Capítulo 17

Llamó a Gordon desde el Hummer de Ash, usando su móvil y enchufándolo al cargador del coche antes siquiera de empezar a marcar.

– Ahorra tiempo -le explicó a Ash-. Por eso ni siquiera me molesto en llevar el mío. Parece que los descargo.

– Imagino que eso es nuevo -dijo él, pero no era en realidad una pregunta.

– Nunca duran mucho, pero sí, antes no se me descargaban tan rápidamente. A este paso, me consideraré afortunada si no se nos para el Hummer.

Ash miró la toma de corriente del vehículo y se encogió de hombros.

– Mantendré el motor en marcha.

Riley hizo la llamada y en cuanto Gordon contestó le preguntó sin preliminares:

– ¿Hablé contigo ayer?

Gordon, inmutable hasta en las situaciones más extremas, replicó sencillamente:

– No. No te he visto ni hemos hablado desde el martes por la mañana.

– Maldita sea.

– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

– Te lo contaré luego.

– Sí -dijo Gordon-. Hazlo.

– No pasa nada, estoy con Ash. ¿Estarás en casa esta tarde?

– Sí.

– De acuerdo. Estaremos en contacto.

Cerró el teléfono y lo colocó, todavía enchufado a la toma de corriente del vehículo, sobre el salpicadero, entre los dos asientos delanteros. Luego se apartó automáticamente de él echándose hacia atrás.

– Tómate otra barrita energética -dijo Ash.

Riley sacó de su bolso otra barrita de la media docena que había llevado y se limitó a decir:

– Se empieza a notar, ¿no?

– Te tiemblan las manos -contestó Ash-. Hay un par de botes de zumo de naranja en la nevera, detrás de tu asiento. Después de lo que pasó ayer en la escena del crimen, pensé que convenía ir preparado.

Riley logró coger un bote sin tener que montarse atrás y se comió la barrita energética con el zumo.

– Esto se está volviendo ridículo -dijo.

– Está empezando a dar miedo -dijo Ash en tono todavía tranquilo, casi despreocupado-. Sé que dijiste que las cosas podían empeorar, pero…

– No era esto lo que esperabas. Lo siento.

Ash le lanzó una mirada.

– Yo puedo enfrentarme a lo que sea, Riley. Eres tú quien me preocupa.

Ella respiró hondo y exhaló lentamente, intentando concentrarse, equilibrarse.

– Tengo que descubrir qué está pasando. Si de verdad se están practicando rituales de magia negra aquí y por qué. Por qué murió Wesley Tate y si estuve involucrada de alguna manera en su asesinato. Por qué me atacaron. Y por qué estoy empeorando en lugar de mejorar a pesar de que el ataque fue hace días. Todo encaja de alguna manera. Todo forma parte de un rompecabezas. Sólo tengo que encontrar todas las piezas.

– Y luego juntarlas para que tengan sentido.

– Sí. -Riley cogió otra barrita-. Y me quedan unas treinta horas para conseguirlo. Si no, mañana a última hora Bishop me ordenará volver. Y me pasaré un mes haciéndome análisis hasta de ADN y mirando manchas de tintas para los doctores de la UCE.

– Por diversas razones -dijo Ash tranquilamente-, preferiría que eso no ocurriera.

– Yo también.

– Entonces, ¿cómo puedo ayudarte?

– Intenta que no me descentre.

– Haré todo lo que pueda. -Metió el Hummer en el corto camino de entrada de la casa de Wesley Tate y aparcó.

No era la escena de un crimen, de modo que la gran casa de tercera línea de playa no había sido acordonada ni estaba vigilada. Riley, no obstante, había llamado a Jake antes de salir para pedirle permiso para registrar la casa y decirle que Leah y él se reunieran con ellos en la casa de los Pearson una hora después.

El había accedido a ambas cosas y había llamado a la agencia inmobiliaria para explicarles su visita a la casa alquilada por Wesley Tate, de modo que alguien de la oficina estaba esperándoles para darles las llaves.

Colleen Bradshaw era una morena muy guapa, vestida para matar (o seducir), y Riley comprendió nada más verla que era una de esas mujeres «disponibles» que había en la vida de Ash.

No fue sólo por su ropa, mucho más elegante de lo que era habitual en la isla; los agentes inmobiliarios enseñaban casas a posibles compradores y arrendatarios, y Riley había visto a los suficientes como para saber que durante las horas de trabajo iban casi todos muy bien vestidos sólo por ese motivo. Ni siquiera fue por su sonrisa cálida, ni porque le tocara tres veces el brazo mientras él se la presentaba brevemente a Riley.

Fue porque su sonrisa no se transmitió en ningún momento a sus ojos grises y gélidos.

«Esta mujer me odia.»

Riley se sorprendió un poco, pero no se inquietó. Tenía demasiadas cosas en las que pensar como para preocuparse de las ex amantes de Ash.

O al menos para preocuparse mucho.

– Jake me ha dicho que te dé la llave -le dijo Colleen a Ash, entregándosela como si fuera una piedra preciosa que tuviera que colocar con toda reverencia sobre la palma de su mano. Y acariciarla un segundo o dos.

Riley cambió de postura ligeramente, sólo para que se viera la pistola que llevaba en la cadera.

– Gracias, señorita Bradshaw -dijo con el tono de cortés indiferencia que reservaba para las camareras y los cajeros de los bancos-. Nos ocuparemos de que llegue sana y salva a su oficina en cuanto acabemos aquí.

– Por supuesto. Ha sido un placer conocerla, agente Crane.

– Igualmente. Eh, señorita Bradshaw… ¿Conoció usted a Wesley Tate? ¿Habló con él?

– No, lo siento. De esta cuenta se encarga otro agente.

– Entiendo. Gracias.

– Ha sido un placer. Ya hablaremos, Ash.

– Hasta luego, Colleen.

Vieron meterse a aquella morena alta (con ceremonia innecesaria, pensó Riley) en su cochecito deportivo y alejarse de allí, y sólo entonces dijo Riley:

– ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?

Ash no pareció sorprendido.

– Un par de meses, el invierno pasado.

– Está claro que no fue ella quien lo dejó.

– No. -Ash levantó la llave que le había dado Colleen-. ¿Vamos?

– Ah. Eres discreto. Es bueno saberlo.

– No hay nada que contar. -Se adelantó hacia los escalones de entrada de la casa alquilada de Wesley Tate-. Había atracción, pero no teníamos mucho en común.

– Chispa, pero no fuego.

– Exacto.

– ¿Y cómo es que me odia?

Ash sonreía ligeramente.

– ¿Te odia?

– La cara de inocente no te sienta bien, Ash. Tiene algo de completamente antinatural.

– ¿Por qué crees que te odia?

– Digamos que me alegro de ser yo la que lleve pistola.

Él se detuvo en lo alto de los escalones para mirarla, sonriendo todavía.

– Celos. Una nueva faceta tuya. Creo que me gusta.

– Yo no soy una persona celosa. Y no tengo por qué estarlo. ¿No?

– Claro que no.

– Pues entonces.

«Entonces, ¿qué importa que esa amazona mida un metro ochenta y vista como si estuviera en una esquina? ¿Qué más da? ¿Por qué me molesta tanto? ¿Por qué estoy pensando en esto?»

– De acuerdo, no eres una persona celosa. -Ash giró la llave y abrió la puerta-. ¿Entramos?

– Es verdad que no lo soy. Y de todos formas se supone que tienes que ayudarme a no descentrarme.

– Ya. Lo siento.

«Soy policía, y aquí pasó los últimos días de su vida la víctima de un asesinato. Al menos…»

– ¿Cuánto tiempo estuvo Tate aquí antes de que lo mataran? -preguntó, olvidándose de mujeres morenas de piernas largas mientras entraban en la casa.

– No mucho. Llegó el sábado. -Ash había adoptado una actitud totalmente profesional.

– Dios mío. ¿Tuvo tiempo siquiera de deshacer las maletas?

– Según Jake, en el dormitorio grande hay ropa de una bolsa de viaje pequeña y trastos de afeitar en el cuarto de baño. O no tenía previsto quedarse mucho tiempo, o pensaba comprarse todo lo que necesitara.

Pasaron de la entrada al salón principal: un cuarto de estar y comedor que hacía honor a su nombre. No sólo era un espacio enorme y diáfano, sino que estaba decorado con muebles y productos de alta calidad y con lo último en comodidades domésticas, incluyendo una pantalla grande de plasma y una chimenea.

Otra vez momentáneamente distraída, Riley señaló la chimenea:

– ¿Las usa alguien por aquí?

– Algunas noches de invierno hace frío. No muchas, por norma, pero sí algunas. Y las casas con chimenea se alquilan mejor en invierno, obviamente.

– Ah. Es lógico, supongo. -«Concéntrate, maldita sea. Concéntrate.» Recorrió con la mirada el enorme interior de la casa, claramente diseñada para albergar a una docena de personas o más-. ¿Cuántas habitaciones hay?

– Seis. Y siete baños. Hay una planta más debajo de ésta y otra más arriba.

Riley se acercó, ceñuda, a uno de los dos frigoríficos y lo abrió.

– Esto es cada vez más curioso -comentó-. Está lleno. -Echó un vistazo al otro-. Están llenos los dos. Apuesto a que la despensa también.

– Sí, Jake dijo que el supermercado del pueblo trajo un pedido importante el sábado, antes de que llegara Tate. Estaba acordado. La gente se conecta a Internet y hace la lista de la compra con antelación. El supermercado entrega los pedidos en cuanto se marchan los inquilinos anteriores y acaba el personal de limpieza. Los repartidores guardan las cosas perecederas y dejan lo demás en la encimera, para el inquilino.

– No tenía ni idea de que podía hacerse eso -dijo Riley al cerrar el frigorífico-. Yo paré al llegar y compré lo que me hacía falta.

– Pizzas congeladas y barritas energéticas, principalmente. Sí, lo recuerdo.

– Si uno no cocina, eso es lo que compra. -Volvió a fruncir el ceño-. La cuestión es por qué encargó Tate tanta comida. Con lo que hay ahí dentro podrían alimentarse doce personas durante un par de semanas.

– Yo diría que esperaba compañía. Y no para un día o dos. -Ash la miró con atención-. ¿Estás captando algo?

– No lo he intentado. Aún. -A pesar de lo mucho que le costaba concentrarse, se resistía a bajar la guardia.

Suponiendo que todavía tuviera una guardia, lo cual era discutible, probablemente.

– Entonces, ¿cuál es el plan? -Ash seguía observándola-. No sé mucho de estas cosas, pero imagino que ese tipo no dejó mucha energía por aquí, teniendo en cuenta el poco tiempo que pasó en la casa. Los de la limpieza vinieron el día que llegó, y el equipo forense de Jake es más limpio que la mayoría y recoge antes de marcharse, así que este sitio debe de estar como los chorros del oro.

Riley se preguntó si le estaba ofreciendo una salida por temor a que fracasara, o a que tuviera éxito.

No estaba segura de qué era lo que temía ella misma.

– ¿Dónde está el dormitorio principal? -preguntó.

– Suele ser el que tiene mejores vistas, así que supongo que está arriba -contestó Ash. Se adelantó, añadiendo por encima del hombro-: No es que quiera agobiarte, pero prefiero quedarme cerca, por si acaso.

– Te lo agradezco -dijo Riley. Porque así era.

Riley recorrió la habitación mientras comía otra barrita energética, mirándolo todo, tocando las cosas e intentando con cautela abrir sentidos que no sabía si, más allá de funcionar mínimamente, servían de algo. No estaba captando nada. Ni olores, ni sonidos, ni texturas apreciables. La habitación, decorada en tonos vivos, le parecía incluso extrañamente descolorida.

Aquel extraño velo había vuelto: una capa de algo indefinible que la separaba del mundo. Y que iba haciéndose cada vez más espesa.

Tenía frío. Mucho frío. Pero intentaba no temblar, seguir haciendo su trabajo.

– Era ordenado -dijo al asomarse a un armario en el que había, espaciados a intervalos regulares, una chaqueta de traje y dos camisas.

– No tuvo tiempo de desordenar nada -comentó Ash.

Riley abrió un cajón de la cómoda y señaló varios pares de calcetines y calzoncillos pulcramente doblados.

– Era ordenado.

– Está bien, era ordenado. -Ash hizo una pausa y luego dijo-: Oye, si hay un posible vínculo entre Tate y la gente de la casa de los Pearson, ¿por qué no seguimos simplemente esa pista para conseguir información? ¿Por qué tienes que pasar por esto si no es necesario?

Ella le miró con el ceño fruncido.

– Pasar por esto. ¿Te da la impresión de que estoy haciendo un esfuerzo?

Ash le sostuvo la mirada un momento; después se acercó a ella y le volvió la cara hacia el espejo de encima de la cómoda.

– Mira -dijo.

Por un instante, apenas una décima de segundo, Riley creyó ver a otra mujer parada junto a Ash, tras ella: una extraña imagen doble, como la estela borrosa que deja un leve movimiento en una fotografía.

Y luego desapareció, y Riley se vio a sí misma. Con Ash a su espalda, las manos sobre sus hombros.

Al principio no entendió por qué estaba preocupado. El velo misterioso que desvanecía los colores y embotaba sus otros sentidos se interponía entre ella y el espejo, como entre ella y el mundo.

Pero luego, lentamente, el velo se fue adelgazando y haciéndose más vaporoso. Y Riley se sintió curiosamente más fuerte, más firme sobre sus pies. Observó en el reflejo, fascinada, cómo detrás de ellos la habitación se hacía más brillante y los colores más vividos. Su blusa azul claro y de manga corta y sus vaqueros, los pantalones de Ash y su camisa oscura, hasta sus luminosos ojos verdes, todo pareció hacerse más claro, más diáfano.

Ya no parecía distante.

Ni fuera de su alcance.

Riley miró las manos posadas sobre sus hombros y sus pensamientos dispersos comenzaron a concentrarse.

Maldita sea, Bishop tenía razón. Otra vez.

– Mira tu cara -comenzó a decir Ash-. Está…

Riley levantó una mano para hacerle callar.

– Espera. Espera un minuto. -Arriesgándose a reducir aún más sus reservas de energía, se concentró en escuchar, en aguzar sus sentidos para oír el mar, demasiado alejado de la casa para discernirse claramente a través de las paredes insonorizadas y los cristales reforzados.

Casi inmediatamente, como si una puerta se abriera a unos metros de la playa, oyó las olas, el fragor rítmico del agua al estrellarse contra la tierra. Casi podía sentir la espuma del oleaje lamiéndole los tobillos, el aire ligeramente impregnado de olor a pescado y a sal.

Su sentido de arácnido había vuelto.

Lo aguzó más aún, lo intentó con más fuerza…

…ya estaba muerto cuando llegó al desierto claro del bosque. El humo de las últimas brasas del fuego ascendía rizándose, y el olor a azufre y sangre era casi insoportable. No se acercó al cadáver decapitado, que todavía goteaba sangre, sino que rodeó el claro cautelosamente, con la pistola en la mano y los sentidos en guardia.

Todos sus sentidos.

No estaba captando gran cosa, sólo impresiones tenues de figuras sombrías que se habían movido por allí, que habían bailado allí, que habían condenado sus almas en aquel claro. Un eco residual de sus cánticos y de campanas, y de invocaciones en latín.

Pero ninguna sensación de identidad, ni de vida. Era extraño. Como si los fantasmas de su cabeza fueran sólo eso: efigies irreales conjuradas, imágenes de una pesadilla superpuestas a aquel lugar.

El cadáver, en cambio, era real. Aquel hombre había sido torturado y asesinado en el claro, no había duda. Riley sabía que, si lo tocaba, el cuerpo aún estaría caliente.

Las piedras salpicadas de sangre eran reales. El fuego mortecino. El círculo de sal que vio en el suelo.

¿Para santificar el círculo, o para proteger a quien estuviera dentro de él?

No lo sabía. Y cuanto más intentaba abrir sus sentidos, más cobraba conciencia de una barrera. Los ruidos normales de la noche tenían un matiz amortiguado. El hedor acre del sulfuro se iba disipando más rápidamente de lo que esperaba, más rápidamente de lo que debía, y la sangre…

Ya no olía la sangre.

Miró rápidamente el cadáver, convencida a medias de que también lo había conjurado su imaginación. Pero el cuerpo sin vida seguía allí colgado.

Dio un paso hacia él y se quedó paralizada, dándose cuenta bruscamente de que por primera vez había entrado dentro del círculo.

El círculo cerrado.

A su alrededor se hizo un completo silencio, y su vista comenzó a emborronarse. Intentó moverse pero no pudo, no pudo ni siquiera levantar la pistola o emitir un sonido, y la oscuridad se volvió algo tangible que la envolvía en un frío abrazo del que no podía escapar.

Apenas hubo tiempo para que tenues asomos de comprensión se abrieran paso por entre la oscura bruma que cubría su mente.

Apenas hubo tiempo para que comenzara a comprender lo que le estaba ocurriendo.

Y entonces la potencia de un tren chocó contra ella, un dolor abrasador se extendió por sus nervios, un fuego brillante ardió en su mente. Por un instante eterno, se sintió literalmente conectada con la tierra de debajo de sus pies, como si una lanza de energía ardiente traspasara el suelo.

Como si toda su fuerza se descargara en ella, a la manera de un pararrayos…

– Riley…

Sólo cuando su voz la devolvió a la habitación en la que estaban, se dio cuenta de que había cerrado los ojos, y al abrirlos vio reflejado el semblante preocupado de Ash. Y sintió sus manos todavía sobre los hombros, apretándola ahora más fuerte, casi sosteniéndola erguida.

Se equilibró con esfuerzo.

– Perdona, Ash, pero…

– Mira tu cara, Riley.

Se dio cuenta de que había estado mirando la de él, y fijó la mirada en la suya.

Aquel escalofrío volvió con nuevo ímpetu.

Su cara se veía demacrada. No como si hubiera envejecido, sino como si estuviera hambrienta.

Levantó los dedos, palpó sus pómulos afilados y los huecos que había debajo de ellos. Huecos que unas horas antes no eran tan pronunciados.

– Esto no es normal -dijo Ash, y su voz se enronqueció por primera vez.

– No…, no es natural -puntualizó ella lentamente.

– ¿Qué diferencia hay? Dios mío, Riley, estás quemando calorías tan deprisa que no puedes aguantar las demandas de tu cuerpo. No puedes seguir forzándote, tienes que dejar de intentar utilizar tus capacidades paranormales porque quizá las destruyera la descarga eléctrica.

Sin dejar de mirar el rostro macilento del espejo, aquellos ojos cuya intensidad febril parecían desmentir el frío que hacía temblar su cuerpo, Riley dijo:

– No creo que sea eso. Puede que fuera el principio. Seguramente lo fue. El primer paso. Pero no se trataba de quitarme de en medio. No querían matarme. Querían debilitarme. Hacerme vulnerable.

– ¿De qué estás hablando?

– La pieza más grande del rompecabezas, Ash. Soy yo.

Él le dio la vuelta para mirarla, sin apartar las manos de sus hombros.

– ¿Cómo es posible? Cariño, todo ese rollo ocultista comenzó semanas antes de que llegaras. Semanas antes de que tuvieras intención de venir aquí.

– Pero era un buen señuelo, ¿verdad? -Iba entendiéndolo a medida que hablaba, encajando lentamente datos y acontecimientos que parecían dispares. Recuerdos deshilachados y visiones borrosas-. Posibles prácticas ocultistas en un apacible pueblecito de la playa, nada violento ni macabro, no hacía falta que viniera a investigar un equipo completo. Sólo un agente. Sólo yo. Sólo la experta en ocultismo de la unidad.

Las manos de Ash se crisparon sobre sus hombros.

– Gordon Skinner fue quien te pidió que vinieras. Alguien en quien confiabas. ¿No?

– Sí. Y eso tenía que formar parte del plan. Sabiendo que tenía un amigo de confianza que me cubriría las espaldas si era necesario, no dudaría en venir sola.

– ¿Insinúas que está involucrado?

– No. -Riley sacudió la cabeza, titubeó, luego levantó las manos para agarrar las muñecas de Ash. Casi inmediatamente, comenzó a sentirse más fuerte. Su cabeza se aclaró, sus ideas y sus conclusiones volvieron a ordenarse rápidamente en el interior de su mente.

Tenía razón.

«Se trata de conexiones. Y necesito esta conexión para resolver el caso. Qué demonios: puede que la necesite simplemente para sobrevivir.»

– No, no creo que Gordon esté implicado en esto. Voluntariamente, al menos. A sabiendas. Pero podría ser un peón. Puede que lo hayan manipulado, como han manipulado a tanta gente y tantos acontecimientos.

– Riley…

– Ash, esto, lo que me está pasando, no es natural. No debería estar ocurriendo. Las lesiones que me causó la pistola eléctrica deberían estar curándose. Lo que significa que hay algo más, alguna otra cosa que me está afectando. Algo que estaba aquí desde el principio. Algo que me roba las fuerzas, las capacidades, que juega con mis recuerdos, con mi noción del tiempo, de lo que es real y lo que no.

– ¿Qué puede hacer todo eso?

– La energía negativa. La energía oscura. Creada, controlada, canalizada y dirigida por alguien.

– ¿Por otra persona con poderes? Dijiste que era posible.

– No creo que sea otra persona con poderes paranormales. O, si lo es, no se parece a ninguna que yo conozca. Creo que es alguien que fue a sitios muy oscuros en busca de poder para lograr aquello que persigue.

– ¿Qué es?

Lentamente, ella dijo:

– Sea lo que sea, creo que tiene que ver conmigo. Acabo de tener un fogonazo de recuerdos. Al menos, creo que era un recuerdo. Del domingo por la noche. Llegaba al claro y encontraba el cuerpo allí colgado, ya muerto. Estaba sola. Pero me sentía inquieta, mis sentidos no parecían funcionar bien. Y entonces entré en el círculo.

– ¿En el círculo hecho de sal?

– Sí. Estaba cerrado. Cuando lo pisé, cuando entré en él, quedé atrapada. Encerrada. No podía moverme. No podía oír. Todo se oscurecía. Fue entonces cuando me atacaron con la pistola eléctrica. Me inmovilizaron, como una mosca metida en resina, y luego me electrocutaron intencionadamente.

– ¿Que te inmovilizaron? ¿Cómo? ¿Estás hablando de fuerzas elementales? ¿O de algo sobrenatural?

– De ambas cosas. Estoy hablando de alguien con la capacidad de utilizar la energía negativa. Torturar y matar a un ser humano es lo más negativo que puede haber. El sufrimiento genera energía. Morir violentamente crea una cantidad increíble de energía. La destrucción siempre crea algo que reemplaza a lo que se destruye, aunque sólo sea pura energía. Si a eso se suma una ceremonia de magia negra destinada a generar aún más energía oscura, habría suficiente veneno psíquico para incapacitar incluso a un enemigo muy fuerte.

– ¿A ti?

– Soy yo quien cayó en la trampa. Soy yo quien se despertó incapacitada.

– Podría rebatir esa afirmación, pero da igual. ¿Estás diciendo que todo esto fue pensado para ese fin? ¿Para incapacitarte y hacerte daño? ¿Usando energía?

Saltaba a la vista que lo dudaba, y Riley no podía reprochárselo. Lo que estaba sugiriendo era increíble.

«Apuesto a que ésa es la conclusión a la que yo había llegado justo antes de los episodios de amnesia, lo que empecé a explicar en el informe: que, por increíble que pareciera, alguien estaba manipulando energía oscura premeditadamente y que había sido todo un montaje para traerme aquí. Y destruirme.»

Pero había algo con lo que su enemigo no había contado, estaba casi segura de ello. Algo que ella misma sólo empezaba a entender.

El comodín de la baraja era Ash.

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