ESTABAANOCHECIENDO. Thomas de Hunter se balanceaba casi en el tope de un enorme roble, examinando las titilantes luces de Ciudad Qurongi. Había tardado casi todo el día deslizándose con sigilo en su camino al sur, evitando cuidadosamente toda patrulla horda, que eran pocas gracias a la celebración de la Luna Negra.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que mirara con orgullo la selva habitada una vez por los moradores del bosque? Diez años. Mucho había cambiado desde que él huyera de esta ciudad.
Se echó hacia atrás la capucha de la túnica del encostrado que Samuel desechara, y que él había cambiado por su propia túnica. Antes de la época de las hordas, la playa sur del cristalino lago había sido de arena blanca, reservada para las celebraciones nocturnas. La gente de Thomas había defendido los bosques contra los usurpadores ejércitos de Qurong, volviendo siempre victoriosos a este puerto seguro. Era un lugar donde niños con coronas de flores y jóvenes demasiado inexpertos para la guerra corrían por las calles, recibiendo a los guardianes del bosque. Las viviendas eran sencillas pero coloridas. Los habitantes danzaban a menudo hasta altas horas de la noche al son de guitarras, flautas y tambores.
En ese entonces se bañaban juntos en el lago, purificándose de todo rastro de la espantosa enfermedad de las costras.
Pensar que de sus sueños de otro mundo Thomas había traído toda clase de objetos de tecnología avanzada… algo difícilmente imaginable hoy. Una vez él había vivido en dos mundos, despierto aquí mientras soñaba en el otro, y despierto allá cuando soñaba aquí. Allá había amado a una hermana llamada Kara y a una mujer Cuyo nombre era Monique.
Si los libros perdidos, como Ba'al los había llamado, existieran de veras…
Volvió a pensar en la ciudad. Excepto por el palacio en el extremo lejano, y el Thrall, Sue se erigía solitario en el costado cercano, prácticamente Ciudad Qurongi no tenía colores. Grises bloques de lodo y piedra sobrepasados por techos de paja vomitaban humo de las hogueras interiores en que preparaban alimentos. Las hordas aún subsistían de pasteles de trigo, pero en vez de cosechar trigo del desierto como hacían antes, cultivaban trigo verde en los grandes campos despejados de los bosques hacia el sur. La carne era un manjar, reservada principalmente para las clases altas, los sacerdotes y la realeza.
El Thrall se levantaba por encima de la playa del lago, alumbrado por llamas anaranjadas que iluminaban una espiral que se erigía hasta lo alto de tres edificios. Se decía que Ba'al había levantado esta nueva adición, coronada por una imagen de bronce de la serpiente alada. El nuevo anexo que se extendía del muro occidental parecía bastante grande como para albergar a centenares de sacerdotes.
Los libros perdidos estarían en este templo, bajo el ojo atento de Ba'al, o al cuidado de Qurong. Si el siniestro sacerdote tuviera acceso a ellos, sin duda los habría usado.
El pensamiento había cautivado la mente de Thomas en las últimas ocho horas mientras hostigaba el caballo hacia el sur. Si un hombre como Ba'al hallara la manera de entrar al otro mundo… La idea lo hizo estremecer.
Pero aparentemente Ba'al no había usado los libros. La súplica que le hiciera a Teeleh clarificaba que a él no lo habían enviado como a otros. Esto solo podía significar que el sumo sacerdote no tenía los libros.
Qurong debía tenerlos. Suponiendo que existieran, desde luego, lo cual era todo menos seguro.
De cualquier modo, la necesidad de saber había crecido como un monstruo en el interior de Thomas. Tenía la seguridad de que su destino dependía en alguna forma de lo que ocurría en el otro mundo, lo cual también significaba que el destino del círculo estaba ligado al otro mundo. A los libros. Ahora entendía que todo siempre estuvo relacionado con los libros de historias.
– Hola, viejo amigo.
Thomas giró a la derecha, soltándose por un instante del tronco del árbol y asiéndose a unas ramas para afirmarse. Miró directamente a los grandes ojos verdes de un roush de poco más de medio metro de alto.
– Lo siento -se disculpó la peluda criatura cuyos enormes ojos miraban sin parpadear.
Thomas no lograba pronunciar palabra alguna. ¡Es… un roush!
Había pasado mucho tiempo desde que viera uno, incluso empezaba a preguntarse si solo había soñado con las legendarias criaturas que cumplían órdenes de Elyon.
Pero aquí había uno, posado a menos de dos metros, mirando a Thomas como si este fuera un idiota.
– Eres real -logró decir finalmente Thomas.
– Igual que tú. A menos que ahora sea mi turno de soñar.
Entonces reconoció al roush. ¿Podría ser? ¿Michal? ¿Thomas?
– ¿Así que… así que eres tú.
– En persona.
– De veras?
– Ahora me estás comenzando a preocupar. Disfrutamos juntos una inmensa historia, y sin embargo parece que dudaras de mi existencia.
– No. Solo que… no nos hemos visto desde hace una eternidad.
– En realidad, ese es mucho tiempo, además del que aún está por venir. Han pasado diez años, creo -expresó, y rió con la lengua-. Ustedes los humanos tienen muy mala memoria.
– Oh, Elyon, ojalá los demás pudieran ver.
– ¿Fueron tus ojos abiertos a los shataikis? -preguntó Michal-. ¿No fue así?
– Sí.
– Bien entonces. Ahora me ves. Pero eso no significa que yo no haya estado por ahí.
– No, por supuesto que no -contestó Thomas, deseando abrazar a la criatura, estrecharla en los brazos y hundir el rostro en ese cuello peludo.
Pero entonces él ya no era un chiquillo. ¿O sí? ¿Qué era lo que Elyon solía decir?
¿Soy un león, un cordero, o un niño?
Thomas se colgó de una rama más abajo y se descolgó siete metros hasta el suave suelo del bosque. El roush lo miró hacia abajo, inmóvil, luego lanzó una interjección y saltó al aire. Flotó hasta tierra, extendiendo a lo ancho las alas de delgada piel D'anca.
– ¿Has desarrollado temor a las alturas? -inquirió Michal-. Yo…
Eso fue todo lo que el roush atinó a decir. Impulsado por una desesperada necesidad de saber, de tocar y de sentir, Thomas cayó de rodillas, lanzó los brazos alrededor del cuello de la criatura, que apenas era un cuello, apretando el suave torso contra sí.
La sensación de este cuerpo cálido, tan real en sus brazos, lo inundó en tal arranque de emoción que le salieron lágrimas de los ojos. Gozo. Amor. Alivio. Reivindicación y poder.
Samuel estaba equivocado, equivocadísimo.
– Tranquilo, tranquilo. Caramba, la hediondez de esa túnica… por favor, ¡vas a sofocarme!
– Lo siento -se disculpó Thomas echándose hacia atrás y mirando el redondo rostro-. Lo siento.
– Comprendido. No son necesarias las disculpas, pero se aceptan. Me dijeron que te habías disfrazado con esta atroz vestimenta, pero no esperaba tener que usarla -dijo Michal, saltando a su derecha y mirando hacia atrás-. Bien pensado, por cierto. Te introducirá fácilmente en la ciudad. Lo que me preocupa es cómo sacarte.
– Entonces apruebas lo que estoy haciendo.
– No está a mi alcance aprobar o desaprobar. Estoy aquí simplemente con un mensaje. Pero mientras tanto se me podría persuadir a brindar algún consejo. Es decir, si aún valoras el consejo del roush de Elyon.
– Sería un tonto si no lo hiciera. ¿Ha caído tan bajo tu opinión de los humanos?
El roush arqueó una ceja.
– Pues sí, hemos cometido algunas equivocaciones a lo largo del camino.
– Cometeremos -corrigió Michal-. Cometeremos algunas equivocaciones a lo largo del camino.
– Está bien, cometeremos. Pero seguramente todo esto acabará antes de que nos muramos de viejos.
– ¿Es así como piensas? -objetó el roush mirando hacia el bosque-. ¿Que hay un final? ¿Que todo termina cuando mueres?
– No, pero no todo es eterno -explicó Thomas, lo que pareció satisfacer a Michal-. ¿Tienes un mensaje?
Michal miró a Thomas y asintió una vez.
– Los bosques coloridos, igual que Elyon, Hacedor de todo lo bueno, vendrán otra vez -informó como si estuviera recitando poesía-. Este es el inicio y el final pero sigue siendo el principio. Lo primero será lo último y lo último será lo primero-Lo que una vez fue negro será verde. Y lo que una vez fue verde será consumido p°r las tinieblas. Sigue tu corazón, Thomas, porque el momento ha llegado. Llora con los que lloran; implora con quienes ruegan; toca y vuelve a tocar, porque él te dará lo que pidas en ese instante en que todo esté perdido.
Michal respiró hondo y volvió a alejar la mirada.
– Anda al lugar de donde viniste. Crea un camino para que el círculo cumpla con su esperanza.
La noche se silenció. Un ave nocturna graznaba a lo lejos y la brisa hacía susurrar hojas en lo alto.
– ¿Es todo?
– ¿No es suficiente?
– No. Bueno, sí, lo es, pero no es suficientemente.
– Claro es para quien tiene oídos y oye, es perfectamente claro.
– Entonces explícame.
– No puedo.
– ¿Por qué no?
– Se volverá claro con el tiempo. ¿No lo comprendes?
– Comprendo lo que debo comprender -respondió el roush lanzándole una mirada.
– Entonces al menos dime lo que comprendes -pidió Thomas rascándose la cabeza y caminando de un lado al otro-. Me encuentro aquí en un limbo. Acabo de perder un hijo ante los mestizos, el círculo está resquebrajado, los shataikis se han reunido al llamado de Ba'al… ¡mi mundo se está destrozando! Al menos dime cómo salvar a mi hijo.
Michal suspiró y caminó bamboleándose algunos pasos, estabilizándose con un veloz aleteo.
– ¿Has oído hablar de los libros perdidos? Así que él tenía razón.
– He oído rumores…
– Son ciertos. Los siete libros originales de historias se perdieron, tres de ellos dentro de la historia.
¿Dentro de la historia? Estaba a punto de exigir a la peluda criatura que explicara cuando Michal continuó.
Es una larga historia, más de lo que necesitas saber. Pero lo que podría ser útil es saber que estos siete libros no son como los demás libros de historias. Con todos los siete alguien podría volver a escribir las reglas que controlan los libros en blanco.
Como una llave.
– Si te parece. Los libros de historias reflejan la verdad de todo lo que ha ocurrido en la historia. Escribes en uno de los numerosos libros en blanco con la fe de un niño, y creas historia. Pero con todos los siete libros originales en realidad se pueden cambiar las reglas que gobiernan los demás libros.
– Y esos siete libros originales ya no están perdidos, a mi entender.
– Fueron hallados por cuatro guerreros…
– Johnis y…
– Esa es otra historia. Pero vinieron a parar aquí, ocultos en la biblioteca privada de Qurong. Por suerte, Ba'al. Michal hizo una pausa como si considerara qué decir, luego continuó- no sabe que el comandante los tiene, o los habría usado hace mucho tiempo.
– ¿Usarlos? ¿Para volver a escribir las reglas de los libros?
– No, se necesitan los siete para hacer eso. Qurong tiene seis. Pero con solo cuatro de ellos alguien puede descorrer el cerrojo del tiempo que sujeta la historia y viajar dentro de ella.
El corazón de Thomas palpitó con fuerza. La sugerencia fue inmediatamente clara.
– Así que… ¿puedo usar los cuatro libros para volver a la antigua Tierra?
Michal arqueó una ceja y ofreció una tímida sonrisa. Las palabras susurraron en la mente de Thomas. Anda al lugar de donde viniste. Crea un camino para que el círculo cumpla con su esperanza.
– ¿Cómo? ¿Cómo usas estos libros?
– Como estaba diciendo… -expresó Michal y carraspeó-. Una persona puede viajar en la historia si toca con su sangre cuatro libros juntos.
– Cuatro libros -coreó Thomas, levantando cuatro dedos.
– Sí, cuatro libros.
– Que están en posesión de Qurong.
– Sí, que están en posesión de él.
– Qurong los tiene, pero solo Ba'al conoce el poder de los libros.
– Correcto, el comandante los tiene, pero Ba'al ni soñaría en decir lo que sabe respecto de los libros de historias.
– Y si yo me corto y toco cuatro de estos libros entraré a la historia, por así decir-Igual que podía hacer en mis sueños.
– No es del todo igual. Irías físicamente, junto con cualquier cosa en tu posesión.
– ¿Físicamente? ¿Quieres decir de veras, zas, ir?
– Sí, zas.
Thomas parpadeó.
– ¿Y regresar de la misma manera? Zas. -preguntó y chasqueó los dedos.
– Sí. Zas -contestó Michal chasqueando de manera inaudible con los deditos..
– ¿Y es esto lo que se supone que debo hacer? -inquirió Thomas.so depende de ti. Yo solo soy un mensajero, y no puedo afirmar que el mensaje sea tan claro.
– ¿Y cómo se supone que logre hacer volver a mi hijo? Sin Samuel no tengo esperanza.
– ¿He dicho que los libros te ayudarían a encontrar a tu hijo? El razonamiento de Thomas se obstruyó.
– ¿Estás diciendo que él está perdido? -preguntó, andando de un lado al otro, frenético-. ¡No lo aceptaré! Debe haber una manera de salvar a Samuel.
– Yo no he dicho que no la hubiera. Ve. Y vuelve rápidamente antes de que sea demasiado tarde. Hazlo y quizás salves a tu hijo.
Thomas se pasó las manos por el cabello e intentó pensar claramente. La posibilidad de volver a la historia atraía su mente como un poderoso imán a una bola de acero. Tanto él como las historias estaban inexplicablemente ligados. Tal vez porque en realidad él había venido de Denver, Colorado. De Bangkok. Las historias donde esperaba su hermana, Kara.
– Ten cuidado, Thomas -estaba diciendo Michal detrás de él-. Donde existe una gran esperanza también hay una gran maldad. El momento de Teeleh también ha llegado. La sangre fluirá como un río.
– Sí -contestó él distraídamente-. Por supuesto.
¿Estaría Kara aún viva? ¿Monique? Los libros estaban en poder de Qurong. Había tenido razón en venir por ellos, a pesar del riesgo para sí mismo. Se presentaría una nueva esperanza si lograba poner su sangre sobre los cuatro libros y regresar a la historia.
Y entonces llegaría el final.
– ¿A quién le ha llegado el momento? -indagó, volviéndose-. ¿De qué maldad estás…?
Pero no había ningún roush peludo que lo oyera. Thomas miró hacia arriba pero s°lo vio ramas vacías. Entonces volvió a mirar alrededor, examinando el bosque. Michal se había ido.
El roush se había dejado ver después de diez años y dijo lo que había venido a decir. En realidad era el principio del fin.
Thomas miró hacia Ciudad Qurongi, donde esperaban los libros perdidos. Respiró hondo, se volvió a poner sobre la cabeza la capucha de la túnica del sacerdote y corrió.