– ¿Crees que ha sido buena idea dejar la puerta abierta? -preguntó Leah unos minutos después, mientras conducía el todoterreno del departamento del sheriff en dirección al centro de la isla y al puente que las llevaría al continente.
– Ya te he dicho que dentro de una hora irá un mensajero a recoger ese paquete que he dejado junto a la puerta. -Había hecho una llamada rápida a Bishop para avisarle de dónde estaría el paquete.
– Podrías haberlo dejado en el coche de alquiler.
– Sí. Pero eso habría sido demasiado visible para mi gusto.
Leah le lanzó una mirada.
– Seguramente no debería preguntar, pero…
– ¿Tiene algo que ver con lo que está pasando? -Riley se encogió de hombros-. Puede ser. Sabré más cuando me envíen los informes de Quantico. Al menos, eso espero.
Lo había estado pensando, pero al final había optado por no hablarle a Leah de su amnesia. Aún no, en todo caso. Era tan independiente que ni siquiera Bishop había logrado emparejarla con un compañero permanente, y esa independencia exigía que ocultara su vulnerabilidad mientras ello fuera posible.
Era, además, una precaución lógica hasta que averiguara qué estaba ocurriendo allí.
Leah le lanzó otra mirada.
– ¿Sabes?, esta última semana has estado muy reservada.
– ¿Sí? -Era más una pregunta sincera que una simple respuesta, aunque Riley confiaba en que Leah no se diera cuenta de ello.
– Yo diría que sí. Y Gordon piensa lo mismo. Cree que has encontrado algo, o que has descubierto alguna cosa que te ha puesto muy nerviosa.
– ¿Eso te ha dicho?
– Anoche, en la ducha, y otra vez esta mañana mientras desayunábamos. Está preocupado por ti, Riley.
A Gordon siempre le han gustado las pelirrojas. Por eso puedo confiar en Leah. Están Hados, y Gordon responde por ella.
En voz alta y con cierta brusquedad dijo:
– Gordon lleva años preocupado por mí.
Leah sonrió ligeramente.
– Sí, me lo ha dicho un par de veces. Dice que tú sigues cavando cuando cualquier persona racional dejaría la pala. Por eso quería que vinieras tú, incluso sabiendo que estaría preocupado todo el tiempo. Y ahora este asesinato. Creo que acaban de subir las apuestas y que quizá tengamos ya todos algo de lo que preocuparnos.
– ¿El sheriff está seguro de que es un asesinato?
– Yo estoy segura y nunca antes había visto una víctima de asesinato fuera de los libros de texto. Créeme, Riley, es un asesinato. El tipo está colgado de un árbol, encima de ese posible altar del bosque. Y no se colgó solo.
– ¿Quién es la víctima?
– Bueno, aún no lo sabemos exactamente. Y puede que tardemos en averiguarlo. No hay… No tiene… Le falta la cabeza.
Riley miró a la ayudante del sheriff, consciente de que un dedo gélido se deslizaba por su columna vertebral. Había algo extrañamente familiar en todo aquello.
– ¿Y no la han encontrado cerca?
Leah hizo una mueca.
– Cuando me fui no la habían encontrado aún. Hemos estado buscando, pero la arboleda no es muy grande, ya lo sabes. Creo que si no la hemos encontrado ya, no la encontraremos. En el bosque, por lo menos.
Riley asintió y volvió a fijar la mirada hacia delante. Había algo al fondo de su mente que la importunaba, pero no sabía si era un recuerdo o un dato relevante.
O algo completamente inútil y sin importancia, que era lo que solían ser aquellas cosas.
– Leah, el sheriff sigue creyendo que estoy de vacaciones, ¿verdad?
– Que yo sepa, sí.
– Entonces, ¿por qué quiere que vaya al lugar de los hechos?
– Por lo visto sabe que perteneces a la UCE. Y cree que éste es un crimen especial porque hace una década o más que no ha habido un asesinato por aquí. Muertes sí, claro. Y hasta dos o tres homicidios, pero nunca así, nunca nada parecido.
A Riley no le gustó que el sheriff lo supiera, aunque no le sorprendió. Era natural que se hubiera informado sobre ella, y cualquier oficial de policía de su rango podía descubrir fácilmente que estaba asignada a la Unidad de Crímenes Especiales.
Pero eso debería ser todo lo que averiguara.
Antes de que tuviera tiempo de preguntar, Leah dijo:
– Por cómo hablaba, me parece que no sabe cuál es tu especialidad. El ocultismo, quiero decir. Porque esto tiene que estar relacionado con el ocultismo, y el sheriff no dijo que quisiera que estuvieras en la escena del crimen por eso. Sólo porque tienes experiencia investigando crímenes. Lo único que sabe es que eres agente del FBI y que trabajas en una brigada que utiliza métodos poco ortodoxos para investigar crímenes raros. Y éste es raro, de eso no hay duda.
– ¿Sabe que tengo poderes parapsicológicos?
– No cree en esas cosas. Pero este otoño hay elecciones y Jake Ballard quiere que le reelijan. Lo que no quiere es que los votantes le acusen de no haber aprovechado todos los recursos que tenía a su alcance para investigar un asesinato brutal. Y una agente del FBI que está en la zona es un recurso excelente, sea cual sea la unidad a la que pertenezca o las facultades que tenga. -Leah sacudió la cabeza-. Me dio la impresión de que habíais hablado de esas cosas.
– ¿Por qué?
– Bueno, es de lo que suelen charlar dos policías cuando salen juntos.
«Ay, mierda.»
– Claro que -continuó Leah sin darse cuenta de que acababa de provocarle una fuerte impresión- parece que vosotros, los ex militares, soléis hablar menos que los demás, al menos sobre el trabajo. Llevo casi un año acostándome con Gordon, casi viviendo con él, y sigue sin decirme por qué algunas noches se despierta empapado en un sudor frío.
– No quiere que sepas las cosas feas -murmuró Riley-. Cosas que ha visto. Y hecho.
– Sí, ya me lo imagino. Pero aun así tengo la sensación de que me está ocultando una parte muy importante de su vida.
– De su pasado. Y lo pasado, pasado está. Olvídalo. -Riley forzó una sonrisa cuando la otra la miró-. Es un consejo. Sé que no me lo has pedido, pero te lo doy de todos modos. ¿Los monstruos de debajo de la cama y del armario? Déjalos en paz. Si Gordon quiere enseñártelos, lo hará. Pero puede que tarde mucho tiempo. Si es que lo hace.
– ¿Y no es una cuestión de confianza?
Riley negó con la cabeza.
– Es una cuestión de cicatrices. Y de darles tiempo para borrarse. Las cicatrices de veinte años no van a borrarse de la noche a la mañana.
– Si es que se borran.
– Bueno, los hombres buenos tienden a guardarse sus malos recuerdos. A mí me preocuparía mucho más que no se despertara a veces empapado en sudor frío.
– Tú sabes por lo que ha pasado -dijo Leah.
– Algo así. No todo.
– Pero es su historia. Es él quien tiene que contármela.
– Así es como funciona. Lo siento.
– No, no pasa nada. Lo entiendo.
Riley pensó que Leah seguramente lo entendía; era policía y hasta en aquella pequeña localidad costera era probable que se encontrara con unas cuantas historias de terror en el curso de su carrera.
La primera, posiblemente, la que había visto ese día.
Un silencio cayó entre las dos mujeres. Riley quería romperlo, pero no parecía haber un modo bueno y espontáneo de volver a llevar la conversación hacia su cita o citas con el sheriff.
¿Citas? Dios, ¿qué demonios se había apoderado de ella para hacer eso?
Teniendo un contacto fiable en el departamento del sheriff, parecía poco probable que hubiera salido con él con intención de recabar información, sobre todo porque el sheriff sabía quién era y a qué se dedicaba. Era improbable que lo que no le confiara profesionalmente, se lo confiara íntimamente, si era como la mayoría de los policías que conocía Riley.
¿Era algo íntimo? ¿Había dejado a un lado la formación y las preferencias de toda una vida para salir con un oficial de las fuerzas del orden mientras investigaba lo ocurrido en su ciudad?
¿Mientras, posiblemente, le investigaba a él?
¿Qué la habría impelido a hacer algo tan impropio de ella? Con una vida tan ajetreada, apenas salía, pero citarse con un hombre durante una investigación…
Una sospecha inquietante y repentina afloró a su mente al recordar de pronto aquella vaga impresión de susurros y aquella larga caricia en la terraza de la casa.
Seguramente no había… Seguro que no había pasado de un par de citas sin importancia. No tenía un amante. No. No, eso era tan absolutamente impropio de ella que resultaba inaudito.
Pero ¿y si…? En una situación tan cargada de incertidumbre, ¿cómo podía descartar esa posibilidad?
Y sobre todo, ¿y si ni sus recuerdos ni su clarividencia se despertaban cuando volviera a ver a aquel hombre? ¿Cómo iba a fingir en ese caso?
El bosque era tan espeso que llevar un vehículo hasta el claro que había cerca de su centro era casi imposible. Así pues, Leah aparcó el todoterreno junto a los demás vehículos policiales y salieron.
Riley tuvo otro recuerdo repentino y dijo:
– El cuerpo lo encontró un perro, ¿verdad?
– Como la semana pasada, cuando un perro encontró todo eso en el claro -contestó Leah-. Pero era un perro distinto.
Riley se detuvo a estudiar el hueco en la valla sin hacer caso del aburrido policía apostado allí para impedir que algún curioso entrara en la arboleda. No era una valla muy resistente; estaba pensada más como frontera entre el parque y el bosque que como barrera para impedir que saliera -o entrara- un animal.
Riley frunció el ceño al volverse a medias para mirar la zona que usaban los vecinos del pueblo que tenían perro.
– Qué raro -murmuró.
– ¿Qué? -preguntó Leah.
Riley no levantó la voz.
– Los rituales no tienen que ser públicos. Sobre todo los ocultistas, y más aún si se quiere sacrificar algún animal o matar a alguien. No conviene que la gente lo vea o incluso que sepa lo que está pasando.
– Es lógico.
– Sí. Así que, ¿por qué elegir este lugar? Hay otras arboledas más alejadas del pueblo y mucho más solitarias. Bosques con un montón de terreno en el que sería mucho más fácil ocultarse. Lugares donde no se vería un fuego. Y donde la gente no lleva a sus perros todos los días.
– ¿Y si esta arboleda tiene algo de especial? -aventuró Leah-. Dijiste que ese montón de piedras parecía un altar natural. O un altar antiguo que se usaba hace mucho tiempo. Puede que sea eso.
– Puede. -Pero Riley no estaba convencida. Aun así, pasó con Leah por el hueco de la valla y se adentró en el bosque.
Hacía esfuerzos por concentrarse, por calmarse y anclarse a tierra para poder afrontar lo que le esperaba sin ponerse en ridículo. Y sin traicionarse.
Una actitud profesional, ése era el truco. Fría, desapasionada y profesional. Fueran cuales fuesen sus motivos para salir con Jake Ballard, él esperaría que se comportara como una profesional en el lugar de los hechos, a pesar de que su presencia allí fuera extraoficial.
Riley hizo una mueca al acordarse de toda aquella ropa interior tan provocativa.
Dios, confiaba en que él esperara a una agente del FBI y no a una amante.
Seguro que se acordaría si hubiera tenido un amante las semanas anteriores.
Seguro.
– Grand Central Station -dijo Leah al llegar al claro.
Había mucha actividad, en efecto, y Riley sintió el deseo fugaz, aunque resignado, de haber visto la escena del crimen antes de que la pisotearan tantos pies. Pies entrenados, casi todos ellos, pero no especialmente. Y se notaba.
En lugar de reunirse con los demás, se quedó donde estaba, al borde del claro, con las manos metidas en los bolsillos delanteros de sus vaqueros, y estuvo mirando unos minutos. Ignoró a los ayudantes uniformados y a los técnicos que rondaban por allí, ignoró los fragmentos de conversaciones que oía, se desentendió de todo salvo del escenario del asesinato.
Leah tenía razón: nadie podía ver aquello sin comprender que se trataba de un asesinato.
Riley miró lo que había dejado el asesino. El cuerpo decapitado y colgado aún por las muñecas, las rocas manchadas de sangre de debajo. Los restos de un fuego cerca de allí, que un técnico estaba fotografiando en ese momento.
Le parecía…, familiar.
– Riley, gracias por venir.
Ella volvió la cabeza al oír su voz, aferrándose con esfuerzo a su objetividad de profesional. Era una voz bonita. Y un envoltorio bonito: del tipo alto, moreno y guapo. Adornado por unos ojos azules y penetrantes.
Sí, estaba buenísimo. Quizá por eso había salido con él.
El sheriff Jake Ballard llevaba su uniforme con un aire que daba a entender que era consciente de lo guapo que estaba con él. Caminaba con aplomo, sin pavonearse. Y tenía una de esas sonrisas que la naturaleza diseñaba para seducir a la hembra de la especie, incluso en un momento así.
Riley no era inmune a ella.
– Hola -dijo-. Qué cosas tan bonitas pasan en este pueblecito encantador.
– Dímelo a mí. -Sacudió la cabeza y añadió-: Siento interrumpir tus vacaciones, pero, francamente, quería la opinión de alguien que seguramente sabe mucho más de estas cosas que cualquiera de nosotros.
– ¿Y has pensado en mí?
Él pareció avergonzado, y Riley intentó no pensar que era porque sabía que aquella expresión le sentaba bien.
– Está bien, me informé sobre ti cuando llegaste. Luego no te lo dije porque…, bueno, porque pensé que me lo dirías a su debido tiempo.
– ¿Decírtelo?
– Lo de la Unidad de Crímenes Especiales. No es precisamente un secreto en los círculos policiales, ¿sabes? Hice unas cuantas llamadas. Y descubrí que no es solamente la típica jerga absurda del FBI.
Arriesgándose, Riley preguntó:
– Tú no crees en lo paranormal.
Él levantó las cejas.
– ¿Y eso es problema?
– Para mí, no. Suele pasarnos.
– Ya me lo imagino.
– Pero si no crees en ello, ¿qué valor puede tener mi opinión?
– Eres una investigadora con experiencia, y tu unidad se encarga constantemente de asesinatos. ¿No es así?
– Sí.
– En eso sí creo. En tu experiencia. Con eso me basta.
Riley le miró e intentó encontrar un recuerdo, un solo recuerdo.
Nada.
En cuanto a su clarividencia, estaba tan ausente como su memoria. Lo único que sabía era lo que le decían sus sentidos normales, ligeramente embotados. Jake Ballard era muy guapo, tenía una voz bonita y llevaba colonia Polo.
– Riley, necesito tu ayuda -dijo-. O por lo menos tu opinión. Puedo llamar a tu oficina y hacerlo oficial para que estés de servicio. No hace falta perder tiempo de vacaciones.
Ella vaciló. Luego dijo:
– Si lo haces oficial, seguramente mi jefe querrá mandar a un agente o dos más. Casi nunca trabajamos solos.
El sheriff hizo una mueca.
– Eso no me apetece tanto. A las autoridades locales no les sentaría bien que el FBI se hiciera notar. Si ahuyentamos a los veraneantes…
No tuvo que completar la frase. Los lugares como Castle y Opal Island no dependían de los ingresos veraniegos tanto como las zonas de la costa norte; el invierno tan al sur era templado y corto, y los visitantes llegaban todo el año. Pero aun así la temporada veraniega era la que producía mayores beneficios, por la subida de los alquileres y la actividad de otros sectores.
Riley dijo con voz suave:
– Sí, imagino que a mi jefe no le importará que esto sea semioficial.
«Sí, seguro. A Bishop no va a hacerle ninguna gracia que ahora haya un asesinato.»
¿Y por qué demonios no se lo había dicho cuando le había llamado para explicarle dónde estaba el paquete para el mensajero?
«Pero ¿qué me pasa?»
– Puedo explicarle la situación -continuó, intentando superar su incertidumbre-. Y puedo figurar en los papeles como asesora de tu departamento, no como investigadora.
– Por mí, bien -dijo él enseguida-. Mira, el forense quiere retirar el cuerpo…
– No. -Suavizó su respuesta con una sonrisa-. Sería de gran ayuda que alejaras de aquí a tu gente un rato. No mucho, sólo unos minutos. Me gustaría dar una vuelta, ver el sitio más de cerca antes de que algo cambie.
– ¿En busca de vibraciones? -Su tono no sonaba muy burlón.
– En busca de lo que encuentre -contestó ella amablemente.
Jake se quedó mirándola un momento. Luego se encogió de hombros.
– Claro, no pasa nada. Mi equipo forense ha hecho todo lo que se podía hacer, y ya tenemos un montón de fotografías del lugar de los hechos. Pero la gente que tengo peinando el bosque no ha acabado todavía.
– No hay por qué llamarlos. Sólo necesito que despejéis la zona inmediata alrededor del cadáver.
Él asintió y se alejó para empezar a dar órdenes a su gente de que se retirara temporalmente a los vehículos.
Leah, que se había quedado en silencio allí cerca, murmuró:
– No sé si quiere de verdad tu ayuda o si sólo quiere tener una excusa para que Ash no se oponga a que te quedes por aquí.
– Mmmm -dijo Riley.
«¿Quién diablo es Ash?», se preguntó.