Capítulo 32

No me gustan los lunes

I

Se despertó más consciente del día que tenía por delante que del fin de semana que acababa de pasar. Terry iba a entrar pronto para sacar todos los recortes del caso Dempsie y evitar que alguien más los pudiera usar. Llamaría a las comisarías y luego intentaría hablar con McVie y con Billy, quien probablemente fuera una fuente de información menos interesada, para averiguar si aquella noche le había ocurrido algo a Naismith. Luego tantearía a Farquarson y le preguntaría si podían escribir el artículo ellos mismos. Esperaba que Terry fuera un buen señuelo; desde luego, ella sola no lo era.

A la hora del desayuno, su familia no advirtió ningún cambio en ella. Trisha le preparó tres huevos duros como gesto de reconciliación, y Gerald le pasó la leche para el café antes de que ella la pidiera. Se sentó y comió entre ellos, observando cómo se pasaban el cestito de las tostadas del uno al otro, y cómo Trisha servía el puré de avena. Paddy actuaba con normalidad, con la cabeza perdida en el fin de semana y sus pensamientos saltando entre el furgón de Naismith, la manifestación y la cama de Terry Hewitt.

La escarcha le daba a todo un aspecto cortante, y el débil sol no era capaz de levantar el hielo de la tierra. Hasta el aliento de Paddy formaba una nube de cristales afilados mientras se apresuraba cautelosamente por los resbaladizos andenes de la estación.

Encontró sitio en el tren y se dejó caer pesadamente en el asiento, haciendo una mueca al sentir cierta irritación en la entrepierna, y eso le provocó un estremecimiento mayor del que le había provocado el propio sexo. Se vio a sí misma sentada en el coche de Terry, mirándolo volver del furgón de Naismith, pensó en la roca fría e húmeda de la colina ventosa. Ahora Sean podría salir con otras chicas si quería. Podía hacer manitas con ellas y besuquearlas y prometerles un futuro acogedor. Con el tiempo, ella no sería más que alguien que conoció en el pasado.

Cuando vio a Terry Hewitt de pie junto a la puerta del edificio del Daily News con las manos en los bolsillos, con una pierna doblada y apoyada en la pared de detrás, de alguna manera percibió que quería parecerse a James Dean; pero se parecía más a un chico regordete apoyado en la pared. Ella estaba todavía lejos y, tras abandonar su pose, miró carretera abajo para buscarla, ya que sabía que venía de la estación. Cuando advirtió su silueta a lo lejos, el abrigo acolchado y los botines, que correteaba hacia él, reaccionó torpemente y, avergonzado, recuperó su postura. No volvió a levantar la vista hasta que ella no estuvo a muy pocos metros. Parecía enojado.

– Te reclaman en el despacho de la Bestia Jefe, de inmediato.

Paddy consultó el reloj.

– Pero si está a punto de empezar la reunión de la sección editorial.

– De inmediato.

Se volvió, dispuesto a guiarla hasta arriba, pero ella lo cogió por detrás de la chaqueta.

– Mierda, Terry, ¿qué ha pasado?

Él no se detuvo, ni siquiera se volvió. Le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera, y la condujo por el vestíbulo de mármol negro. Los zapatos de suela metálica de Terry repiqueteaban y hacían eco por el frío techo y paredes. Las dos Alisons giraron la cabeza simultáneamente y los observaron cruzar la estancia. Paddy entendió que era un asunto grave. No sólo habían mandado a Terry a buscarla para que la llevara directamente al despacho de Farquarson, sino que él la llevaba por la entrada formal, la entrada de los forasteros que no formaban parte del periódico.

Terry saltó escaleras arriba frente a ella, y Paddy le dio un golpecito a la pierna.

– Para -le rogó, pero él no lo hizo. Siguió avanzando, y ella no tuvo otra opción que seguirle-. Terry, por favor… -Y él aceleraba, como si intentara huir de ella.

Cuando alcanzaron la planta de la redacción, ella ya no podía con su alma. Estaba a punto de iniciar una nueva súplica, pero él cruzó el descansillo con dos zancadas y abrió las puertas de la redacción de par en par. Nadie levantó la vista para mirarlos; ni una cabeza se levantó, ni una mirada extraviada se posó sobre ellos mientras Terry la guiaba por los treinta metros de moqueta hasta el despacho de Farquarson. Hasta Keck mantuvo la vista agachada cuando ella pasó frente al banquillo, fingiendo no haberla oído murmurar un ansioso «hola» al pasar por delante de él. Sólo Dub la miró, con cierta tristeza, y ella tuvo la sensación decidida de que le estaba diciendo adiós.

Los estores venecianos negros estaban corridos, la puerta cerrada. Terry llamó un par de veces, haciendo vibrar el cristal mal fijado, y abrió la puerta. Dio un paso atrás para dejarla entrar delante de él, y Paddy cruzó el umbral.

Farquarson estaba solo, inclinado sobre su mesa, moviendo alternativamente dos párrafos de entradilla cortados sobre una prueba de página. Se reclinó y miró distraídamente a Hewitt, ignorando por completo a Paddy. Ella llevaba todavía el abrigo puesto y de pronto sintió mucho calor.

– ¿Jefe?

Se secó la frente con la manga. Sintió todos los ojos de la redacción posados sobre su espalda, que le miraban las gotas de sudor en la nuca, y se fijaban en lo gorda que estaba.

– Thomas Dempsie. -Farquarson lo dejó colgando en el aire, como si se tratara de una orden.

Ella casi temía moverse.

– ¿Qué quiere decir?

– Tenías razón. Al final, resulta que está relacionado con Brian Wilcox.

Paddy miró a Terry, que sonreía detrás de ella. Un editor de Sucesos que se sentaba detrás de una máquina de escribir la miró directamente a los ojos. Keck permanecía sentado en el banquillo, de espaldas a ellos, y los escuchaba, y ella pudo percibir por la postura de su cabeza que estaba deprimido.

– Bueno, éste es el plan -prosiguió Farquarson-. Redactaréis un artículo para contar el caso Dempsie de manera directa; no debería ser demasiado duro. Si no es una basura absoluta, lo utilizaremos como encarte la semana que viene.

– ¿La semana que viene? ¿No deberíamos esperar al juicio?

Terry sonrió triunfante y le dio una patadita al tobillo.

– La buena noticia es ésta: no va a haber ningún juicio. Naismith ha confesado.

– ¿Qué?

– Todo. Ha confesado haber matado a Thomas Dempsie, haber secuestrado a Brian Wilcox y haber obligado a los muchachos a matarlo; y también, el secuestro y asesinato de Heather Allen…, todo.

Ella frunció el ceño.

– ¿Qué motivos puede tener para confesarlo todo?

– Bueno -dijo Farquarson-, encontraron pruebas en su furgón que lo relacionan con la muerte de Heather, y sangre que coincide con la de Brian Wilcox.

Paddy volvió la cabeza hacia Terry, que seguía sonriendo junto a la puerta.

– Pero ¿por qué confesar ahora, de pronto? ¿Y por qué reconocer lo de Thomas Dempsie ahora, después de tantos años? Así está limpiando el nombre del tipo que le robó a la esposa.

Farquarson se encogió de hombros.

– Tal vez se sintiera mal.

Terry asintió animosamente.

– Tenía adhesivos de Jesucristo por todo el furgón. Tal vez quisiera lavar sus pecados.

– Los adhesivos de Jesucristo deberían haberle hecho dejar de matar, no confesar después de que lo pillaran. -Quería creerlo, pero, simplemente, no podía-. ¿El otro día estuvo a punto de matarme por lo que yo sabía, pero ahora quiere abrir el pecho?

Farquarson no tenía mucho tiempo para sumergirse en las oscuras profundidades de las almas humanas.

– A la mierda con esto. Los cargos contra los chicos se han reducido a complicidad en asesinato. Les irá mucho mejor. Es una buena noticia.

Ella asintió, tratando de convencerse de que Farquarson tenía razón: era una buena noticia.

– Hemos quedado con los parientes cuando finalmente podamos acceder a ellos, después de que Naismith haya sido acusado.

– ¿De qué conocía a los chicos?

– No lo dijeron. -Farquarson miró a Terry-. Creo que viven en el mismo barrio que él.

Terry asintió:

– Solían merodear por donde estaba el furgón; los vecinos se lo dijeron a la policía. James O'Connor, el otro chico, tiene al padre y a la madre ausentes. Vive con sus abuelos.

– ¿Ausentes?

– Son alcohólicos.

– Ya, estupendo -dijo Farquarson para cortar la conversación-. De modo que J.T. entrevistará a los chicos. Meehan, tú puedes ponerte en contacto con él, contarle los detalles sobre su historial, cosas así.

– Yo quiero a Callum -dijo ella en voz alta-. Quiero entrevistar a Ogilvy yo misma.

Farquarson se quedó atónito.

– Ni en broma. Es demasiado importante.

– Si J.T. lo entrevista, lo hará de manera brutal. Hará aparecer a Callum como un cretinillo malvado, y no lo es. Yo puedo conseguir entrevistarme con el chico antes que nadie, y Terry puede ayudarme a redactarlo.

Estuvieron veinte minutos discutiendo las ventajas y los inconvenientes. Farquarson no iba a poder estar corrigiendo todo el tiempo, Paddy debería entregar un texto ya digno de publicación. El auténtico problema era obtener la entrevista mientras hubiera gente que todavía se interesara por el tema. Paddy mintió y dijo que ya había hecho los pasos para obtenerla y verlo aquella misma semana. Si Sean se ponía borde, la habría cagado.

Al final, Farquarson le pidió que entregara un texto de ochocientas palabras sobre Dempsie antes del viernes y que le diera el material de la entrevista a medida que lo fuera teniendo.

– Entre nosotros -añadió mientras se reclinaba en su silla-, dejadme que os diga que odio a los pequeños capullos precoces como vosotros dos y que sólo espero que cuando tengáis veinte años ya os hayáis quemado. Y, ahora, fuera.

Cuando la puerta se hubo cerrado detrás de ellos, Terry le dio un golpecito al brazo y la felicitó delante de toda la redacción. Apurada pero agradecida, Paddy miró a su alrededor y se cruzó con la mirada de un subeditor de Especiales que le dedicaba una pequeña sonrisa de reconocimiento con la comisura de los labios, como si no la hubiera visto nunca y ahora se interesara por lo que tenía que decir. Kat Beesley levantó las cejas hacia ella a modo de felicitación. Paddy buscó a Dr. Pete con la esperanza de que ya se hubiera enterado de su trabajo, pero no lo vio.

Cuando volvió a sentarse en el banquillo, se sintió un poco tonta. Dub le dijo que estaba contento pero se separó de ella y respondió a todas las llamadas y encargos que llegaban, al tiempo que le evitaba la mirada. Keck le sonrió, pero ambos percibían que aquél ya no era el puesto de Paddy. Siguió los surcos de la madera con el dedo gordo y le costó creerse que aquello tan bueno le estaba ocurriendo, después de todas las pequeñas traiciones cometidas durante las últimas semanas.

II

Paddy lo notaba: ya tenía un pie fuera del banquillo. Los editores la miraban directamente cuando le pedían tazas de té; los periodistas hablaban con ella, le hacían comentarios, reconocían su existencia. Keck le hacía la pelota. Era como un déja vu de cuando iba al colegio y dio una conferencia sobre el caso Paddy Meehan a su clase de inglés en la que dio a entender que Meehan había caído en desgracia por el hecho de ser católico. Su insinuación tuvo un éxito especial entre los estudiantes del Trinity, y su trabajo le permitió cambiar de estatus, de gorda insignificante pasó a ser considerada una pensadora profunda y la defensora de las libertades futuras de todos ellos. A medida que se hacía mayor, fue deduciendo que el motivo por el que le tendieron una trampa fue su condición de socialista comprometido, pero, más tarde todavía, se dio cuenta de que lo habían elegido porque tenía antecedentes y ninguna coartada. Por muy falsa que fuera la premisa de su éxito social en el colegio, ella lo había disfrutado a fondo, y ahora le ocurría lo mismo. Ni el recuerdo de Heather Allen ni la nueva libertad de Sean podían empañar el cálido estremecimiento de la ambición. Ahora podía verse a sí misma andar de noche frente al banquillo, mirar los surcos hechos con sus uñas mientras se disponía a salir hacia algún lugar sorprendente. Se veía por la mañana, advirtiéndolos cuando llegaba al trabajo desde su propio apartamento, o recién levantada de la cama de su amante, o volviendo de cubrir una noticia importante.

A la hora del almuerzo, en vez de merodear por la ciudad, se fue directa a la cafetería y vio a Terry Hewitt sentado en una mesa llena junto a la ventana. Él le hizo un gesto para que se acercara.

– Te he guardado un sitio -le dijo ilusionado por verla.

– ¿Cómo sabías que iba a almorzar a esta hora?

– Keck me dijo que saldrías hacia la una.

Preguntarle a Keck cuándo iba a almorzar Paddy parecía un poco pegajoso y servil, pero Paddy trató de no poner mala cara ni de decir nada malicioso. Era norma de la casa aprovechar cualquier oportunidad para tirarse los trastos a la cabeza, pero ella se había prometido no ser así.

– ¿Te traigo una taza de té? -dijo.

Terry agachó la cabeza, y aguzó el oído.

– Vale.

Ella se puso a la cola como todo el mundo y enfrió las manos sobre el tubo de acero de la barandilla de delante de los mostradores. Un periodista a quien había llevado té cientos de veces se volvió al verla esperar detrás de él.

– Ah, eres tú.

Paddy asintió con modestia.

– Siempre pensé que eras una poco tonta.

Ella supo que lo decía irónicamente, a modo de cumplido. Miró a su alrededor para ver quién más la estaba admirando y vio a Dub de pie detrás de ella.

– Hola -dijo Paddy-. No te había visto.

Dub levantó el mentón a modo de saludo.

– ¿Qué ocurre contigo hoy? -añadió ella con la esperanza de que él le preguntara lo mismo.

– Nada -dijo Dub al tiempo que desviaba la vista hacia los rollitos que se secaban en su bandeja.

– Terry y yo estamos en una mesa de la ventana, ¿por qué no vienes a sentarte con nosotros?

Era una invitación a la mesa importante, y los dos lo sabían.

– No, estoy bien. Tengo cosas que hacer por el centro.

– Oh. -Paddy se quedó decepcionada.

– De todos modos, buen trabajo. Ya me lo han contado.

– Gracias, Dub. Lo voy a celebrar, por eso quería que te sentaras con nosotros.

Dub se encogió de hombros, todavía un poco reticente. Ella no quería que dejaran de ser amigos sólo porque había tenido un poco de suerte. Señaló el recipiente de los flanes.

– Hoy tomaré sólo un postre.

Dub hizo una sonrisita burlona.

– ¿Y a mí qué me cuentas? ¿Acaso soy tu biógrafo? Deja ya de hablar de ti misma.

Los dos se rieron ante su desfachatez, y Mary la Terrorífica chocó con el cucharón contra la bandeja porque era el turno de Paddy y no estaba atenta. Mientras pedía dos tazas de té y un bizcocho con flan, Dub la adelantó en la cola. Cuando ella se volvió a hablar con él, ya se había marchado.

Terry se sentaba junto a la ventana, en la parte interior de una mesa larga, y guardaba celosamente el asiento de delante de él. Ella le dio el té y le dedicó una mirada de advertencia cuando lo pilló mirándole el cuerpo.

– Perdona -dijo Terry con la ilusión clavada en la garganta-. Bueno, y ¿qué planes tienes ahora?

– Bueno, tenemos que volver a ver a Tracy Dempsie y obtener una foto de Naismith.

– Podríamos ir hoy, después del trabajo.

– No puedo. Prometí hacer una cosa.

Él la miró con los ojos tristes y muy abiertos.

– Pero tenemos que planificar la entrevista, elaborar una lista de preguntas.

– No puedo, lo siento. Prometí ir a un sitio. Mañana entro tarde, podríamos ir por la mañana.

– ¿Por qué no puedes hacerlo hoy?

– No puedo y punto.

– Tiene que ver con ese hooligan memo tuyo, ¿no?

Paddy se dio cuenta de que lo lamentaba tan pronto como acabó de hacer el comentario.

– No conoces a Sean -dijo cortante-. No es ningún hooligan. Es un tío encantador.

Terry levantó una mano a modo de disculpa.

– Está bien.

– Es un buen tío -insistió ella.

Él asintió:

– Vale.

Pero sus ojos sonreían y ella supo que había traicionado a Sean. Era como si el sexo fuera un asunto entre él y Terry, y ella fuera tan sólo una gordinflona secundaria.

Los redactores de la mesa les sonrieron al verlos marchar, y ocuparon las sillas que habían dejado libres.

– Por cierto -dijo Terry cuando bajaban-, ¿te has enterado de lo de Pete?

No había pensado en Pete desde primera hora de la mañana y, de pronto, sintió una punzada de culpa al darse cuenta de que todo se lo debía a él.

– ¿Qué le ocurre?

– Está en el Royal. -Terry frunció el ceño-. Anoche, una ambulancia se lo tuvo que llevar del Press Bar después de cerrar.

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