Capítulo 19

Guardó silencio hasta que llegaron a sus vehículos, y luego preguntó:

– Dios mío, Ash, ¿es que no puedes dejar de tocarla ni cinco minutos?

Ash, que llevaba de la mano a Riley, sonrió y dijo:

– La verdad es que no.

Leah tosió para disimular la risa y le dijo apresuradamente a Riley:

– No crees que estén implicados, ¿verdad?

– Creo que alguien quiere que lo creamos, pero no. -Riley negó con la cabeza-. Creo que quien mató a Tate es la misma persona que le aconsejó que invitara a su ex mujer y a su grupo a venir aquí.

– Espera un momento -dijo Jake-. ¿Me estás diciendo que hay otro grupo de satanistas por aquí?

– Un grupo, no. Creo que eso sería demasiado suponer. Puede que sean dos personas, un equipo, aunque es más probable que sólo sea un individuo.

– Que está utilizando a este grupo para distraernos -sugirió Ash.

– ¿Para distraernos de qué? ¿De sus verdaderos motivos para matar a Tate?

– Bueno -contestó Riley-, ha dado resultado. Quiero decir que primero nos volvimos locos intentando descubrir quién era la víctima, y ahora los sospechosos más evidentes no parecen encajar tan bien en el caso. Todos sabemos que cuanto más tarda en resolverse un asesinato, más se enfría la pista.

No quería confiarle al sheriff sus sospechas de que todo aquello giraba en torno a ella: que era el blanco de la ira de otra persona. Era muy improbable que Jake comprendiera los indicios que la habían llevado a aquella conclusión, y más aún que los aceptara.

– ¿Una táctica para hacernos perder tiempo? -Jake sacudió la cabeza-. Entonces, ¿para qué dejarlo colgado sobre ese altar? ¿Por qué no arrojar su cuerpo al mar o enterrarlo en alguna parte? No se ha denunciado su desaparición, así que seguramente ni siquiera nos habríamos enterado de que teníamos que empezar a buscarle hasta que hubieran llegado los siguientes inquilinos a la casa. ¿Y para qué torturarle y decapitarle?

– Se quería que pareciera un asesinato relacionado con rituales ocultistas -dijo Riley-. Pero eso no significa que lo sea.

– De momento, seguimos considerando el ocultismo como móvil -dijo Ash en tono neutral.

– Si quieres un móvil, yo te daré uno -respondió Jake, claramente malhumorado-. Puede que vaya disfrazado con túnica negra y círculos de sal, pero tengo a un muerto y a su ex mujer en esta isla, y eso no puede ser una coincidencia. Mira, las parejas se matan entre sí constantemente. Sí, incluso años después de divorciarse. Puede que él acabara de heredar el dinero de su familia y que ella siga figurando en su testamento. Puede que haya un crío de por medio y que se trate de un problema de custodia. O puede que Steve el Sonriente sea mucho más celoso de lo que aparenta.

Riley frunció el ceño y luego se encogió de hombros.

– Es tu investigación, Jake. Pero yo no creo que nadie de esa casa haya matado a Wesley Tate.

– Entonces, ¿quién fue? -dijo Jake, prácticamente rugiendo.

– No lo sé. Aún.

Él tensó los hombros como si se dispusiera a hacer algo. Posiblemente, algo de gran intensidad física.

– Muy bien. Estoy seguro de que no te importará que indague un poco más sobre esa gente.

– Me parece una excelente idea. Porque tiene que haber otro vínculo entre ese grupo, Wesley Tate y Opal Island o Castle.

– ¿Qué clase de vínculo? -preguntó Leah.

– Averigúalo -contestó Riley- y tendremos una pieza muy importante del rompecabezas.

Jake indicó a Leah con una seña que montara en su todoterreno y luego les dijo a los otros dos:

– Entonces, ¿qué vais a hacer mientras tanto?

Consciente de que Ash tuvo la tentación de contestar que para lo que iban a hacer necesitaban estar desnudos y tener a mano el Kama Sutra, Riley se apresuró a decir:

– Oh, curiosear por ahí. Intentar averiguar si de verdad hay adeptos al ocultismo en esta zona.

– Pues que tengáis suerte. Avisadme si descubrís algo.

– Lo haremos. -Riley vio alejarse el coche del departamento del sheriff y luego miró a Ash con las cejas levantadas-. Has sido de gran ayuda.

– Me he dado cuenta de que me encanta hacer rabiar a Jake. Es como tener un juguete nuevo.

Ella tuvo que reírse, pero añadió:

– Bueno, déjalo, ¿de acuerdo? Al menos, hasta que descubramos qué está pasando. Nos descentra.

Él se puso serio.

– Sí, tienes razón -dijo-. He notado que no tenías ninguna prisa por contarle a Jake lo que sospechas que está pasando en realidad.

– No tengo ninguna prueba. Y suena tan rocambolesco que alguien se tome tantas molestias para traerme aquí con el único propósito de volverme loca… Cuanto más lo pienso, más improbable me parece.

Ash volvió a mirar hacia la casa. Luego condujo a Riley al lado del copiloto de su Hummer.

– Quizá deberíamos hablar de ello de camino -dijo.

Riley esperó hasta que él entró en el coche y puso el motor en marcha para decir:

– ¿De camino adonde?

– Dímelo tú. ¿Qué tal tu cabeza, por cierto? Ahí dentro parecías estar captando algo, aunque no sé si eran pensamientos concretos.

– Pensamientos concretos, sí -confirmó ella-. Los de Jenny, al menos. Tenues y confusos, pero perceptibles. Así que mi cabeza va mejor, no hay duda. En todos los aspectos, excepto en el de la memoria. Las lagunas siguen ahí, y el tiempo que pasé aquí antes de que me atacaran con la pistola eléctrica me parece todavía extrañamente lejano y lleno de manchas oscuras.

Ash posó la mano de ella sobre su muslo.

– Entonces, ¿la energía ya no es problema?

– No tanto. Pero tengo hambre. -Pensó en ello-. Supongo que la comida sigue siendo el combustible del horno físico, pero tu energía me está ayudando en el aspecto parapsicológico.

– Mientras sirva de algo. -Miró su reloj y puso el Hummer en marcha-. Creo que lo primero es comer. Sé que esta tarde querías hablar con Gordon. ¿Qué más?

– Quiero volver a echar un vistazo a los edificios que se quemaron. Hay algo que me inquieta. -Le miró y, muy consciente de la dureza de su muslo bajo su mano, añadió con sorna-: Lo del Kama Sutra vendrá luego.

Ash sonrió.

– Estás volviendo a la normalidad.

– ¿Porque sabía lo que estabas pensando?

– Desde la primera vez que nos tocamos -afirmó él-. Dijiste que no eran pensamientos completos, como una conversación, sino la impresión general de lo que se me pasaba por la cabeza en cualquier momento dado.

– ¿Y no te importa?

– A decir verdad -contestó él-, ha sido un poco una revelación. Y un alivio. Cuando hablamos, nunca tengo que explicarme o que aclarar lo que quiero decir.

– Siempre hay una pega -le advirtió ella.

– Sí, ya lo sé.

Riley levantó una ceja, curiosa.

– Tuve una de esas raras ideas de cerdo machista que, según tú, tenemos todos los hombres de vez en cuando.

– Tuvo que ser muy fuerte, si te lo dije. Estoy bastante acostumbrada a ellas. Por la vida en el ejército, ya sabes. Y por haber crecido entre hermanos.

– Hum. Digamos simplemente que condujo a un debate muy intenso. Y a un polvo fantástico después.

– Bueno, por lo menos no nos fuimos a la cama enfadados. Mi madre insiste en que ése es el secreto de las parejas felices. Nunca irse a la cama enfadados.

Ash sonrió, pero dijo:

– Sé que este asunto de los poderes parapsicológicos es unilateral en nuestro caso, pero no me hace falta ser clarividente ni telépata para saber que este buen humor es un camuflaje que te pones como otros se ponen los calcetines. Así que, ¿qué es lo que de verdad te preocupa?

Riley miró su mano, posada sobre el muslo de Ash: para un espectador ajeno a la situación, aquel gesto no era más que la caricia íntima y casual de una amante; para ella, en cambio, era una conexión que muy bien podía ser esencial para su supervivencia.

– Cuando me desperté, después del ataque con la pistola eléctrica -dijo despacio-, fue como si hubiera una especie de velo entre el mundo y yo. Todo estaba velado. Amortiguado. Descolorido. En cuanto pude conectar con tu energía, ese velo comenzó a desaparecer.

– ¿Pero? -insistió él.

– Allí, en casa de los Pearson, un par de veces he sentido que zozobraba. Me costaba concentrarme, a pesar de que me estabas tocando, de que tenía suficiente energía.

– ¿Tienes idea de por qué?

– Eso es lo que me preocupa. Parecía algo exterior a mí.

– Pero estabas recogiendo información de fuera. ¿Qué diferencia hay?

– Que no era algo que estuviera sólo en mi mente, como los episodios de clarividencia o los pensamientos que capté de Jenny. Era algo que tiraba de mí.

– Parece que eso confirma tu teoría.

– Sí. Lo cual está muy bien, si no fuera porque, si yo he sentido el intento, el que estuviera al otro lado ha tenido que sentir su fracaso.

– Quieres decir que si realmente hay alguien ahí fuera que intenta jugar con tu mente…

– Quien sea no sólo sigue intentándolo, sino que tal vez ahora sepa que sus ataques están teniendo menos éxito. Que tengo medios para defenderme. Y creo que la próxima vez atacará con uñas y dientes.


*****

– ¿Sabes, nena? -dijo Gordon después de que le pusieran al día-, ahora desearía no haberte llamado.

Riley se encogió de hombros.

– Tengo un enemigo, eso está claro. Si no hubiera sido aquí, así, habría sido en otra parte y tal vez de otro modo. Me alegro de que haya sido aquí, Gordon. -Señaló hacia Ash.

– Bueno, yo también me alegro por ti, en ese aspecto. Te hacía falta un compañero desde que te conozco. -Miró a Ash y añadió-: Es un pararrayos para los problemas. No dirás que no te lo he advertido.

– Ella puede enfrentarse sola a casi todos los problemas -comentó Ash desapasionadamente.

– Sí. Pero, verás, el caso es que nunca se le ocurre que tal vez no deba enfrentarse en solitario a todo lo que le pasa. No se trata de lo que puede hacer, sino de lo que debe hacer. Y a veces eso significa aceptar que te echen una mano.

– Deja de hablar de mí como si no estuviera aquí, Gordon. Además, ahora tengo ayuda. Vosotros dos.

– Y has conseguido tenernos a oscuras casi tres semanas -contestó él.

– Está bien, está bien. Pero ahora sabéis lo que pasa, así que sería útil que nos pusiéramos a lanzar hipótesis. O eso espero.

Estaban sentados alrededor de una mesa de jardín, bajo una sombrilla, detrás de la casa de Gordon y cerca del muelle, un lugar que les ofrecía al mismo tiempo intimidad y un refugio del sol de la tarde.

Gordon frunció los labios.

– Supongo que ya habrás hecho una lista de enemigos.

– Más o menos. -Ash y ella lo habían hablado durante la comida-. Tú sabes tan bien como yo que hice unos cuantos en el ejército cuando trabajaba en Inteligencia e Investigación. Y desde que me uní a la UCE he ayudado a poner fuera de circulación a alguna gentuza auténticamente malvada. Pero eso es lo raro: que están fuera de la circulación. O muertos.

– ¿No hay ninguno en la calle?

– No, que yo sepa. Después de comer volvimos a casa para conectarme a Internet y comprobarlo en las bases de datos.

– Por lo visto ya lo había hecho antes, durante una de sus lagunas -añadió Ash.

Gordon arrugó el ceño.

– Entonces hace tiempo que crees que puede tratarse de algún enemigo.

Riley asintió con la cabeza.

– Por lo visto, sí. El historial de mi ordenador demuestra que comprobé varias veces el paradero de todos los criminales a los que he ayudado a poner fuera de la circulación en los últimos cinco años. Siguen estando todos encerrados, o muertos.

– Puede que tengas que remontarte más atrás.

Riley hizo una ligera mueca.

– Eso me llevaría a la época que pasé en el extranjero, sirviendo en el ejército, cuando había enemigos por todas partes. Pero dudo que ninguno de ellos me eligiera a mí como blanco específico, al menos hasta este punto. Veían el uniforme, no a Riley Crane.

– Entonces puede que no sea algo personal.

– Parece personal. Muy personal. Muy concreto en términos de ataque. Como si alguien hubiera descubierto qué me mantiene en funcionamiento y tuviera como objetivo despojarme de todas mis defensas. No sólo de los sentidos paranormales, sino incluso de los recuerdos, de mi conciencia de mí misma. Alguien ha estado introduciéndose dentro de mi cabeza, Gordon.

– ¿Estás segura de eso, nena? Porque, sin ánimo de ofender, el hecho es que te falla la memoria y tus poderes paranormales estaban fuera de servicio, así que…

– Han vuelto a funcionar, gracias a Ash. No al cien por cien todavía, pero casi. -Lanzó a Ash una sonrisa rápida cuando él alargó el brazo y la cogió de la mano.

– ¿Y qué te dicen? -preguntó Gordon.

– Que formo parte de este rompecabezas. Que quizá soy incluso el motivo de que todo esto esté pasando. Que alguien se ha estado metiendo en mi cabeza.

– ¿Y ha usado la energía de la magia negra para hacerlo?

– En parte, al menos. -Riley frunció el ceño-. He intentado pensar en un posible enemigo con ese tipo de conocimientos. Son cosas muy específicas, no es algo que pueda leerse en un libro de texto. Pero durante mis investigaciones sólo me he encontrado con dos personas que practicaran la magia negra, y las dos están muertas.

– En la comida, cuando hablamos, sólo me hablaste de una. Ese asesino en serie al que descubriste la última vez que investigaste supuestas prácticas ocultistas, hace unos meses.

Ella asintió con la cabeza.

– No tenía poderes paranormales, pero había aprendido a canalizar con mucha eficacia la energía oscura. Al menos hasta el punto de poder nublar mis sentidos, a falta de una expresión más adecuada.

– Que es lo que parece que puede hacer este enemigo -comentó Ash.

– Sí, pero aparte de que yo estaba presente cuando le hicieron la autopsia a ese tipo, el efecto que surtía sobre mis sentidos era muy distinto a lo que estoy experimentando ahora.

– Tal vez porque no te atacó primero con una pistola eléctrica -sugirió Gordon.

Aquella posibilidad dio que pensar a Riley.

– Bueno, podría ser. Si se empieza con una alteración artificial de la actividad eléctrica del cerebro, cualquier ataque posterior tendrá un resultado más extremo. Por otra parte…

– ¿Qué? -Ash la miraba intensamente.

– Me pregunto si ése fue el primer ataque. Si quien sea tiene la capacidad de canalizar la energía oscura, tal vez me haya estado afectando desde el principio. Bloqueándome de alguna manera, distrayéndome. Ralentizando mi tiempo de reacción, incluso nublando mi juicio. Quizá por eso tenía la sensación de que pasaba algo raro, a pesar de que no hubiera pruebas concretas de actividades ocultistas, antes de que apareciera el cuerpo de Tate, al menos.

Gordon sacudió la cabeza ligeramente y dijo:

– He visto tus poderes en funcionamiento las veces suficientes como para que me cueste trabajo dudar de ellos, nena, pero esta vez tengo mis dudas. Si tienes un enemigo lo bastante mortífero como para organizar este montaje con el único propósito de traerte aquí y pasar luego varias semanas jugando con tu cabeza y con tu vida, ¿cómo es posible que no sepas quién es?

– Creía saberlo -reconoció Riley-. Sobre todo cuando me enteré de que en Charleston la policía anda detrás de un asesino en serie. Pero no puede ser él, por eso no he mencionado su nombre. Está muerto. Me lo dijo Bishop, y de él puedo fiarme.

– ¿De quién sospechabas? -preguntó Ash.

– Del único otro asesino que me he encontrado que tenía interés en el ocultismo -dijo Riley-. John Henry Price.

Pensó por un instante que era su propia mano la que se había quedado fría de repente, pero luego se dio cuenta de que era la de Ash, y cuando le miró a la cara el frío la caló hasta los huesos.

– Tú le conocías -dijo.


*****

– ¿No ha habido suerte?

Leah levantó la vista de su mesa, sorprendida por que el sheriff hubiera ido a verla, en vez de llamarla a su despacho.

– ¿Con las comprobaciones? No, no hay nada nuevo. Hemos confirmado que Jenny Colé estuvo casada con Wesley Tate y que se divorciaron. Como ella dijo.

– Mierda. -Jake frunció el ceño-. Tiene que haber algo más.

– Lo siento, pero de momento no hay nada. Ningún miembro del grupo estaba en esta zona cuando ocurrieron los incendios, así que no podemos relacionarlos con esos otros delitos. Hasta ahora no hemos sacado nada en claro, lo mismo que pasó con nuestras pesquisas preliminares. Un par de grupos de observación que vigilan las actividades ocultistas tenían a esa gente en sus listas, pero nunca se ha informado de ningún suceso violento, y desde luego no se ha probado que haya habido ninguno.

Todavía con el ceño fruncido, Jake dijo:

– ¿Y las pesquisas sobre Tate? ¿Alguien tenía motivos para matarle?

– De momento no hemos averiguado nada.

– ¿Nada de nada, o nada que pueda considerarse motivo suficiente?

Leah parpadeó:

– Sheriff, hasta donde hemos podido determinar, Wesley Tate era muy respetado y querido en los círculos empresariales de Charleston. No salía mucho, no había ninguna mujer especial en su vida, y las mujeres con las que había salido en el último año, más o menos, eran solteras y, que sepamos, no tenían novios celosos, ni pasados ni presentes. Ese tipo le caía bien a todo el mundo. Todas las personas con las que hemos hablado parecían sinceramente sorprendidas de que haya sido asesinado, sobre todo, de esa manera.

– ¿No tenía ningún interés en el ocultismo, a pesar del estilo de vida de su ex mujer?

– Era baptista. Diácono de su parroquia. Y asistía a misa todos los domingos.

– ¿Incluso mientras estuvo casado?

– Sí. Según sus amigos y su familia, cuando alguien le preguntaba se limitaba a decir que su mujer no era religiosa. No parecía importarle mucho, que ellos lo supieran.

– ¿Y su testamento?

– Deja cosas a amigos y familiares, pero casi todo es para obras benéficas.

– Será una broma.

– No. La media docena de organizaciones benéficas a las que solía hacer donaciones cuando estaba vivo van a repartirse casi todo su patrimonio. Y, antes de que preguntes, a su mujer no se la menciona en el testamento. En absoluto. Así que parece que Jenny Colé se equivocaba al pensar que seguía esperando una reconciliación.

– Entonces, ¿por qué los invitó a venir aquí? Y, pensándolo bien, ¿por qué aquí? Tate no vivía en Castle, ni en Opal Island. Y no hay ni una sola agencia inmobiliaria que le tenga en sus archivos como inquilino anterior, ¿no?

– No.

– Entonces, ¿por qué aquí? ¿Por qué invitarlos a un lugar en el que nunca había estado?

– Puede que viniera alguna otra vez, con más gente -comentó Leah-. Pero nunca antes había alquilado una casa a su nombre, eso es todo.

– O puede que decidiera su futuro clavando un alfiler en el mapa, como tú -refunfuñó Jake.

Leah se aclaró la garganta.

– Tú no tenías que oír eso.

– Yo lo oigo todo. ¿Qué hay del registro de llamadas de Tate?

– Respalda lo que nos dijo Steve Blanton. Tate llamó a la casa donde vivía el grupo, a las afueras de Columbia.

– ¿Llamó a alguien de aquí, de Castle? ¿O de la isla?

– No, que nosotros sepamos.

Jake soltó una maldición, y no precisamente en voz baja.

– Lo siento, sheriff, pero esto no tiene ni pies ni cabeza. Y perdón por el juego de palabras.

Él se volvió sin decir palabra y regresó a su despacho.

– Muchísimas gracias, ayudante Wells, muy buen trabajo -masculló Leah, no precisamente en voz baja-. Estoy seguro de que no ha sido divertido hablar con toda esa gente, pero, oye, así es la vida.

– ¡Te he oído!

Ella hizo una mueca y se apresuró a coger el teléfono, volviendo los ojos al cielo cuando otro ayudante que había en la oficina le sonrió.


*****

Riley apartó la mano de la de Ash y repitió lentamente:

– Le conocías.

– No. Y sí.

Ella esperó.

Ash miró a Gordon y volvió luego a fijar su intensa mirada en la cara de Riley.

– Te dije que dejé la oficina del fiscal del distrito de Atlanta porque estaba cansado de los políticos.

Un recuerdo, borroso e incompleto, cruzó su mente, pero Riley no hizo intento de atraparlo. Se limitó a esperar.

– Sólo era parte de la verdad. Me fui también porque perdí un caso que debería haber ganado. Antes de empezar a actuar en diversos Estados, John Henry Price fue procesado por un cargo de asesinato en Atlanta. Era culpable. Pero yo no pude convencer al jurado.

Esta vez, el recuerdo afloró de forma nítida en la mente de Riley.

– No vi tu nombre. En el expediente del caso. Sólo decía que a Price le cogieron sólo una vez, en Atlanta, hacía más de cinco años. Y que fue procesado y absuelto.

Torciendo la boca, Ash dijo:

– Pruebas circunstanciales, lo que no es tan raro en un juicio por asesinato. Pero a mi modo de ver eran suficientes. Tenían que serlo. Porque miré a los ojos a ese tipo y fue como ver el infierno.

– Lo sé -dijo Riley-. Le seguí durante meses. Vi los cuerpos deshechos de sus víctimas. Incluso me introduje en su cabeza. O él en la mía. En cualquier caso, no estoy segura de que, si hubiera tenido ocasión de cogerle con vida, lo hubiera hecho.

Ash respiró hondo y soltó el aire lentamente.

– Yo tampoco vi tu nombre. Sólo las noticias del periódico, informando de que un agente federal le había matado de un disparo. Después de asesinar a todos esos hombres. Hombres a los que no habría matado si yo hubiera hecho bien mi trabajo.

– No fue culpa tuya. Era muy listo. Y muy cuidadoso.

– Y un buen fiscal no le habría dejado escapar. -Ash se encogió de hombros-. Tengo que vivir con esa certeza todos los días.

Pasado un rato, Riley alargó el brazo y volvió a entrelazar sus dedos con los de él.

Gordon, que les había escuchado y observado sin decir palabra, dijo entonces, lentamente:

– ¿Soy el único en esta mesa que no cree en las coincidencias?

Riley sacudió la cabeza.

– Yo tampoco creo en ellas -dijo Ash-. Pero no le veo sentido. Si es que estamos pensando que esto tiene algo que ver con Price.

– Está muerto -dijo Riley-. Nunca recuperaron el cuerpo, pero está muerto. Darle caza es uno de los recuerdos más potentes que tengo. Sigo reviviendo ese momento, como un fogonazo. Tiene que haber alguna razón. Tiene que haberla.

Gordon se frotó un momento la mandíbula y luego dijo:

– Has dicho que se metió en tu cabeza o que tú te metiste en la suya. No podría seguir siendo así, ¿verdad?

– No. Me habría dado cuenta. La unidad ha tenido que enfrentarse a casos en los que una energía sin encarnadura, un alma, si lo preferís, habitaba y hasta controlaba a otro individuo.

– ¿Una posesión? -Ash sacudió la cabeza-. No creo que sea posible.

– Quédate conmigo y verás cosas increíbles. -Riley suspiró-. Las posesiones pueden ser bastante reales, pero no creo que se trate de eso. Le perseguí, me metí en su cabeza o él en la mía y llegué a conocerle muy, muy bien. Price tenía un alma tan negra que no creo que pudiera esconderse dentro de otra persona. Al menos, sin delatarse.

– ¿Y los asesinatos de Charleston? -preguntó Gordon.

– Un imitador, según Bishop.

– ¿Y él lo sabe?

– Lo sabe.

– Está bien. Entonces, quizás el hecho de que tanto tú como Ash estéis relacionados con Price no signifique nada.

– Sí. Y el conejito de Pascua existe.

– Cosas más raras han pasado -le recordó Gordon-. Los dos las hemos visto. Pero si tú dices que Price está muerto y que no anda por ahí llevando el cuerpo de otra persona, a mí me basta con eso.

– Ojalá me bastara a mí -dijo Riley.

Загрузка...