Capítulo 24

Una sopa imposiblemente sofisticada

1981

La camarera le llevó una taza de té y dos huevos escalfados con una tostada. Era una cafetería a la que nunca iba nadie del News porque estaba al final de una calle muy empinada, al lado del hospital maternal de Rotten Row. Tenía los platos descascarillados, las tazas manchadas, pero era un lugar limpio por los cuatro costados y el dibujo de la fórmica de las encimeras se había ido borrando por el insistente fregoteo y los detergentes. A Paddy le gustaba aquella sala cálida; le gustaba que utilizaran mantequilla en vez de margarina, y que te prepararan los huevos al momento. El gran ventanal que daba a la calle estaba siempre empañado, lo que reducía el mundo exterior a un desfile de fantasmas. Paddy había elegido los huevos escalfados con tostada porque se parecían un poco a la dieta de la clínica Mayo: al fin y al cabo, los huevos eran huevos.

Se sacó el sobre de los recortes del bolsillo y metió dos dedos dentro con los que sacó los periódicos doblados y amarillentos para leerlos mientras comía. Los artículos no se habían leído durante años y el papel estaba seco, uno encima de otro, formando un pulcro paquetito. Los aplanó con cuidado y les echó una ojeada; encontró una entrevista con Tracy Dempsie del momento inmediatamente posterior a que hallaran a Thomas muerto, pero antes de que acusaran a Alfred. Tracy decía que quienfuera que le hubiera hecho aquello a su lujo merecía ser colgado y que era una lástima que ya no se colgara a la gente porque así es como a ella le gustaría ver al culpable. Hasta en la versión corregida de sus declaraciones sonaba un poco loca.

Otro artículo dejaba claro, a través de dudas e insinuaciones, que Tracy se había marchado del hogar de su primer marido para estar con Alfred. Parecía que se habían conocido en un salón de baile, lo cual era una manera fina de decir que, a pesar de estar casada, Tracy se paseaba por el mercado de la carne en busca de un hombre. Las fotos no la mostraban ni un minuto más joven a como Paddy la había conocido. Llevaba el pelo recogido exactamente igual, pero la piel de la cara parecía menos flaccida. Estaba sentada en un salón lleno de juguetes desparramados y aferrada a una foto de su pequeño. Thomas era un niño de ojos grandes y pelo rubio rizado por las puntas. Sonreía a la persona que le hacía la foto estirando cada músculo de su carita.

Tras releer el texto de los largos artículos, se quedó impresionada por la belleza de los textos. El lenguaje era tan fresco que, donde fuera que se posaran sus ojos, se deslizaban sin esfuerzo hasta el final del párrafo. Buscó la firma y se dio cuenta de que estaban todos escritos por Peter McIltchie. Se quedó pasmada: jamás había considerado a Dr. Pete capaz de producir un texto publicable. Ni siquiera confiaban en él para hacer algo en sustitución de la columna de día festivo del Honest Man, un despreciado artículo de opinión semanal que se ajustaba cínicamente a los prejuicios de los lectores fruto de la más pura desinformación. La asignación de esta columna era un signo más que evidente de que un periodista estaba acabado, era el equivalente profesional a las campanadas de muerte.

Paddy se limpió cuidadosamente la grasa de los dedos con una servilleta de papel antes de doblar los recortes por sus claras líneas de pliegue, y los amontonó uno encima de otro siguiendo el orden cronológico para luego volver a guardarlos en el sobre rígido de color marrón. Se acabó su último trozo de tostada con mantequilla y se levantó para ponerse el abrigo.

Terry Hewitt estaba de pie frente a ella con su cazadora negra de cuero con los hombros rojos. Si a Sean lo habían hecho con regla, Terry era un esbozo, con toda la camisa arrugada y la piel irregular. Tenía los dedos sobre el respaldo de una silla; miraba hacia otro lado y arrugaba la frente, como si estuvieran acabando una conversación en vez de iniciarla. Esbozó una sonrisa durante un segundo.

– ¿Qué haces tú aquí?

– Pues almorzar. -Estuvo a punto de hacer una broma o un comentario jocoso sobre lo gorda que estaba, pero se detuvo al acordarse de que la había llamado «gordinflona» en el Press Bar. Recogió su bolso y se puso el abrigo-. Te dejo mi mesa.

Se volvió para marcharse, pero Terry se acercó y le tiró de la manga.

– Espera, Meehan. -Se sintió algo incómodo y avergonzado por la intimidad que representaba usar su nombre-. Quiero hablar contigo.

Paddy se puso en guardia:

– ¿De qué?

Él sonrió y los labios volvieron a retrocederle por encima de los dientes. A Paddy le gustaba eso. Le hacía parecer dubitativo.

– Del pequeño Brian; te oí hablando con Farquarson.

Ella se detuvo y cruzó los brazos.

– No estarás intentando robarme el artículo, verdad? Porque ya he tenido bastante esta semana.

– Si quisiera robártelo, no estaría aquí, ¿no crees? Me interesa el tema.

Levantó las cejas y miró hacia su silla para invitarla a sentarse con él. Ella dejó un momento de lado su resentimiento y se imaginó que tal vez su flechazo podía ser correspondido, aunque sólo fuera un poco; pero, a los chicos como Terry Hewitt, les gustaban las chicas de buena familia, chicas con el cuello esbelto y la cabellera densa que iban a la universidad a estudiar teatro.

Paddy se volvió a poner en guardia.

– Oí que le preguntabas a Dr. Pete quién era yo.

Él pareció sorprendido.

– No lo recuerdo.

– En el Press Bar. Te oí preguntarle quién era aquella gorda.

Se puso rojo como un tomate.

– Ah -dijo dócilmente-, no me refería a ti.

– ¿Ah, no? ¿Tal vez estaba Fattie Jacques en el bar ese día?

Él volvió la cabeza para evitarle la mirada.

– Sólo quería saber quién eras, eso es todo. Lo siento. -Se encogió-. Eran los chicos del turno de mañana, ¿sabes? No podía ser muy buen…

– Eso no es excusa para ser un maldito grosero. -Pareció más enfadada de lo que realmente estaba.

El chico levantó una mano suplicante.

– Si quisieras saber quién soy yo, ¿qué les preguntarías? ¿Quién es el chico guapo de tipazo perfecto? -Se dio cuenta de que ella titubeaba-. Si me das diez minutos, puedo invitarte a un Blue Riband.

Era el bizcocho de chocolate más barato que había. Paddy sonrió y subió la apuesta:

– Más una taza de té.

Se rascó la barbita.

– Eres una mujer muy dura, pero está bien.

Con fingida reticencia, ella dejó caer el abrigo por los hombros y volvió a ocupar su silla. Terry se sentó delante y puso la mano plana sobre la mesa como si tuviera la intención de acercarla y tomar la suya. La camarera les tomó nota de dos tazas de té, un bol de sopa y un bizcocho de chocolate. Paddy había pensado que iba a tomar un almuerzo de tres platos.

– No tengo mucho tiempo.

– Es sólo una sopa.

Sólo iba a tomar sopa. Jamás había conocido a nadie que se sentara a almorzar una sopa. La sopa, en todo caso, podía ser un precursor aguado de una comida, algo para llenar la mesa del pobre para que los niños no se comieran todas las patatas. Miró a Terry con admiración renovada. Parecía muy sofisticado.

Volvió a desplegar su sonrisa reticente, y ella se dio cuenta de que la estaba enjabonando. Se preguntó si las otras mujeres tenían también debilidad por los hombres hermosos. No parecían hablar nunca de ello.

– ¿Me pareció oír que estabas emparentada con alguien del caso?

Ese habría sido un buen momento para mencionar a su novio, pero no estaba segura de si todavía lo tenía.

– ¿Cómo puedo saber lo que oíste? No habíamos hablado nunca.

– Lo sé, y es una pena -le dijo, y la hizo sonreír.

La camarera volvió directamente con las dos tazas de té fuerte y marrón y la sopa de él. Terry usó su cuchara para tomar la sopa con impecables maneras.

– Quería pedirte que trabajemos juntos en la redacción del artículo sobre el caso anterior.

– Esta es una idea mía, ¿por qué iba a querer que trabajaras conmigo?

– Bueno, he pensado en eso: podría ayudarte a redactarlo. Si quieres salir del banquillo, querrás que Farquarson utilice buena parle de tu redacción inalterada; de lo contrario, te consideraran una mera investigadora. Es más difícil de lo que te imaginas, y yo tengo experiencia escribiendo artículos largos.

Paddy sabía que exageraba un poco lo de la experiencia. Había llevado su artículo a la imprenta una o dos veces y lo había leído por las escaleras. Era bueno, pero no tanto. Aun así, al menos, sería capaz de organizar bien las ideas, enseñarle cómo pasar de un párrafo a otro y cómo no implicarse. Era la oportunidad idónea para que su nombre saliera en alguna parte.

– Podría hacer de Samantha, tu adorable asistente. -Se dio unas palmaditas al pelo-. Añadir un poco de glamur a la función.

Paddy sonrió aun sin querer. Terry era arrogante; lo había visto aliarse con cierta gente en la redacción, con los listos que elegían las buenas noticias y sabían lo que pasaba. Era descaradamente ambicioso, y estaba ansioso por abrirse un espacio propio en el mundo. Si besaba a una chica, no iba a mostrarse mojigato al respecto. Él no era de los que trabajaban anónimamente con los pobres, ni de los que se negaban a mantener relaciones sexuales hasta la noche de bodas. Él era el anti-Sean.

– Sé dónde vive uno de los chicos. Estuve en su casa.

– Entonces, ¿es pariente tuyo?

Paddy no quería mencionar a Sean, quería mantenerlos separados.

– Un pariente lejano.

– ¿Por eso tienes tanto interés en el caso?

– No, estoy interesada porque la policía se está saltando muchas cosas. Los chicos desaparecieron durante horas. Luego, se llevaron al pequeño más allá de Barnhill, que es donde ellos viven. Allí hay kilómetros de terreno abandonado y lleno de maleza, pero ellos se lo llevaron mucho más lejos, a Steps. Después, supuestamente, cruzaron la vía, perpetraron el crimen y tomaron otro tren de vuelta a la ciudad, pero nadie los vio ni en el tren, ni en el parque de columpios, ni cuando iban de vuelta a Barnhill. Por lo que sabemos, los podrían haber llevado de vuelta en helicóptero.

– Fueron vistos en el tren. El viernes pasado apareció un testigo.

A ella se le encogió un poco el corazón.

– Los testigos se pueden equivocar.

– Éste parece bastante sólido: es una mujer mayor, no es el típico buscador de fama. La policía debe de estar muy segura, porque de lo contrario no habrían dicho nada de ella.

– Ya, bueno. -Paddy sorbió un poco de su té-. Sólo porque estén seguros…

Miraron los ecos de los coches y autobuses que pasaban frente a la ventana empañada. Paddy quería hablarle de Abraham Ross, de cómo la policía se había asegurado de que elegía a Meehan en una rueda de reconocimiento. El señor Ross estaba seguro de que Meehan era el culpable. Se desmayó de lo seguro que estaba, pero cambió de opinión justo antes del juicio. Los testigos podían estar influidos, podían cambiar de opinión. Esa mujer podía ser una idiota.

– Yo tengo coche -dijo Terry de pronto, vacilando porque sonaba como si estuviera fanfarroneando. Se miraron el uno al otro y se echaron a reír.

– Pues qué bien -dijo Paddy-. Yo soy capaz de comerme mi propio peso en huevos duros.

Lo dijo en parte como referencia a su dieta milagrosa, en parte como fanfarronada sin sentido. Terry no entendió ninguno de los dos sentidos, pero le pareció terriblemente divertido, tan divertido que perdió su sonrisa indecisa a favor de una carcajada abierta y sonora. Para ser una primera conversación con el objeto de un enamoramiento a distancia de larga duración, estaba saliendo increíblemente bien.

– No -dijo él-, no lo decía para presumir de coche. Lo que quería decir es si quieres venir a Barnhill conmigo para echar un vistazo. Mañana estoy liado, pero podríamos ir el viernes, después del trabajo.

Dudó. El sábado era San Valentín, y a ella le habría gustado estar en casa el viernes para esperar la llamada de reconciliación de Sean.

– Me sentiría más protegido -prosiguió él-. Es un barrio un poco duro, y yo soy un aficionado, no un luchador.

Era la primera vez en su vida que Paddy oía a un tipo de Glasgow reconocerse abiertamente incapaz de vencer a cualquiera, independientemente de las circunstancias, en una pelea.

– Necesitarás la protección. Aquello es un poco siniestro. ¿Podría ser el sábado por la tarde?

– Excelente -dijo Terry brindando con ella con su taza-. Si hacemos un buen equipo, tal vez podamos hacer también un par de párrafos sobre la marcha de apoyo a los de la huelga de hambre. -La marcha estaba prevista para el sábado, y todo el mundo en Glasgow sabía que habría altercados. Si se hubieran hablado, Trisha le habría prohibido ir-. Podrías traer tus ojos papistas y decirme lo que ves.

– ¿Cómo sabes que soy del Papa?

– ¿No es Patricia Meehan tu nombre secreto?

– No, mi nombre secreto es Patricia Elizabeth Mary Magdalene Meehan.

Él sonrió.

– ¿María Magdalena?

– Es mi nombre de confirmación -le explicó-. Cuando te confirmas, eliges a un santo que te gusta o al que quieres emular.

– ¿Y tú querías emular a una prostituta?

Ella sacudió la cabeza.

– Yo no sabía lo que hacía para ganarse la vida, y era la única mujer que trabajaba.

Se sonrieron.

– El sábado me va bien.

– Pero vayamos de día -dijo ella, por si acaso él pensaba que tenía alguna otra intención.

– Estupendo.

Paddy se inventó una mentira elaborada: quedaría con él, pero el sábado tendría un asunto urgente que resolver en el centro, de manera que sólo podrían quedar en el extremo más alejado de King Street, en una parada de autobús que estuviera lo bastante lejos del periódico como para estar seguros de que nadie los vería juntos. Terry le lanzó una sonrisa a través de la mesa mientras ella hacía los planes, sabiendo por qué lo hacía. Hasta la sospecha de pasar tiempo libre con un hombre del periódico podía equivaler a la muerte civil.

En el exterior del café, los autobuses de la hora del almuerzo pasaban traqueteando, llenos de mamás con niños pequeños y estudiantes del politécnico. Estaba en una callejuela de una carretera principal y fuera no tenía ni un cartel. Ella sólo lo conocía del tiempo en que Caroline estuvo en el Rotten Row, cuando dio a luz al pequeño Con.

– ¿Cómo me encontraste aquí arriba?

– Vienes mucho por aquí, ¿no? Te he visto.

Estas palabras quedaron colgando entre los dos, tan sorprendentes como un inesperado beso en los labios, y, de pronto, Terry pareció nervioso.

Le dio un golpecito en el brazo.

– Hasta pronto -dijo, y dio media vuelta para marcharse calle abajo como un transeúnte rápido y enojado.

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