de transmisión aérea. Requiere un intercambio de fluido corporal. De ahí que aunque la vacuna B sea más fuerte, no representa la misma amenaza que la primera.

– ¿Cuánta requerimos? -indagó él, mirando la ampolleta en los dedos de ella.

– ¿Cuánto? La más diminuta gota. Pero no quiero andar jugando. Un centímetro cúbico debería resolver el problema. De todos modos, no sentiremos nada, no después de que actúen los sedantes que tomemos. Estaremos desconectados.

– ¿Puedo?

Ella le pasó la muestra, impactada otra vez por el fuego en los brillantes ojos de el. Era como un niño haciendo la fila para un recorrido en un parque de atracciones.

– ¿Por qué no dejas que haga esto yo sola? -inquirió Janae quitándole la muestra de la mano y dirigiéndose al salón de cuarentena-. Dudo que mi madre corra algún gran riesgo para salvarte. Soy yo por quien movería cielo y tierra para mantenerme con vida.

– No -manifestó él-. No funciona de ese modo. Lo crucial es lograr meter la sangre de Thomas en nuestra corriente sanguínea. Su sangre es la que nos permitir'3 entrar en su mundo.

– El mundo de Thomas, aunque originalmente vino de Denver, Colorado.

– Me refiero al bosque negro. Al futuro, donde lo envié al escribir en el libro de historia. Llámalo como quieras, ese no es el punto. Tu propia madre pudo seguir a Thomas inyectándose un poco de la sangre de él. Ese es el punto. Si estás infectada y ella te inyecta con la sangre de Thomas, llegarás al otro lado, al menos en sueños. No he venido de tan lejos para estar esperando al pie de tu cama y observar que atraviesas sin mí- Si Monique usa la sangre en ti, la usará también en mí, suponiéndose que los dos estaremos infectados.

– No digas que no lo sugerí.

– ¿Cómo lo sabrá ella?

– ¿Que tú y yo nos hemos infectado? Cuando el técnico residente haga su ronda en la mañana, la llamará. Suponiendo que no le hayan alertado antes que pasé aquí toda la noche.

Janae extrajo una jeringa de la alacena, le puso rápidamente una aguja y la acomodó en una cámara de vidrio de un metro cúbico junto con una botella de sedante y la ampolleta de vacuna Raison B. Cerró la cámara e insertó ambas manos en las mangas que le daban acceso al hermético compartimiento. Billy permaneció a su lado, observando.

La ampolla estaba sellada con una suave goma no filtrable, que ella soltó con un giro firme.

– Helo aquí, Billy. Desagradable, algo desagradable -determinó Janae mientras ponía la ampolla en una bandeja que la mantuvo en posición vertical-. La droga maravillosa que nos llevará a un mundo totalmente nuevo.

– En realidad el virus es el asesino. La sangre de Thomas es la droga.

Sangre. Incluso ahora, frente a la muerte, pensar en la sangre hizo que se acelerase el pulso de Janae.

La muchacha insertó la aguja en la ampolleta de vacuna Raison B, extrajo dos centímetros cúbicos del fluido y repitió una operación similar con el sedante. Cubrió la jeringuilla con un tapón de caucho e hizo girar el frasco, dando a los dos fluidos tiempo de mezclarse. Pudo haber hecho todo esto sin la cámara aislante, pero la obligó el hábito. Siempre había una posibilidad de derrame y de contaminar el salón.

Entonces, cariño. ¿Estás listo para esto? -preguntó ella después de sacar la jeringa de la cámara y de mirar a Billy.

– ¿Me recuesto? -respondió él mirando las camillas con sábanas blancas. -Adelante -contestó la chica, y le guiñó un ojo-. Seré considerada.

– Aún no logro descifrarte -expresó él mirándola fijamente a los ojos-. ¿Por qué no estás asustada?

– Thomas encontró a mi madre, y la vida de él cambió para siempre. Ahora hallaste a la hija de ella, y tu vida está a punto de cambiar. Quizás Thomas no sea el único con algo en la sangre.

– Correcto.

– Recuéstate -pidió ella.

Billy se dirigió a la camilla más cercana, se colocó encima y alzó la mirada. Se veía encantador con sus enormes ojos verdes y el cabello rojo despeinado. Un tipo con jeans y camiseta, con zapatos Skechers y piel clara. A Janae se le ocurrió que podría estar teniendo frente a ella el destino del mundo. ¿No es eso lo que habían dicho de Thomas Hunter?

Se inclinó sobre Billy y le acarició los labios con los suyos. Impulsivamente le mordió el labio inferior, y como él no se lo impidió, mordió más fuerte.

El fresco sabor de la sangre de él le hizo sentir un hormigueo en la lengua. Le sorprendió que él no la apartara bruscamente. En vez de eso se apretó a la boca de ella, y después se recostó tranquilamente.

– Hagámoslo.

– Gira el brazo.

Janae aplicó un torniquete con una goma quirúrgica por encima del codo, con delicadeza rastreó la vena mediana basílica en el interior del brazo, y llevó la aguja hacia la piel. Billy la miró a los ojos.

Luego ella le insertó la aguja en la vena y le introdujo un centímetro cúbico de la vacuna Raison B en la corriente sanguínea.

Daño hecho.

Janae extrajo la aguja y soltó el torniquete.

– Quédate quieto.

Pero ella no estaba pensando tanto en que él se quedara quieto como «n su propia necesidad de seguirlo.

Janae se había extraído sangre más veces de las que podía recordar, y ahora decidió prescindir del torniquete. Un desinfectante era algo ridículo considerando lo que se estaba introduciendo en los brazos. Ahora parecía adecuado compartir la misma aguja, por infectada que estuviera.

Abrió el brazo, halló la débil línea de la vena, introdujo la aguja en la blanca piel y presionó el resto del líquido amarillento dentro de sí misma.

Daño hecho.

Un escozor, nada más.

Volvió a meter la jeringuilla en la cámara de aislamiento, la selló y se colocó en la camilla contigua. El vestido negro se le había levantado, y ella lo estiró hasta cubrirse |a mayor parte de los muslos.

– ¿Ahora qué? -quiso saber Billy.

– Ahora nos quedamos dormidos y morimos lentamente -contestó ella girando la cabeza y mirándolo.

– Veinticuatro horas.

– Más o menos -declaró ella sintiendo ya los efectos adormecedores del sedante-. Te veré en el otro lado, Billy.

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