50

En cuanto Rachel se fue caí redondo sobre el sofá. El ruido cercano de un helicóptero invadió mis sueños, pero no lo suficiente como para despertarme. Cuando por fin lo hice eran las tres de la madrugada. Me llevaron a la planta trece del edificio federal, a una pequeña sala de interrogatorio. Dos agentes de rostro severo a los que no conocía estuvieron haciéndome preguntas durante las cinco horas siguientes, obligándome a repetir mi historia una y otra vez hasta ponerme enfermo de tanto regurgitarla. Durante esta entrevista no había estenógrafa sentada en un rincón de la sala con su máquina, porque esta vez hablábamos de uno de ellos y tenía la sensación de que querían darle a mi historia la forma que más les convenía antes de que fuera registrada.

Poco después de las ocho me dijeron, por fin, que podía bajar a la cafetería a desayunar antes de que trajeran a la estenógrafa para hacerme un interrogatorio formal. Para entonces habíamos repetido la historia tantas veces que sabía exactamente cómo querían que contestara casi a cualquier pregunta. No tenía hambre, pero tenía tanta necesidad de salir de aquella habitación y alejarme de ellos que hubiera dicho sí a cualquier cosa. Por lo menos no me escoltaron hasta la cafetería como a un prisionero.

Encontré a Rachel allí, sentada a solas en una mesa. Compré un café y un donut que parecía tener tres días de antigüedad y me dirigí hacia ella.

– ¿Puedo sentarme aquí?

– Claro, éste es un país libre.

– A veces lo dudo. Estos muchachos, Cooper y Kelley me han tenido encerrado en esa habitación durante, cinco horas.

– Tienes que entender una cosa. Tú eres el mensajero, Jack. Ellos saben que vas a salir de aquí y vas a contar tu historia a los periódicos, en la televisión, probablemente en un libro. Todo el mundo sabrá la historia de la manzana podrida del FBI. No importa lo buenos que seamos o a cuántos malos detengamos, el hecho de que hubiera un malo entre nosotros va a ser una historia tremenda. Tú te harás rico y nosotros vamos a tener que vivir con lo que venga después. Es por eso, en pocas palabras, por lo que Cooper y Kelley no te han tratado como a una prima donna.

La miré un momento. Al parecer se había tomado un desayuno completo. En su plato había restos de yema de huevo.

– Buenos días, Rachel-le dije-. ¿Por qué no empezamos otra vez desde el principio? Eso la sacó de quicio.

– Mira, Jack, tampoco yo voy a ser amable contigo. ¿Cómo esperas que reaccione ante ti ahora?

– No lo sé. Durante todo el tiempo que he estado con esos muchachos, respondiendo a sus preguntas, no he hecho otra cosa que pensar en ti. En nosotros.

Estuve atento a la reacción de su rostro, pero no la hubo. Mantuvo la mirada fija en el plato.

– Mira, podría tratar de explicarte todas las razones por las que pensaba que eras tú, pero no serviría de nada. Se me viene todo encima, Rachel. Algo está tarado en mi interior… y por eso no podía aceptar lo que me ofrecías sin recelos, sin una especie de cinismo. Fue sobre esa pequeña duda sobre la que todo creció y se hinchó hasta tal punto… Rachel, puedes contar con mi arrepentimiento y mi promesa de que, si me das otra oportunidad, me esforzaré por superarlo, por llenar ese vacío. Y te prometo que lo conseguiré.

Nada, ni siquiera un contacto visual. Tuve que resignarme. Se había acabado.

– Rachel, ¿puedo preguntarte una cosa? -¿Qué?

– Tu padre y tú… ¿Te hizo algún daño?

– ¿Quieres decir si me follaba?

No hice más que mirarla en silencio.

– Eso es parte de mi vida privada y no tengo por qué hablar de ello con nadie.

Le di una vuelta a la taza y me quedé contemplándola como si fuera lo más interesante que hubiera visto en mi vida. En ese momento era yo quien no podía levantar la mirada.

– Bueno, vaya tener que volver a subir -dije por fin-. Sólo me han dado quince minutos. Hice un movimiento para ponerme en pie.

– ¿ Les has hablado de mí? -me preguntó. Me detuve.

– ¿De nosotros? No, he intentado evitarlo.

– No te escondas de ellos, Jack. De todos modos, ya lo saben.

– ¿Se lo contaste tú?

– Sí. No tiene sentido tratar de esconderles nada. Hice un gesto de asentimiento.

– ¿Qué pasa si se lo digo y me preguntan si todavía estamos… si todavía mantenemos esa relación?

– Diles que el jurado sigue reunido.

Asentí de nuevo y me quedé de pie. Al utilizar la palabra jurado me recordó mis pensamientos de la noche anterior, cuando en mi fuero interno, como un jurado de un solo miembro, había llegado a un veredicto sobre ella. Pensé que

era justo que ella estuviera sopesando ahora las pruebas en mi contra.

– Házmelo saber cuando llegues a un veredicto.

Al salir tiré el donut en el cubo de basura que había junto a la puerta de la cafetería.

Era casi mediodía cuando terminé de hablar con Kelley y Cooper. No supe nada acerca de Backus hasta entonces. Al recorrer las oficinas pude darme cuenta de lo vacías que estaban. Las puertas de todas las salas estaban abiertas y los escritorios vacíos. Parecía la oficina de detectives durante el funeral por un policía, y en cierto modo así era. Estuve a punto de volver a la sala de interrogatorios donde había dejado a mis inquisidores para preguntarles qué pasaba. Pero sabía que no les caía bien y que no me dirían nada que no quisieran o que no debieran decirme.

Cuando pasé por la sala de comunicaciones oí el parloteo del transmisor. Miré y vi a Rachel sentada a solas allí. Frente a ella, sobre la mesa había una consola de micrófonos. Entré.

– ¡Hola!

– ¡Hola!

– Listo. Me han dicho que podía irme. ¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué pasa?

– Están buscándole todos. -¿A Backus?

Asintió.

– Pensaba… -no terminé. Era obvio que no lo habían encontrado en el fondo del precipicio. No había preguntado antes porque daba por sentado que el cuerpo había sido recuperado-. ¡Dios! ¿Cómo pudo…?

– ¿Sobrevivir? Quién sabe. Se fue mientras ellos llegaban con las linternas y los perros. Había un gran eucalipto. Encontraron sangre en las ramas más altas. La hipótesis es que cayó sobre el árbol. Eso amortiguó la caída. Los perros perdieron su rastro en la carretera, más allá de la colina. El helicóptero no sirvió para mucho más que para tener a todo el vecindario despierto durante casi toda la noche. A todos excepto a ti. Todavía están ahí fuera. Todo el personal está buscándole en las calles, en los hospitales. Y hasta ahora, nada.

– Dios mío.

Backus seguía todavía por ahí. En algún lugar. Era increíble.

– Yo no me preocuparía -dijo ella-. La posibilidad de que te persiga o de que me persiga a mí es muy remota. Su objetivo ahora es escapar. Sobrevivir.

– No es eso lo que quería decir -dije, aunque me temo que sí lo era-. Da miedo. Alguien como él andando por ahí… ¿Han encontrado algo que explique… el porqué?

– Están trabajando. Brass y Brad se ocupan de ello. Pero va a ser un hueso duro de roer. No había ningún indicio. El muro entre sus dos vidas era como la puerta de la cámara acorazada de un banco. En algunos casos nunca encontramos la respuesta. Hay tipos inexplicables. Todo lo que sabemos es que la semilla estaba en su interior. Y un día se desarrolló una metástasis… y él empezó a hacer todo aquello con lo que antes sólo había fantaseado.

No le dije nada. Sólo quería que continuara, que me hablara.

– Van a empezar con su padre -dijo-. Oí que Brass iba a verle hoy en Nueva York. Ésa es una visita que no quisiera tener que hacer. Tu hijo sigue tu camino en el FBI y se convierte en tu peor pesadilla. ¿Cómo era aquella cita de Nietzsche? «Todo aquel que lucha contra monstruos…»

– «… ha de tener cuidado de no convertirse en un uno de ellos.» -Sí.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos, pensando en aquello.

– ¿Por qué no estás tú también por ahí fuera? -pregunté al fin.

– Porque me han asignado a labores burocráticas hasta que no se aclare mi relación con el tiroteo… y todo lo demás.

– ¿No es eso muy formal? Sobre todo desde que se sabe que no está muerto.

– Podría ser, pero hay otros factores.

– ¿Nosotros? ¿Somos nosotros uno de esos factores? Ella asintió.

– Podría decirse que mi criterio está puesto en tela de juicio. Enrollarse con un periodista y testigo no es precisamente lo que se podría llamar un comportamiento modélico en el FBI. Y después está lo de esta mañana.

Le dio la vuelta a un folio y me lo entregó. Era un fax de una foto en blanco y negro con mucho grano. En ella estaba yo sentado en una mesa y Rachel de pie entre mis piernas, besándome. Necesité un momento para situarla hasta que reconocí que era de la sala de urgencias del hospital.

– ¿Te acuerdas del médico que viste mirándonos? -preguntó Rachel-. Bueno, pues no era tal doctor. Era una especie de pedazo de mierda á &freelance que vendió esta fotografía al National Enquirer. Seguro que se coló disfrazado. El martes la foto estará en todos los supermercados del país, ya verás. Pero para mantener su elevada ética periodística, mandaron esto por fax y pidieron una entrevista, o al menos un comentario. ¿Qué te parece, Jack? ¿Crees que el comentario apropiado sería «Que os den morcilla»? ¿Crees que lo publicarían?

Dejé la foto encima de la mesa y miré a Rachel.

– Lo siento, Rachel.

– ¡Es la única respuesta que se te ocurre últimamente! «¡Lo siento, Rachel. Perdona, Rachel!» No te sienta nada bien,

Jack.

Apunto estuve de decirlo otra vez, pero me limité a asentir con la cabeza. Me quedé mirándola sin comprender cómo había podido meter tanto la pata. En ese momento supe que había perdido todas mis posibilidades con ella. Sentí pena de mí mismo y repasé mentalmente las partes que habían formado el todo y que me habían convencido de algo que, en el fondo de mi corazón, tendría que haber reconocido como falso. Buscaba excusas, pero sabía que no las tenía.

– ¿Te acuerdas del día en que nos conocimos y me llevaste a Quantico? -pregunté.

– Sí, me acuerdo.

– El despacho al que me llevaste era el de Backus, ¿verdad? Yo tenía que hacer unas llamadas. ¿Por qué lo hiciste? Yo creía que era el tuyo.

– No, yo no tengo despacho. Tengo una mesa y un poco de espacio para trabajar. Te llevé allí para que tuvieras un poco de intimidad. ¿Por qué?

– Por nada. Es que ése era uno de los detalles que parecían… encajar tan perfectamente antes. Según el calendario de la mesa, él estaba de vacaciones cuando Orsulak… Por eso pensé que me habías mentido cuando dijiste que hacía mucho que no hacías vacaciones.

– No vamos a hablar de eso ahora.

– Entonces, ¿cuándo? Si no lo hablamos ahora, no lo hablaremos nunca. Cometí un error, Rachel, y no tengo excusa. Pero quiero que sepas lo que yo sabía. Quiero que comprendas lo que yo…

– ¡Me importa un rábano!

– A lo mejor te ha importado un rábano todo el tiempo.

– No intentes echarme la culpa. Eres tú el que lo ha echado todo a perder, no yo…

– ¿Qué hiciste aquella noche, la primera, cuando te fuiste de mi habitación? Llamé por teléfono y no estabas. Llamé a tu puerta, y tampoco. Cuando estaba en el pasillo vi a Thorson, que venía de la farmacia. Tú le mandaste ir, ¿verdad?

Bajó la mirada durante un rato que se me hizo larguísima.

– Dime eso al menos, Rachel.

– Yo también me lo encontré en el pasillo -dijo en voz baja-. Antes que tú, cuando salí de tu habitación. Me dio tanta rabia que estuviera allí, que Backus le hubiera convocado… Me sacó de quicio. Me entraron ganas de herirle de alguna manera, de humillado. Necesitaba… algo.

Así que le dio a entender que lo esperaría y lo mandó a la farmacia a comprar condones. Pero cuando volvió, ella ya no estaba.

– Estaba en mi habitación cuando llamaste por teléfono y cuando viniste a buscarme. No contesté porque creí que era él. Seguro que también lo intentó porque llamaron dos veces a la puerta y dos veces por teléfono, pero yo no contesté a ninguna.

Asentí con un gesto.

– No me alegro de habérselo hecho -dijo-, y menos ahora.

– Todos nos arrepentimos de cosas que hemos hecho, Rachel. Pero eso no nos impide seguir adelante. No tendría que ser así.

No dijo nada.

– Ahora tengo que irme, Rachel. Espero que las cosas te vayan bien. Y espero que me llames algún día. Estaré esperándote.

– Adiós, Jack.

Al separarme de ella, levanté la mano. Con un dedo tracé la silueta de su boca, nuestras miradas se encontraron y se prendieron un momento. Después, salí.

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