Capítulo 16

– ¿Y no recuerdas absolutamente nada de lo que dijiste o hiciste durante esas dos lagunas? -Por el tono tranquilo de Bishop, nadie habría adivinado que la situación le pareciera extraña o que estuviera en medio de una investigación increíblemente intensa. De momento, al menos, parecía perfectamente capaz de seguir compaginando, como un malabarista, diversas tareas.

– No -contestó Riley-. Es como si me desmayara y me despertara horas después.

– Lo cual -señaló Bishop- es distinto al primer episodio de amnesia, inmediatamente después del ataque con la pistola eléctrica.

Riley tardó un momento en darse cuenta.

– El lunes por la tarde, cuando me desperté, tenía recuerdos fragmentarios. Tenues y borrosos, pero estaban ahí.

– Sí. Es la consecuencia física lógica de una alteración temporal de la actividad eléctrica normal del cerebro. Como una explosión de energía que provocara una dispersión, una fragmentación de los recuerdos. Te faltaba la capacidad de hilarlas, pero todas las piezas, todas las experiencias, seguían ahí.

– ¿Sólo los recuerdos?

– Dímelo tú.

Riley se quedó allí parada, con el teléfono de la casa pegado al oído, mirando distraídamente por las ventanas que daban al mar. Ash esperaba pacientemente en la terraza, con la mirada pensativa fija en el agua. Riley se preguntó qué pensaba; qué sentía.

No tenía ni idea.

Respiró hondo antes de contestar a Bishop.

– No, no sólo los recuerdos. Más cosas. Los sentidos. Las emociones. Hasta la capacidad normal de interpretar las expresiones de los demás, de formarte una idea de lo que piensan y sienten. Todo está disperso, lejano.

– Pero no los conocimientos. Ni el entrenamiento. A eso todavía puedes acceder.

– Creo que sí -dijo ella con cautela.

– Entonces yo diría que sigue estando todo ahí, Riley.

– En pedazos.

– Puedes volver a juntarlos.

– ¿Sí? ¿Cómo? -Temía que su voz sonara tan trémula como se sentía.

– Ya has dado el primer paso. Fuiste capaz de usar tu clarividencia en la escena del crimen.

– Pero nunca la había usado así.

– Cabe la posibilidad de que la descarga eléctrica haya alterado eso para siempre.

Ella se dio cuenta de que tenías las uñas cortas clavadas en la palma de la mano y se obligó a abrir el puño derecho. Mientras miraba cómo se desvanecían las marcas enrojecidas, dijo lentamente:

– ¿Hay algún precedente?

– Más o menos. Los campos eléctricos nos afectan, Riley. Prácticamente a todos. Pero el cómo nos afectan depende de cada individuo. Puede tener efectos secundarios impredecibles, desde una leve desorientación a un cambio radical de nuestras capacidades. Pero una descarga directa al cerebro… El único caso parecido que conozco es el de un médium que se electrocutó accidentalmente. Se le paró el corazón, pero pudieron reanimarle.

– ¿Y? ¿Sigue viendo muertos?

– Antes no los veía, sólo los oía. Ahora los ve en tecnicolor y los oye tan claramente como me oyes tú a mí. Constantemente, si deja caer el escudo que tardamos más de un año en enseñarle a levantar.

– Es como vivir en medio de una multitud ruidosa a la que sólo puedes ver y oír.

– Sí. No es agradable.

– Ese médium no forma parte del equipo.

– No. Puede que algún día sí, pero todavía no. Ahora mismo sólo puede intentar llevar una vida aparentemente normal.

Riley habría preferido seguir hablando de los problemas de otras personas, pero volvió a concentrarse de mala gana en los suyos.

– Entonces, la descarga de esa pistola puede potenciar o alterar mi clarividencia hasta el punto de que ahora quizá pueda tener visiones.

– Es posible.

– No me lo habías dicho. ¿Verdad? Dios mío, ni siquiera recuerdo si hablamos ayer.

– Sí, un momento. Y no noté nada raro en la conversación, así que está claro que durante esas horas que no recuerdas te comportaste normalmente. En cuanto a si hemos hablado de la posibilidad de que tus capacidades se hayan visto alteradas, no, no de manera concreta.

– ¿Crees que es posible?

– ¿Francamente? -Una primera nota de cansancio se filtró en su voz-. Han pasando tantas cosas aquí que no he tenido mucho tiempo de pensar en nada más.

– Sí, te vi en las noticias. Parece un caso difícil.

– Lo es. Pero ahora mismo todos los equipos están trabajando en casos difíciles. Incluida tú, Riley.

– Lo sé. Debería regresar a Quantico. Pero las respuestas están aquí, Bishop. Además, ha muerto al menos una persona, y es muy posible que haya otra víctima. Y yo estoy involucrada. No sé cómo, pero lo estoy. No puedo escapar de eso.

– Un desconocido logró sorprender y dejar fuera de combate a una agente con experiencia el domingo por la noche.

– No me lo recuerdes -murmuró ella.

Bishop ignoró su comentario.

– No sabes si pretendía matarte, aunque todo indica que sí. Tu memoria y tus instintos son, como mínimo, poco de fiar, y estás quemando energía a una velocidad mucho mayor de lo normal. Has sufrido dos episodios de amnesia en las últimas cuarenta y ocho horas, y has perdido los recuerdos de más de la mitad de ese tiempo. Estás teniendo sueños y visiones de lo que parecen ser rituales de magia negra extremos, que, como tú y yo sabemos, son extremadamente raros. Y no tienes refuerzos.

– ¿Adonde quieres ir a parar? -preguntó ella con frivolidad premeditada, sin saber si él la dejaría salirse con la suya. Normalmente no la dejaba.

– Riley…

– Está bien, es una locura. Estoy loca. Seguramente. Pero también estoy asustada, por si no te has dado cuenta.

– Me doy cuenta -dijo él-. Hasta sin telepatía. Cuanto más se complica un caso, más frívola te pones.

Riley frunció el ceño.

– ¿Tan predecible soy?

– Es un mecanismo de defensa. En tu caso, un arma de supervivencia.

– Como si dijera: «No os molestéis en matar a esa pobre rubita, es una lunática y está claro que ha perdido la cabeza, así que es inofensiva».

– En parte, sí. Pero también es otro tipo de coloración defensiva. Si te ríes de una situación o te la tomas a la ligera, no puede ser tan grave, ¿no? La gente se tranquiliza y suele dejar de agobiarte.

Riley fijó la mirada en el hombre que esperaba en la terraza y dijo:

– Me parece que esta vez no va a funcionar.

– No con todo el mundo, al menos. Si Ash Prescott es tu salvavidas, tienes que ser completamente sincera con él.

A Riley no le sorprendió que Bishop hubiera percibido sus dudas concretas: ignoraba si estaba leyéndole el pensamiento a larga distancia.

– Le dije que era mi salvavidas. Pero…, ¿crees que llegaremos a eso?

– Creo que es posible. Has sufrido dos episodios de amnesia en dos días, Riley, el segundo más largo que el primero. Eso sugiere por sí solo que tu estado se está agravando, en lugar de mejorar.

– Sí, eso me temía. Pero el cerebro está diseñado para repararse a sí mismo, ¿no? ¿Para construir nuevos caminos cuando los viejos se destruyen?

– Sí, más o menos. Por eso espero que tu estado se estabilice. El hecho de que no haya sido así hasta ahora indica algún tipo de daño duradero.

Riley se quedó pensando un momento. Intentaba pensar claramente. Había una idea al borde de su mente, algo que no podía alcanzar, y aquello la sacaba de quicio porque estaba segura de que era al menos parte de la respuesta.

«¿Había algo…, algo de lo que me di cuenta?¿Algo que tenía sentido?»

Bishop dijo:

– También es muy inquietante que te hayas comportado normalmente durante esas lagunas.

– Dímelo a mí. Ash me ha contado lo que pasó durante las horas que no recuerdo y, hasta donde sé, me comporté con normalidad.

– De modo que lo más probable es que experimentaras ese tiempo con toda normalidad y que después, por alguna razón desconocida, perdieras la memoria de esas horas. O al menos que no puedas acceder a ellas.

– Eso parece.

– No sabemos qué desencadenó ninguno de los dos episodios.

– Si es que los desencadenó algo.

– Las lagunas de memoria siempre las provoca algo, al menos eso demuestra nuestra experiencia. Estabas usando tus capacidades la segunda vez, pero no la primera. ¿Recuerdas algo que tengan en común los momentos anteriores a los episodios de amnesia?

Riley estaba a punto de decir que no, pero se detuvo y se lo pensó con más calma.

– Justo antes del primero estuve hablando con dos personas de ese grupo satánico de la isla del que te hablé. Steve y Jenny. Cuando me desperté después de ese primer episodio, acababa de tener un sueño en el que veía celebrar una especie de misa negra en la que Jenny servía de altar.

– ¿Y el segundo episodio?

– Ocurrió unos minutos después de experimentar esa visión en la escena del crimen. En la visión, los celebrantes iban enmascarados, pero la mujer podía ser otra vez Jenny. El sacerdote podía ser Steve. No puedo asegurarlo, pero…

– Es un vínculo posible.

– El único que se me ocurre. -Riley sintió un escalofrío al darse cuenta de que cada vez le costaba más concentrarse, focalizar su atención. Estaba perdiendo energía otra vez. Ya se estaba quedando sin fuerzas.

«Maldita sea, maldita sea, maldita sea…»

Se obligó a continuar.

– Ash sugirió la posibilidad de que sea otra persona con capacidades paranormales. Y también Gordon. Alguien capaz de influir en mi mente. En mis recuerdos. -«¿Y quizá también de absorber mis energías?»

– Es posible. Tu empeoramiento indica que ocurre algo más, aparte de la descarga eléctrica. Y si hay una mezcla de ocultismo y de parapsicología manipulando la situación, está claro que con cierto éxito, no puedes seguir adelante tú sola.

– Bishop…

– Nadie se enfrenta solo a esas cosas. ¿Un sujeto con el afán de crear energía oscura y la capacidad de acceder a ella? ¿Con la capacidad de usarla? Sabemos que la maldad existe, Riley, que es una fuerza real, tangible.

– Sí, pero…

– Una fuerza a la que eres vulnerable, especialmente ahora. Tus defensas naturales se han debilitado, están casi destruidas. ¿Cómo podrías defenderte de un ataque a ese nivel?

Riley no tenía respuesta.

Bishop no espero a que contestara.

– Las prácticas ocultistas ofrecen, como mínimo, la oportunidad perfecta para canalizar la energía negativa. Ya sea en un ataque destinado a incapacitar o destruir, o a lograr algún otro propósito concreto. Tú eres la experta en ocultismo. Sabes mejor que nadie que esos rituales son increíblemente peligrosos en las manos equivocadas. Intencionados o no, controlados o no, generan una cantidad enorme de energía negativa. Podría ser eso lo que te está afectando.

Riley no lo había pensado; nunca le había pasado. Claro que podía contar con los dedos de una mano los rituales de magia negra que había presenciado. Y le sobraban dedos.

– Maldita sea.

– Ponte en lo peor, Riley. Da por sentado que tienes un enemigo muy poderoso ahí fuera. Puede que el ataque con la pistola eléctrica fuera sólo el principio.

– No sé para quién he podido convertirme en una amenaza hasta ese punto en tan poco tiempo.

– Eso es lo que tienes que descubrir. Sea lo que sea lo que les ha pasado a tus poderes, a tus recuerdos, lo único de lo que estás segura es que te atacaron.

Aquello era (curiosamente, quizá) algo que Riley necesitaba oír: le hacía falta que se lo recordara alguien que viera la situación con fría lógica.

Se sintió un poco más tranquila, un poco más centrada. Podía hacerlo. Era una profesional, a fin de cuentas, una investigadora con experiencia. Entrenada en técnicas de defensa personal y muy capaz de valerse por sí sola. Con conocimientos de ocultismo.

Podía hacerlo.

Estaba casi segura.

– Entonces, ¿vas a dejarme seguir en el caso?

– Con condiciones, Riley.

– Está bien, pero…

– Escúchame. Has elegido a Ash Prescott como salvavidas y los dos tenemos que confiar en que sabías lo que hacías. No te alejes de él. Sigue las pistas que puedas, busca las conexiones que puedas y vuelve a informarme mañana. Si no ha habido avances en la investigación, o si vuelves a tener una laguna, aunque sea de diez minutos, tendrás que volver a Quantico. Y se acabó.

Esta vez, Riley se abstuvo de llevarle la contraria.

– Entendido. -Todavía luchaba por no perder la concentración, y confiaba en que él no lo notara-. Una última cosa, Bishop. El asesino de Charleston. Ibas a mirar los archivos.

– Sí, los he mirado. No tienes que preocuparte por John Henry Price, Riley.

Ella se apoyó en la encimera, tan aliviada que ni siquiera intentó disimularlo.

– ¿Estás seguro?

– Estoy seguro.

– Bastante terrible es ya que sea un imitador, pero…

– Investiga tu caso, Riley. Infórmame mañana, o antes, si hay algún cambio. Y ten cuidado.

– Lo tendré. -Colgó el teléfono y se quedó un momento apoyada en la encimera. Luego se apartó y fue a coger otra barrita energética antes de salir a la terraza a hablar con Ash, intentando convencerse de que no sentía que se le escapaba la energía como si alguien hubiera tirado del enchufe.


*****

Bishop cerró el móvil y se quedó mirando la carpeta abierta sobre la mesa, delante de él.

– Le has mentido -dijo Tony en tono neutro.

– He omitido parte de la verdad.

– Una mentira por omisión sigue siendo una mentira, jefe.

– Eso -respondió Bishop- depende de si el fin justifica los medios. Y en este caso los justifica.

– ¿Y va a ser un final feliz?

Sin responder directamente, Bishop dijo:

– Riley necesita estar segura de que puede confiar en su salvavidas.

– ¿Y la verdad podría cortar esa cuerda?

– Posiblemente sí, en este caso. No puede fiarse de sus capacidades, de sus intuiciones y sus recuerdos, y la más pequeña duda podría hacer que se apartara de él. Que se aislara aún más. Que corriera aún más peligro.

– No sería precisamente una duda pequeña.

– No. No desde su punto de vista.

– Está un poco traído por los pelos, desde mi punto de vista -reconoció Tony-. Me gustan las coincidencias, pero si algo he aprendido trabajando contigo es que no solemos tener tanta suerte. Un vínculo entre dos cosas, o entre dos personas, aparentemente desconectadas entre sí, suele significar algo malo. Para alguien. Y, ahora mismo, que exista algún vínculo entre John Henry Price y Ash Prescott da un poco de miedo. Como poco.

– Price está muerto -dijo Bishop, y alargó el brazo para cerrar la carpeta que tenía delante.

– Mmmm. En nuestro trabajo, que alguien haya muerto no significa necesariamente que haya desaparecido. O que sea inofensivo, desde luego. A fin de cuentas, alguien tiene que estar matando a esa gente en Charleston.

Bishop se levantó.

– No estamos en Charleston. Estamos en Boston. Y aquí también está muriendo gente.

– Cualquiera diría que hay gato encerrado -comentó Tony.

– Sí. Estaré en la sala de entrevistas. Voy a hablar otra vez con ese supuesto testigo.

– Es una pena que no hayas conseguido leer su mente.

– Eso no va a impedirme intentarlo otra vez.

Tony esperó hasta que llegó a la puerta de la sala de reuniones para decir:

– Jefe…, no te gusta dejarnos colgados, ¿verdad?

– ¿Eso es lo que crees que he hecho con Riley?

– Es lo que crees tú. Lo que sientes que has hecho.

– Tony -contestó Bishop-, a veces trabajar con alguien con una fuerte empatía…

– … es un auténtico fastidio. Sí, lo sé. Pero, en realidad, yo no tengo esa empatía. Una emoción tiene que ser muy fuerte para que yo la capte.

– No estás siendo de mucha ayuda.

Tony sonrió levemente.

– Claro que sí. Mi trabajo consiste en decirte que Riley ya es grande…, por decirlo así. Puede cuidarse sola. Yo estaba allí aquel día en el gimnasio, ¿recuerdas? Se enfrentó contigo y con Miranda. Al mismo tiempo. Y estuvo a punto de ganaros. Yo diría que es bastante dura.

– Físicamente, no hay duda.

– Pero no es una cuestión de dureza física, ¿no? Es una cuestión de conocimiento. Quien la dejó fuera de combate con esa pistola eléctrica sabía que no podía hacerlo de otra manera.

– El que sabe eso es un enemigo peligroso.

– ¿Un enemigo al que es mejor tener cerca?

Bishop no respondió.

– No la has advertido.

– Sí, la he advertido.

– No expresamente.

– Sabe que tiene un enemigo allí. Nada de lo que yo diga puede ponerla más alerta, ni más en guardia, sólo…

– ¿Más paranoica?

– No. Puede hacerle dudar peligrosamente de la única persona que pueda ayudarla a sobrevivir en los próximos días.

– Esperemos que sepa quién es -dijo Tony-. Porque a mí me parece muy sospechoso hasta desde aquí, jefe. Todos me lo parecen. ¿En quién puede confiar en realidad cuando llegue el momento crucial? ¿En un ligue reciente que es pariente del asesino en serie que estuvo a punto de matarla? ¿En un ex compañero del ejército que no ha sido muy sincero con ella? ¿O en un sheriff de pueblo que tiene intereses ocultos? ¿A quién va a confiarle su vida? ¿Cómo va a tomar esa decisión?

– Riley escucha a su instinto.

– ¿Y?

– Y hace caso de lo que lleva diciéndole desde el principio.


*****

Riley se había acabado una barrita energética y estaba comiéndose otra cuando se reunió con Ash en la terraza y volvió a sentarse en su silla caldeada por el sol.

– ¿Qué te ha dicho Bishop? -preguntó él.

Pensando en su conversación, Riley dijo:

– Cree que es improbable, pero posible, que otra persona con poderes esté influyendo sobre mí. Es mucho más probable que se trate del ataque con la pistola eléctrica. Me ha hablado de un caso en el que una descarga eléctrica cambió las facultades de cierta persona. Si es eso lo que me está pasando, es imposible saber qué ha salido dañado o qué ha cambiado en mi cerebro hasta que veamos sus efectos.

Decidió omitir la posibilidad de que la energía negativa generada por ritos de magia negra también pudiera estar afectándola, aunque no sabía muy bien por qué.

«¿De quién dudo? ¿De mí misma? ¿O de Ash?»

– Es un milagro que no te matara -dijo él.

Riley empezó a hacer nudos en el envoltorio vacío de la barrita energética.

– Todavía estoy intentando descubrir cómo pudo alguien sorprenderme y dejarme fuera de combate. Se supone que eso no puede ocurrirle a un ex militar entrenado por el FBI, ¿sabes?

– Puede que no te sorprendieran -dijo Ash lentamente-. Puede que quien fuese…

– ¿Ya estuviera conmigo? Sí, ya se me ha pasado por la cabeza.

– Lo cual explica, supongo, tu reticencia a confiar en los demás.

– ¿No estarías tú reticente?

– No te lo reprocho. Sólo lo constato.

Ella le miró fijamente, vaciló y luego dijo:

– Vale más que lo sepas. Le conté a Gordon lo del ataque del domingo y la amnesia. Al menos, estoy bastante segura de que se lo conté, a no ser que sea otro recuerdo del que no puedo fiarme.

Ash no pareció enfadarse.

– Servisteis juntos en el ejército y os conocéis desde hace años. Es lógico que confiaras en él antes que en nadie más. ¿Sabe lo de tus lagunas?

– No, no he hablado con él desde que empezaron. Al menos…-Frunció el ceño-. No recuerdo haber hablado con él. Como no fuera el martes por la tarde, durante esas horas que se han borrado. Después de comer, fui a dar un paseo por la playa, hasta la casa de los Pearson, y hablé con Steve y Jenny y lo siguiente que recuerdo es ayer por la mañana.

Él también había fruncido el ceño.

– El martes te recogí sobre las seis y media. Tomamos unas copas y cenamos, y luego volvimos aquí. Querías buscar algunas cosas en Internet y yo tenía papeleo del que ocuparme.

– Hum… ¿es lo habitual? ¿Que trabajemos los dos aquí?

– Yo no diría que es lo habitual, pero lo hemos hecho un par de veces. Aquí o en mi casa.

– ¿He estado en tu casa?

Él soltó una risilla.

– Claro que sí, Riley. Pero solemos pasar las noches aquí porque mi piso es más bien pequeño. Estoy buscando uno más grande, por cierto.

Ella decidió ignorar aquel último comentario.

– Entonces entre el momento en el que estuve hablando con Steve y Jenny y el momento en el que me recogiste aquí, hay tres o cuatro horas de las que no sabemos nada. Puede que estuviera sola o no. Puede que fuera a hablar con Gordon o con otra persona.

– Lo de Gordon, al menos, es fácil comprobarlo.

– Sí, le llamaré. -Riley miró su taza de café medio vacía e intentó concentrarse de nuevo. Parecía capaz de hacerlo durante periodos breves, pero luego sus ideas volvían a dispersarse y casi se sentía ir literalmente a la deriva, a pesar de las calorías que había consumido desde su conversación con Bishop.

Hacía unos minutos. Apenas unos minutos, esta vez.

– ¿Riley?

– Ayer -dijo por fin, luchando por mantener la atención-. Después de esa visión o lo que fuera, en el claro… ¿Qué hicimos?

– ¿Inmediatamente después? Venir aquí.

– ¿Sí? Pero ¿Jake no pensaba ir a hablar con el grupo de la casa de los Pearson?

– Sí. Pero sus pesquisas no dieron ningún resultado, lo que significa que no tenía excusa para interrogarlos, ningún argumento legal en el que apoyarse. Llamó de todos modos para preguntarles si podía hacerles una visita, y le remitieron amablemente a su abogado. -Ash se encogió de hombros-. No es de extrañar, tratándose de un grupo posiblemente acostumbrado a policías entrometidos.

– Seguro que lo están.

– Imagino que sí. El caso es que Jake estaba enfadado y atado de manos. No podíamos hacer nada en comisaría, y tú querías indagar un poco más en no sé qué base de datos sobre ocultismo que conoces, así que pasamos la tarde y la noche aquí. Salimos a dar un paseo justo antes de que anocheciera y un rato antes intenté enseñarte los secretos de cómo hacer una buena salsa de espaguetis, pero aparte de esos descansos, yo estuve viendo la tele y tú conectada a Internet hasta casi medianoche. No dijiste nada, pero me dio la impresión de que estabas buscando algo concreto.

– Supongo que no sabrás si lo encontré.

– No me lo dijiste.

– Parece que fue una noche muy aburrida para ti -dijo Riley, molesta por ello sin saber por qué.

– Tuvo sus compensaciones.

Riley sintió la tentación de seguir aquella misteriosa tangente, pero se obligó a concentrarse.

– ¿No hubo ninguna novedad en la investigación en todas esas horas?

– Riley, ya hablamos… -Ash sacudió la cabeza-. Tienes razón, todo esto es un campo de minas muy complicado. Nuestros recuerdos no coinciden.

Riley dijo a medias para sí misma:

– Seguramente hay algo muy profundo en eso. Pero es igual. ¿Qué es lo que no recuerdo?

– A última hora de la tarde llamó Jake para decirnos que ya tenía la identidad de la víctima. Los interrogatorios puerta por puerta dieron por fin como resultado una casa en alquiler vacía donde debía de haber alguien, y pudieron cotejar las huellas encontradas allí con las de la hasta entonces víctima desconocida. De momento no ha servido de mucho saber quién era ese pobre diablo, porque no hemos podido relacionarle con nadie de la isla o de Castle. Anoche, la gente de Jake no había podido contactar aún con su familia. ¿No recuerdas nada de eso?

Esta vez, Riley ni siquiera se detuvo a pensar lo que no recordaba. Estaba demasiado ocupada intentando concentrarse.

– No. ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba?

– Tate. Wesley Tate. Un empresario de Charleston.

Una maraña de pensamientos se agolpó en su cabeza, e hizo lo posible por aclararlos. ¿Era real? ¿Qué recuerdos podía considerar realmente suyos?

– ¿Vivía en Charleston?

– Sí. La gente de Jake seguía haciendo averiguaciones anoche, cuando hablamos, así que es lo único de lo que estoy seguro.

– Vivía en Charleston ¿y decidió venir aquí de vacaciones?

– A mí también me extrañó. Si vives en una bonita ciudad costera, ¿para qué alquilar una casa en una isla a ochenta kilómetros de distancia?

– Puede que no viera el mar desde su casa.

– Tampoco lo veía desde aquí. La casa no estaba en primera línea de playa. Estaba tres calles más atrás.

– Así que no vino por las vistas.

– Parece que no. Los vecinos le vieron llegar el sábado, pero parece que nadie volvió a verle después. Otra cosa rara es que la casa es grande, no es del tipo que elegiría un hombre soltero para alquilarla. Sobre todo habiendo muchas otras casas y pisos más pequeños disponibles en la isla. A los de la agencia inmobiliaria les dio la impresión de que su familia o un grupo de amigos iban a reunirse con él después.

– Y no apareció nadie.

– De momento, no.

Riley apuró su café frío, se puso en pie y sintió alivio al notar las piernas relativamente firmes.

– Quiero echar un vistazo a la casa de Tate. Después, creo que deberíamos encontrarnos con Jake y Leah en la casa de los Pearson.

Ash también se levantó.

– ¿Hay alguna relación entre ese grupo y Tate?

– Si puedo fiarme de esa parte de mi memoria, sí. Una muy importante.

– Anoche no parecías recordar ninguna. ¿Y si te falla la memoria en esto?

– Saltaré de ese puente cuando llegué a él -contestó Riley.

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