Capítulo 10

Riley se agachó para recoger un trozo de madera quemada y se irguió, dándole vueltas entre las manos.

– ¿La casa estaba en construcción cuando se quemó?

– No tenía mucho más que el armazón -contestó Jake-. El tejado ya estaba colocado, y las paredes casi completas, pero eso era todo.

– Y la estaba levantando una constructora, no un particular.

– Sí, una gran empresa compró un montón de terreno en la isla hace un par de años, cuando uno de los propietarios originales quiso venderlo por fin. Desde entonces van edificando por parcelas. Normalmente construyen dos o tres casas al mismo tiempo. Son cuadrillas grandes.

– ¿Y el seguro?

– Lo que cabía esperar. Nada del otro mundo. -Jake se encogió de hombros-. Y no encontré nada raro. Construyen una casa y luego la venden a un particular, a una cooperativa o a un grupo inmobiliario dueño de alquileres. Lo normal aquí.

Riley dejó caer el trozo de madera quemada y se frotó distraídamente las manos.

– ¿Y el jefe de bomberos está seguro de que fue provocado? -Se estaba comportando como si aquélla fuera su primera visita al lugar del incendio, aunque suponía que había estado allí al menos una vez antes, a espaldas del sheriff. A fin de cuentas, aquel fuego era uno de los sucesos extraños que habían despertado las sospechas de Gordon ese verano.

Así pues, era lógico que hubiera estado allí en algún momento. Tal vez incluso hubiera encontrado algo que ahondara (o disipara) sus propias sospechas.

No se acordaba.

– Se usó un acelerante -contestó Jake-. Y no uno corriente, como gasolina o líquido para mecheros. No tenemos resultados de laboratorio que determinen cuál fue, pero de eso estamos seguros.

– ¿Hay algo más de lo que estemos seguros? -Era una pregunta franca y en absoluto sarcástica.

– No mucho. Ocurrió en plena noche, cerca del amanecer, en realidad. Avisó un vecino que se levantó temprano para sacar a su perro. El fuego estaba ya muy avanzado y no se vio a nadie aquí, ni huyendo a pie o en coche.

Riley miró con el ceño fruncido los pilares ennegrecidos que debían sostener la casa muy por encima del suelo de arena, tal y como exigía la normativa. Sólo quedaban algunas partes en pie y reconocibles. Alrededor de la base de las grandes vigas había montones de madera calcinada. Allí donde el edificio se había hundido sobre sí mismo al quemarse, los montones eran tan altos que le llegaban a la cintura.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó Jake.

Ojalá lo hubiera sabido. Había algo que le resultaba muy familiar en todo aquello, pero no sabía qué era. Ni por qué lo era. Quizá sólo le sonaba porque había estado allí antes, observando los restos del incendio.

O tal vez era por otra cosa.

– ¿Riley?

«¿Por qué tengo la sensación de que es otra cosa?»

– Supongo que el jefe de bomberos inspeccionó todo esto -dijo, más por decir algo que porque lo dudara.

– Dos veces. Y también he echado un vistazo yo mismo. Ayer por la mañana, de hecho. Excepto por los indicios del acelerante que te he comentado, no vimos nada raro.

Riley le miró, con el ceño fruncido.

– Entonces, ¿por qué metéis este incendio en el mismo saco que los demás sucesos extraños? Los fuegos ocurren. Incluso los provocados. -Pensando en su anterior conversación con Leah, añadió-: Incluso en el paraíso. Y quemar un edificio no forma parte de ningún ritual, que yo sepa. Así que, ¿por qué crees que esto podría tener algo que ver con prácticas ocultistas?

Él suspiró.

– Bueno, sí que había una cosa rara. El jefe de bomberos no se fijó, o por lo menos no lo puso en su informe. Y yo sólo lo encontré ayer. Ni siquiera he tenido ocasión de decírselo a Ash, si quieres que te sea sincero.

– ¿Qué encontraste, Jake?

El sheriff la condujo por entre los montones de escombros, hacia el lado de la finca que daba a la playa.

– La empresa quiere limpiar todo esto y empezar a reconstruir -dijo por encima del hombro-, pero por lo visto el perito de la aseguradora quiere echar un vistazo y no piensa extenderles un cheque hasta que lo haga. Se espera que venga a finales de esta semana. Si no, ya habrían limpiado todo esto.

Al parecer, a finales de esa semana iban a pasar muchísimas cosas, o eso se suponía, pensó Riley sintiendo un nuevo hormigueo de inquietud. Como si un reloj estuviera marcando los segundos que faltaban para…, algo. No sabía para qué. Ni qué reloj era aquél.

O si importaba.

Pero se limitó a decir tranquilamente:

– No me sorprende que la aseguradora quiera echar un vistazo, si se usó un acelerante. Supongo que era una de esas raras pólizas que cubren los incendios provocados, pero sólo si no hay ninguna prueba que señale a la empresa constructora.

– Sí. Los edificios en construcción son blancos muy tentadores para los pirómanos, y normalmente pagar una póliza con una cláusula especial sale más barato que contratar una empresa de seguridad que vigile la obra veinticuatro horas al día. Pero las aseguradoras miran con más cuidado cuando pasa algo así, claro. Yo no veo en qué puede beneficiar un incendio a la constructora en esta fase de las obras. La póliza está pensada para un edificio en construcción, así que sólo cubre lo que la empresa pueda demostrarle que le ha costado hasta ese momento.

– Lógico.

– Sí, y evita que algunos constructores sin escrúpulos levanten edificios de muy mala calidad y luego los quemen y reclamen a las aseguradoras su precio de mercado. Por lo visto hay que tener los papeles que demuestren los costes que se reclaman. El coste del material y la mano de obra, no el precio de tasación de la obra acabada. Esa clase de pólizas rebajan las indemnizaciones pero cubren los costes, de manera que el constructor no pierda hasta la camisa si pasa algo durante las obras.

– Apuesto a que también ahorra mucho dinero a las aseguradoras. ¿Adónde vamos, Jake?

– Aquí. -Se detuvo junto al borde de las dunas que ocultaban el océano y sobre las que se había construido ya parte de una pasarela de madera, con gruesos pilares hundidos profundamente en la arena.

Ignorando las señales de «Precaución: dunas» colocadas deliberadamente por la playa y junto a todas las pasarelas, Jake se puso detrás de un pilar y se agachó.

– Estuve a punto de no verlo -dijo.

Riley se reunió con él, clavando una rodilla en la arena blanda, y miró la superficie áspera del grueso poste.

– Supongo que no puede ser natural -dijo.

– No. Encontré lo mismo en ese edificio abandonado que ardió la semana pasada en Castle. Yo diría que está hecho con un hierro de marcar, o por lo menos con algo lo bastante caliente como para quemar la madera.

Pasado un momento, Riley alargó el brazo y trazó con la mano aquella figura diáfana, que parecía, en efecto, haber sido grabada a conciencia en la superficie del poste.

Era una cruz invertida.

Era casi la hora de comer cuando Riley y el sheriff concluyeron lo poco que podían hacer en el lugar del segundo incendio, un edificio abandonado en las inmediaciones del centro de Castle. Se habían limitado a echar un vistazo al casco carbonizado de un edificio que antaño había sido un pequeño almacén y a examinar la cruz invertida grabada en una tabla por lo demás intacta, clavada verticalmente en el suelo, detrás del edificio, donde podía verse con toda claridad.

– No es muy sutil -murmuró Riley mientras volvían hacia la calle.

– ¿Tendría que serlo? -preguntó Jake-. Quiero decir que, ¿no se supone que una señal tiene que ser, bueno, una señal?

– ¿Una señal de qué? ¿De «aquí están los adoradores del diablo»? La mayor parte de las personas que practican el satanismo lo mantiene en secreto, Jake.

– Pues ese grupo de la playa, cerca de tu casa, no para de hablar de ello.

Lo cual inducía a Riley a pensar que eran probablemente inofensivos: que pertenecían más bien al satanismo «convencional» (el de cánticos y velas) que a sus márgenes extremos, en los que se practicaban rituales sangrientos y se intentaba dominar a los elementos o a alguna fuerza sobrenatural.

Pero se limitó a decir:

– No es muy sensato dejar indicios de actividad ocultista para que los encuentren desconocidos. A menos que uno tenga una buena razón.

Jake frunció el ceño.

– Está bien. Entonces puede que sea… ¿una especie de advertencia?

– Supongo que es posible. -No parecía capaz de pensar con claridad y sintió otro escalofrío de inquietud. ¿Cuántas barritas energéticas había comido desde el desayuno? ¿Dos? ¿Tres? Con eso debería bastar. Era más que suficiente. No había corrido una carrera de obstáculos, por el amor de Dios…

– ¿Estás bien? -preguntó Jake-. Estás un poco rara esta mañana.

– ¿Sí?

– Sí. Y no me has contestado. ¿Qué demonios te pasa?

El apuesto sheriff no le parecía especialmente sensible a lo que fluía bajo la superficie de las cosas, y Riley, por tanto, concluyó que saltaba a la vista que le pasaba algo extraño.

Genial. Era genial. Al parecer, ya no podía fingir.

– Soy distinta cuando trabajo, eso es todo -contestó, echando mano de un recurso de probada eficacia.

– No te ofendas, Riley, pero si es así como trabajas, no sé si vas a aportar gran cosa a la investigación.

A pesar de cómo había empezado la frase, su tono era agresivo y su actitud impaciente, y Riley no necesitó sus facultades extrasensoriales para darse cuenta de que estaba deseando provocar una discusión. Seguramente, pensó, porque no había conseguido lo que buscaba pinchándola en la jefatura de Policía.

Se preguntó si había dejado de salir con Jake porque no tenía tiempo para hombres que se creían un regalo del cielo, y no porque hubiera conocido a Ash y se hubiera sentido atraída por él.

En otras circunstancias tal vez le habría obsequiado con la discusión que, obviamente, él deseaba provocar, pero ese día se sentía sin fuerzas.

En cualquier caso, él se distrajo antes de que Riley diera con una respuesta. Y ella no supo si alegrarse o enfadarse cuando la causa de su distracción resultó ser Ash. Su Hummer estaba aparcado en la calle, junto al todoterreno del sheriff.

– ¿Cómo ha sabido dónde estábamos? -masculló Jake.

– No tenía que saberlo -contestó Riley tranquilamente-. Sólo ha tenido que recorrer las pocas calles que hay entre este sitio y el juzgado y buscar tu todoterreno.

Jake hizo una mueca.

– Sí. A veces olvido lo pequeño que es esto.

– No creo que aquí puedan guardarse muchos secretos -comentó ella.

– ¿Nunca has vivido en una ciudad pequeña?

Riley asintió con la cabeza.

– Entonces sabrás que hay secretos que sabe todo el pueblo y que siguen secretos, a veces durante generaciones.

– Cierto. -Algo le rondaba por la cabeza desde hacía al menos media hora, pero no conseguía definirlo. ¿Era algo relacionado con los lugares de los incendios? ¿Algo que había dicho Jake? ¿Un recuerdo que intentaba aflorar?

No lo sabía. Fuera lo que fuese, se le escapaba una y otra vez, sacándola de quicio.

«Es como el eco de algo que sólo oí a medias en su momento. ¿Cómo demonios voy a descubrir qué era?»

Sobre todo con su memoria de queso suizo y sus sentidos todavía abotargados.

Ash había salido al verlos acercarse.

– ¿Alguna idea sobre nuestro pirómano misterioso? -le preguntó a Riley cuando se reunió con ellos en la acera.

– Ninguna que sea de ayuda, me temo -contestó ella, alejando de sí aquellas disquisiciones inútiles, al menos de momento.

– ¿Sigues pensando que podría formar parte de algún tipo de actividad ocultista?

– Todavía no puedo descartarlo. -Riley se encogió de hombros-. Tengo que documentarme un poco, ver si encaja con algún patrón conocido.

– ¿Crees que es posible?

– Bueno, sí, al menos hasta cierto punto. Hay rasgos comunes a todas las religiones, a todos los sistemas de creencias. La escenografía puede cambiar con el paso de los años, y algunos líderes carismáticos pueden inventar sus propios rituales o sus formas peculiares de celebrarlos, pero las líneas generales permanecen idénticas.

Fue Jake quien dijo:

– ¿Y cuáles son las líneas generales de las prácticas ocultistas?

– Todos los rituales ocultistas giran en torno a la invocación de un poder sobrenatural capaz de operar un cambio.

– ¿Un poder sobrenatural? ¿Como la magia?

Su tono desdeñoso no sorprendió a Riley. Ni lo paranormal, ni las fuerzas sobrenaturales formaban parte de la vida de la mayoría de la gente, así que abundaban los ignorantes. Se había acostumbrado, de hecho, a tener que explicar a personas perfectamente inteligentes que lo paranormal no tenía nada que ver con vampiros o licántropos, y que la magia era algo más que una ilusión o que el movimiento de nariz de una bruja de la televisión.

Así que contestó con paciencia:

– En este contexto, un poder sobrenatural serían las fuerzas energéticas de la naturaleza, de los elementos. El viento, el agua, la tierra…, el fuego. En los rituales ocultistas, o mágicos, esa energía elemental se crea o se invoca y luego se canaliza o se dirige hacia un fin concreto.

Ash dijo:

– Entonces alguien quemó dos edificios para… ¿para qué? ¿Para usar la energía del fuego en provecho propio?

– Es posible, Ash.

– No pareces muy convencida.

Consciente de que Jake la miraba con el ceño fruncido, Riley se preguntó si estaba pensando otra vez que era de poca ayuda en la investigación. Pero mantuvo la mirada fija en Ash.

– Es frecuente que se use fuego en las prácticas ocultistas. Incluso una hoguera. Pero quemar un edificio… Yo diría que es excesivo. Y no sé para qué iba a necesitar alguien tanta energía o a creer que podía dominarla, si la tuviera. Todos los rituales tienen un propósito, y de momento no le veo ninguno a todo esto. Así que no, no estoy segura de que estos incendios estén relacionados con alguna actividad ocultista que pueda estar teniendo lugar en el condado de Hazard.

– Hablas como si estuvieras en el banquillo de los acusados -gruñó él.

– He estado en él un par de veces.

– Sí, ya me lo imagino.

Riley miró al sheriff.

– Tendré que documentarme un poco antes de lanzar alguna hipótesis. Quizá ponerme en contacto con un par de expertos de la oficina.

– ¿Hay expertos en ocultismo en el FBI?

– Un par, sí. -Riley era uno de ellos, pero seguía convencida de que no se lo había contado al sheriff.

Respecto a Ash estaba menos segura, pero como él no dijo nada, no se preocupó, al menos de momento.

– Para eso sirven mis impuestos -masculló Jake.

– Puede que antes de que esto acabe te alegres de que esos expertos existan -le dijo Riley-. Porque si alguien está matando gente y quemando edificios para celebrar rituales ocultistas, tienes un problema muy grave entre las manos.

– Lo tengo, aunque esto no tenga nada que ver con el ocultismo -contestó Jake con un suspiro.

«Créeme: si está relacionado con el ocultismo, es peor.»

Pero Riley no lo dijo en voz alta. Y no sabía por qué.

– Supongo que le has pasado los resultados de la autopsia a algún amigo de Quantico, ¿no? -le preguntó Ash.

Ella asintió con la cabeza.

– Con permiso de Jake, claro. Hace un par de horas.

– Tu amigo trabaja deprisa. Me pasé por comisaría al salir del juzgado y Leah me dio un mensaje para ti: por lo visto, tu teléfono móvil está apagado o se ha quedado sin batería.

– Maldita sea. -No se molestó en mirar en su bolso: sabía que había encendido el teléfono antes de salir de casa. Se había apagado. Últimamente se quedaba sin batería mucho antes de lo normal. Otra señal de que algo iba mal.

– Parece que el tuyo también está apagado -añadió Ash dirigiéndose a Jake.

– Me lo he dejado en el todoterreno.

– Menos mal que no ha habido una emergencia que exigiera la presencia del sheriff.

– Estamos a calle y media de jefatura, Ash. Alguien habría sacado la cabeza por la puerta y me habría dado una voz.

Riley no estaba de humor para discusiones, así que zanjó aquélla antes de que empezara diciéndole a Ash:

– ¿Y el mensaje?

Él la miró.

– Breve y muy enigmático. Cito: «Primer análisis: humano. Segundo análisis: del mismo grupo que el donante». Fin de la cita. Espero que para ti tenga más sentido que para mí.

Riley entrelazó los dedos alrededor de la tira de su bolso con la esperanza de que ninguno de los dos notara que le temblaban. O que pensaran simplemente que necesitaba calorías. Pero no era por eso.

El mensaje estaba muy claro para ella. La sangre de la ropa con la que se había despertado la tarde anterior era humana. Y el grupo sanguíneo era el mismo que el de la encontrada en el estómago de la víctima.

Lo que significaba que era muy probable que hubiera otra persona asesinada en alguna parte.

Alguien cuya sangre había cubierto a Riley.

– ¿Es algo que deba saber Jake? -preguntó Ash mientras la llevaba en coche al café donde pensaban comer. Habían dejado al sheriff enfadado porque Riley no quiso descifrar por completo el mensaje de Quantico.

– Ya sabe lo más importante. Su forense se lo dijo. Que la sangre del estómago de la víctima es humana, pero que no pertenece a la víctima. Lo que significa que probablemente hay otra víctima a la que no hemos encontrado aún.

– ¿Y por qué tuvo que verificarlo tu compañero de Quantico?

«No puedo pensar. ¿Por qué no puedo pensar?»

Necesitaba combustible otra vez, claro. Por eso, entre otras cosas, no había protestado al ver llegar a Ash al lugar del incendio. Necesitaba combustible y, cuando lo tuviera, cuando su nivel de energía fuera óptimo, podría empezar a ordenar los datos dispersos por su cabeza.

«Actividad ocultista: posiblemente. Incendio provocado: no hay duda. Asesinato: no hay duda. Probablemente dos, maldita sea. ¿Relación? Sabe Dios.»

– Sólo para estar segura, nada más -dijo, contestando por fin a la pregunta de Ash.

– ¿Qué me estás ocultando, Riley?

Ella se arriesgó.

– Muchas cosas.

Ash no pareció sorprendido. O tenía una fabulosa cara de póquer.

– Entiendo. ¿Por motivos profesionales o personales?

Riley volvió a arriesgarse y contestó sinceramente. Más o menos.

– Lo mismo da una cosa que la otra. Lo siento, Ash. Es sólo que estoy acostumbrada a trabajar sola. Y no suelo mantener una relación de pareja mientras estoy trabajando, ya te lo he dicho. -«Y no puedo descifrarte, no sé qué piensas o sientes, pero te miro y me siento intranquila. Intranquila y no sé por qué.»

– Y yo soy el fiscal del distrito del condado de Hazard.

– Eso también. No puedo…, no puedo contarte todo lo que sé, o lo que creo saber o sospechar, sin pruebas que lo respalden. Sin pruebas, son sólo conjeturas, hipótesis inútiles. Y de todos modos seguramente son callejones sin salida, porque la mayoría de las investigaciones están llenas de ellos. Por eso, entre otras razones, tampoco le he dicho a Jake lo que estoy pensando.

– Porque cogería lo que podría ser una pista y se apoderaría de ella. Concentraría todas sus sospechas en una única persona o una zona, excluyendo todo lo demás. Llegaría a conclusiones precipitadas.

Riley se alegró de que Ash pareciera comprenderlo. Asintió con la cabeza.

– Es de ese tipo, o al menos eso creo. Quiere hacer algo lo antes posible y se frustra porque no puede. Tiene ansia de respuestas concretas. Y eso estaría bien si yo tengo razón. Pero todavía no estoy segura de nada. Hasta que lo esté, o al menos hasta que esté razonablemente segura, prefiero guardarme mis hipótesis para mí.

Pasado un momento, Ash dijo con un tono cargado de intención:

– El peligro de eso es tu soledad, Riley. Guárdate todo y, si el asesino sospecha que sabes algo, tal vez crea que eliminándote eliminará también la amenaza, o al menos que la reducirá.

– Lo sé -dijo ella.

– ¿Y estás dispuesta a arriesgarte?

– Normalmente, sí. -Normalmente, pero no siempre. Porque Bishop solía saber, aunque ella no se lo dijera, lo que pasaba en sus investigaciones. En su vida. En su mente. A menudo también lo sabían otros miembros del equipo: era difícil guardar un secreto entre un grupo de personas con poderes parapsicológicos.

Pero esta vez no. Bishop y los demás miembros de la unidad estaban diseminados por todo el país, trabajando en casos que exigían toda su atención, y Riley echaba en falta la sensación de unidad que había experimentado desde su llegada a la UCE.

O quizá fuera sólo ella, su desconexión con sus sentidos embotados o perdidos. En cualquier caso, esta vez el carácter intrínsecamente arriesgado de su trabajo le parecía más peligroso que nunca.

Esta vez, se sentía sola.

Realmente sola.

– No sé si yo estoy dispuesto a arriesgar tanto -dijo Ash en tono pensativo. Luego, casi inmediatamente, añadió-: De hecho, estoy seguro. No estoy dispuesto a que corras peligro, Riley.

– Ash…

– Sí, ya sé que tu trabajo es peligroso sean cuales sean las circunstancias. Para ti es una situación normal. Y también sé que te has formado en el ejército y en el FBI, lo que significa que sabes valerte perfectamente sola casi en cualquier circunstancia que se me ocurra. Incluida ésta, sin duda. Y sé que te las has arreglado muy bien sin mí durante treinta y tantos años.

Aparcó el Hummer frente a una cafetería llena de gente, paró el motor y la miró con fijeza.

– Pero voy a pedirte que en esta investigación, en este momento y este lugar, sólo por esta vez, rompas algunas de tus normas y me cuentes lo que está pasando.

– Nunca es sólo una vez -murmuró ella-. Rompes una norma y antes de que te des cuenta tu vida es un caos. Vas por ahí corriendo a ciegas con unas tijeras en la mano, coloreas y te sales de los bordes, pones los codos sobre la mesa. La anarquía.

– Deja de intentar ganar tiempo. Mira, yo sé separar las confidencias personales de mis responsabilidades profesionales.

– No estoy segura de que yo pueda -reconoció ella.

– Yo sí lo estoy. Confía en mí, Riley.

Odiaba aquella táctica, pero Riley recurrió a una excusa que tenía a mano e intentó quitar hierro al asunto.

– No es justo que me pidas nada cuando estoy muerta de hambre y no puedo pensar con claridad. No querrás ganar así, ¿no?

– Estoy dispuesto a ganar de la forma que sea -respondió Ash-. ¿Aún no te has dado cuenta?

No insistió en que le diera una respuesta en ese momento, y fue una suerte, porque Riley no tenía ninguna. Salió del coche y, al seguirle, Riley tuvo la convicción de que iba a tener que decidir si confiaba en Ash completamente y de que tendría que decidirlo sin la ayuda de los sentidos extra con los que había contado toda su vida.

Confianza ciega.

Algo de lo que no sabía si era capaz.

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