Capítulo 15

Riley intentó pensar y se dio cuenta de que sus reservas de energía estaban tan agotadas que literalmente no se tenía en pie. Entró en la cocina y bebió zumo de naranja directamente del recipiente; comió luego dos barritas energéticas, una detrás de otra, sin apenas masticarlas y sin saborearlas lo más mínimo.

Tenía la aterradora sensación de haber perdido por completo el control.

«No sólo estoy perdiendo un tiempo precioso. Me estoy perdiendo yo.»

Comió una tercera barrita y apuró el zumo mientras esperaba a que acabara la cafetera, y para cuando hubo cafeína que añadir a las calorías, se sentía algo mejor.

Físicamente, al menos.

«¿Qué me está pasando?»

Lo último que recordaba era su experiencia en el claro y su breve conversación posterior con Ash. Creía que él le había dicho algo, que le había preguntado algo, y luego…

Luego estaba allí. Ahora.

No recordaba ningún desencadenante, ninguna palabra o acción concretas que pudiera determinar como la causa de aquellos apagones. Estaba manteniendo una conversación perfectamente normal con alguien (al menos todo lo normal que podían ser las conversaciones en su profesión) y al instante siguiente habían pasado horas.

Muchas horas.

Llevó su café a la mesa donde estaba colocado el ordenador portátil. Era obvio, de nuevo, que había estado allí, trabajando, al menos durante cierto tiempo. Pero había una diferencia respecto al día anterior.

Tenía que introducir una contraseña para acceder a su informe.

No recordaba haberla programado, pero no le costó trabajo deducir cuál era. Porque siempre era la misma, una palabra absurda de su infancia, el nombre secreto de un reino mítico que había inventado de niña para escapar del mundo desordenado y violento de sus hermanos mayores, de las bases militares y los traslados por todo el globo.

Tecleó la palabra y no se sorprendió al ver que era la correcta.

Había, por lo visto, unas cuantas certezas en su vida a las que aún podía agarrarse.

Lo que no entendía era por qué había decidido proteger su informe con una contraseña. No lo había hecho al comenzar a redactarlo.

«O puede que sí. Puede que de eso tampoco me acuerde.»

Confiaba en que el informe respondiera al menos a un par de interrogantes, pero se descubrió leyendo sólo pormenores que ya recordaba. Su visita al departamento del sheriff, su reunión con Jake, Leah y Ash… Incluso había anotado que era ella quien le había pedido a Ash que participara en la investigación, principalmente porque temía perder más tiempo y necesitaba que alguien de confianza la vigilara.

«Bueno, en eso acerté. Maldita sea.»

Hizo una mueca al llegar al final del brevísimo «informe». Porque acababa muy bruscamente diciendo: «Volví con Ash al lugar de los hechos. Experimenté una variante sumamente extraña de clarividencia que sólo puedo describir como una especie de visión. Ritos de magia negra extremos, posiblemente auténticos pero más macabros y retorcidos que cualquiera que yo conozca. No pude identificar positivamente a ninguno de los participantes, pero el ritual tenía claramente por objeto conseguir poder.

»Pero ¿para qué? No lo sé. Odio admitir que mi mente sigue afectada por el ataque con la pistola eléctrica, pero así debe ser, porque todavía me cuesta pensar con claridad. A veces me resulta imposible. Estoy segura de algo, de alguien, y al momento siguiente me descubro dudando, haciéndome preguntas, angustiándome.

»No lo entiendo. Me está pasando algo, me ha pasado algo, algo más que el ataque con la pistola eléctrica. La única posibilidad que se me ocurre, por increíble que parezca, es…».

– Mierda -masculló.

La anotación se interrumpía, presumiblemente porque la habían interrumpido mientras la escribía. Y por la razón que fuese no había acabado aquella frase, no había llegado a anotar aquella posibilidad de la que hablaba.

Y ahora no recordaba cuál era.

Si es que era algo.

– Dios mío, me estoy volviendo loca. -Levantó las manos y se frotó la cara lentamente. Intentando pensar. Intentando comprender.

– Iba a preguntarte si te encuentras mejor, pero ya veo que no.

Riley bajó las manos y tocó automáticamente el teclado para activar un salvapantallas inofensivo. El gesto pareció tan suave y natural que dudaba que Ash lo hubiera notado.

«¿Ahora dudo de él? ¿Por qué?»

– Buenos días -dijo, vagamente sorprendida por que su voz sonara normal. Hasta un camaleón tenía sus límites, y Riley sospechaba que ella había alcanzado los suyos hacía días. Como mínimo.

– Supongo que no debería sorprenderme que hayas madrugado tanto -dijo Ash al acercarse a la mesa. Se inclinó y la besó ligeramente-. Pero anoche me dio la impresión de que ibas a dormir una semana entera. O tres.

– Yo…, necesitaba descansar un poco.

– Necesitabas descansar mucho. Y todavía lo necesitas. -Frunció el ceño levemente mientras la observaba.

– Sé que estoy horrible -logró decir ella, dándose cuenta de pronto de que ni siquiera se había molestado en pasarse los dedos por el pelo en sus prisas por salir de la habitación.

– Tú nunca estás horrible. Pero pareces preocupada.

– Estoy preocupada. -Respiró hondo-. Ash, he tenido otro episodio de amnesia.

– ¿Qué?

Ella asintió con la cabeza.

– No recuerdo nada después de tener esa visión ayer por la mañana, en el claro. Y eso son más de dieciocho horas.

Ash apartó la silla que había junto a la de ella y se sentó. Seguía con el ceño fruncido.

– Riley…

– Pensaba que quizás hubiera escrito algo en el informe, pero sólo pone lo que ya recuerdo. Que estuvimos hablando con Jake y Leah en la sala de reuniones del departamento del sheriff. Que luego fuimos a la escena del crimen para que yo intentara captar algo. Y que tuve esa extraña visión. Ash, yo no tengo visiones, al menos no como ésa, y no lo entiendo. No entiendo qué me está pasando. Dios mío, ni siquiera sé si llamé a Bishop…

– Riley… -Alargó el brazo y cubrió con la mano una de las manos temblorosas de ella-. ¿De qué estás hablando?

– Estoy intentando decírtelo… -Hizo una pausa bruscamente, fijándose en su expresión, y sintió que una oleada escalofriante se apoderaba de ella-. Ayer -logró decir-. Ayer por la mañana. Te conté lo del ataque del domingo por la noche.

Él asintió con la cabeza.

– Sí, eso me lo contaste.

– ¿Y…, y lo de los episodios de amnesia? ¿Lo del tiempo perdido?

Los dedos de Ash apretaron los suyos.

– Cariño, no me dijiste nada de episodios de amnesia ni de tiempo perdido. Es la primera noticia que tengo.


*****

Era todavía temprano, poco antes de las ocho, y Riley se había acurrucado en una de las cómodas sillas de mimbre de la terraza de su casa, con la esperanza de que el sol radiante de aquel día caluroso disipara el frío que sentía por dentro.

Una ducha caliente no había servido de nada, ni tampoco el magnífico desayuno que le había preparado Ash. Ni siquiera se había fijado en qué estaba comiendo: era sólo combustible capaz de suministrarle la energía que tanto necesitaba.

Y ni siquiera estaba segura de que todavía le funcionara.

Miraba fijamente el océano, dejando vagar de cuando en cuando la mirada para observar distraídamente a los más de doce propietarios de perros que habían sacado a sus mascotas a dar un último paseo antes del «toque de queda canino» que les impedía acceder a la playa durante la mayor parte del día.

Era una mañana de verano, tranquila y agradable, llena de actividades tranquilas y agradables. Actividades normales. Gente normal. Riley dudaba de que alguna de aquellas personas viera desintegrarse el mundo tal y como lo conocía.

– Ten. -Ash se sentó en otra silla, a su lado, y le dio una taza grande de café-. Hasta al sol sigues temblando.

– Gracias. -Riley estuvo unos minutos bebiendo el café a sorbos, consciente de que él la observaba, esperando. Por fin suspiró y se volvió un poco en la silla para mirarle-. Bueno. ¿Por dónde íbamos?

– Nos habíamos quedado en la reunión de ayer por la mañana en el departamento del sheriff. Parece que todo eso lo recuerdas con claridad.

Ella asintió con la cabeza.

– Está bien. Supongo que también recuerdas casi toda la conversación que tuvimos después, sobre por qué me habías pedido que me involucrara oficialmente en la investigación. Fue entonces cuando me contaste por fin lo del ataque del domingo por la noche. Que había afectado un poco a tu memoria y mucho a tus sentidos. Dijiste que querías que alguien en quien confiaras te vigilara por si acaso el ataque te había afectado más de lo que creías.

Riley rebuscó entre los «recuerdos» que tenía y se preguntó de nuevo de qué certezas podía fiarse.

– ¿No te dije que había olvidado la mayor parte de las últimas tres semanas?

Ash frunció el ceño.

– No fue eso lo que dijiste. No recordabas el ataque, ni las horas anteriores. Tampoco recordabas por qué saliste, ni dónde fuiste esa noche. Fue lo que me dijiste. Lo único que me dijiste.

– Ah.

– Riley, ¿me estás diciendo que no recuerdas nada de las últimas semanas?

– Fragmentos dispersos, pero… -Suspiró-. Maldita sea, recuerdo que ya hemos tenido esta conversación antes. No recordaba lo nuestro, pero cuando me tocaste supe que éramos amantes, sentí lo que había entre nosotros, y eso era lo único en este maldito embrollo de lo que estaba segura. Así que no te enfades porque haya fingido, porque en lo que más cuenta no estaba fingiendo. Iba un poco a tientas, eso es cierto. Pero no estaba fingiendo.

– Estuviste muy convincente -dijo él por fin.

– ¿Ves?, otra vez te estás enfadando. Por favor, no me hagas repetirte el discurso sobre cómo me ha afectado lo que me pasó el domingo por la noche y sobre cómo tuve que aclararlo todo a ciegas, no sólo lo nuestro.

– Perdona -dijo él irónicamente-, pero yo no estaba allí la primera vez.

– Sí estabas. -Riley sacudió la cabeza-. Al menos así lo recuerdo yo. Maldita sea, era…, es tan real… No lo entiendo. No entiendo nada.

Ash la miró pensativamente.

– Bueno, sigues temblando un poco, pero también pareces estar tomándotelo con mucha calma.

Ella no se molestó en explicarle que en la UCE uno aprendía a afrontar las cosas inesperadas que le salían al paso sin previo aviso.

O tenía que marcharse. A toda prisa.

Sólo dijo:

– No es calma, es aturdimiento. Es muy distinto.

– Quizá deberías volver a Quantico, Riley.

– No. -Respondió inmediatamente, sin pensar, y en cuanto se oyó sintió que era lo correcto, lo que debía hacer. No estaba segura de casi nada, pero estaba absolutamente convencida de que tenía que quedarse. Iba contra la lógica y la razón (por no hablar de su adiestramiento), pero era lo que sentía.

«¿Y cómo puedo fiarme de lo que siento más que de lo que pienso? ¿Es un impulso genuino que lucha por abrirse paso entre la confusión de recuerdos perdidos y sentidos de los que no puedo fiarme, o es simple cabezonería, un deseo de no abandonar hasta que haya hecho mi trabajo?»

Podía ser cualquiera de las dos cosas. O ninguna.

Ash reclamó de nuevo su atención diciendo:

– Mira, los dos sabemos, o al menos eso espero, que no quiero que te vayas. He estado reuniendo todos los argumentos que se me ocurren para que pidas el traslado aquí, para que trabajes quizá en la oficina del FBI en Charleston. Pero dijiste que estabas pensando en tomarte un mes y medio de vacaciones, así que pensé que tenía un poco más de tiempo para presentar mi alegato.

Momentáneamente distraída (lo cual no era de extrañar, teniendo en cuenta su estado mental), Riley dijo:

– ¿Un mes y medio? ¿Dije que estaba pensando en quedarme…? ¿Cuánto? ¿Otras dos semanas?

Él asintió con la cabeza.

– El sábado hace un mes que estás aquí.

– Eso tampoco tiene sentido -murmuró ella. El domingo anterior por la noche ya sabía que Bishop y los demás miembros del equipo estaban saturados de trabajo. Quizá no hubiera hablado con Bishop, pero tenía por costumbre mantenerse al corriente de lo que pasaba en la unidad allá donde iba, y no lograba entender que estuviera considerando la posibilidad de prolongar sus «vacaciones» sabiendo que la UCE andaba escasa de personal.

– Muchas gracias -dijo Ash.

Riley sacudió la cabeza.

– No tiene nada que ver con lo nuestro. Bishop está investigando el caso de un asesino en serie que está haciendo estragos en Boston. Las noticias hablan de eso todos los días. Y yo sabía que los demás equipos estaban igual de ocupados. Ahora mismo, la UCE está al límite de sus efectivos. Sería muy raro que hubiera decidido quedarme aquí, trabajando en lo que se suponía que era una investigación oficiosa y de poca importancia.

– ¿De poca importancia?

– En un contexto general, sí. Al menos, hasta lo que pasó el domingo. Hasta ese momento, lo más violento que había pasado eran un par de incendios intencionados que habían causado daños materiales. No había ningún herido, y Jake y su gente no me necesitaban para investigar eso. ¿Para qué iba a quedarme aquí, sabiendo que hacía falta en otra parte? A no ser que…

Ash la observaba intensamente.

– ¿Sí?

– A no ser que supiera, por muy inofensiva que pareciera la situación a simple vista, que Gordon tenía razón y estaba pasando algo muy peligroso. Tú estás seguro de que todo lo que te decía indicaba que…

– Que no era «para tanto», creo que fueron tus palabras exactas. -Él frunció el ceño-. Aunque a juzgar por cómo te has comportado desde el domingo, podrías haberme dicho eso y creer todo lo contrario, y yo no me habría enterado. O eso parece.

Ella suspiró.

– Sabía que íbamos a tener que hablar de esto otra vez.

– Riley…

– Ash, no puedo disculparme por no confiar en ti durante esas primeras semanas, porque no estoy segura de que hubiera algo que contar. Ni de por qué decidí callármelo, si lo había. Y desde que me desperté el lunes he pasado casi todo el tiempo intentando descubrir si mi mente y mis sentidos iban a volver a ser lo que yo llamo normales. Siento que estés enfadado. Siento que estés dolido. Pero ponte en mi lugar un minuto y piénsalo. Si tú no tuvieras ni idea de por qué has hecho algo impropio de ti, de por qué has hecho un montón de cosas impropias de tu carácter, ¿cuánto tardarías en dejar a un lado tus dudas y confesárselo todo a la mujer que inesperadamente comparte tu cama?

Pasado un rato, Ash suspiró y asintió con la cabeza.

– Está bien, tienes razón.

– Gracias. -Masculló para sí misma-: Ojalá estuviera segura de que no tendremos que repetir todo esto mañana. La expresión déjá vu ha cobrado un nuevo significado para mí.

– ¿Crees que habrá más episodios de amnesia?

– No sé qué pensar. Excepto que sea lo que sea lo que me está pasando, no se parece a nada que conozca. Los episodios de amnesia y de pérdida de tiempo vivido no son desconocidos entre las personas con capacidades parapsicológicas. De hecho, son bastante comunes. Pero no suelen manifestarse como episodios de pérdida total de la conciencia o de conducta radicalmente distinta.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que si tú y todos los demás no habéis notado nada raro en mí durante el tiempo que se ha borrado de mi memoria, eso sólo puede significar que en realidad no perdí esas horas. Estuve activa. Estuve aquí, haciendo cosas normales. Era yo. Pero luego, por la razón que sea, esas memorias y esas experiencias dejaron de existir para mí. He perdido la percepción de su realidad.

– ¿Por qué será que eso me da aún más miedo?

– Seguramente porque da mucho más miedo. Porque nuestra realidad se compone de cómo percibimos el mundo. Y si perdemos eso, aunque sean sólo fragmentos, entonces… No puedo fiarme de lo que pienso, ni de lo que siento… ni de lo que creo. Sobre todo ahora. No son solamente lagunas. Al parecer, mi mente ha empezado a rellenar los agujeros, los huecos en blanco, con recuerdos que no son auténticos.

– Suponiendo que puedas creerme a mí-comentó él.

– Tengo que creerte -respondió ella con firmeza-. Necesito tener algo sólido a lo que agarrarme, algo que me ancle. Y eres tú. Porque estás en mi cama. Porque antes de que empezara todo esto confié en ti hasta ese punto. Nunca me he tomado el sexo a la ligera, por si no te lo había dicho. Así que el hecho de que seamos amantes tiene que significar que confiaba en ti completamente a los pocos días de conocerte. Puede que no recuerde por qué, pero eso tengo que creerlo. Tengo que aferrarme a ello. Tú eres mi salvavidas, Ash.

– Ojalá pareciera alegrarte un poco más.

Riley hizo un esfuerzo decidido por aligerar su tono.

– Bueno, ¿qué puedo decir? Es una cuestión de control, ¿recuerdas? Por feliz que sea, siempre quiero llevar el timón de mi nave.

– Yo soy el capitán de mi alma -murmuró él.

– Sí. Ninguno de los dos controla su destino, pero eso no nos impide intentarlo.

– Ya habíamos hablado de esto.

– ¿Sí? -Riley sacudió la cabeza-. Entonces imagino que volveremos a hablar de ello. Mientras tanto, si quieres tirar la toalla, más vale que sea cuanto antes.

– Yo no tiro la toalla, Riley.

– Eso me parecía. Pero me pareció que debía darte esa opción.

– Opción anotada. Y rechazada.

Ella se descubrió sonriendo.

– Tengo el presentimiento de que me ha tocado un salvavidas buenísimo. Y sólo hace falta un poco de sentido común para saber que voy a necesitarlo. Las cosas pueden empeorar, Ash. Pueden empeorar mucho.

Pasado un momento, él preguntó:

– ¿Todo esto es el resultado de que te atacaran con una pistola eléctrica?

– No sé qué otra cosa puede ser.

– Una vez dijiste algo sobre… Riley, ¿podría ser la influencia de otra persona con facultades paranormales?

– ¿Teóricamente? Sí. Energías en contacto. Los campos electromagnéticos pueden manipularse, los impulsos electrónicos cortarse o redireccionarse. Hasta pueden crearse. Así funciona el cerebro, y hay muchos factores externos que pueden afectarle. Pero, que yo sepa, nunca nos hemos encontrado con una persona con poderes parapsicológicos que tenga la capacidad de influir en la mente de otra, ni siquiera mínimamente. A no ser que haya un vínculo consanguíneo muy fuerte.

– Lo cual no es posible en este caso.

Riley movió la cabeza de un lado a otro.

– Mis hermanos están dispersos por el mundo y mis padres viven en Australia. Y ninguno de ellos tiene poderes, de todos modos.

– ¿Es imposible que una persona que no sea de tu familia pueda estar haciendo esto?

– Sí, que yo sepa. ¿Alterar mis recuerdos? ¿Crear nuevos? Incluso en teoría, la cantidad de energía necesaria para hacer algo así es casi inimaginable.

«Edificios en llamas. Un sacrificio de sangre. No…, no un simple sacrificio de sangre: un sacrificio humano. ¿Cuánta energía oscura puede crear todo eso?»

Riley pensó por un momento que algo se agitaba en los márgenes de su mente, pero se le escapó.

– ¿Te darías cuenta, si alguien estuviera influyendo en tu mente?

– Quizá. Probablemente. -Seguro que sí. Seguro. Pensar lo contrario, considerar la posibilidad de que sus actos no fueran suyos, de que sus recuerdos y hasta sus pensamientos fueran obra de otra persona, le ponía los pelos de punta.

Era mucho menos temible creer que una simple descarga eléctrica había alterado todos los circuitos de su cerebro.

Pero aun así…

«¿Será por eso por lo que me quedo sin fuerzas tan rápidamente? ¿Porque mi mente intenta rechazar una especie de ataque del que ni siquiera soy consciente? ¿Es posible que eso suceda?»

– ¿Por eso estás tan segura de que fue el ataque con la pistola eléctrica?

– Creo que es lo más probable. -«Lo espero, al menos.» Alargó la mano para frotarse la frente-. No puedo pensar con claridad. Pero sé que la memoria puede ser muy engañosa hasta en las circunstancias más favorables. Si a eso se añade una descarga eléctrica de potencia y duración desconocidas, es muy probable que el cerebro se trastorne. Especialmente el cerebro de una persona con poderes parapsicológicos, que suele tener una actividad eléctrica mucho mayor de lo normal en cualquier circunstancia.

Ash sacudió la cabeza.

– Eso me supera.

– A mí también -reconoció Riley. Titubeó y luego añadió-: Tengo que llamar para informar. Porque es mi obligación y porque, si hay alguien que pueda entender lo que pasa en mi cabeza, es Bishop.

– Pareces poco convencida.

– De eso, no. Sólo me estaba preguntando cuántos malabarismos podrá hacer antes de que algún plato se caiga al suelo.

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