Cinco minutos después estaban en su enorme Hummer amarillo, camino del puente que llevaba al continente, y Riley tuvo que reconocer que Gordon tenía razón al decir que el coche de Ash era extremadamente llamativo. Además, el límite de velocidad en la isla, que era muy bajo, permitía que la gente sentada en los porches y las terrazas de las casas o que paseaba por las aceras, junto a la carretera, no sólo viera bien el vehículo, sino que reconociera a sus ocupantes.
La gente les saludaba con la mano. Y les decía hola tanto a ella como a Ash. Él no paró el coche en ningún momento, lo que al menos permitió que Riley se limitara a sonreír y a saludar con un ademán en respuesta a los saludos de los desconocidos.
«Bueno, al menos nuestra relación nunca ha sido un secreto. Eso cuenta, supongo.»
Había, sin embargo, secretos en su relación, obviamente, puesto que ella no le había dicho la verdad sobre el motivo que la noche anterior la obligó a marcharse temprano. A no ser que él lo supiera y le hubiera mentido respecto a…
«No compliques las cosas, maldita sea. Él no sabe que has perdido la memoria. Así que no está mintiendo. Sobre eso, por lo menos. Pero aquí está pasando algo más. Porque al parecer no le dijiste la verdad de la razón por la que querías que se fuera antes, y no sabes por qué se lo pediste.»
Claro que quizá sólo había querido estar sola y era una coincidencia que más tarde hubiera pasado algo.
No. Ella no creía en las coincidencias.
– Estás muy callada -dijo Ash.
– Es por eso que hemos visto hoy en el bosque. -Riley se encogió de hombros, amargamente consciente de que, siempre que necesitaba llenar un silencio o un hueco en blanco, lo primero que se le ocurría era hablar de trabajo-. He visto cosas peores, pero…, nunca es fácil.
– Yo esperaba no volver a ver nada parecido -dijo Ash-. En Atlanta ya vi asesinatos de sobra.
Riley dedujo que, obviamente, había vivido y trabajado en una gran ciudad. Seguramente como fiscal, claro. Era interesante que estuviera ahora allí. ¿Un revés en su carrera, o una elección consciente?
– Asesinatos hay en todas partes. Por desgracia.
– Tienes razón. Pero esta clase de asesinatos… ¿De veras crees que podría haber algún tipo de actividad ocultista por aquí? ¿Que podría ser un asesinato ritual?
– Creo que eso es lo que parece. A primera vista.
Ash frunció el ceño.
– Todavía tienes dudas, ¿no? A pesar de lo que has visto hoy.
Riley titubeó; luego habló despacio, intentando sopesar cada palabra mientras se preguntaba si estaba cometiendo un grave error al confiar en él, aunque fuera su amante.
Quizá precisamente porque era su amante.
– Creo, o sé, que los verdaderos rituales ocultistas, sobre todo los que acaban con un asesinato o con cualquier otro tipo de sacrificio material, son muy, muy raros. Sobre todo en lo que respecta a los sacrificios. Mucho más raro de lo que a algunos medios de comunicación les gustaría que la gente creyera. Tan raros que prácticamente no existen.
Ash asintió, ceñudo.
– Sí, lo recuerdo. La gran mayoría de los grupos ocultistas son completamente inofensivos, dijiste.
«Así que ya habíamos hablado de esto. Bien. Creo.»
– Exacto. Sus ritos y prácticas son simplemente el atavío de su fe religiosa. La mayoría de esos rituales son completamente inocuos y tienen como objeto celebrar la vida y la naturaleza.
– ¿Y los que no son inocuos?
– Son muy raros.
– Eso lo sé. ¿Y?
– Y suponen el culto a Satán y la creencia en la magia, la fe en que un ritual o rituales concretos pueden hacer que fuerzas sobrenaturales satisfagan sus deseos o ambiciones a quienes los practican. Pero hasta ésos rara vez incluyen un sacrificio material o un asesinato.
– Entonces deduzco que no muere nadie. Normalmente.
– Hablo en serio, Ash.
– Está bien. Entonces, los rituales ocultistas, por muy ofensivos que puedan ser para la gente corriente, son muy raros y en su mayor parte inocuos.
– Sí. Lo que es mucho más común, aunque siga siendo muy raro, es que alguien tome prestada su escenografía, sus ceremonias y rituales. Para hacer lo que quiera dentro del marco del ocultismo. Puede que el asesino tenga creencias ocultistas, o puede que no. Puede que sienta que cree, pero no entienda del todo los rituales que intenta manejar. O puede que no tenga nada que ver con la fe ni las creencias y que sea simple aderezo. Se puede asesinar a alguien con escenografía ocultista o satánica para confundir o despistar a los investigadores. Y se puede utilizar premeditadamente lo que se sabe que asustará a los vecinos y hará cundir el pánico.
– Para cubrir huellas.
– No sería la primera vez.
– Creo que me costaría menos creer eso que creer en un culto al diablo cuyos miembros hicieran sacrificios en el bosque, a menos de dos kilómetros de la ciudad.
– Parece improbable, ¿verdad? -dijo Riley, pensativa-. Eso es lo que más me inquieta, la proximidad con la gente, elegir un sitio en el que pueden entrar perros y a menudo entran. Por el que pasa gente casi todos los días. ¿Cuánto tiempo podían guardar su presunto secreto de ese modo?
– No todos los grupos son secretos -apuntó Ash-. De hecho, hay uno en la playa, cerca de tu casa.
Por su tono, Riley dedujo, algo indecisa, que Ash no esperaba que estuviera al tanto de aquello, así que se arriesgó a preguntar.
– ¿El qué? ¿Un culto? ¿Una secta?
– No se denominan así, que yo sepa. Son sólo un grupo de amigos con ideas parecidas que han alquilado la casa de los Pearson para el resto del verano. Pero han pedido permiso para hacer una hoguera en la playa el viernes por la noche, cuando hay luna llena, y se lo han dado. Están haciendo muchas preguntas, dando a entender claramente que creen que hay actividades ocultistas en esta zona y que practican una…, religión alternativa.
– ¿Han concretado algo más? Hoy en día «alternativo» se aplica a un montón de cosas.
– No, que yo sepa. De momento, por lo menos. Pero la gente habla, claro, sobre todo teniendo en cuenta lo que está pasando este verano.
«Dios, ojalá recordara de qué hemos hablado ya.»
– No se puede impedir que la gente hable -dijo.
Él le lanzó otra mirada, levantando las cejas.
– Cuando las habladurías bordean el pánico, es hora de intentarlo. O, al menos, de ofrecer una explicación racional de la que pueda hablarse. Creía que estábamos de acuerdo en eso, Riley.
– Sí -dijo ella-. Ya lo recuerdo.
«Pero no lo recuerdo.»
Aquella sensación fría y nauseabunda que sentía en la boca del estómago empeoró, y no porque necesitara comer.
– Ya estamos empezando a recibir llamadas -dijo Ash-. Todavía no han llamado los medios, pero seguramente es sólo porque están muy ocupados con todo ese lío de Charleston.
«¿Qué demonios pasa en Charleston?»
Riley intentó encontrar algún otro recuerdo difuso o algún dato, y de nuevo salió con las manos vacías. No tenía ni idea de qué estaba pasando en la ciudad más cercana a Castle.
– Aun así, pronto me pedirán algún tipo de declaración oficial -continuó él-. Sobre todo después de lo de hoy. ¿Qué me sugieres que diga? Extraoficialmente.
– Que…, se está investigando un asesinato.
– Eso no detendrá las habladurías.
– No. Pero todavía no puedo decirte otra cosa, Ash. Necesito tiempo. Tiempo para comprender mejor lo que está pasando.
– No me gusta la idea de que trabajes sola en esto.
– Jake y su gente…
– Están fuera de su terreno. Los dos lo sabemos. ¿Por qué no quieres que te asignen el caso oficialmente, Riley? ¿Por qué no llamas a tu jefe y le pides que te mande ayuda?
– La unidad cuenta con muy poca gente ahora mismo -contestó sinceramente-. Además, Jake dijo que la presencia oficial del FBI llamaría mucho la atención por aquí, y tiene razón. Puede que no sea un secreto que pertenezco al FBI, pero al menos no tendré que ir por ahí enseñando la placa y la pistola e interrogando a la gente. Y eso cuenta, Ash. Cambia cómo responde la gente incluso a una pregunta sin importancia, cuanto más a una cargada de intención. Si consigo que no se note mucho mi presencia, es más probable que averigüe… algo.
– Sí -dijo él-. Eso es lo que temo.
Era lunes por la noche, pero también era temporada alta en la playa y en las zonas de alrededor, y el restaurante que Ash había elegido a las afueras de Castle estaba lleno de gente. Lo bueno, en lo que a Riley concernía, era que casi todos los clientes eran veraneantes que en su mayoría no se conocían entre sí.
«¿Lo sabes o lo recuerdas?»
No estaba segura, maldita sea.
En todo caso, si los clientes del restaurante sabían que se había encontrado un cuerpo sólo a un par de kilómetros de allí, ello no parecía impedirles disfrutar de la música suave y el excelente marisco.
Riley vio, sin embargo, al menos un par de miradas y de sonrisas dirigidas hacia ellos cuando los sentaron a una mesa colocada en un rincón semiescondida y los dejaron a solas con la carta.
– Nadie parece muy asustado -murmuró.
– Todavía -dijo él-. Pero puedes apostar a que se está extendiendo la noticia de lo que encontraron esta tarde. Mañana, los veraneantes estarán intranquilos, algunos incluso harán las maletas antes de tiempo. Los vecinos estarán preocupados y exigirán respuestas. Habrá más llamadas a mi oficina, eso seguro. Pero no envidio a Jake, porque él y su gente van a llevarse la peor parte.
– Son gajes del oficio.
– Pero seguramente no esperaba encontrárselos aquí, en el condado de Hazard.
– Tú tampoco, supongo.
– No -dijo Ash pasado un momento-. Yo tampoco.
Riley estaba mirando su carta sin verla. Había algo que la inquietaba.
– Jake dijo que no se había denunciado ninguna desaparición.
– Sí. ¿Crees que la identidad de la víctima, podría ser más importante que la forma en que fue hallada?
– Al menos igual de importante, seguro.
– ¿No podría ser una víctima sacrificial elegida al azar?
– Tendré que documentarme un poco -dijo ella, cautelosa, porque no recordaba qué sabía Ash de su pasado-, pero así, a bote pronto, no se me ocurre ningún ritual de magia negra que se centre en el sacrificio de una víctima elegida al azar o sólo porque diera la casualidad de que pasara por allí en el momento equivocado. Los rituales suelen estar muy controlados, ser muy específicos. Sobre todo cuando implican algo tan extremo como un sacrificio de sangre.
– Entonces supongo que todas esas leyendas urbanas sobre mendigos que desaparecen para ser utilizados en ritos satánicos o para el tráfico de órganos son sólo eso: leyendas urbanas.
Era una pregunta a medias, y Riley respondió asintiendo con la cabeza mientras sostenía la intensa mirada de Ash.
– Las historias de ese tipo son en su gran mayoría tan reales como los gnomos. El FBI llevó a cabo una investigación exhaustiva hace unos años, cuando medio país parecía convencido de que había adoradores del diablo en cada esquina, y no encontró una sola prueba que respaldara esas historias espeluznantes de aquelarres y rituales con sacrificios humanos.
– Pero se practican auténticos ritos satánicos.
– Ni siquiera los auténticos ritos satánicos incluyen asesinatos. Para encontrar esa clase de cosas, no hay que buscar en el satanismo convencional, sino mucho más lejos. En los márgenes.
– ¿En serio? ¿Hay márgenes más allá del satanismo?
– Te sorprenderías.
Ash tenía unos ojos realmente asombrosos. Riley no sabía que hubiera ojos de un tono verde tan claro. Ojos humanos, al menos.
– Entonces, si aquí está habiendo actividad ocultista que implique un asesinato ritual, ¿no es probable que los responsables sean satánicos?
– Algunos grupos muy marginales pueden denominarse satánicos. Así que es posible. O puede que sea algún grupo que se denomine de otra manera. O que todo sea una puesta en escena para ocultar un simple asesinato. -Riley suspiró-. Y luego están los rumores, y las conjeturas, y la gente con intereses propios que se dedica a echar leña al fuego y que hace todo lo que puede por coger una chispa de verdad y convertirla en un incendio.
– ¿Por ejemplo?
Ella sacudió la cabeza.
– Una vez abrí la puerta y me encontré con una chica que intentaba recaudar dinero para su iglesia. Me contó el rollo de que había adoradores del diablo que ponían en peligro a nuestros hijos y que su iglesia necesitaba dinero para luchar contra el ejército del mal. Hablaba muy en serio. Fue en un pueblecito encantador en el que lo peor que vi fue lanzar huevos contra unas cuantas casas en Halloween, y esa pobre mujer estaba muerta de miedo, imaginándose que había demonios directamente salidos del infierno a punto de robarle a sus niños.
– La gente cree en las cosas más absurdas.
– Sobre todo si las autoridades les dicen que algo es real.
– Por eso precisamente -dijo Ash- sigo creyendo que lo mejor que podemos hacer es tratar todo esto como una serie de bromas macabras.
– ¿Hasta el asesinato?
– Has dicho que el asesino podría estar utilizando la parafernalia ocultista para despistarnos.
– He dicho que era posible. Y lo es. Pero hasta que sepamos quién es la víctima, no sabremos quién podía tener interés en su muerte.
– ¿Vas a decirle eso a Jake?
Riley tuvo de nuevo la vaga sensación de que había allí algo subterráneo, algún tipo de tirantez entre Ash y el sheriff, pero no pudo concretarla lo suficiente para saber si era de índole profesional o personal.
Pero había algo. Había algo, sí. Y muy fuerte, si podía percibirlo incluso con todos sus sentidos embotados.
– Imagino que Jake conoce su oficio lo suficiente como para que no haga falta que le recuerden lo básico.
Ash volvió a mirar su carta.
– Jake es un político.
– No puedo decirle cómo hacer su trabajo, Ash.
– No, supongo que no.
La tensión seguía allí. Riley la sentía.
Débilmente.
«¿Dónde está mi clarividencia cuando la necesito? ¿Dónde están todos mis sentidos?»
Seguían estando embotados, difuminados, como si viera, oyera, tocara y oliera lo que la rodeaba a través de una especie de velo vaporoso. Era extraña, daba miedo y frío, aquella sensación de estar distanciada del mundo.
De estar desconectada.
Estaba sola, eso lo sentía.
Y lo que era aún más raro, volvía a dolerle la cabeza, pero de forma extraña. No era el dolor sordo de la tensión o el cansancio, ni la rara «resaca» que le quedaba cuando se esforzaba más allá de sus límites (entonces sentía un dolor agudo, como si un tornillo de carpintero le apretara la cabeza), sino pequeños estallidos de dolor intenso cada pocos segundos, uno tras otro, en lugares aleatorios, desde encima de los ojos a la coronilla o la nuca.
Una vez tuvo una infección en una muela; era esa clase de dolor: como un nervio o nervios que palpitaran.
En el caso de su muela, el nervio se estaba muriendo.
Le daba miedo pensar siquiera en lo que podía estar pasando dentro de su cerebro.
Y allí estaba, en medio de un embrollo que no recordaba ni entendía, dolorosamente consciente de que un asesino o asesinos que andaban sueltos sabían, casi con toda seguridad, mucho más que ella sobre lo que estaba pasando.
A pesar de su independencia, a pesar de que sabía valerse por sí misma, nunca se había sentido tan insegura. Le gustaba fingir, representar un papel (era uno de sus talentos), pero aquello… Aquello era un juego de la gallina ciega muy, muy peligroso, y quien llevaba la venda en los ojos (ella) tenía además algodón en los oídos y una pinza en la nariz.
Con excepción de Gordon, no sabía en quién confiar, y él apenas podía ofrecerle otra cosa que apoyo moral porque, si ella había llegado a alguna conclusión o se había formado alguna hipótesis desde su llegada, no se la había confiado.
En cuanto al otro hombre con el que tenía intimidad…
– ¿Riley? ¿Lista para pedir?
Miró por encima de la carta a aquel extraño de ojos claros cuya cama por lo visto compartía y procuró ignorar el frío nudo que sintió en la boca del estómago al decir con calma:
– Sí, estoy lista.
Era la segunda vez que decía aquello en las últimas dos horas. Confiaba en que fuera cierto.
Tres años antes
– ¿Te das cuenta de lo que supondrá esto? -preguntó Bishop.
– Tú eres telépata -dijo Riley, un tanto divertida-. Ya sabes que soy consciente de lo que supondrá.
– Hablo en serio, Riley.
– ¿Es que alguna vez hablas en broma? -Vio súbitamente, en un destello, una cara asombrosamente bella y unos ojos de un azul eléctrico, comprendió al instante quién era aquella mujer y lo que significaba para Bishop y de pronto su pregunta dejó de hacerle gracia.
– Es igual -dijo él-. Todos tenemos nuestros fantasmas. Y no hay muchos secretos entre un telépata y una clarividente.
– Debes de estar convencido de que podemos hacer algún bien -dijo ella lentamente-. Para…, exponerte por propia voluntad a tantos de nosotros.
– No lo pensé mucho -dijo él, muy serio.
Riley tuvo que reírse, pero sacudió la cabeza y volvió a llevar la conversación a su curso original.
– Entiendo lo que me estás pidiendo. Sé que podría llevar meses. Que seguramente los llevará.
– Y tendrás que trabajar sola, al menos en apariencia.
– Bueno, si estás en lo cierto sobre cómo elige ese asesino a sus víctimas y en que cambia de ciudad al primer síntoma de atención policial, el único modo de seguir su rastro es trabajar sola y extraoficialmente. Suponiendo que pueda hacerlo.
– Creo que sí. Creo que eres la mejor equipada de la unidad para encontrarle. Y para atraparlo. Pero no te acerques demasiado, Riley. ¿Entendido?
– Sólo mata a hombres.
– De momento. Pero un animal acorralado puede matar a cualquiera que lo amenace. Y es listo. Muy, muy listo.
– Por eso voy a ocultarme. Y no voy a amenazarle.
– Exacto.
– Eso es lo que se me da mejor -dijo Riley.
En la actualidad
Con la pequeña parte de su cabeza no ocupada en el esfuerzo de fingir que todo era normal, Riley había luchado por dar con alguna excusa razonable para acabar, al terminar su cita con Ash, sola en su casa de la playa. Aparte de decirle la verdad (para lo cual no estaba aún preparada), parecía improbable encontrar un pretexto que funcionara sin suscitar sus sospechas o su enfado.
Sus sentidos podían estar de baja, pero aquel primer fogonazo de recuerdos, además de su intuición de mujer, le decían que Ash tenía motivos de sobra para esperar pasar la noche con ella. Y que, pese a su calma y su actitud casi indiferente durante su cita, sentía el intenso deseo de hacerlo. Aun así, hasta el momento en que entraron en la casa y él cerró la puerta, Riley creyó que podría dar con una excusa lógica y aceptable.
Iba a ofrecerle café o una copa, pero no tuvo ocasión.
Ash la levantó en brazos y la llevó al dormitorio.
Lo repentino de aquel gesto, y más aún su arrogancia, deberían haber despertado en Riley algún tipo de resistencia. Estaba casi segura de que así debía ser. Pero lo que experimentó fue una sensación abrumadora de familiaridad y una primera oleada de ardor erótico que barrió su cuerpo.
Se dio cuenta confusamente de que había algo increíblemente seductor en la certeza de que un hombre no sólo la deseaba, sino que la deseaba ya, sin paciencia para charlas superficiales o cualquier otro tipo de cortesía social. A Ash no le interesaba el café ni la conversación; le interesaba ella, y a Riley no le quedó absolutamente ninguna duda al respecto.
Fue un poco brusco, más que un poco ansioso, y Riley descubrió que le resultaba imposible resistirse a aquella mezcla.
Así que no lo intentó.
Y tampoco intentó fingir con él, porque no le hizo falta. Fuera lo que fuese o pudiera ser, Ash Prescott era un amante experto, y el cuerpo de Riley recordaba sus caricias aunque su mente las hubiera olvidado.
Había dejado una lámpara encendida en la mesilla de noche, pero mantuvo los ojos cerrados porque los únicos sentidos que le importaban eran los que él estaba despertando. Por primera vez desde que se había levantado esa tarde, no había velo, ni distancia…, ni interrogantes.
Al menos, sobre aquello.
La ropa de ambos pareció desvanecerse. De pie junto a la cama, Riley sintió casi instantáneamente la descarga erótica del contacto de la carne contra la carne, y a continuación la fresca suavidad de la sábana bajo su cuerpo. No sabía cuál de los dos había abierto la cama, ni le importaba.
El cuerpo de Ash era asombrosamente duro: tenía los músculos compactos de un deportista o de un hombre bendecido por la genética, o ambas cosas. Su piel era tersa y caliente bajo los dedos de Riley, y el vello denso y mullido de su torso le rozaba los pechos con una sensualidad descarnada que intensificaba el ardor que iba creciendo dentro de ella.
La boca de Ash, que tocaba la suya, alimentaba aquel fuego, tan dura como su cuerpo y tan ávida y ansiosa como las manos que acariciaban su carne. Aquel contacto boca a boca era más que un beso: era una fusión, una mezcla, y ella comprendió vagamente que por eso se había metido en la cama con un hombre relativamente desconocido.
Porque no lo era. Porque no lo eran.
Sus cuerpos se tensaron para unirse más aún, para unirse más de lo que podían, y Riley se oyó proferir un sonido animal que la habría asombrado si hubiera podido pensar en ello. Pero no había tiempo para pensar ni para preguntarse nada; sólo había un placer que alcanzaba alturas inauditas y una deslumbrante oleada de emoción que nunca antes había sentido y que no alcanzaba a definir.
Cuando todo acabó, se sintió agotada y extrañamente trémula. ¿Qué había pasado? Era más que sexo, o al menos más de lo que ella conocía como tal. Y no estaba en absoluto segura de que pudiera fingir lo contrario. Pero lo intentó.
Cuando él se incorporó a su lado, apoyándose en el codo, Riley abrió por fin los ojos y murmuró:
– Guau. Menos mal que me tomé un segundo postre.
Ash se echó a reír.
– Nunca dices lo que se espera, ¿eh?
– Seguramente no. ¿Eso es malo?
– No, por lo que a mí respecta. -Alargó el brazo para cubrir con la sábana sus cuerpos, que empezaban a enfriarse, y se detuvo para frotar un momento la nariz contra la curva de su cuello.
Riley sintió que sus ojos empezaban a bizquear al sentir aquella caricia deliciosa y los cerró rápidamente.
– Mmmm.
– Si te quedas dormida, te despierto -la advirtió él.
La risa de Riley acabó en un suspiro.
– La culpa es tuya.
– Abre los ojos y háblame.
– Yo creía que los hombres siempre querían dormir después de hacerlo -se quejó ella suavemente, abriendo los ojos.
Él tenía una tenue sonrisa.
– Ya deberías saber que no puedes encasillarme. Los dos vamos contracorriente.
«¿Qué demonios quiere decir con eso?»
No podía preguntárselo, por supuesto.
– Y tú -dijo- ya deberías saber que después de hacerlo o me quedo dormida o como un tentempié. Combustible, ¿recuerdas? El depósito está vacío, amigo mío.
– Está bien. Te prometo una tortilla de medianoche. ¿Qué te parece?
Riley volvió la cabeza para mirar el despertador de la mesilla de noche.
– Para eso queda más de una hora. -Dejó que su voz se apagara patéticamente-. Puede que no llegue.
Antes de que pudiera volver de nuevo la cabeza, sintió los dedos de Ash en la nuca.
– ¿Qué es esto?
Era un hematoma. Riley se dio cuenta cuando él lo tocó.
– ¿Qué aspecto tiene? -preguntó, manteniendo aquel murmullo soñoliento a pesar de que estaba de pronto completamente despierta.
Él frotó el hematoma muy suavemente.
– Puede que sea una quemadura.
Estaba justo en la base del cráneo, a la altura de la línea del pelo, en una zona que normalmente quedaba cubierta por su cabello corto. Una zona que no había inspeccionado visualmente al examinarse esa tarde. Y un hematoma que había quedado oculto por su pelo y enmascarado por el dolor de cabeza que casi no había cesado desde que estaba despierta.