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Gladden se quedó unos segundos mirando la pantalla azul eléctrico antes de empezar. Era un ejercicio que practicaba rutinariamente para liberar su mente de tensiones y odio. Pero esta vez le costó. Estaba furioso.

Se serenó y se puso el ordenador en las rodillas. Limpió la pantalla e hizo rodar la bola con el pulgar, el puntero fue moviéndose de una ventana a otra para detenerse en el icono de TERMINAL. Pulsó la tecla RETORNO y después eligió el programa que quería. Hizo clic en MARCAR y esperó mientras escuchaba el áspero chirrido de la conexión. Cada vez que lo hacía pensaba que era como un parto: el horrible grito del recién nacido.

Cuando se hubo completado la conexión apareció en pantalla la plantilla de saludo:


BIENVENIDO AL CLUB ASP


Al cabo de unos segundos la pantalla se deslizó hacia arriba y apareció un aviso codificado que solicitaba la primera palabra clave de Gladden. Tecleó las letras, esperó a que fueran reconocidas y después tecleó la segunda clave, cuando recibió el aviso. Al instante fue admitido en la red y apareció la pantalla de advertencias:


¡ALABADA SEA LA PROVIDENCIA!

NORMAS PARA LA NAVEGACIÓN

1. NO UTILICE JAMÁS SU NOMBRE REAL

2. NUNCA DÉ A LOS CONOCIDOS LOS NÚMEROS DEL SISTEMA

3. NUNCA ACUERDE REUNIRSE CON OTRO USUARIO

4. TENGA EN CUENTA QUE OTROS USUARIOS PUEDEN SER PERSONAS EXTRAÑAS

5. EL SYSOP SE RESERVA EL DERECHO A ELIMINAR A CUALQUIER USUARIO

6. LOS CUADROS DE MENSAJES NO PUEDEN SER UTILIZADOS PARA DEBATIR ACTIVIDADES ILEGALES: ¡ESO ESTÁ PROHIBIDO!

7. LA RED ASP NO SE HACE RESPONSABLE DEL CONTENIDO

8. PULSE UNA TECLA PARA CONTINUAR


Gladden pulsó la tecla RETORNO y el ordenador le informó de que tenía un mensaje personal no leído. Pulsó rápidamente las teclas apropiadas y el mensaje del sysop, u operador de sistemas, llenó la mitad superior de la pantalla del portátil:

GRACIAS POR EL AVISO. ESPERO QUE TODO VAYA BIEN Y SIENTO MUCHO QUE HAYA ESTADO USTED EN PELIGRO. ESTÁ BIEN LO QUE BIEN ACABA. SI ESTA LEYENDO ESTO SUPONGO QUE SE HABRÁ REPUESTO. ¡BRAVO! BUENA SUERTE. SEGUIRÉ EN CONTACTO CON USTED Y CON LOS DEMÁS. (JE, JE)

…ASP

Gladden tecleó una R, le dio al RETORNO y apareció en pantalla una plantilla para el mensaje de réplica. Tecleó la respuesta al emisor del primer mensaje:

NO SE PREOCUPE POR MÍ. TODO ESTÁ CONTROLADO. SU SEGURO SERVIDOR ESTÁ DE NUEVO EN PIE.

Hecho esto, Gladden tecleó las instrucciones para trasladarse al tablón de anuncios del directorio principal. Por fin, la pantalla se llenó con la guía de cuadros de mensajes. Había una lista con el número de mensajes en activo disponibles para ser leídos en cada cuadro:

1. Foro general 89 6. Todo vale 51

2. B+9 46 7. Meditaciones y gemidos 76

3. B-9 23 8. Sabuesos legales 24

4. G+9 12 9. Servicios por ciudad 56

5. G-9 6 10. Cuadro de trueques 91

Tecleó rápidamente las instrucciones necesarias para ir al cuadro de «Meditaciones y gemidos». Era uno de los cuadros más frecuentados. Ya se había leído la mayoría de los archivos y había contribuido con unos cuantos. Todos desvariaban sobre lo injusta que era la vida con ellos. Sobre de qué modo, en otros tiempos, quizá sus gustos e instintos serían aceptados como normales. Gladden siempre había pensado que había más gemidos que meditaciones. Solicitó el mensaje titulado ídolo y empezó a releerlo:

Creo que pronto tendrán noticias mías. Se acerca mi hora de salir a la luz de la fascinación y el miedo públicos. Estoy listo. Al final, todos los de mi especie salen al descubierto. Se acabará el anonimato. Me pondrán un nombre, una denominación no relativa a quién soy yo ni a mis muchas habilidades, sino determinada sencillamente por su capacidad para lucir en un titular de la prensa sensacionalista y estimular el miedo en las masas. Estudiamos lo que tememos. El miedo vende periódicos y programas de televisión. Pronto me tocará el turno de vender.

Pronto será perseguido y me hará famoso. Pero no darán conmigo. Nunca. Esto es lo que no perciben. Que he estado siempre preparado. He decidido que ha llegado el momento de contar mi historia. Quiero contarla. Vaya poner en ella todo lo que tengo, todo lo que soy. A través de estas ventanas me veréis vivir y morir. Mi portátil Boswell no emite juicios, no tiembla ante una simple palabra. Quién mejor que mi portátil Boswell para escuchar mi confesión? Qué biógrafo más adecuado que mi portátil Boswell? Ahora voy a empezar a contarlo todo. Encended vuestras candelas. Viviré y moriré en esta oscuridad.

A veces el hombre se enamora de manera extraordinaria y apasionada del sufrimiento.

Yo no he escrito esto, pero me gustaría haber lo hecho. Aunque no importa porque creo en ello. Mi sufrimiento es mi pasión, mi religión. Nunca me abandona. Me guía. Soy yo mismo. Ahora lo veo claro. Creo que lo que significan esas palabras es que nuestro dolor es la senda por la que discurren nuestras elecciones y nuestro viaje vital. Prepara el terreno, por así decirlo, para todo lo que hacemos Y llegamos a ser. Por eso lo aceptamos. Lo estudiamos y, por toda su aspereza, lo amamos. No tenemos elección.

Esto lo tengo muy claro, lo entiendo perfectamente. Pueda volver la vista atrás y comprobar cómo el dolor ha marcado todas mis elecciones. Miro adelante y sé dónde' me va a tocar. En realidad, ya no camino por el sendero. Es éste el que se mueve bajo mis pies, me conduce como una cinta transportadora gigante a través del tiempo. Me ha traído hasta aquí.

Mi dolor es la roca sobre la cual me alzo. Soy el perpetrador. El ídolo. La verdadera identidad es el dolor. Mi dolor. Cumplamos con nuestro deber hasta la muerte.

Conducid con precaución, queridos amigos. 165

Volvió a leerlo y le conmovió. Hizo mella en lo más profundo de su corazón.

Retornó al menú principal y conectó con el «Cuadro de trueques» para ver si había clientes nuevos. No los había. Tecleó la G de Goodbye para despedirse. Después apagó el ordenador y lo cerró.

Gladden se lamentó de que los polis se hubieran quedado con su cámara. No podía arriesgarse a reclamarla y apenas se podía permitir el lujo de comprar otra con el dinero que le quedaba. Pero sabía que sin cámara no podría cumplir con los pedidos y no habría más dinero. La ira que crecía en su interior le hacía sentir como si tuviera cuchillas en la sangre, cortándolo por dentro. Decidió sacar más dinero de Florida para comprarse otra cámara.

Se acercó a la ventana y miró los coches que circulaban lentamente por Sunset. Aquello era un interminable aparcamiento móvil. «Todo ese hierro humeante», pensó. Toda aquella carne. ¿Adonde se dirigía? Se preguntaba cuántos de los de aquellos coches serían como él. ¿Cuántos tendrían sus impulsos y cuántos sentirían las cuchillas? ¿Cuántos tendrían el valor de seguir? De nuevo la ira inundó sus pensamientos. Ahora se trataba de algo palpable en su interior, una flor negra que abría los pétalos en su garganta, ahogándolo.

Cogió el teléfono y marcó el número que le había dado Krasner. Al cabo de cuatro timbrazos se puso al habla Sweetzer.

– ¿Muy ocupado, Sweetzer?

– ¿Quién es?

– Soy yo. ¿Cómo están los chicos?

– ¿Qué…? ¿Quién es?

Su instinto le pedía a Gladden que colgara en aquel momento. No quería tratos con los de su especie. Pero era tan curioso…

– Tienen ustedes mi cámara -le dijo. Hubo un instante de silencio.

– Señor Brisbane, ¿cómo está?

– Bien, detective, gracias.

– Sí, tenemos su cámara y tiene derecho a recuperarla puesto que la necesita para ganarse la vida. ¿Quiere usted que quedemos para que pase a recogerla?

Gladden cerró los ojos y estrujó el auricular hasta que pensó que lo rompería. Lo sabían. Si no lo supieran, le habrían dicho que se olvidase de la cámara. Pero sabían algo. Y querían atraerlo allí. La cuestión era cuánto sabían. Gladden hubiera querido gritar, pero pudo más la opción de actuar con frialdad ante Sweetzer. «No des un paso en falso», se dijo.

– Tengo que pensarlo.

– Bueno, parece una bonita cámara. No estoy seguro de cómo funciona, pero no me importaría quedármela. Aquí está, a su disposición…

– Jó déte, Sweetzer.

La ira le había superado.

Lo había mascullado entre dientes.

– Mire, Brisbane, yo cumplía con mi deber. Si tiene problemas con esto venga a verme y algo haremos. Si quiere su jodida cámara, tendrá que venir a por ella. Pero no voy a aguantarle…

– ¿Usted tiene hijos, Sweetzer?

La línea permaneció en silencio durante un rato, aunque Gladden sabía que el detective seguía allí.

– ¿Qué ha dicho? -Ya me ha oído.

– ¿Está amenazando a mi familia, grandísimo hijo de puta?

Entonces fue Gladden el que guardó silencio un instante. Después surgió de lo más hondo de su garganta un sonido grave que fue subiendo de tono hasta convertirse en una risa de maníaco. Siguió riendo descontroladamente hasta que no pudo oír otra cosa ni pensar. Entonces, de repente, colgó bruscamente el auricular y atajó la carcajada en seco, como si se hubiera cortado el cuello.

Una mueca repugnante deformó su rostro y gritó hacia la vacía habitación a través de sus dientes apretados.

– Jó déte!

Gladden abrió de nuevo el portátil y accedió al directorio de fotos. La pantalla era una obra de arte para ser un portátil, aunque el chip de gráficos no se aproximaba al nivel de calidad que habría obtenido en un ordenador personal de sobremesa. Aún así, las imágenes eran lo bastante nítidas y estaban a su alcance. Repasó el archivo foto por foto. Era una macabra colección de vivos y muertos. De algún modo halló alivio en las fotos, una sensación de que seguía controlando su vida.

Aún así, le acongojaba lo que acababa de ver y lo que había hecho. Aquellos pequeños sacrificios. Los ofrendó para obtener un bálsamo para sus heridas. Sabía lo egoísta que era, lo grotescamente retorcido. Y el hecho de convertir esos sacrificios en dinero le desazonaba, siempre hacía que se detestase, que sintiese repugnancia de sí mismo. Sweetzer y los demás tenían razón. Merecía que lo acosaran.

Echó la cabeza hacia atrás para mirar las aguas que hacía el techo. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Los cerró y trató de dormir, de olvidar. Pero su amigo del alma estaba allí, en la oscuridad bajo sus párpados. Estaba allí como siempre. Con la cara tiesa y una horrible cuchillada en vez de labios.

Gladden abrió los ojos y miró hacia la puerta. Alguien había llamado. Se sentó de un salto al oír el ruido metálico de una llave que se introducía en la cerradura exterior. Reparó en su error. Sweetzer había localizado la llamada. ¡Sabían que llamaría!

Se abrió la puerta de la habitación. Una mujer menuda, negra y con uniforme blanco apareció en el umbral con dos toallas dobladas sobre el brazo.

– Servicio de limpieza -dijo-. Siento venir tan tarde, pero hoy ha sido un día muy liado. Mañana haré su habitación la primera.

Gladden suspiró y recordó que había olvidado colgar el letrero de «No molesten» en el picaporte exterior.

– Está bien -dijo levantándose rápidamente para impedir que entrase en la habitación-. Déme sólo las toallas, de todos modos.

Al coger las toallas vio que la chica llevaba bordado en el uniforme el nombre de Evangeline. Tenía una cara agradable y enseguida sintió pena de verla hacer aquel trabajo, limpiando lo que otros ensuciaban.

– Gracias, Evangeline.

Advirtió que los ojos de ella pasaban de él al interior de la habitación y se detenían en la cama. Estaba sin deshacer. La noche anterior no había quitado la colcha. Entonces ella volvió a mirarle y asintió con lo que quiso ser una sonrisa.

– ¿No necesita nada más? -No, Evangeline.

– Que tenga un buen día.

Gladden cerró la puerta y se volvió. Allí, sobre la cama, estaba el ordenador portátil abierto. En la pantalla había una de las fotografías. Se acercó a la cama y la estudió sin mover el ordenador. Entonces volvió a la puerta, la abrió y se colocó bajo el umbral, donde había estado ella. Miró hacia el ordenador. Se veía perfectamente. El chico en el suelo y algo que no podía ser otra cosa que sangre sobre el lienzo perfectamente blanco de la nieve.

Corrió hacia el ordenador y pulsó el botón de borrado de emergencia que él mismo había programado. La puerta seguía abierta. Gladden trató de concentrarse. «Dios mío -pensó-, qué gran error.»

Fue hasta la puerta y salió. Evangeline estaba al fondo del pasillo, de pie junto al carretón de la limpieza. Se volvió para mirarlo, sin que su cara denotase nada especial. Pero Gladden sabía que tenía que asegurarse. No podía arriesgarlo todo a la simple lectura de la cara de la mujer.

– Evangeline -le dijo-. He cambiado de idea. Es probable que la habitación necesite un repaso. De todos modos, me hace falta papel higiénico y jabón.

Ella dejó la carpeta en la que estaba escribiendo y se agachó para sacar del carro el papel higiénico y el jabón. Mientras la miraba, Gladden se metió las manos en los bolsillos. Observó que la muchacha mascaba chicle ruidosamente. Era una conducta insultante ante cualquiera. Como si él fuera invisible. Como si no fuera nadie.

Cuando Evangeline se acercó con las cosas que había cogido del carro, él no hizo el menor gesto para sacarse las manos de los bolsillos. Dio un paso atrás para cederle el paso. Cuando ella hubo entrado, Gladden se acercó al carro y miró la carpeta que la chica había dejado encima. Detrás del número 112 había puesto: «Sólo toallas.»

Gladden volvió a la habitación mirando a su alrededor. El motel tenía un patio central y a su alrededor se alzaban dos pisos de unas veinticuatro habitaciones cada uno. Vio otro carro de limpieza cruzado en el pasillo del piso de arriba. Estaba ante la puerta abierta de una habitación, pero no se veía a la sirvienta. En el centro del patio, la piscina estaba desierta. Demasiado frío. No vio a nadie más.

Entró en la habitación y cerró la puerta mientras Evangeline salía del cuarto de baño con la bolsa del cubo de basura.

– Perdone, señor, tenemos que dejar la puerta abierta mientras trabajamos en las habitaciones. Son las normas de la casa.

Gladden le cortó el paso hacia la puerta.

– ¿Ha visto la fotografía?

– ¿Qué? Perdone, señor, tengo que abrir la…

– ¿Ha visto usted la foto en el ordenador?, ¿encima de la cama?

Señaló el ordenador y la miró a los ojos. Ella parecía desconcertada, pero no se giró.

– ¿Qué foto?

Volvió los ojos hacia la cama combada y luego hacia él con una mirada confusa y una expresión de creciente incomodidad.

– Yo no he tocado nada. Puede llamar ahora mismo al señor Barrs si cree que he tocado algo. Soy una mujer honrada. Puede que haya mandado a una de las chicas a buscarme. No he cogido su foto. Ni siquiera sé de qué foto me habla.

Gladden se la quedó mirando un momento y después sonrió.

– Evangeline, creo que quizá sea usted una mujer honrada. Pero tengo que asegurarme. Usted ya me entiende.

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