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A primera hora de la mañana, cuando el amanecer apenas se insinuaba en torno a las cortinas, Gladden iba y venía por el apartamento de Darlene, demasiado nervioso para poder dormir, demasiado excitado para desearlo. Se paseaba por las minúsculas habitaciones pensando, planeando, esperando. Se paró en el dormitorio para mirar a Darlene, se quedó unos instantes contemplándola y después volvió a la sala de estar. Las paredes estaban cubiertas de carteles sin enmarcar de viejas películas pomo y la sala estaba llena de recuerdos de una vida despreciable. Todo tenía un barniz de nicotina. Gladden era fumador, pero aun así le resultaba repugnante. Aquel lugar era un caos.

Se detuvo ante uno de los carteles, de una película titulada Darlene por dentro. Ella le había contado que había sido una estrella a principios de los años ochenta, después el vídeo revolucionó el negocio y ella empezó a envejecer; las huellas de la vida eran evidentes en torno a los ojos y la boca. Le había señalado con una sonrisa melancólica los carteles donde unas fotos aerografiadas mostraban su cuerpo y su cara lisos y sin arrugas. Su nombre artístico era simplemente Darlene. No le hacían falta apellidos. Gladden se preguntaba qué se sentiría viviendo en un lugar donde las imágenes de tu propio pasado glorioso se burlan de tu estado actual ante tus propias narices.

Se dio la vuelta, descubrió su bolso sobre el tapete de la mesa de naipes del comedor y miró en su interior. Estaba lleno, sobre todo, de artilugios de maquillaje, paquetes de cigarrillos vacíos y cajas de cerillas. Llevaba un pequeño aerosol de defensa personal y la cartera. Tenía siete dólares. Miró su carnet y descubrió cual era su nombre completo.

– Darlene Kugel-dijo en voz alta-. Encantado de conocerte.

Cogió el dinero y volvió a meter todo lo demás en el bolso. Siete dólares no era mucho, pero eran siete dólares. El hombre de la concesionaria de digiTime le había hecho pagar por adelantado antes de hacer el pedido de la cámara. A Gladden sólo le quedaban unos cientos de dólares y pensó que siete más no le vendrían mal.

Alejó de la mente sus preocupaciones económicas y empezó a pasearse otra vez. Tenía un problema de tiempo. La cámara tenían que enviarla desde Nueva York y no llegaría hasta el miércoles. Cinco días más. Sabía que para estar a salvo tenía que quedarse en el piso de Darlene. Y sabía que nada se lo impediría.

Se decidió a hacer una lista de la compra. La despensa de Darlene estaba casi vacía, sólo había unas latas de atún, y él odiaba ese pescado. Tenía que salir, conseguir comida y atrincherarse allí hasta el miércoles. No era mucho lo que necesitaba. Agua mineral, pues al parecer Darlene bebía del grifo, zumos de fruta, algún plato cocinado.

Oyó un coche en el exterior. Se acercó a la puerta para escuchar y por fin sonó el ruido que estaba esperando. El del periódico al caer al suelo. Darlene le había contado que el inquilino del apartamento contiguo recibía el diario. Gladden estaba orgulloso de sí mismo porque se le había ocurrido preguntárselo. Entonces se acercó a la ventana y escudriñó la calle a través de la persiana.

Empezaba a amanecer un día gris y brumoso. No había nadie por allí. Después de abrir las dos cerraduras, Gladden salió al fresco de la mañana. Miró a su alrededor y vio el periódico doblado sobre la acera, frente al apartamento de al lado. No se veía luz detrás de aquella puerta. Se acercó rápidamente, cogió el diario, y regresó al apartamento del que había salido.

Se sentó en el sofá, buscó rápidamente la sección metropolitana y recorrió las ocho páginas. La noticia no estaba. No había nada sobre la sirvienta. Tiró aquella sección y cogió la de titulares. Dio la vuelta al diario y allí estaba, por fin, su foto en la esquina inferior derecha de la portada. Era la foto que le hicieron cuando lo detuvieron en Santa Mónica. Dejó de contemplar su imagen y se puso a leer la noticia. Estaba eufórico. De nuevo había conseguido salir en portada. Después de tantos años…

Conforme iba leyendo se iba acalorando.

EL SOSPECHOSO DEL ASESINATO DEL MOTEL HABÍA HUIDO DE LA JUSTICIA EN FLORIDA Por Keisha Russell, de la redacción del Times

Un hombre, del que las autoridades afirman que es un maníaco que persigue a los menores, que escapó de la justicia en Florida, ha sido identificado como presunto autor de la brutal mutilación y asesinato de una sirvienta en un motel de Hollywood, según informó el viernes la policía de Los Angeles.

A William Gladden, de 29 años, se le busca por la muerte de Evangeline Crowder, cuyo cuerpo fue hallado en la habitación que aquél ocupaba en el motel Hollywood Star. El cuerpo de la víctima, de 19 años, había sido troceado y colocado en tres cajones de la cómoda de la habitación.

El cuerpo fue hallado después de que Gladden abandonase el motel. Una empleada del mismo que estaba buscando a la sirvienta desaparecida entró en la habitación y vio que se filtraba sangre de la cómoda, según la policía. Crowder era madre de un bebé.

Gladden se había registrado en el hotel con el nombre de Bryce Kidder. Pero la policía afirma que el análisis de una huella dactilar hallada en la habitación ha servido para identificarlo.

Gladden fue condenado a setenta años de cárcel tras un juicio por abuso de menores que levantó mucha polvareda en Tampa, Florida, hace siete años. Sin embargo, después de cumplir sólo dos años de prisión fue puesto

en libertad cuando se revocó la condena tras una apelación. La prueba principal -fotos de niños desnudos- había sido conseguida de manera ilegal por las autoridades. Tras ese revés legal, la fiscalía permitió a Gladden declararse culpable de los cargos menores y fue puesto en libertad condicional, dado el tiempo que ya había cumplido en prisión.

Lo más irónico del caso es que la policía ha informado también de que Gladden fue detenido en Santa Mónica tres días antes de que se descubriera el crimen del motel. Fue arrestado y se le acusó de una serie de cargos menores derivados de la denuncia de que había estado sacando fotos a unos niños mientras los lavaban en las duchas de la playa y a otros que montaban en el carrusel del muelle. Sin embargo, fue procesado y puesto en libertad bajo fianza antes de que se descubriese su verdadera identidad.

(Continúa en página 14 A)

Gladden tuvo que abrir el periódico para seguir leyendo la noticia en las páginas interiores.

Allí había otra foto suya, esta vez de frente. Era del pelirrojo de cara enjuta que había sido a los veintiún años, antes de que se iniciase la persecución en Florida. Allí había otra noticia sobre él. Acabó de leer rápidamente la primera.

(Viene de la página IA)

La policía afirma que aún no ha descubierto el móvil del asesinato de Crowder. A pesar de que en la habitación donde Gladden se había alojado durante casi una semana habían sido borradas meticulosamente todas las huellas dactilares, el detective Ed Thomas, del Departamento de Policía de Los Angeles (LAPD), afirma que Gladden cometió un error que condujo a su identificación, al dejar una sola huella dactilar en la parte inferior del grifo del lavabo.

«Ha sido un golpe de suerte -dijo Thomas-. Esta huella era todo lo que necesitábamos.»

La huella fue introducida en el Sistema Automático de Identificación de Huellas Dactilares (AFIS), que forma parte de una red informática nacional de datos sobre huellas dactilares. Se comprobó que coincidía con las de Gladden, registradas en el ordenador del Departamento para el Cumplimiento de la Ley de Florida.

Según Thomas, Gladden estaba buscado por violación de la libertad condicional desde hace casi cuatro años, cuando dejó de visitar regularmente al oficial encargado de su custodia en Florida y desapareció.

En el caso de Santa Mónica, unos inspectores detuvieron a Gladden el domingo, después de una persecución desde el tiovivo del muelle, donde lo vieron observando a los niños que montaban en la popular atracción.

En el curso de su huida de la policía tiró a la bahía un cubo de basura del muelle. Finalmente fue capturado en un restaurante en Third Street Promenade.

Gladden, que utilizaba el nombre de Harold Brisbane cuando fue detenido, fue acusado de contaminación de aguas públicas, vandalismo contra la propiedad municipal y evasión ante un oficial de policía. Sin embargo, la oficina del fiscal del distrito declinó presentar los cargos relacionados con la supuesta fotografía de niños, alegando insuficiencia de pruebas del delito.

La detective del Departamento de Policía de Santa Mónica (SMPD), Constance Delpy explicó que ella y su compañero empezaron a vigilar el carrusel después de que una empleada del mismo presentase una denuncia contra Gladden, a quien había visto rondando alrededor de los crios y tomando fotos de los niños desnudos mientras sus padres estaban lavándolos en las duchas de la playa.

Aunque a Gladden se le tomaron las huellas dactilares tras su detención, en Santa Módica no disponen de ordenador para su comprobación, y utilizan el ordenador del Departamento de Justicia o el de otras policías locales, incluido el LAPD, para cotejar las huellas con la red del AFIS. Por lo general, ese proceso lleva unos días, porque cada departamento da prioridad a sus propias comprobaciones de huellas.

En este caso, las huellas tomadas en Santa Mónica al hombre identificado inicialmente como Brisbane no fueron procesadas por el LAPD hasta el martes. Para entonces, Gladden -que había pasado la noche del domingo en la prisión del condado- ya había salido en libertad provisional tras depositar una fianza de 50.000 dólares.

Posteriormente, el LAPD identificó también a Gladden el pasado jueves mediante la huella tomada en la habitación del motel.

Los detectives encargados de ambos casos se preguntan acerca de esta sucesión de acontecimientos y de cómo, supuestamente, han dado un giro criminal.

«Siempre se hacen conjeturas a posteriori cuando ocurren cosas como ésta -declaró Delpy, de la Unidad de Menores Explotados del SMPD-. ¿Quépodíamos haber hecho para mantenerlo encerrado? No lo sé. Unas veces se gana y otras se pierde.»

Según Thomas, el verdadero crimen se cometió en Florida, donde lo dejaron en libertad.

«He aquí a un hombre que obviamente es un pedófilo, y el sistema lo deja en libertad -declaró Thomas-. Siempre que el sistema deja de funcionar aparece un caso como éste, en el que la cuenta la paga un inocente.»

Gladden pasó rápidamente a la otra noticia. Mientras leía cosas sobre sí mismo iba sintiendo una intensa sensación de júbilo.

Se deleitaba en la gloria.

EL SOSPECHOSO METIÓ UN GOL A LA JUSTICIA EN FLORIDA Por Keisha Russell, de la redacción del Times

Hábil abogado carcelario, según las autoridades, William Gladden utilizó los ardides aprendidos en prisión para subvertir el sistema judicial y desaparecer… hasta esta semana.

Gladden trabajaba en la guardería Patitos, de Tampa, hace ocho años cuando fue detenido y acusado de abusos deshonestos sobre nada menos que once niños durante tres años.

Su arresto condujo a un proceso al que se dio una enorme publicidad y que culminó con su condena por veintiocho de los cargos dos años después.

Según todas las fuentes, la prueba definitiva que motivó las condenas fue la ocultación de unas fotos con Polaroid de nueve de las víctimas. En las fotos aparecían los niños en varias fases de desnudez en un retrete de la hoy clausurada guardería.

Lo más significativo de las fotos, sin embargo, no fue sólo que algunos de los muchachos estaban desnudos, sino las expresiones de sus caras, según Charles Hounchell, entonces fiscal del condado de Hillsborough al que se asignó el caso.

«Todos aparecían asustados -declaró Hounchell el viernes en una entrevista telefónica desde Tampa, donde actualmente ejerce la abogacía privada-. A esos niños no les gustaba lo que les estaban haciendo y las fotos lo manifestaban. Confirmaban la verdad sobre el caso. Lo que sus caras decían en las fotos confirmaba lo que habían contado a los abogados.»

Pero en el juicio las fotos resultaron ser más importantes que los abogados y lo que los niños les habían contado.

A pesar de las protestas de Gladden por el hecho de que habían sido obtenidas durante el registro ilegal de su apartamento, llevado a cabo por un oficial de policía que era el padre de una de las víctimas de abusos, el juez permitió que fueran presentadas como prueba.

Los miembros del jurado afirmaron posteriormente que se habían basado casi exclusivamente en ellas para condenar a Gladden, puesto que los dos letrados que representaban a los niños habían sido desacreditados por el abogado defensor ya que, supuestamente, sus métodos habían inducido a los niños a manifestar acusaciones contra Gladden.

Tras la condena, Gladden fue sentenciado a setenta años de cárcel, que debía cumplir en el Instituto Correccional Federal de Raiford.

En la prisión, Gladden, que ya era graduado en literatura inglesa, estudió poesía, psicología y leyes. Parece ser que era en este campo en el que más destacaba. El pedófilo condenado aprendió rápidamente las argucias de un abogado carcelario, según Hounchell, y ayudó a otros presos a redactar sus apelaciones mientras iba preparando la suya.

Entre sus más célebres «clientes» en el pabellón de delincuentes sexuales de la prisión figuraban Donel Forks, el llamado «violador de la funda de almohada» de Orlando; el ex campeón de surf de Miami Alan Jannine y el hipnotizador teatral Horace Gomble.

Los tres cumplen penas por múltiples violaciones y Gladden fracasó en sus intentos de conseguirles la libertad o nuevos juicios mediante apelaciones que redactaba mientras compartía condena con ellos.

Pero al cabo de un año de su ingreso en prisión, según Hounchell; Gladden presentó un recurso concienzudamente preparado contra su propia condena, que ponía de nuevo en duda la legalidad del registro que llevó al hallazgo de las fotos incriminatorias.

Hounchell explicó que Raymond Gómez, el oficial que encontró las fotos, se había presentado en casa de Gladden iracundo después de que su hijo de cinco años declarase que había sido acosado por un hombre que trabajaba en su guardería.

Al no recibir respuesta después de haber llamado, el oficial fuera de servicio dijo que la puerta estaba abierta y entró. Más tarde, en la vista, Gómez atestiguó que había encontrado las fotos esparcidas sobre la cama. Salió rápidamente de la casa e informó de su hallazgo a los detectives, que entonces obtuvieron una orden de registro.

Gladden fue detenido después de que los detectives volviesen aquel mismo día, con la orden y hallasen las fotos ocultas en el retrete. Gladden sostuvo en el juicio que había dejado la puerta cerrada al salir de su apartamento y que las fotos no estaban a la vista. Al margen de si la puerta estaba abierta y las fotos expuestas, argüyó que la acción de Gómez era una clara violación de los derechos constitucionales que lo protegían contra el registro y el embargo ilegales.

No obstante, el juez concluyó que Gómez estaba actuando como padre, y no como oficial de policía, cuando entró en el apartamento.

El hallazgo accidental de la prueba definitiva no constituía, por tanto, una violación constitucional.

Un tribunal de apelación le dio posteriormente la razón a Gladden admitiendo que Gómez, por su condición de policía, conocía las leyes sobre registro y embargo y debería haber sabido que no podía entrar en una residencia

sin estar autorizado para ello.

El Tribunal Supremo de Florida se negó a revocar la sentencia del de apelación, abriendo la posibilidad a un nuevo juicio sin que se pudieran usar las fotos como prueba.

Frente a la problemática tarea de ganar un caso sin disponer de las pruebas que el primer jurado había considerado definitivas, las autoridades consiguieron que Gladden se declarase culpable de una acusación de comportamiento lascivo con un menor.

La pena máxima por tal delito es de cinco años de prisión y cinco años más de libertad condicional. Por entonces, Gladden había cumplido ya treinta y tres meses de cárcel y se había beneficiado de una reducción de condena más o menos equivalente por buen comportamiento. A pesar de que la sentencia le aplicó la pena máxima, salió del juzgado en libertad condicional.

«Fue un gol a la justicia -recuerda Hounchell, el fiscal-. Sabíamos que lo había hecho, pero no podíamos utilizar la prueba que teníamos en las manos. Después de aquella sentencia no pude mirar a la cara a aquellos chicos ni a sus padres. Porque sabía que aquel tipo estaría fuera y probablemente desearía volver a hacerlo.»

Al cabo de un año de su puesta en libertad, Gladden desapareció y se extendió una orden de busca y captura por violación de la condicional. Volvió a reaparecer esta semana al sur de California con lo que las autoridades llaman mortales consecuencias.

Gladden releyó toda la historia por segunda vez. Le fascinaba su propia meticulosidad y el éxito que le había granjeado. También le gustó cómo, leyendo entre líneas, se ponía en duda la versión del policía Gómez. «Ese mentiroso», pensó Gladden. Entró allí por las buenas y se cargó el caso. Le estaba bien empleado. Estuvo tentado de coger el teléfono y llamar a la periodista para darle las gracias, pero desistió. Demasiado arriesgado. Pensó en Hounchell, el joven fiscal.

– Un gol-dijo en voz alta, y después gritó eufórico-: ¡Un gol!

Su alegría era desbordante. Había tantas cosas que no sabían y él ya había salido en primera página. Ciertamente, pronto se iban a enterar. Sabrían lo que es bueno. Se acercaba su momento de gloria. Ya faltaba poco.

Gladden se levantó y entró en el dormitorio a prepararse para salir de compras. Pensó que era mejor ir temprano. Volvió a mirar a Darlene. Inclinándose sobre la cama, le alcanzó la muñeca e intentó levantarle el brazo. Ya era presa del rigor mortis. Le miró la cara. Los músculos de la mandíbula se habían contraído, tirando de sus labios hacia dentro en una mueca repulsiva. Los ojos parecían fijos en la contemplación de su propio reflejo en el espejo que había sobre la cama.

Alcanzó la peluca y se la quitó de la cabeza. Su cabello natural era castaño rojizo y corto, poco atractivo. Reparó en que había un poco de sangre en las puntas inferiores de los cabellos rubios y se llevó la peluca al baño para lavarla y acabar de arreglarse. Después, volvió al dormitorio y sacó las cosas que necesitaba para vestirse y salir a comprar.

Al volverse para mirar el cuerpo mientras salía de la habitación, Gladden recordó que no le había preguntado qué significaba el tatuaje. Ya era demasiado tarde.

Antes de cerrar la puerta, al salir de la habitación, puso el aire acondicionado al máximo.

En la sala de estar, mientras se cambiaba, mentalmente tomó nota de que debía comprar más incienso en la tienda.

Decidió que usaría para eso los siete dólares que le había cogido del bolso. «El problema lo ha creado ella -pensó-, pues que pague para resolverlo.»

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