39

Había un perceptible zumbido eléctrico en el ambiente cuando nos reunimos alrededor de una mesa en la sala de conferencias con vistas de salón de millonario. Después de que la llamada telefónica de Thorson nos convocara a toda prisa, Backus decidió trasladar su puesto de mando estratégico del hotel Wilcox a las oficinas del FBI en Westwood. Nos reunimos en el piso diecisiete del edificio federal, en una sala de conferencias con una vista panorámica de la ciudad. Veía Catalina Island flotando en un océano dorado que reflejaba el espectacular inicio naranja y rojo de un nuevo crepúsculo.

Eran las cuatro y media, hora del Pacífico, y la reunión se había retrasado para darle a Rachel el mayor margen de tiempo posible para que consiguiera y ejecutara una orden de registro sobre los movimientos de la cuenta bancaria de Gladden en Jacksonville.

En la sala de conferencias, además de Backus, Thorson, Cárter, Thompson y yo, había seis personas que no me habían presentado, pero que supuse que eran agentes locales. Quantico y todas las oficinas locales involucradas en la investigación también participaban en la conferencia telefónica. Y hasta esas personas invisibles parecían nerviosas. Brass Doran iba diciendo por el altavoz:

– ¿Estamos listos para empezar?

Finalmente, Backus, sentado en el centro de la mesa, cerca del altavoz del teléfono, llamó al orden a todo el mundo. Detrás de él, en un caballete, alguien había dibujado un tosco plano del almacén de la Data Imaging Answers y de la manzana de Pico Boulevard donde estaba ubicado.

– Bueno, chicos, están pasando cosas -dijo-. Para eso hemos estado trabajando. Así que vamos a hablar de ello y después lo ejecutaremos y lo haremos bien.

Se levantó. Quizás a él también se le había contagiado la tensión del momento.

– Tenemos como prioridad una pista en la que estamos trabajando y sobre la que queremos que nos hablen Rachel y Brass. Pero antes que nada prefiero que Gordon nos haga un resumen de lo que tenemos previsto para mañana.

Mientras Thorson explicaba a la embelesada audiencia las operaciones y los descubrimientos que habíamos hecho aquel día, dejé que mi mente vagara. Me imaginé a Rachel en algún lugar de Jacksonville, a cuatro mil kilómetros de su investigación y escuchando a un hombre que no le gustaba, y al que probablemente incluso despreciaba, explicar su mayor logro. Yo deseaba hablar con ella y consolarla, pero no delante de veinticinco oyentes. Quería preguntarle a Backus dónde estaba para llamarla más tarde, pero sabía que tampoco podía hacerla. Entonces me acordé del busca. Lo haría más tarde.

– Nuestro equipo de Incidentes Críticos ya no va a vigilar a Thomas -dijo Thorson-. Lo hará el equipo de vigilancia del LAPD que se ha duplicado. Estamos reorganizando a nuestros hombres para integrarlos en un doble plan que facilite la detención de este criminal. Antes que nada, hemos instalado un localizador de llamadas en los teléfonos de la Data Imaging. Dispondremos de un receptor móvil para controlar las llamadas que se reciban en ambas líneas, y la oficina local nos está proporcionando todo el personal disponible para los equipos de recepción. Localizaremos la llamada de este sujeto cuando se ponga en contacto para preguntar si ha llegado su encargo, e intentaremos mantenerlo al teléfono hasta que lleguen los nuestros. Si lo consiguen, se seguirá el proceso habitual de detención de delincuentes. ¿Alguna pregunta hasta aquí?

– ¿Habrá apoyo aéreo? -preguntó un agente.

– Estamos en ello. Me han dicho que podemos contar con un aparato, pero intentaremos que sean dos. Muy bien, entonces, el segundo paso se pondrá en marcha si no logramos efectuar el arresto del sujeto gracias al localizadar de llamadas. Yo estaré en el interior de la Data Imaging Answers -la llamaremos DÍA para abreviar- con Coombs, el dueño. Si recibimos la llamada de ese tipo, le diremos que puede pasar a recoger la cámara que encargó. Intentaremos imponerle una hora de recogida, pero no lo apremiaremos demasiado, tiene que parecer natural.

»Si el sujeto se escapa de la primera red, el plan consiste en cogerlo cuando venga a la tienda. El local se ha equipado con micrófonos y cámaras de vídeo. Si entra, simplemente le daré su cámara y lo dejaré marchar como a cualquier cliente satisfecho. La detención criminal tendrá lugar cuando Don Sampler, nuestro jefe del equipo crítico, lo crea conveniente y dé la orden. Evidentemente esto se hará en el primer lugar controlado al que nos lleve nuestro hombre. Esperamos que sea en su coche, pero todos conocéis los procedimientos para otras contingencias, ¿no? ¿Alguna pregunta?

– ¿Por qué no lo ponemos de culo allí mismo, en la tienda?

– Creemos necesario que Coombs esté allí para que el sujeto no se espante. La cámara se la compró a Coombs, de modo que él tiene que estar presente. No quiero intentar coger a ese tipo tan cerca de un civil. Además, es una tienda pequeña y puede que ya estemos forzando la situación al apostar a un agente allí dentro. Si ponemos más, a ese tío le va a parecer sospechoso. Así que, ¿por qué no nos limitamos a darle la cámara y lo hacemos salir a la calle, donde podemos controlarlo todo un poco mejor?

Entre Thorson, Backus y Sampler trazaron el plan con mayor detalle. Coombs permanecería en la tienda y Thorson estaría allí todo el día para ayudarle con las ventas diarias y con los clientes de verdad. Pero cuando los equipos de vigilancia exterior informaran de la proximidad de cualquier cliente que encajara, aunque fuera remotamente, con la

descripción de Gladden, Thorson se pondría al frente para dirigir la transacción, mientras que Coombs se retiraría a una pequeña trastienda que le sirve de almacén y se encerraría en ella. Otro agente, haciéndose pasar por un cliente, entraría por la puerta principal detrás de Gladden. El interior de la tienda estaría controlado por un equipo de vídeo. Agentes en posiciones fijas y otros itinerantes vigilarían el exterior, preparados para enfrentarse a todas las contingencias una vez fuera identificado Gladden. Además, una agente con uniforme de guardia urbana de Los Angeles y en un coche patrullaría continuamente en torno al edificio de la DÍA.

– No creo necesario tener que recordaron a todos lo peligroso que es ese individuo -dijo Backus tras terminar el resumen-. Mañana, todo el mundo necesitará una ración extra de sentido común. Cuidad de vosotros mismos y de vuestro compañero. ¿Alguna pregunta?

Esperé un momento para ver si algún agente preguntaba algo. Como nadie lo hizo, hablé yo.

– ¿Qué ocurrirá si la digiShot no llega mañana, como supone el señor Coombs?

– Ah, sí, buena pregunta -dijo Backus-. No vamos a correr ningún riesgo. El grupo de Internet de Quantico tiene una de esas cámaras y llegará esta noche por avión. Utilizaremos ésa, tanto si llega la que él encargó realmente como si no. La nuestra estará intervenida con un localizador sólo por si, Dios no lo quiera, se nos escapa. Así podremos seguirle la pista. ¿Algo más?

– ¿Se ha pensado en algún momento en la posibilidad de no detenerlo? Era la voz de Rachel por el altavoz del teléfono.

– ¿Qué quieres decir?

– Sólo para hacer de abogada del diablo, por lo visto parece que lo tenemos todo muy bien atado. Ésta podría ser una oportunidad excepcional para ver a un asesino múltiple y observar sus pautas de comportamiento en la persecución y captura de sus víctimas. Podría tener un valor inestimable para nuestros estudios.

Su pregunta abrió un debate sobre el plan entre los agentes.

– ¿Y arriesgarnos a que se escape y a que mate a otro niño o a otro policía? -contestó Thorson-. No, gracias. Y menos con el Cuarto Poder vigilándonos de cerca.

Casi todos coincidieron con la opinión de Thorson; les parecía que a un monstruo como Gladden, a pesar de ser un sujeto muy valioso para ser investigado, habría que estudiarlo sólo en el ámbito cerrado de una celda penitenciaria. Los riesgos de su potencial huida sobrepasaban de lejos los beneficios que podrían obtenerse de la observación de su forma de operar en libertad.

– Mirad, chicos, ya está decidido -dijo Backus zanjando el asunto-. Hemos sopesado las alternativas que se han sugerido y me parece que el mejor plan y el más seguro es cogerlo de la manera que hemos ideado. Así que, prosigamos. Rachel, ¿qué tienes para nosotros?

Observé los cambios que se producían en el lenguaje corporal de los agentes presentes en la sala al trasladar su atención desde Backus y Thorson al teléfono blanco instalado en el centro de la mesa. Parecía que se inclinaban hacia él. Backus, todavía sentado, se echó hacia delante apoyando las palmas de las manos en la superficie de la mesa.

– Empezaré por el banco -dijo Rachel-. Sólo hace unos noventa minutos que dispongo de estos registros, así que no he tenido mucho tiempo. Pero, en primer lugar, parece que se han girado transferencias a tres de nuestras ciudades: Chicago, Denver y Los Angeles. Las fechas encajan. Sacó dinero de esas ciudades en el plazo de unos días, justo antes o después de que el cebo fuera asesinado en cada una de ellas. Hay dos giros a Los Angeles. Uno coincide con la fianza de la semana pasada, y después el sábado hubo otra transferencia de mil doscientos. Sacó el dinero del mismo banco, una sucursal de la West Fargo de Ventura Boulevard, en Sherman Oaks. Pensaba que ésta podría ser otra forma de atraparlo si mañana no se presenta a recoger su cámara. Podemos tener la cuenta vigilada e interceptarlo la próxima vez que saque dinero. El único problema es que se está quedando sin fondos. Después de sacar esos mil doscientos, su cuenta se ha quedado en unos doscientos.

– Pero intentará ganar más dinero con la nueva cámara -apuntó Thorson.

– Hablando de los ingresos -prosiguió Rachel-. Son muy interesantes, pero apenas he tenido tiempo para realmente… hummm, en los dos últimos años se han girado a la cuenta unos cuarenta y cinco mil dólares. Las imposiciones proceden de todas partes: Maine, Tejas, California… varias de California y Nueva York. No parece haber un patrón correlativo con nuestros asesinatos. Además, he descubierto una coincidencia. El pasado 1 de noviembre se giraron ingresos desde Nueva York y Tejas el mismo día.

– Es evidente que las imposiciones no las hace él -dijo Backus-. O, por lo menos, no todas.

– Son pagos -dijo Brass por la línea telefónica-. Procedentes de las ventas de fotos. Pagos que los compradores le han ingresado directamente.

– Exacto -corroboró Rachel.

– ¿Podemos… podríamos seguirles la pista a aquellos giros y llegar hasta los compradores? -preguntó Thompson.

– Oh -repuso Rachel viendo que nadie contestaba-. Podemos intentarlo. Quiero decir que podemos seguir la pista, pero no nos hagamos ilusiones. Si tienes dinero en metálico, puedes ir a casi cualquier banco del país y hacer una transferencia siempre que tengas el número de cuenta del destinatario y pagues el recargo por el servicio. Hay que dar una información muy limitada del remitente, pero no tienes que identificarte. Los compradores de pornografía infantil y posiblemente -probablemente- de cosas mucho peores es de esperar que usen nombres falsos.

– Cierto.

– ¿Qué más, Rachel? -preguntó Backus-. ¿Algo más sobre el registro?.

– La correspondencia de la cuenta se envía a un apartado de correos local. Lo comprobaré por la mañana.

– Muy bien. ¿Quieres hacer un informe de Horace Gomble o prefieres esperar a poner en orden tus ideas?

– No. Os contaré lo más interesante, que no es gran cosa. A mi viejo amigo Horace no le hizo mucha gracia volver a verme. Hicimos unas cuantas fintas y luego lo superó su propio ego. Corroboró que Gladden y él habían hablado de la práctica de la hipnosis cuando eran compañeros de celda. Finalmente admitió que le había pagado con lecciones de hipnosis el trabajo jurídico de Gladden con su apelación. Pero no pasó de ahí. Me pareció detectar… no sé.

– ¿Qué, Rachel?

– No sé, cierta admiración por lo que estaba haciendo Gladden.

– ¿Se lo dijiste?

– No, no se lo dije, pero estaba claro que yo estaba allí por algún motivo. Aun así, me dio la impresión de que sabía algo más. Quizá Gladden le había contado antes de abandonar Raiford lo que tenía planeado hacer. Le hablaría de Beltran. No lo sé. También es posible que haya visto las noticias de la CNN de hoy. Le han dado mucho bombo al reportaje de Jack McEvoy Yo lo he visto en el aeropuerto. Desde luego, no hay nada en todo esto que relacione al Poeta con Gladden, pero Gomble se lo puede haber figurado. La CNN volvió a utilizar la grabación de Phoenix. Si él lo ha visto y después yo se lo he puesto de relieve, habrá comprendido de qué iba sin que yo le dijera una sola palabra.

Era lo primero que oía acerca de cualquier reacción ante mi reportaje.

En realidad, me había olvidado por completo de él a causa de los acontecimientos del día.

– ¿Hay alguna posibilidad de que Gladden y Gomble hayan estado en contacto? -preguntó Backus.

– No lo creo -contestó Rachel-. Lo he comprobado con los guardias. El correo de Gomble aún está intervenido. El de entrada y el de salida. Se las ha arreglado para acceder al cargo de administrador de la tienda de la prisión. Supongo que siempre existe la posibilidad de que las remesas de entrada contengan algún tipo de mensaje, pero lo dudo. También dudo que Gomble quiera arriesgar su posición. Lo tiene muy bien después de siete años. Tiene un bonito trabajo con un pequeño despacho. Se supone que está a cargo del abastecimiento de la cantina de la prisión. En esa sociedad, eso le da cierto poder. Ahora dispone de una celda individual y tiene su propio televisor. No veo el motivo para querer comunicarse con un hombre que está buscado como Gladden y arriesgado todo.

– Muy bien, Rachel-dijo Backus-. ¿Algo más?

– Eso es todo, Bob.

Todo el mundo guardó silencio unos instantes, digiriendo lo que se había dicho hasta el momento.

– Esto nos lleva por fin al retrato -dijo Backus-. ¿Brass? Todos los ojos se posaron de nuevo en el teléfono de la mesa.

– Sí, Bob. Se está ultimando el perfil y Brad está añadiendo algunos detalles nuevos mientras hablamos. Vamos allá. Podríamos tener… puede tratarse de una situación en la que el criminal se vuelve hacia el hombre que le robó la inocencia, que abusó de él y, en consecuencia, alimentó las aberrantes fantasías que más tarde se vio impulsado a poner en práctica como adulto.

»Es un proceder que ya hemos visto antes en el modelo del parricida. Nos estamos centrando casi exclusivamente en los casos de Florida. Nos encontramos ante el criminal que busca, en efecto, a un sustituto. Es decir, al chico, Gabriel Ortiz, que en aquel momento recibía las atenciones de Clifford Beltran, la figura paternal que abusó de él y después lo rechazó. Lo que lo motiva todo es la sensación de rechazo que retiene el criminal.

»Gladden asesinó al actual objeto de atención de quien había abusado de él, y después volvió y mató al propio agresor sexual. Me parece un exorcismo, si me lo permitís, el impulso catártico de eliminar la causa de todo lo malo de su vida.

Se hizo un largo silencio en el que pensé que Backus y los otros esperaban que Brass continuara. Finalmente habló Backus.

– Entonces, lo que estás diciendo es que repite el mismo crimen una y otra vez.

– Correcto -contestó Brass-. Está matando a Beltran, su violador, una y otra vez. Así es como logra la paz. Pero, por supuesto, esta paz no le dura mucho. Tiene que volver a asesinar. Estas otras víctimas (los detectives) son inocentes. Lo único que hacían para que él los escogiera era realizar su trabajo.

– ¿Qué hay acerca de los casos de cebo en otras ciudades? -preguntó Thorson-. Ninguna de las víctimas encaja con el arquetipo del primer chico.

– No creo que estos casos tengan mucha importancia ya -dijo Brass-. Lo importante es que se cargó a un detective, un buen detective, un enemigo formidable. De este modo pone el listón muy alto y de ello obtiene su purificación. Por lo que se refiere a los casos de cebo, simplemente pueden haberse convertido en medios para lograr un fin. Utiliza a los niños para conseguir dinero. Las fotos.

La excitación que comportaba la perspectiva de un hallazgo importante o incluso el desenlace de la investigación que les esperaba al día siguiente dio paso a un pesimismo generalizado. Era la tristeza de conocer la clase de horrores que había en el mundo. Éste sólo era un caso. Siempre habría otros. Siempre.

– Sigue trabajando en esto, Brass -dijo Backus por fin-. Quiero que me hagas un informe psicopatológico lo antes posible.

– Lo haré. Ah, otra cosa. Es importante.

– Pues al grano.

– Acabo de sacar el expediente de Gladden que se confeccionó después de que algunos de vosotros lo visitarais hace seis años para el proyecto de obtención de datos para el perfil del violador. No hay nada en él que no estuviera ya en el ordenador. Pero hay una fotografía.

– Sí -dijo Rachel-, me acuerdo. Los guardas nos dejaron entrar en el edificio después de cerrarlo para hacer una fotografía de Gladden y Gomble juntos en su celda.

– Sí, eso mismo. Y en la fotografía se ven tres estantes con libros encima del lavabo. Supongo que eran estantes compartidos y que los libros eran de los dos. Pero, de todas formas, los lomos de esos libros se ven claramente. La mayoría son libros jurídicos que creo que Gladden estaba utilizando mientras trabajaba en su propia apelación y en las de otros presos. Además, está la Patología forense de DiMaio y DiMaio, las Técnicas de investigación de la escena del crimen de Fisher y el Perfil psitopatológico de Robert Backus Sr. Estoy familiarizada con estos libros y creo que Gladden puede haber aprendido de ellos, en especial del libro del padre de Bob, lo suficiente para saber cómo conseguir que cada uno de los asesinatos de cebo y tada una de las escenas del crimen parezcan lo bastante diferentes como para superar un formulario del Proyecto de Aprehensión de Criminales Violentos, ya sabéis, el VICAP.

– Mierda -dijo Thorson-. ¿Qué cojo… qué hacía con esos libros?

– Creo que por imperativo legal la prisión tiene que permitirle el acceso a ellos para que pueda preparar debidamente su apelación -replicó Doran-. Recordad que se defendió a sí mismo. El tribunal le permitió ejercer como su propio abogado.

– Muy bien. Buen trabajo, Brass -dijo Backus-. Es una buena ayuda.

– Eso no es todo. Había otros dos libros dignos de mención en el estante. Edgar Alian Poe, los poemas y Las obras completas de Edgar Alian Poe.

Backus silbó encantado.

– Esto realmente empieza a ligar las cosas -dijo-. ¿Debo suponer que podemos encontrar todas las citas en esos libros?

– Sí. Uno de ellos es el que Jack McEvoy utilizó para comprobar las citas.

– Bien. ¿Puedes mandamos una copia de esa foto? -Lo haré,jefe.

El nerviosismo de la sala y el procedente de la línea telefónica casi se podía palpar. Todo encajaba, todas las piezas. Y al día siguiente, los agentes saldrían a la calle y atraparían a aquel hijo de puta.

– Me encanta el olor a napalm por la mañana -dijo Thorson-. Huele a…

– ¡Victoria! -exclamaron todos los presentes en la sala y los de la línea telefónica.

– Muy bien, compañeros -dijo Backus picando de palmas dos veces-. Creo que hemos abarcado bastante por ahora. Mantengámonos despiertos. Arriba esos ánimos. Mañana puede ser el gran día. Digamos que es el día. Y vosotros, que me escucháis desde las otras ciudades, no perdáis ni un minuto. Acabad el trabajo. Si cogemos a ese tipo, necesitaremos pruebas físicas que lo relacionen con otros crímenes. Necesitamos ubicarlo en todas las ciudades de cara al juicio.

– Si que hay un juicio -dijo Thorson.

Lo miré. El buen humor que había demostrado hacía un momento se había esfumado.

Tenía la mandíbula rígida.

Se levantó y salió de la sala de conferencias.

Pasé la noche solo en mi habitación, llenando el ordenador con las notas de la reunión y esperando a que llamara Rachel. Ya la había telefoneado dos veces al busca. Por fin, a las nueve -medianoche en Florida- hizo una llamada.

– No podía dormir y sólo quería asegurarme de que no estabas con otra mujer. Sonreí.

– No es muy probable. Esperaba tu llamada. ¿No has recibido mis mensajes o es que estás demasiado ocupada con otro hombre?

– No, déjame ver -soltó el teléfono unos instantes-. Mierda, se le ha acabado la pila. Tengo que ponerle otra. Lo siento.

– ¿Te refieres a la del busca o a la del otro hombre? -Muy gracioso.

– ¿Por qué no podías dormir?

– Pensaba en Thorson en esa tienda, mañana. "¿Y?

– Tengo que admitir que estoy jodidamente celosa. Si lleva a cabo la detención… Quiero decir que es mi caso y estoy a más de tres mil malditos kilómetros de ahí.

– Quizá no ocurra mañana. Quizá vuelvas a tiempo. Y, aunque no llegues, no lo hará él. Será el equipo crítico.

– No lo sé. Gordon conoce la manera de meterse en el ajo. Y tengo un mal presagio. Será mañana.

– Mucha gente consideraría un buen presagio saber que a ese tipo lo van a retirar de la circulación.

– Lo sé, lo sé. Pero ¿por qué él? Creo que Bob y él… No acabo de entender por qué Bob me envió a mí a Florida en lugar de a cualquier otro, en vez de enviar a Gordon. Me apartó del caso y yo se lo permití sin rechistar.

– Quizá Thorson le contó lo nuestro.

– No lo creo. Podría haberlo hecho. Pero no veo por qué Bob lo hizo sin antes decírmelo, sin explicarme antes por qué. Él no es así. No toma partido hasta que no ha oído las dos versiones.

– Lo siento, Rachel. Pero, verás, todo el mundo sabe que este caso es tuyo. Y fue un logro tuyo lo de aquel coche de la Hertz que nos llevó a todos a Los Angeles.

– Gracias, Jack. Pero sólo es uno de los logros. Y no tiene ninguna importancia. Realizar el arresto es como lo que dijiste sobre publicar el primero un reportaje. Realmente, no importa lo que haya sucedido antes.

Sabía que no conseguiría hacer que se sintiera mejor respecto a aquella situación. Llevaba toda la noche obsesionada con eso y nada de lo que yo dijera la haría cambiar de opinión. Decidí cambiar de tema.

– De todas formas, hoy has aportado un buen material. Parece que todo empieza a engranarse. Ni siquiera hemos cogido al tipo y ya sabemos un montón de cosas sobre él.

– Supongo que sí. Después de oír todo lo que ha dicho Brass, ¿le tienes alguna simpatía, Jack?, ¿a Gladden?

– ¿Al hombre que mató a mi hermano? No. No le tengo ninguna simpatía. -No lo creo.

– Pero tú aún se la tienes. Tardó un rato en contestar.

– Pienso en el niño que podría haber sido otras muchas cosas hasta que ese hombre le hizo lo que le hizo. Beltran le puso en el mal camino. Fue el verdadero monstruo de la historia. Como ya te dije, si alguien se llevó su merecido, fue él.

– Muy bien, Rachel. Se echó a reír.

– Lo siento, supongo que estoy cansada, al fin y al cabo. No pretendía acalorarme tanto de repente.

– Está bien. Te comprendo. Hay un medio para cada fin. Una raíz para cada causa. Algunas veces hay más maldad en la raíz que en la causa, aunque la causa suele ser lo más vilipendiado.

– Tienes un don para las palabras, Jack.

– Preferiría tenerlo contigo.

– También lo tienes.

Me reí y le di las gracias. Estuvimos un momento en silencio, con la línea abierta a través de tres mil kilómetros. Me sentía cómodo. No había necesidad de hablar.

– No sé si mañana te dejarán acercarte -me dijo-. Pero ten cuidado.

– Lo tendré. Tenlo tú también. ¿Cuándo volverás?

– Espero estar de vuelta mañana por la tarde. Les he dicho que tengan el avión a punto a las doce. Comprobaré el apartado de correos de Gladden y después subiré al avión.

– Muy bien. Y ahora ¿por qué no intentas dormir?

– Vale. Me gustaría estar contigo. -A mí también…

Pensé que iba a colgar, pero no lo hizo.

– ¿Has hablado de mí con Gordon?

Pensé en el comentario que él había hecho, cuando la había comparado con el Desierto Pintado.

– No. Hemos estado muy ocupados todo el día. Me pareció que no me creía y el hecho de mentirle me hizo sentir mal.

– Ya nos veremos, Jack.

– Vale, Rachel.

Después de colgar estuve un rato pensando en la conversación telefónica. Me había puesto un poco triste y no acertaba a saber por qué. Después me levanté y salí de la habitación. Estaba lloviendo. Desde la puerta principal del hotel eché un vistazo a la calle y no vi a nadie escondido, a nadie que me esperara. Resté importancia a mis temores de la noche anterior y salí.

Caminando pegado a los edificios para evitar al máximo la lluvia, fui hacia el Cat & Fiddle y pedí una cerveza en la barra. El local estaba abarrotado a pesar de la lluvia. Tenía el pelo mojado y en el espejo que había detrás de la barra me vi unos círculos oscuros debajo de los ojos. Me toqué la barba tal como me la había acariciado Rachel. Cuando me acabé la black and tan, pedí otra.

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