Capítulo 20

Dos años y medio antes

– Ya te tengo -susurró Riley con los ojos fijos en su presa, que caminaba con paso enérgico por la acera llena de baches. Decir que aquella zona era pobre habría sido un eufemismo: aquellas calles oscuras, cercanas al río, llevaban mucho tiempo abandonadas cuando una inundación primaveral convirtió el atracadero en poco más que una ensenada muy alejada del flujo del tráfico.

Faltaba poco para que amaneciera, la luna se veía llena y brillante en el cielo, y Riley llevaba toda la noche siguiendo a Price. Había confiado en que hiciera un movimiento mucho antes, pero aunque había entrado en diversos bares, siempre salía solo. Y en ese momento se dirigía a lo que antaño había sido un muelle grande y ahora no era más que un armazón raquítico con unas pocas barcas amarradas.

Riley sintió un cosquilleo de inquietud, pero no permitió que le hiciera dudar. Tenía su arma en la mano e iba vestida para andar, con vaqueros y deportivas. Y, lo que era más importante, tenía a John Henry Price a la vista.

No iba a dar marcha atrás por una angustia sin nombre.

Aunque, después de más de una semana entreviéndole apenas, ¿por qué esa noche era tan visible? ¿Por qué se dejaba ver?

¿Se dejaba?

«Te estás quedando atrás, pequeña. ¿No puedes seguir mi ritmo?»

Riley apretó el paso instintivamente, haciendo a un lado sus dudas. No iba a perder aquella oportunidad.

Pero ¿por qué avanzaba él a lo largo del muelle, dejando atrás las barcas, hacia el fondo, donde no había nada, excepto el agua lenta y turbia?

«Porque esto se acaba aquí, pequeña.»

Riley no se había dado cuenta de que estaban tan cerca, a menos de diez metros de distancia, cuando él se volvió de pronto para mirarla y levantó la mano, con el brazo extendido.

A pesar de que era rápida, Riley apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el arma que Price tenía en la mano retrocedió y ella sintió el impacto de la bala.

«No vas a ganar, cabrón. ¡No vas a ganar!»

«Ya he ganado, pequeña.»

Pero mientras caía, Riley apuntó, impulsada por la determinación, más fuerte que cualquier otra cosa que hubiera sentido, de detener a Price en aquel preciso instante. Disparó dos veces mientras se desplomaba y tres veces más cuando ya estaba en el suelo.

Y dio a Price de lleno en el pecho.

Price dejó caer la pistola y se tambaleó, dio uno o dos pasos hacia atrás, se balanceó durante unos segundos eternos al borde del muelle y cayó luego de espaldas a las perezosas aguas del río.

Vagamente consciente del intenso dolor de su hombro izquierdo, Riley se quedó tendida en el suelo, mirando el final del muelle, donde se alzaba Price unos momentos antes. Intentó abrir su mente, sus sentidos, de forma instintiva, y mientras oía cómo empezaban a gemir las sirenas distantes, habría jurado que un último susurro resonaba en su mente.

«No cantes victoria aún, pequeña.»


En la actualidad

– No me dijiste que ese cabrón te pegó un tiro -dijo Ash.

– Te lo estoy diciendo ahora. -Riley se encogió de hombros-. En el hombro izquierdo, y no me hizo nada grave.

– No tienes cicatriz.

– Nunca me quedan cicatrices. Si no, parecería un mapa de carreteras.

Ash le lanzó una mirada.

– Gordon no bromeaba al decir que eres como un pararrayos para los problemas.

– No. Considérate advertido otra vez.

– Me considero advertido. -Eran casi las cuatro de la tarde cuando Ash aparcó su Hummer cerca de los restos carbonizados de la casa de primera línea de playa que supuestamente había incendiado un pirómano.

– ¿Qué esperas encontrar? -preguntó Ash cuando salieron del vehículo.

– No lo sé. Seguramente nada. -Riley esperó a que pasaran bajo la cinta amarilla que rodeaba lo que quedaba de la casa para añadir-: Hay algo que me inquieta desde que vine aquí con Jake. Pero no sé qué es.

Ash la cogió de la mano.

– Siento no haberte dicho lo de Price. Ese es el verdadero motivo por el que me fui de Atlanta.

– No sabías que tenía importancia.

– No se trata de eso.

– Está bien. Entonces, ¿por qué no me lo dijiste? -Mantenía la vista fija en los montones de escombros ennegrecidos que había ante ellos.

– No fue mi mejor momento, Riley.

– Si quieres que hablemos de momentos de frustración y fracaso, yo también tengo unos cuantos. Todos los tenemos, Ash.

– Dudo que los tuyos dieran como resultado el asesinato de una veintena de personas inocentes.

– No estés tan seguro. Estaba en el ejército, ¿recuerdas? Era oficial. Algunas de mis decisiones costaban vidas. -Sacudió la cabeza-. Sólo podemos hacer lo que está en nuestra mano. Y algunas cosas tienen que ocurrir como ocurren.

Él la miró con curiosidad.

– Lo crees de verdad.

– Sí, de verdad.

– ¿Y sigues creyendo que te han traído hasta aquí, que alguien ha estado manejando los hilos e influyendo en los acontecimientos?

Riley asintió con la cabeza.

– ¿Por qué? ¿Por qué iba a tomarse alguien tantas molestias?

– No lo sé. Por vengarse. Por tomarse la revancha. Por el deseo de quedar por encima. -En cuanto dijo esto último, se dio cuenta de su incongruencia.

– ¿De quedar por encima? ¿Como en una competición? ¿Un concurso de habilidades?

Ella intentó concentrarse en algo que había dentro de su mente, en un dato difuso que casi podía visualizar. Había una pregunta que debería haberle hecho a alguien. Una pista que debería haber seguido.

– ¿Riley?

Ella parpadeó y le miró.

– He pasado algo por alto. Una conexión.

– ¿Qué clase de conexión?

– No estoy segura. ¿Entre cosas? ¿Sitios? ¿Personas? Maldita sea, ¿por qué no consigo aclararme?

Ash frunció el ceño mientras la observaba.

– ¿Vuelves a ver las cosas borrosas? ¿Distantes, como antes?

– No. Sí. Maldita sea, no estoy segura. Están difuminadas por los bordes. Sigo volviendo a Price una y otra vez. Recordando cómo le di caza. Por eso te lo he contado, porque no dejo de pensar en él desde hace un par de días. No puedo evitar preguntarme…

– ¿Preguntarte qué?

– Preguntarme si pasé algo por alto. Durante todos esos meses de persecución. Al final, le oía pensar dentro de mi cabeza. -Volvió a fijar la mirada en el edificio quemado-. Era casi irreal. Y espantoso. Era casi como si estuviera contento. Como si conociera un secreto y supiera que era algo…

«…como si estuviera contento. Como si conociera un secreto y supiera que era algo…»

Riley miró parpadeando la pantalla del ordenador portátil, consciente de que estaba experimentando un momento de puro vértigo. Todo en su interior parecía girar frenéticamente: el tiempo, el espacio y la realidad se confundían.

Se llevó las manos a la cara y se la frotó con fuerza hasta que sintió que el torbellino remitía, que el aturdimiento se disipaba. Entonces abrió los ojos con cautela y volvió a mirar la pantalla.

Su informe.

¿Informe?

Con más reticencia de la que quería admitir, fijó la mirada en la esquina inferior derecha de la pantalla, en la fecha y la hora.

Dos de la madrugada.

Noche del viernes.

– Dios mío -musitó.

Se levantó de la mesa de su casa de la playa, y se sorprendió al ver que estaba completamente vestida. No le extrañó, en cambio, sentirse temblorosa y desorientada.

Era jueves por la tarde y estaba con Ash en uno de los edificios quemados, estaba segura de ello. Buscando respuestas. Estaban hablando y…

Una oleada de aturdimiento se apoderó de ella, y cerró los ojos, sujetándose al borde de la mesa, clavando los dedos en…

Madera quemada.

Dio un paso atrás, tambaleándose, y se quedó mirando los escombros visibles al resplandor de la luz de seguridad. El olor acre de la madera quemada hería sus fosas nasales, y oía el oleaje al otro lado de las dunas, muy cerca porque la marea estaba alta.

Levantó las manos y miró un momento las yemas ennegrecidas de sus dedos. Luego fijó la mirada en el trozo de madera quemada al que al parecer se estaba agarrando.

– Ya basta -susurró-. Ya basta, maldita sea.

No se atrevía a cerrar los ojos, casi temía parpadear por miedo a que el tiempo y el espacio volvieran a desplazarse.

Pero no era eso, desde luego. No era eso lo que pasaba. Estaba todo dentro de su cabeza.

Alargó el brazo lentamente y tocó la superficie áspera de la madera quemada para comprobar que era real. Parecía madera maciza, aunque estuviera carbonizada. Madera de verdad. Madera quemada.

Mantuvo los dedos pegados a aquella superficie dura y áspera y miró lentamente a su alrededor. El resplandor de la luz de seguridad dañaba la vista: costaba ver algo, no se veía nada, excepto oscuridad, más allá de ella. Pero le pareció distinguir la silueta voluminosa del Hummer de Ash aparcado en lo que había sido la entrada de la casa.

Aparcado. Con el motor en marcha.

¿Había alguien tras el volante?

Riley no quería soltar la madera. No quería apartarse del resplandor de la luz, ni adentrarse en la oscuridad. Se quedó allí, escuchando el fragor del oleaje en la playa, y se preguntó con algo que le pareció terror si podría soportar que la conexión que había pasado por alto hubiera estado allí todo el tiempo, delante de ella.

Con ella.

En su cama.

No creía que pudiera soportarlo.

– No -susurró-. No es él. Confío en él.

«Entonces, ¿quién es, pequeña?»

Aquella punzada de frío caló tan hondo en ella que pensó que sus huesos se habían convertido en hielo.

«No puedes afrontar la verdad. Nunca has podido.»

– Basta. -Se obligó a soltar la madera y caminó con paso firme hacia el vehículo-. Estás muerto.

«¿Creías que me habías matado? Qué tonta. Algunas cosas nunca mueren. ¿No te has dado cuenta aún?»

– Todo muere. Tú moriste. Yo te maté.

«¿Estás segura, pequeña?»

El Hummer se alzaba en la oscuridad. Su motor zumbaba suavemente mientras se acercaba. Riley se puso en guardia, pero al abrir la puerta del conductor encontró el vehículo vacío.

«¿Creías que estaba ahí? No, pequeña. Estamos solos. Solos tú y yo.»

Riley vaciló. Luego se subió al asiento del conductor.

«¿Vas a volver con él y a esconderte de la verdad? ¿O vas a venir conmigo, a buscarla?»

Esta vez, no dudó. Arrancó el coche y salió marcha atrás del camino de entrada.

Era una idiotez. Era una idiotez, por supuesto. Estaba desarmada. Y oía voces dentro de su cabeza. ¿Qué sentido tenía aquello? Ninguno, ningún sentido en absoluto.

Porque no podía pensar con claridad y tenía frío, y lo único de lo que estaba segura era de que aquello era mala idea y de que iba a lamentarlo.

«Pero siempre has tenido dudas, ¿verdad? Desde aquel día en el río. Siempre te has preguntado si fallaste, después de todo.»

– Yo nunca fallo.

«Siempre hay una primera vez, ¿no? Y a fin de cuentas no pensabas con claridad. Él estaba dentro de tu cabeza…»

Ah.

– Él. Entonces, tú eres otro, después de todo.

Silencio.

Riley oyó que se le escapaba una risilla y se dio cuenta de que sabía dónde iba, dónde tenía que estar.

– ¿No me digas que había alguien que le quería? ¿Alguien que echó de menos a ese miserable hijo de puta cuando murió?

«No va a funcionarte, pequeña.»

– ¿Quieres decir que no puedo hacerte enfadar? Me apuesto algo a que sí. Tarde o temprano.

«¿Quieres apostar tu vida?»

Cruzó el puente hacia el continente, adentrándose en Castle, y se dirigió al parque. Aquel velo volvía a cubrir su mente, distanciándola de sus sentidos, incluso de sí misma. Pero esta vez no intentó abrirse paso a través de él.

Esta vez, conocía un modo mejor.

Como si hablara con alguien sentado en el asiento de al lado, dijo tranquilamente:

– ¿Qué eras tú? ¿Un aprendiz de monstruo? ¿Te estaba amaestrando para que retomaras su obra donde él la dejara?

«No intentes entenderlo todo, Riley. Sólo conseguirás desperdiciar una energía preciosa. ¿No te das cuenta de que para luchar contra mí vas a necesitar toda la que tengas?»

– Te has cansado de jugar conmigo, ¿verdad? Después de todas estas semanas jugando al gato y al ratón. Esto, lo de hoy, ha sido muy repentino. Muy incongruente. Casi como si tuvieras prisa. Me pregunto por qué.

Silencio.

– Hoy has visto la verdad, y te ha asustado, ¿no es cierto? No contabas con Ash. Te encantó robarme el recuerdo de cómo me enamoré de él, pero no entendías el vínculo que había entre nosotros. No sabías que no dependía de los recuerdos, que saber que había confiado en él era el asidero que necesitaba. Y tampoco sabías que él podía devolverme la energía que me estabas robando.

«Él no está aquí, pequeña. Sólo estás tú. Sólo estamos nosotros.»

Riley no se permitió pensar en aquello; pensó sólo, fugazmente, que Gordon tenía razón, que siempre se enfrentaba sola a las cosas, convencida no tanto de que fuera invencible, sino de que tenía una responsabilidad para con los demás.

Uno no debía poner en peligro gratuitamente a las personas a las que amaba.

Era así de sencillo. Una norma por la que guiarse.

O por la que morir.

Aparcó el Hummer cerca del hueco de la valla, que ya no estaba vigilado. Sólo la luz de la luna que se filtraba por entre los árboles iluminaba el sendero, pero era una luna llena y brillante, y Riley veía bastante bien.

Aunque de todos modos no importaba. Estaba siendo arrastrada hacia allí, y esta vez no se resistía. Bajo la superficie nublada de su mente, como un espejo empañado, esperaba pacientemente a emerger. La niebla la protegía. Ahora que lo entendía, podía servirse de ella, llevarla como llevaba muchos otros atuendos.

Dejaba que fragmentos confusos de pensamiento, aparentemente aleatorios, cruzaran aquella barrera brumosa mientras, por debajo, su mente trabajaba con una claridad tan brillante y afilada como un cuchillo.

Juntando las piezas del rompecabezas.

Salió al claro y fijó la mirada en la forma extrañamente antigua del altar de piedra. Esta vez no colgaba nada sobre él, pero el círculo había sido trazado de nuevo. Lo sabía, aun cuando no podía ver la sal, porque había velas colocadas en puntos específicos.

Velas negras.

Encendidas.

No dio más de dos pasos hacia el interior del claro. Absorta, no hizo caso del cosquilleo de advertencia que sintió en la nuca, apenas unos segundos antes de que él la agarrara por detrás.

Загрузка...