Capítulo 5

Gordon se pasó la manaza por la cabeza afeitada y miró fijamente a Riley.

– ¿Qué has dicho?

– Que mis recuerdos de las tres últimas semanas parecen un queso suizo. Están llenos de agujeros.

– Lo otro.

– Ah, eso. Que me he despertado esta tarde cubierta de sangre seca.

– ¿Sangre humana?

– Todavía no lo sé. Seguramente tendré noticias de Quantico mañana.

– Y no recuerdas de dónde salió toda esa sangre.

– Es uno de los agujeros, sí. Y me saca de quicio, sobre todo porque ahora tenemos un cuerpo torturado y masacrado, que al parecer fue torturado y masacrado más o menos en el mismo lapso de tiempo.

– Es lógico que estés preocupada -convino él.

Se miraron el uno al otro, Gordon apoyado contra el costado de su barco y Riley sentada en el banco, frente a él. El barco estaba amarrado en el muelle, detrás de la casita que Gordon tenía en la parte continental de Opal Island. Así se mantenía ocupado y ganaba algún dinero extra llevando a gente a pescar al Atlántico.

– Y no es que yo crea que seas capaz de hacerle eso a alguien sin un buen motivo -dijo.

– Pero ¿y si tuviera un buen motivo? -preguntó ella irónicamente, consciente del matiz que introducía el adjetivo.

– ¿Sin estar en zona de guerra? -Él sacudió la cabeza-. No. No es tu estilo. Puedes cabrearte y liarte a hostias, pero nada más, por lo menos aquí, en la vida normal.

– Soy una agente del FBI -le recordó ella.

– Sí, así que podrías pegarle un tiro a alguien. Quizá. Si no te quedara más remedio. Los dos sabemos que eres capaz. Pero torturar y decapitar… -Gordon frunció los labios y su ancha cara morena se puso pensativa-. No te veo haciendo eso ni en la guerra, ¿sabes? Hace falta cierta crueldad, y no digamos ya brutalidad, y tú nunca has tenido ninguna de esas cosas.

Riley se sintió aliviada, aunque sólo en parte. Gordon la conocía, seguramente mejor que nadie, y si él decía que no era propio de ella matar a alguien así, era muy probable que tuviera razón. Ella tampoco se creía capaz.

Pero.

– Está bien, pero, si no fui yo, ¿por qué me desperté cubierta de sangre?

– No sabes si la sangre era suya.

– Pero ¿y si lo es?

– Puede que intentaras ayudarle en algún momento. Que intentaras bajarle sin darte cuenta de que ya era demasiado tarde.

– ¿Y luego me fui a casa y me eché a dormir, completamente vestida y todavía cubierta de sangre?

– No, eso no parece probable, ¿verdad? No en tu caso. Si estabas en tu sano juicio, al menos. Tuvo que pasar algo entremedio. Un trauma de alguna clase, quizá. ¿Seguro que no tienes ningún bulto en la cabeza o algo así?

– No he encontrado ningún bulto, ni ningún hematoma. Pero me desperté con un dolor de cabeza brutal. Ya sabes lo que suele significar eso.

Él asintió.

– Tu versión de una resaca, pero sin alcohol. Estuviste usando tus facultades extrasensoriales.

– Eso parece. -Gordon sabía desde hacía años que tenía el don de la clarividencia, creía en él absolutamente porque había visto una y otra vez lo que Riley podía hacer y había guardado el secreto.

– Pero ¿no recuerdas qué percibiste?

– No, nada. Si es que percibí algo.

– Tuvo que ser algo malo. ¿Tan malo como para que perdieras la memoria, quizá?

– No sé, Gordon. He visto cosas asquerosas. Cosas horribles y repugnantes. Y nunca habían afectado a mi memoria. ¿Qué pudo ser tan malo, tan traumático, que no pude soportar recordarlo?

– Puede que vieras lo que ocurrió en el bosque. Quizá viste a alguien conjurar al diablo.

– Yo no creo en el diablo. Así, al menos.

– Quizá sea por eso por lo que no te acuerdas.

Riley se lo pensó, pero al final negó con la cabeza.

– Aparte de algunas cosas nauseabundas, también he visto cosas increíblemente raras, sobre todo estos últimos años. Cosas terroríficas. No creo que ningún ritual ocultista pueda conjurar a un demonio de carne y hueso, con sus cuernos y su rabo, pero no sé si me impresionaría tanto si ocurriera justo delante de mí.

Gordon sonrió.

– Pensándolo bien, seguramente sólo te preguntarías cómo se las habían arreglado para meter al tipo en un traje de goma tan deprisa.

– Seguramente. Las cosas aparentemente sobrenaturales relacionadas con el ocultismo son casi siempre, ya sabes, humo y espejos. Casi siempre.

– Eso me has dicho. Está bien. Entonces, viste al asesino allí y hubo algo que te provocó la amnesia. Es la explicación más sencilla, ¿no?

Ella tuvo que darle la razón.

– Supongo que sí. Lo cual hace imprescindible que recupere cuanto antes la memoria.

– ¿Crees que el asesino quizá sepa que viste algo?

– Creo que debo darlo por sentado hasta que tenga pruebas de lo contrarío. Y encontrar esas pruebas no va a ser divertido, considerando que no tengo ni una sola pista de quién puede ser el asesino. Y lo que es peor, mis facultades extrasensoriales parecen estar fuera de servicio, al menos por ahora.

– ¿En serio?

Riley asintió con la cabeza.

– En serio. Debería haber sentido algo en la escena del crimen. En esas situaciones, cuando todo el mundo está tenso y afectado, es cuando estoy más fuerte. O siempre había sido así. Esta vez, nada. Ni una maldita cosa, ni siquiera cuando toqué esas piedras.

– Así que estás buscando a un asesino a ciegas.

– Pues sí.

Gordon se quedó pensando.

– Puede que el asesino sepa, o al menos crea, que viste algo. Pero, si sabe que viste algo, o lo sospecha, ¿por qué deja que andes por ahí? Quiero decir que ya ha matado brutalmente. ¿Por qué dejarte vivir?

– No lo sé. A no ser que tenga un buen motivo para creer que no soy una amenaza.

– ¿Como, por ejemplo, que no te acordarías de lo que viste?

– ¿Cómo podría saber eso? No se puede provocar una amnesia intencionadamente, al menos que yo sepa. Y la UCE lleva años estudiando esas cosas. Las lesiones traumáticas, sobre todo en la cabeza, tienen toda clase de consecuencias, pero la amnesia no es muy frecuente, como no sea a muy corto plazo. Además, no tengo bultos, ni hematomas, y menos aún algo tan grave que pueda considerarse una lesión en la cabeza.

– ¿Amnesia a muy corto plazo?

– Es bastante corriente que después de una lesión traumática no se recuerden los acontecimientos inmediatamente anteriores. Pero casi siempre se limita a un lapso de unas pocas horas, no de días…, y casi nunca de semanas.

– Está bien. -Gordon se quedó pensando un rato más-. Es muy poco probable, seguramente, pero ¿y si fuera otra persona con dotes parapsicológicas?

Riley hizo una mueca.

– Dios mío, espero que no.

– Pero ¿sería posible que te afectara?

– Casi todo es posible, tú lo sabes tan bien como yo. Otra persona con dotes extrasensoriales quizá podría percibir la amnesia, o incluso anticiparla. Qué demonios, tal vez incluso causarla. O al menos estar aprovechándose de ella. -Respiró hondo y exhaló lentamente-. Una cosa puedo decirte: si hay otra persona con facultades paranormales metida en esto, esa persona, sea hombre o mujer, tiene la sartén por el mango, al menos hasta que se despeje la neblina de dentro de mi cabeza y pueda usar las mías.

«Si puedo. Si puedo.»

– No me gusta mucho cómo suena eso, nena -comentó Gordon.

– No. A mí tampoco. -Ahora fue Riley quien se quedó pensando-. Leah me ha dicho que últimamente estaba muy reservada. -La ayudante del sheriff la había dejado en casa y había regresado a jefatura, porque faltaba aún una hora para que acabara su turno.

– Bueno, me hubiera gustado que no lo estuvieras tanto. Fui yo quien te trajo aquí, a fin de cuentas. Me siento responsable.

– Pues deja de sentirte así.

Él levantó los ojos al cielo, un gesto característico que seguramente le había contagiado a Leah.

– Sí, sí.

– Lo digo en serio. Y, por cierto, no le he dicho a Leah lo de mi amnesia. Confío en ella, es sólo que…

– Ya sé lo que es -respondió él. Y lo sabía. Los militares entendían la necesidad de ocultar las propias debilidades mucho mejor que los civiles-. Te guardaré el secreto, si quieres, pero creo que Leah podría ayudar. Sobre todo si…

Riley lo miró fijamente. De pronto veía en aquella cara impasible mucho más de lo que habría visto cualquier otra persona.

– Sobre todo si no recuerdo mi vida social, que estas últimas semanas parece que ha sido movidita -concluyó.

– Entonces, no te acuerdas, ¿no es así?

– No mucho, no. Deduzco que salí con Jake Ballard, al menos unos días. Y que ahora mismo estoy liada con Ash. ¿Ash qué, por cierto? No he oído su apellido. -La pregunta le sonó casi cómica.

Casi.

Las cejas de Gordon se alzaron hasta la inexistente línea de su pelo.

– Prescott. Ash Prescott. Fiscal del distrito del condado de Hazard.

– Dios mío, ¿en qué estaría yo pensando?

– Ésa es una de las cosas que no nos has contado -le informó él amablemente-. Ojo, no me sorprendió que Jake te convenciera de que salieras con él. Tiene ese don. Pero, que yo sepa, sólo fueron un par de citas…, y luego conociste a Ash. Y eso sí me sorprendió.

– ¿Por qué? ¿Por mí o por él?

Gordon se lo pensó seriamente.

– Bueno, no creo que sea propio de ti acostarte con un hombre al que conoces desde hace un par de días.

Riley hizo una mueca.

– ¿Tan rápido? Dios mío. No fuimos muy sutiles al respecto, supongo.

– ¿Sutiles? -Él se rio-. Por si no lo has visto hoy, Ash suele conducir un Hummer, Riley. Un Hummer amarillo brillante. Llama bastante la atención cuando está aparcado delante de tu casa por las noches. Y a la gente de esta isla le encanta hablar.

– Genial. -Suspiró, se lo pensó un momento y finalmente optó por no preguntarle si sabía algún detalle más sobre la naturaleza íntima de sus relaciones con Ash Prescott. Eso tenía que averiguarlo por sí sola-. Pero ¿en él te sorprendió? -preguntó.

– ¿Que se liara contigo tan deprisa? Sí.

– ¿Por qué?

– Es difícil decirlo exactamente. No es muy expresivo, pero me daba la impresión de que no era tan susceptible a los encantos de una mujer guapa, sobre todo viviendo en un sitio de playa con tanta carne desfilando a la vista por ahí casi todo el tiempo. Quiero decir que estás muy buena, eso cualquiera que tenga ojos puede verlo, y eres muy sensual cuando te empeñas, pero dudo que fuera eso.

Riley ignoró aquella franca exposición de sus encantos, que había oído otras veces en boca de Gordon y de otros compañeros del ejército, y preguntó:

– ¿Lo hice? ¿Empeñarme? -Tenía que preguntarlo, a la vista de la ropa interior que había descubierto entre sus cosas.

– Te he visto un par de veces más arreglada de lo normal, pero, como te decía, no creo que fuera tu físico lo que impresionó a Ash. Y yo diría que fue él quien fue detrás de ti. Que yo sepa, no hizo falta que nadie le animara. Así que la culpa de conseguir lo que quería es sólo suya. Yo llevo viviendo aquí sólo un par de años, pero no recuerdo que Ash se haya liado nunca con una veraneante. Tan visiblemente, por lo menos.

– Tal vez le apetecía tener un ligue.

Gordon sacudió la cabeza.

– Si quieres mi opinión, yo diría que no es de ésos. Ni tú tampoco, por si tengo que recordártelo.

– Pues parece que es lo que estoy haciendo -masculló ella-. Tener un lío con un hombre de cuyo apellido no me acuerdo.

Gordon frunció los labios en otro gesto característico.

– No te acordabas ni de él ni de Jake, ¿verdad?

– No. Al menos… Tuve un recuerdo fugaz cuando Ash apareció en la escena del crimen. Pero ¿recuerdo conocerlos a Jake o a él? ¿Haber salido con ellos? No. Hay caras dentro de mi cabeza, pero las suyas no aparecieron hasta que aparecieron ellos.

– ¿Y no recuerdas nada que hayas descubierto investigando el caso?

– No recuerdo el caso. O, al menos, estoy teniendo que reconstruir lo que sé, o lo que sabía.

– Eso no es bueno, desde luego.

– Dímelo a mí. -Suspiró; luego se irguió y añadió-: Y lo digo en serio, Gordon. Dímelo. Empezando desde por qué me hiciste venir, qué ha pasado y qué te he contado desde que llegué.

– Quieres encajar las piezas. ¿Con la esperanza de que algo despierte tus recuerdos?

– Cuento con ello. Porque Bishop espera un informe diario. Y si no le convenzo de que lo tengo todo controlado, el viernes me sacará del caso. Puede que antes, teniendo en cuenta que ha habido un asesinato.

Con otro suspiro, añadió:

– Además, por lo visto tengo otra cita con Ash dentro de dos horas. Para cenar. Estaría bien recordar de qué hemos hablado hasta ahora, para no repetirme. Y también recordar por qué empecé a acostarme con él, porque, por lo poco que recuerdo, dudo que se contente con un beso de buenas noches en la puerta.

– Deduzco que no quieres contárselo ni despertar sus sospechas volviéndote una estrecha de repente.

– La respuesta a lo primero es no porque aún no sé dónde encaja Ash en todo esto. En cuanto a lo otro, hacerme la estrecha resultaría un poco raro a estas alturas, ¿no te parece? A no ser que… No me estaba haciendo pasar por otra, ¿verdad, Gordon?

– No, no lo creíste necesario. Como estabas sola y tenías vacaciones, decidiste venir a visitar a un ex compañero del ejército. Estabas aquí abiertamente como agente del FBI, así que ¿para qué disfrazarlo y adornarlo?

– Tiene sentido. Conviene simplificar las cosas, siempre que sea posible.

– Que es lo que tú hiciste. No, nena, estabas siendo tú misma, y hacerte la mojigata no es tu estilo, desde luego.

Ella asintió con la cabeza.

– Así que tengo que moverme a tientas, y perdón por la expresión, en una relación de pareja que no recuerdo haber empezado.

Gordon la miró fijamente.

– ¿Y?

La conocía demasiado bien.

– Y no puedo confiar en mis sentidos. En ninguno, no sólo en los parapsicológicos. Está todo…, borroso y lejano. Por primera vez en mi vida, no tengo ninguna ventaja. Y eso me da mucho miedo.


*****

De haber sido por ella, no habría salido a cenar con Ash esa noche. Había comentado que quizá debiera anteponer la investigación de un asesinato tan horrendo a su vida social, pero, como le había recordado Ash tranquilamente, no podía hacer gran cosa hasta que se completara la autopsia y se analizaran las pruebas forenses, nada de lo cual era especialidad suya.

Jake había propuesto que se reunieran en el departamento del sheriff, pero Riley no había tenido más remedio que darle la razón a Ash, aunque a regañadientes: especular interminablemente, sin pruebas ni datos a mano, sería poco productivo.

Lo mejor era empezar de cero a la mañana siguiente.

Lo cual significa, claro está, que tendría que pasar aquella noche moviéndose a tientas, medio a ciegas, entre los matices de una relación que, al parecer, desde hacía casi dos semanas era una relación de amantes.

De amantes apasionados, si su reacción física al ver a Ash y aquel único recuerdo que había tenido eran un indicio a tener en cuenta.

Mientras se preparaba para que Ash fuera a recogerla justo antes de las ocho, no le preocupaba mucho su capacidad para comportarse como él esperaba durante la cita. Ésa era la parte fácil, al menos para ella. Siempre había sido capaz de adaptarse a cualquier situación, de parecer y actuar como si siempre estuviera en el lugar que le correspondía, con independencia de lo que le pasara por dentro.

Y en este caso, lo que le pasaba por dentro se contradecía mucho más de lo normal con su aparente serenidad.

Mariposas.

Grandes mariposas. Con garras.

Toda aquella situación la perturbaba profundamente, porque no era propio de ella entablar relaciones íntimas con nadie en el curso de una investigación, y mucho menos meterse en la cama con un hombre cuyo carácter, indudablemente, no había tenido tiempo de juzgar.

– Dime que no es malo, Gordon.

– Es fiscal, Riley, de una pequeña localidad del sur. ¿Cómo va a ser malo?

– No me hagas esa pregunta, hombre. Los peores asesinos en serie que he conocido actuaban en sitios pequeños.

– Puede que sí, pero dudo que Ash sea un asesino en serie. Ojo, no estoy diciendo que no tenga su lado malo. Y se dice que de pequeño era un auténtico demonio. Pero por aquí se le respeta, eso lo sé.

– Al último asesino en serie que conocí también se le respetaba. Antes de que se descubriera lo que tenía en el sótano.

– Has visto a demasiados asesinos en serie, nena.

Seguramente era cierto.

En cualquier caso, lo que le había dicho a Gordon era cierto: estaba asustada. A pesar de la fachada de frialdad y confianza en sí misma que solía mostrar, había una parte muy importante de ella que deseaba meterse en la cama y taparse con las mantas hasta la cabeza con la esperanza de descubrir, al despertar, que todo había sido una pesadilla. O regresar corriendo a Quántico, su puerto de abrigo.

No podía hacer ninguna de las dos cosas, desde luego.

No, Riley Crane (siempre tan sensata, tan racional, tan fiable y profesional) no haría algo así. Se quedaría hasta el final, acabaría lo que había empezado, seguiría al pie del cañón, y todos esos tópicos. Porque, sencillamente, no estaba en su carácter meterse en la cama y taparse con las mantas hasta la cabeza.

Por muy mal que fuesen las cosas.

Así que, cuando sonó el timbre pasadas las siete y media, respiró hondo y fue a recibir a Ash con una sonrisa y total serenidad.

– Hola -dijo.

– Hola -respondió él. Y la envolvió en sus brazos, levantándola del suelo para besarla. Allí mismo, en la puerta, donde todo Opal Island podía verlos.

«Adiós, discreción. Adiós, serenidad.»

Riley sospechaba que todos sus huesos se estaban derritiendo. Sospechaba también que no le importaba mucho.

Cuando levantó la cabeza por fin y volvió a dejarla de pie, él dijo:

– Llevaba todo el día deseando abrazarte. Para tu información, parece que me he convertido en adicto a ti. Anoche no pegué ojo después de que me echaras a patadas.

«¿Te eché a patadas? ¿Y por qué demonios hice eso?»

– No te eché a patadas -murmuró, razonablemente segura de que no haría una cosa así.

– Puede que no literalmente, pero el resultado fue el mismo. En lugar de pasar la noche en una cama caliente con una mujer caliente, acabé solo con un whisky y una vieja película. Creía que habíamos dejado atrás eso, Riley.

Ella se arriesgó.

– ¿El qué?

– Ya sabes lo que quiero decir. Si sólo quisiera compañía para salir a cenar y echar un polvo después, conozco a mujeres mucho menos complicadas que tú que estarían dispuestas a hacerlo. -Hablaba con absoluta naturalidad, sin engreimiento alguno.

«Hmmm. ¿A qué complicaciones se referirá? ¿Quiénes son esas otras mujeres? ¿Es posible que yo no sea un ligue?»

No sabía qué sentía al respecto. Demonios, no sabía cómo se sentía respecto a nada de aquello.

– Mira -continuó Ash-, respeto esa necesidad tuya de tener espacio y tiempo para ti. Lo entiendo, de veras. Los dos sabemos que tengo muy mal genio y que yo también soy un solitario. Lo único que digo es que la próxima vez que decidas que quieres dormir sola, te agradecería que me avisaras con un poco de antelación.

«Anoche debía de tener que ir a otra parte. Toma nota: evidentemente fue algo de última hora, o habría echado a Ash mucho antes de la hora de dormir. Me pregunto qué fue. ¿Sabía que había alguien en peligro? ¿Qué iba a pasar algo malo? ¿Y si así fue…? ¿Por qué no te lo dije, amor mío?»

– Perdona. Queda anotado para el futuro -dijo Riley, preguntándose cuándo le había rodeado el cuello con los brazos. Dado que sus brazos ya estaban allí, no se molestó en quitarlos-. Yo también te he echado de menos, por cierto.

– Me alegra oírlo. -Volvió a besarla, brevemente pero con la misma intensidad-. Podríamos saltarnos la cena.

– No, a no ser que te gusten las mujeres casi comatosas -respondió ella. Allí se sentía en terreno seguro-. Estoy muerta de hambre.

Él se rio.

– Entonces hay que darte de comer, y esta noche no me apetece cocinar. ¿Lista para irnos?

«Supongo que eso explica lo bien surtida que está mi cocina. Ha estado cocinando él.»

Tampoco sabía cómo se sentía al respecto.

– Sí, estoy lista -dijo.

Загрузка...