Capítulo 11

Dos damas luchadoras

I

Estaba empapada de un ligero sudor de puro terror. Jamás la perdonarían, ni Sean, ni su padre, ni nadie; jamás se creerían que no fue Paddy quien vendió la noticia.

Contempló la oscura mañana a través de la ventana del tren, con un ejemplar del Daily News en el regazo, y echó un nuevo vistazo al periódico. Dos detenidos por el pequeño Brian. Los titulares eran enormes, un viejo truco de maquetación que servía para disimular la falta de texto, pero fue el encarte del final del artículo lo que le dolió. Era una descripción en primera persona de la vida familiar del chico A, y trataba sobre la vergüenza y el asombro de los parientes católicos irlandeses que habían abandonado al muchacho. El texto era farragoso, redactado con frases cortas y coloquiales. Para un lector no avezado, su pobre gramática podía parecer torpe y mala, pero Paddy la reconoció empapada de los errores típicos del discurso oral de Heather, que los subeditores habían dejado para que pareciera la voz auténtica de un católico pardillo, de ésos que tienen monstruos diabólicos por parientes.

Acabó de leer el resto del periódico para mantener los ojos ocupados. Caspar Weinberger, el nuevo secretario de Defensa de Reagan, decía que sería capaz de utilizar una bomba de neutrones en Europa occidental si ello le pareciera necesario para preservar la seguridad de Estados Unidos.

Paddy miró el blanco mundo por la ventana y se preguntó si sería posible que Caspar le hiciera el favor de apretar el botón antes de tener que volver a casa aquella noche.

II

Dub no podía creer que Paddy se ofreciera a repartir la nueva edición por todos los departamentos. Nadie se ofrecía voluntario nunca para hacer nada, y repartir los periódicos era una tarea aburrida, sucia y que te dejaba las manos y la ropa perdidas de tinta, pero Paddy no soportaba quedarse sentada ni un minuto más. Cogió el doble de periódicos de lo normal; se le aceleró el corazón mientras los subía y los bajaba por las escaleras.

Estaba cansada pero llena de adrenalina cuando regresó a la redacción y vio a Heather sentada en el borde de una mesa, vestida para la ocasión con blusa blanca y falda roja.

Paddy se detuvo en la entrada, alucinada por su desfachatez. Había esperado que, al menos hoy, tuviera la decencia de no aparecer por la oficina. Miró cómo sonreía a algunos de los chicos de Sucesos, mientras jugueteaba coqueta con una goma elástica entre los dedos, y se dio cuenta de que Heather estaba allí para capitalizar los resultados de su golpe. Le importaba una mierda lo que Paddy pensara de ella.

Heather, consciente de que un cuerpo pequeño y cuadrado permanecía a la entrada, zarandeado por la gente que entraba y salía, levantó la vista y se ruborizó al darse cuenta de quién era. Levantó una mano a modo de saludo hasta que vio la expresión de Paddy. Intentó sonreír, pero Paddy no se inmutó. Heather musitó una excusa y se bajó de la mesa, se puso de pie y se marchó en dirección a las escaleras traseras.

De pronto, Paddy sintió que su voz chillona llenaba toda la redacción:

– Tú -Heather se quedó helada. Paddy la señalaba por encima del hombro-, fuera.

Heather se quedó un momento quieta. Los hombres, fascinados, se quedaron en silencio. Paseaban la mirada de Heather a Paddy y viceversa. Heather tuvo el presentimiento de que el público la apoyaba; se cruzó de brazos y balanceó el peso de su cuerpo sobre una pierna.

– ¿Quieres que hablemos aquí? -Le gritó Paddy-. ¿Les cuento lo que has hecho?

Heather trasladó el peso del cuerpo nerviosamente sobre la otra pierna. En el News, había algunos crímenes que no se perdonaban: robar la cartera de la chaqueta de un colega estaba mal; acostarse con su esposa tampoco era nada bueno; pero utilizar la noticia de otro resultaba del todo imperdonable. Todos calibraban la amenaza de perder una buena noticia.

Heather descruzó los brazos y, en un gesto incómodo, los dejó caer a los lados, donde temblaron y se quedaron paralizados. Se volvió y avanzó a regañadientes hacia Paddy, quien sostenía la puerta abierta y la siguió hasta el descansillo. Paddy le señaló el vestíbulo del ascensor, donde estaba el lavabo de señoras. En la redacción, sonó una estridente ovación burleta, seguida de una ola de carcajadas.

Heather inició su defensa antes de que la puerta del lavabo llegara a cerrarse:

– Sabía que no ibas a utilizar la noticia. Me dijiste que no podías. No vi en qué podía perjudicarte, si tú no lo ibas a hacer. -Se encendió un cigarrillo y le ofreció el paquete a Paddy.

Paddy no cogió ninguno. Miró el paquete y sintió que le temblaba el labio.

– Toda mi familia cree que he sido yo.

Fue el único momento de debilidad, que Heather habría podido aprovechar para solidarizarse y arreglar las cosas, pero estaba asustada y avergonzada y lo dejó escapar:

– Mira, las cosas no pueden ser siempre de color rosa. Yo no estoy en este trabajo para ser simpática. Lo siento, pero éstas son las reglas del juego al que jugamos. -Volvió a cruzar los brazos sobre el pecho, esta vez no a la defensiva, sino en un gesto elegante, con la mano que sostenía el cigarrillo apoyada en el antebrazo. Un limpio hilo de humo se levantaba por encima de las puertas del cubículo, y la hacía parecer más alta.

Había tantos motivos por los que lo que había hecho estaba mal que las palabras se agolpaban en la cabeza de Paddy. Abrió la boca para hablar, pero tartamudeó fuertemente y se detuvo, asombrada de sí misma. A Heather se le abrieron los ojos con expresión triunfante.

– No te molestes -le dijo, poniéndose el cigarrillo entre los labios.

Paddy le dio un bofetón tan fuerte a Heather que el cigarrillo se partió en dos, y la punta rebotó por el suelo de cerámica y rodó hasta detenerse. Seguía echando humo. Se quedaron quietas unos instantes, mirándolo, ambas asombradas, mientras un rubor granate florecía en la mejilla de Heather. Paddy estaba excitada. No debía haberlo hecho. Era una matona. Estaba mal hecho.

Agarró toscamente a Heather por la cabeza y tiró de su densa cabellera rubia por la nuca. Las raíces se desprendían del cuero cabelludo de Heather mientras ella le tiraba de la melena; entonces, la arrastró hacia delante hasta meterla en uno de los cubículos con inodoro, le metió la cabeza dentro y tiró de la cadena. Paddy miró el agua formando un remolino alrededor de la cabeza, atrapando el pelo grueso, absorbiendo la cola hacia el interior de las tuberías. Heather resoplaba e intentaba levantarse, usando toda la fuerza de su espalda. Era muy fuerte, pero Paddy utilizaba su peso, se le apoyaba en el cuello y la mantenía boca abajo. El agua había empapado la blusa de Heather, y Paddy podía ver ahora los ajustes de las tiras del sujetador. Farquarson sería capaz de despedirla por haber atacado a otro miembro del personal. Eso calmaría a Sean, si llegaba a suceder. Incluso podría ayudar a convencer a su familia de que no había sido ella la que había escrito el artículo; y la recesión no podía durar mucho: ya encontraría otro trabajo en algún sitio.

Levantó la mano y dio un paso atrás; contempló cómo Heather se levantaba de un bote, respirando con dificultad, echando la cabeza hacia atrás. Se volvió hacia Paddy, estupefacta, boquiabierta, resoplando para recuperar el aire. Paddy vio el terror en sus ojos y no fue capaz de seguir mirándola. Se volvió y salió del lavabo.

Fuera, en el vestíbulo, Paddy sintió la cabeza a punto de estallarle de rubor. Estaba avergonzada y un poco asombrada de lo que acababa de hacer. Había sido algo innoble, indigno y chulesco, y jamás se habría creído capaz de hacerlo. Deambuló por el descansillo, desde donde escuchaba las voces de la redacción; intentaba desenredar los pelos largos y rubios que le habían quedado pegados a los dedos de la mano derecha, y esperó a que remitiera su rubor.

III

Se estaban riendo de ella. Paddy reparó en sus risitas y miraditas mientras se contaban la historia, y se pasaban las manos por el pelo hasta los hombros para describir el pelo mojado de Heather. Algunos de los chicos en el departamento de Especiales la llamaron y le pidieron que fuera al armario de material y les llevara un par de Lady Wrestlers. [3]

Todos los que volvían de comer en el Press Bar al mediodía parecían estar al tanto de lo ocurrido. Paddy supuso que estarían de su lado, porque Heather era atractiva pero no se liaba con ellos; aunque eso, entonces, le importaba un comino. Sólo era capaz de pensar en lo avergonzados que estarían su madre y su padre. Intentarían creerla cuando les jurara que la noticia no había sido culpa suya, pero se equivocarían. Sabía que los periodistas profesionales debían tomar decisiones difíciles, sonsacar información a la gente y saltarse la confidencialidad de las noticias. Ella había estado dispuesta a robarle una carta al señor Taylor. Un buen periodista tenía que estar dispuesto a meterse por caminos fuera del sendero legal y convertirlos en noticia. Debía haberlo sabido; era una tonta ingenua.

Estaba en el comedor haciendo cola para la comida y practicando mentalmente su disculpa con Sean, cuando Keck se le acercó con una expresión seria y enojada, que reflejaba el malestar de dirección, y le dijo que él iba a llevarles la comida a los chicos de redacción porque Farquarson quería verla.

– Está en su despacho -le dijo mientras se colaba por delante de ella y le daba la espalda como si ya la hubieran despedido.

Paddy bajó las escaleras lentamente y se detuvo en el último descansillo para recuperar el aliento. Estaba decidida a no llorar si la despedían. En el despacho, estaban encendidas las luces laterales y la puerta estaba cerrada, una combinación que solía denotar algún tipo de drama. Llamó a la puerta, y él contestó de inmediato. Entró.

Alrededor de la mesa, había papeles esparcidos por el suelo. Farquarson intentaba abrir una caja de rollitos de azúcar que había robado de la cantina, rasgando con un cúter el plástico grueso que envolvía la caja. Perdió los nervios y tiró del plástico hasta que se rompió de golpe, y todas las barritas cayeron desordenadamente por el suelo. Se agachó, recogió tres y empezó a desenvolver una, mientras le hacía un gesto a Paddy con el que la invitaba a participar.

– Cómete una.

Paddy cogió una y le dio las gracias. Abrió el envoltorio y dio un mordisco con la esperanza de que el hecho de comer juntos estableciera cierto vínculo entre ellos. Los rollitos de azúcar eran casi demasiado dulces hasta para ella. Hechos de patata saturada de azúcar, le provocaban dolor en los dientes e hipersensibilidad en las encías. Farquarson se acomodó en su butaca.

– Meehan -dijo con la boca llena de aquella pasta blanca y pegajosa-. Esta mañana ha llamado un tal señor Taylor para quejarse. Me ha dicho que había sido acosado por dos periodistas del Daily News. -Hizo una pausa para masticar-. ¿Tienes alguna idea de cómo funcionan los sindicatos en este negocio? ¿Sabías que en The Scotsman acaban de hacer una semana de huelga de celo porque un periodista se durmió en una imprenta? Richards te dio permiso para salir en el coche, no para que te presentaras como periodista del Daily News, ni para que robaras cartas de miembros de luto de la sociedad civil. He calmado al señor Taylor y McVie lo va a silenciar, pero no quiero que vuelvas a presentarte ante nadie como periodista. Podríamos tener un lío, ¿lo entiendes?

Paddy asintió con la cabeza.

– Tendrás que acostumbrarte a ser discreta con los sindicatos. Forma parte del trabajo. -Dio un nuevo mordisco-. Y ahora, ¿vas a contarme lo que ha sucedido en el lavabo?

– He discutido con Heather. -Pensé que ella se había peleado con el inodoro.

Fue una broma estúpida. Paddy no supo si era bienintencionada. Se miró los pies y dio una patadita a la pata de la mesa. Él volvió a aclararse la garganta. -No quiero saber por qué lo hiciste…

– Ella es un pedazo de mierda. -Sonó tan viperina que ella misma se sorprendió.

Farquarson levantó la vista con las cejas levantadas.

– Meehan, no voy a hacer de árbitro.

– Pero lo es.

– Mira, la hemos convencido de que no presente una queja formal, y yo de ti lo dejaría estar. Ahora, es la estrella del mes en la planta editorial porque acaba de traernos una noticia muy importante.

– No es su noticia -soltó Paddy-. Es la mía. Callum Ogilvy es el primo de mi novio. Vi una foto suya y me quedé muy alterada y confié en Heather. Mi familia me va a repudiar cuando lean el periódico.

Farquarson se quedó paralizado:

– ¿Ese chico es pariente tuyo?

– Yo jamás habría usado la noticia. -Súbitamente furiosa, sin importarle el despido ni que su vida se hundiera, golpeó la mesa tan fuerte que se hizo daño en la mano-. ¿Y qué tiene que ver ser católico irlandés con nada de eso? ¿Por qué lo menciona en la noticia? Si hubieran sido judíos, ¿lo habrían puesto en el segundo párrafo?

– Lo lamento.

– No está bien.

– Ahora no puedo hacer nada -dijo él inexpresivo-, pero entiendo por qué estabas tan disgustada.

Permanecieron en silencio durante un rato, evitando mirarse. Farquarson dio otro mordisco al rollito, y lo rompió entre los dientes con la máxima prudencia. Masticó sin hacer ruido hasta que Paddy rompió el silencio:

– ¿El niño murió por accidente? ¿Es posible que los chicos sólo jugaran con él?

– No, fue asesinado. Lo mataron.

– ¿Cómo están tan seguros?

– ¿De veras quieres saber los detalles?

Ella asintió con la cabeza.

Farquarson, a regañadientes, echó la cabeza para atrás y luego se limitó a decirle:

– Lo estrangularon y luego le aplastaron la cabeza con unas piedras.

– Dios mío.

– Fue algo brutal: le metieron cosas dentro, palos, por el ano.

Farquarson miró hacia abajo, al dulce que tenía en la mano, súbitamente asqueado, y lo dejó sobre la mesa.

– ¿Podría tratarse de los chicos equivocados?

– No. Sus zapatos coincidían con las huellas que había en el lugar donde se encontró el cadáver, y llevaban la ropa manchada de sangre del niño.

Paddy empezó a sacudir la cabeza antes de que él acabara de hablar.

– Bueno, las manchas de sangre podrían tener alguna otra explicación. Se las podían haber puesto. Alguien pudo habérselas puesto.

Farquarson no consideraba la posibilidad de un error.

– El chico Ogilvy se echó a correr; cuando fueron a su colegio, antes incluso de que mencionaran al niño, intentó huir.

– Eso no significa que sea culpable -dijo ella, recordando el arresto de Paddy Meehan y la brutal huida de James Griffith-. Podía tener varios motivos para intentar escapar. Tal vez sólo estuviera asustado.

Farquarson se reclinó, cansado de pronto de escuchar a la díscola chica de los recados.

– Bueno. -Señaló el montoncito de rollitos-. Llévate uno para el viaje y dime: ¿ha llegado ya algún chico de los del primer turno?

– Un par -dijo Paddy, preguntándose qué era lo que podía querer de ellos. Tenían pinta de no hacer nunca nada-. ¿Cuáles le interesan?

– Da igual -dijo Farquarson-. Son intercambiables.

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