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Laurie Prine miró por encima de la pantalla de su terminal y sonrió al verme entrar. Yo había confiado en que la encontraría allí. Pasé al otro lado del mostrador, cogí una silla del escritorio más próximo, que estaba vacío, y me senté a su lado. Parecía que había un descanso en la biblioteca del Rocky.

– Oh, no -dijo cariñosamente-. Cuando tú llegas y te sientas ya sé que va para largo.

Se refería a las extensas peticiones de búsqueda que solía hacerle cuando preparaba mis reportajes. Muchos de los reportajes de sucesos que yo escribía giraban en torno a noticias sobre la aplicación de la ley publicadas en todo el país.

Siempre tenía que saber qué más se había escrito sobre el tema y dónde.

– Lo siento -le dije con fingida contrición-. Ésta vez puede que te haga pasar el resto del día con Lex y Nex.

– Eso si es que logro conectarme. ¿Qué necesitas?

Tenía un discreto atractivo. Siempre llevaba el cabello negro recogido en una trenza, tenía unos ojos castaños tras las gafas de montura metálica y unos labios carnosos que nunca se pintaba. Agarró un cuaderno de notas, se ajustó sus gafas y cogió un bolígrafo, dispuesta a anotar la lista de cosas que yo quería. Lexis y Nexis eran unas bases de datos informatizadas donde se podía consultar información publicada en la mayor parte de los grandes y no tan grandes periódicos del país, así como resoluciones judiciales. Proporcionaban también enlaces para acceder a otros lugares de interés de las autopistas de la información. Si querías saber lo que se había escrito sobre un tema determinado o una noticia en particular, la red Lexis/Nexis era el lugar adecuado para empezar.

– Suicidios de policías -le dije-. Quiero encontrar todo lo que pueda sobre ello.

Puso mala cara, supongo que sospechaba que la búsqueda se debía a motivos personales. El tiempo del ordenador es caro y la empresa tiene estrictamente prohibido su uso por razones personales.

– No te preocupes. Es para un reportaje. Glenn acaba de encargármelo.

Asintió con la cabeza, pero me preguntaba si me habría creído. Supuse que lo comprobaría con Glenn. Volvió la mirada a su cuaderno de notas.

– Lo que estoy buscando son estadísticas nacionales de casos, datos sobre la proporción de suicidios de policías comparada con la de otros oficios y con la del total de la población y alguna referencia a gabinetes u organismos gubernamentales que lo hayan estudiado. Uf, veamos, qué otra cosa… ¡Ah, sí! y cualquier cosa anecdótica.

– ¿Anecdótica?

– Ya sabes, recortes sobre suicidios de polis que se hayan publicado. Vamos a remontamos a cinco años atrás… Estoy buscando ejemplos.

– Como el de tu…

Se dio cuenta de lo que iba a decir.

– Sí, como el de mi hermano.

– Es una pena.

Se quedó callada y dejé que el silencio flotase entre nosotros un instante antes de preguntarle cuánto creía que le llevaría la investigación en el ordenador. Desde que no escribía para el cierre diario, mis peticiones solían perder prioridad.

– Bueno, es realmente una búsqueda al azar, sin nada específico. Me va a llevar algún tiempo, y ya sabes que tengo que posponerla cuando empiecen a venir los del diario. Pero lo intentaré. ¿Qué te parece a última hora de esta tarde?

– Perfecto.

De vuelta a la redacción miré el reloj de pared y vi que eran las once y media. Era buena hora para lo que tenía que hacer. Desde mi escritorio hice una llamada a una fuente en el bar de los polis.

– E y, Skipper, ¿vas a estar ahí?

– ¿Cuándo?

– A la hora de almorzar. Puede que necesite algo. Es probable que vaya.

– Mierda. Vale. Aquí estoy. E y, ¿cuándo has vuelto?

– Hoy. Luego te cuento.

Colgué, me puse la gabardina y salí de la redacción. Caminé las dos manzanas que me separaban del cuartel general del Departamento de Policía de Denver, puse mi pasé de prensa sobre el mostrador de un poli que no se dignó desviar la mirada de su Post y subí a las oficinas de la SIU en el cuarto piso.

– Te voy a hacer una pregunta -me dijo el detective Robert Scalari cuando supo lo que quería-. ¿Estás aquí como hermano o como periodista?

– Ambas cosas.

– Siéntate.

Scalari se reclinó sobre la mesa, supongo que para que yo pudiera apreciar el laborioso trabajo de peluquería que había realizado para disimular su calvicie.

– Escucha, Jack -dijo-. Esto es un problema para mí.

– ¿Qué problema?

– Mira, si me hubieras venido como un hermano que quiere saber el porqué, eso sería una cosa, y probablemente te

habría dicho lo que sé. Pero si lo que yo te diga va a acabar saliendo en el Rocky Mauntain News, entonces no me interesa. Tu hermano me merece demasiado respeto como para permitir que lo que pasó acabe ayudando a vender periódicos. Aunque a ti no te lo parezca.

Estábamos solos en un pequeño despacho con cuatro escritorios. Las palabras de Scalari me molestaron, pero me contuve.

Me incliné hacia él para que pudiera ver mi cabeza llena de saludable cabello.

– Permítame una pregunta, detective Scalari. ¿Fue asesinado mi hermano?

– No, no lo fue.

– Está seguro de que fue un suicidio, ¿no?

– Exacto.

– ¿Y el caso está cerrado?

– Vuelves a acertar.

Me incliné hacia atrás.

– Pues eso es lo que de verdad me fastidia.

– ¿Por qué?

– Porque usted se contradice. Me está diciendo que el caso está cerrado y que no puedo ver los documentos. Si está cerrado, entonces yo tendría derecho a ver el caso porque se trata de mi hermano. Y si está cerrado, eso significa que, como periodista, no puedo poner en peligro una investigación en curso con sólo ver los documentos.

Le dejé que lo pensase unos instantes.

– De modo que -acabé diciendo-, siguiendo su propia lógica, no hay motivo para que no pueda ver los documentos.

Scalari se quedó mirándome. Pude ver cómo la ira le subía a las mejillas.

– Escucha, Jack, hay cosas en ese expediente que es mejor que no se sepan y, por supuesto, que no se publiquen.

– Creo que yo estoy más capacitado para juzgar eso, detective Scalari. Era mi hermano. Mi hermano gemelo. No voy a hacerle ningún daño. Sólo estoy intentando darle sentido a algo para mí mismo. Si después escribo sobre ello, será para acabar enterrándolo con él, ¿vale?

Nos quedamos un buen rato mirándonos fijamente. Le tocaba hablar a él y yo esperaba a que lo hiciera.

– No puedo ayudarte -dijo por fin-. Ni aunque quisiera. Está cerrado. El caso está cerrado. La carpeta ya ha ido al registro para que procesen los datos. Si quieres, pídesela a ellos.

Me levanté.

– Gracias por decírmelo al principio de la conversación.

Salí sin decir nada más. Sabía que Scalari me lo soplaría. Había acudido a él porque tenía que seguir las reglas y porque quería ver si conseguía averiguar dónde estaba el expediente.

Bajé por la escalera que, en general, utilizan en exclusiva los polis, en dirección al despacho del capitán administrador del Departamento. Eran las doce y cuarto, de modo que el mostrador de recepción estaba vacío. Pasé por delante de él, llamé a la puerta y oí una voz que me invitó a entrar.

El capitán Forest Grolon estaba sentado a su mesa. Era un hombre tan alto que los muebles normales de oficina parecían mobiliario infantil. Era un negro de tez de ébano con la cabeza afeitada. Se levantó para darme la mano y me recordó que medía casi dos metros de altura. Me imaginé que haría falta una báscula especial para pesar toda su abundancia. Estreché su mano y sonreí. Lo había tenido como una de mis fuentes desde hacía seis años, cuando yo hacía el trabajo diario de sucesos y él era sargento de patrulla. Ambos habíamos ascendido desde entonces.

– ¿Cómo te va, Jack? ¿Es cierto que acabas de volver?

– Sí, me he tomado unas vacaciones. Estoy bien. No mencionó para nada a mi hermano. Había sido uno de los pocos que acudieron al funeral y eso ya decía claramente cuáles eran sus sentimientos. Volvió a sentarse y yo me instalé en una de las sillas que había frente a su escritorio.

El trabajo de Grolon tenía poco que ver con patrullar la ciudad. Estaba en la parte administrativa del Departamento. Se encargaba del presupuesto anual, del personal y de la formación. Y de los despidos.

Tenía poco que ver con el trabajo policial, pero formaba parte de sus planes. Grolon quería llegar a ser jefe de policía y estaba reuniendo una vasta y variada experiencia para que llegado el momento fuera el mejor para el puesto. Formaba parte de sus planes conservar sus contactos con los medios de comunicación locales. Llegada la hora, contaba conmigo para que publicase un perfil favorable en el Rocky. Y yo cumpliría. Mientras tanto, yo también podía contar con él para ciertas cosas.

– ¿A ver por qué me he perdido el almuerzo? -gruñó siguiendo su rutina habitual. Yo sabía que Grolon prefería verse conmigo a la hora de almorzar, cuando su ayudante no estaba y había menos posibilidades de que nos vieran juntos.

– No te has perdido el almuerzo. Sólo tendrás que retrasarlo un poco. Quiero ver el expediente de mi hermano. Scalari dice que ya lo ha enviado a filmar. Pensé que quizá tú podrías sacarlo y dejar que le eche un vistazo.

– ¿Por qué quieres hacerlo, Jack? ¿Por qué no dejas las cosas como están?

– Tengo que verlo, capitán. No lo voy a citar. Sólo quiero verlo. Consígamelo ahora y acabaré con él antes de que los chicos de microfilmación vuelvan de comer. Nadie se va a enterar. Excepto usted y yo. Y se lo agradeceré.

Diez minutos más tarde Grolon me pasaba la carpeta. Era tan delgada como la guía telefónica de los residentes permanentes de Aspen. No sé por qué, pero me esperaba algo más grueso, más pesado, como si el grosor del expediente

de las investigaciones tuviese alguna relación con la importancia de la muerte.

Encima de todo había un sobre en el que ponía «fotos» y lo dejé a un lado de la mesa sin abrirlo. Lo siguiente era un informe de la autopsia y varios informes estandarizados que estaban grapados juntos.

Yo había estudiado suficientes informes de autopsias para saber que podía saltarme las páginas de interminables descripciones de glándulas, órganos y estado general e ir directamente a las últimas páginas, donde estaban escritas las conclusiones. Y allí no hubo sorpresas. La causa de la muerte era un disparo en la cabeza. Debajo de ella figuraba la palabra «suicidio», envuelta en un círculo. Los análisis de sangre para el uso de drogas comunes mostraban rastros de dextrometorfán hidrobromida. A esta entrada seguía una nota de los técnicos del laboratorio que decía: «Anritusígeno; en la guantera.» Eso significaba que, aparte de uno o dos tragos del jarabe para la tos que llevaba en el coche, mi hermano estaba completamente sobrio cuando se metió la pistola en la boca.

En el informe del análisis del forense aparecía un subapartado titulado GSR, que yo sabía que se refiere a los residuos de arma de fuego. En él se afirmaba que en el análisis por activación de neutrones de los guantes que llevaba la víctima se hallaron partículas de pólvora quemada en el derecho, lo que indicaba que había usado esa mano para disparar el arma. También se habían hallado residuos de arma y gas quemado en la garganta de la víctima. La conclusión era que el cañón estaba en la boca de Sean cuando el arma fue disparada.

Después había un inventario de pruebas y no vi en él nada fuera de lo corriente. Luego encontré la declaración del testigo. Éste era el guarda forestal Stephen Pena, destinado en una garita de control e información en el lago Bear.

El testigo declara que no divisa la zona de aparcamiento desde su puesto de trabajo. Aproximadamente a las cuatro y cincuenta y ocho minutos de la tarde, el testigo oyó un estallido sordo que reconoció por experiencia como un disparo. Identificó el lugar de origen como el aparcamiento e inmediatamente acudió a investigar la posibilidad de que hubiera un cazador furtivo. En aquel momento sólo había un vehículo aparcado allí y, a través de las ventanillas parcialmente empañadas, vio a la víctima desplomada hacia atrás en el asiento del conductor. El testigo rodeó el vehículo, pero no pudo abrir las puertas del coche porque estaban bloqueadas. Atisbando por las ventanillas empañadas determinó que la víctima parecía haber muerto, pues tenía una gran herida en la parte trasera de la cabeza. Entonces el testigo volvió a la garita forestal, desde donde informó inmediatamente a las autoridades y a sus superiores. Después regresó al coche de la víctima para esperar la llegada de las autoridades.

El testigo declara que el vehículo de la víctima no estuvo fuera de su alcance visual más de cinco segundos desde que oyó el disparo. El coche estaba aparcado a unos cuarenta y cinco metros de la cobertura forestal o de la edificación más próxima. Cree el testigo que habría sido imposible que alguien hubiera salido del coche de la víctima tras el disparo y hubiera conseguido ponerse a cubierto sin que el testigo lo viera.

Volví a poner la hoja de la declaración en su sitio y eché un vistazo a los demás informes. Había una página titulada «Informe del caso» que detallaba los movimientos de mi hermano en su último día. Sean había entrado a trabajar a las siete y media de la mañana, había almorzado con Wexler a mediodía y había fichado la salida a las dos de la tarde para ir al Stanley. No le dijo a Wexler ni a nadie a quién iba a ver.

Habían fracasado los intentos de los investigadores por determinar si realmente Sean había ido al Stanley. Todas las camareras y los ayudantes del restaurante del hotel habían sido interrogados y ninguno recordaba a mi hermano.

Un informe de una página resumía la entrevista de Scalari con el psicólogo de Sean. De algún modo, quizás a través de Riley, se había enterado de que Sean había estado visitando a un terapeuta de Denver. El doctor Colin Dorschner, según el informe de Scalari, declaró que Sean padecía una depresión aguda causada por el estrés del trabajo, en particular por su fracaso en cerrar el caso Lofton. Lo que no decía el resumen de la entrevista era si Scalari le había preguntado a Dorschner si pensaba que mi hermano era un suicida. Incluso me preguntaba si Scalari se habría hecho esa pregunta.

El último legajo de papeles era el informe final del oficial investigador. En el último párrafo estaba el resumen y la conclusión definitiva de Scalari:

Basándose en la evidencia física y en la declaración del testigo ocular de la muerte del detective Sean McEvoy, el OI [oficial investigador] llega a la conclusión de que la víctima murió a consecuencia de un disparo que se autoinfligió después de escribir un mensaje en el interior del parabrisas empañado. Era sabido por sus colegas, incluido el OI, por su esposa y por el psicólogo Colin Dorschner que la víctima estaba emocionalmente agobiada por sus vanos esfuerzos para esclarecer mediante arresto el homicidio de Theresa Lofton del 19 de diciembre (caso n.º 832). Se cree ahora que esta alteración pudo haberle llevado a quitarse la vida. El asesor psicológico del DPD [Departamento de Policía de Denver], doctor Armand Griggs, declaró en una entrevista (22/2) que el mensaje -«Fuera del espacio. Fuera del tiempo»- escrito en el parabrisas podía considerarse una despedida típica de suicida, coherente con el estado mental de la víctima.

Hasta el momento no existe ninguna evidencia que ponga en duda la conclusión de suicidio.

Conformado 24/2.01: RJS O-U

Al volver a reunir todos los documentos recordé que aún me quedaba por ver una cosa.

Grolon había decidido irse a buscar un bocadillo a la cafetería. Me había dejado solo. Estuve probablemente cinco minutos inmóvil mirando el sobre. Sabía que si veía las fotografías quedarían fijadas en mi memoria como la última imagen de mi hermano. No quería que me pasara eso. Pero también sabía que tenía que ver las fotos para estar seguro de las circunstancias de su muerte, para que me ayudasen a dispersar cualquier resto de duda.

Abrí el sobre rápidamente antes de que me diese por cambiar de idea. Al sacar el paquete de copias en color de 20 x 25 cm, la primera imagen que apareció fue todo un impacto. El coche oficial de mi hermano, un Chevy Caprice blanco, solo en un extremo del aparcamiento. Se podía ver la garita del guarda forestal sobre una colina encima de él. El quitanieves acababa de pasar por el aparcamiento y lo habían rociado con sal, dejando unos montones de nieve de poco más de un metro alineados en los márgenes.

La siguiente foto era un primer plano del parabrisas desde el exterior. El mensaje era apenas legible, pues el cristal se había desempañado. Pero estaba allí y a través del cristal se podía ver también a Sean. Tenía la cabeza caída hacia atrás y la mandíbula alzada. Pasé a la foto siguiente y me sentí dentro del coche con él. Tomada desde el asiento del pasajero delantero, se veía todo el cuerpo. La sangre se había abierto camino como un collar desde la parte trasera del cuello y después sobre el jersey. Llevaba abierto el pesado anorak. Había salpicaduras en el techo y en la ventana trasera. El arma estaba en el asiento, junto a su muslo derecho.

El resto de las fotos eran, la mayoría, primeros planos desde distintos ángulos, pero no me afectaron tanto como había creído. La iluminación artificial había desprovisto a mi hermano de su humanidad. Parecía un maniquí. Pero no encontré en ellas nada tan desconcertante, como el hecho de que reiteraban mi convicción de que Sean, en efecto, se había quitado la vida. Entonces admití para mis adentros que había acudido allí con una esperanza secreta y que ésta se había desvanecido.

Grolon entró y me miró con ojos inquisidores al ver que me ponía en pie y dejaba la carpeta sobre su mesa. Abrió una bolsa marrón y sacó un bocadillo de huevo con ensalada.

– ¿Estás bien?

– Estoy bien.

– ¿Quieres medio bocadillo?

– No.

– Bueno, ¿cómo te sientes?

La pregunta me hizo sonreír porque era la misma que yo había hecho tantas veces. Él frunció el ceño.

– ¿Ves esto? -le dije señalando la cicatriz de mi cara-. Lo conseguí por hacerle a alguien esa misma pregunta.

– Lo siento.

– No importa. Ya está.

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