Capítulo 13

Aún no había decidido cómo explicarle la situación a Ash. Qué podía decirle.

«¿Le digo lo fuera de control que me siento? ¿Le digo que estoy asustada? ¿Que no recuerdo lo nuestro?»

No lo sabía.

– ¿Riley?

Se dio cuenta de que había hecho dos nudos en el envoltorio de la barrita energética y se forzó a parar.

– ¿Sí?

– No me has explicado gran cosa sobre el trabajo que haces, por lo menos con detalle. Pero por lo que me has contado, y por lo que sé de ti, creo que has usado tus capacidades especiales casi toda tu vida. ¿No?

– Desde que era niña, sí.

– Y ya hemos hablado de que tanto tu entrenamiento como tu experiencia en el ejército y el FBI te han preparado para afrontar casi cualquier eventualidad.

Riley no contestó, puesto que no era una pregunta, y mientras él aparcaba el Hummer en un hueco cerca del parque de los perros, se volvió ligeramente en el asiento para mirarle.

Ash apagó el motor, la miró a los ojos y asintió levemente con la cabeza.

– Tengo que preguntarte por qué este caso es distinto para ti.

– Ya te he dicho que nunca me había liado con nadie durante una investigación.

– Sí, pero yo no estoy hablando de lo nuestro. Estoy hablando de ti.

– Ash…

– Estás asustada. Y quiero saber por qué.

Pasado un momento, ella dijo:

– ¿Tanto se nota?

Él movió la cabeza de un lado a otro.

– De hecho, si no te conociera tan bien, no me habría dado cuenta. No has dicho ni hecho nada que te delatara. Sólo has estado un poco ausente estos últimos días. Más callada. Más lenta en reaccionar, en contestar a las preguntas. Y por las noches das muchas vueltas en la cama. Eso no es propio de ti.

– ¿Y has llegado a la conclusión de que era por miedo?

– Al principio, no. Yo me atrevería a decir que hay muy pocas cosas que te asusten, y estoy seguro de que has visto cosas que harían que a mí se me pusieran los pelos de punta. Así que al principio, cuando me di cuenta de que algo iba mal, no pensé que fuera miedo.

Riley esperó.

– Pero luego me di cuenta de que, a pesar de lo que me decías, era extraño que estos últimos días estuvieras quemando energías tan rápidamente. Incluso estando trabajando en un caso. Y que o bien no sabías qué estaba pasando, o bien estabas alterada porque no podías controlarlo. Controlar las cosas es muy importante para ti, los dos lo sabemos Es un rasgo que compartimos.

– Y por eso dedujiste que probablemente estaba asustada.

– Si hay algo en tu vida que no puedes controlar, es normal tener miedo. Es una reacción natural, por mucho entrenamiento que se tenga. Y si hay algo dentro de ti que no puedes controlar, el miedo es prácticamente inevitable, al menos para personas como nosotros.

– Tiene sentido -contestó ella, repitiendo su comentario anterior-. Y es un buen argumento.

– Pero ¿es preciso?

Riley asintió de mala gana.

– Bastante preciso, sí. Esto es… Nunca me había encontrado con un caso así.

– ¿En qué sentido?

Ella vaciló de nuevo. Su mente seguía funcionando a marchas forzadas, dividida aún entre la incertidumbre y el recelo. Luego, por fin, se decantó por la fe. Tenía que confiar en él. No le quedaba más remedio.

– Las quemaduras de mi nuca…

Él entornó los ojos.

– ¿Sí?

– No son de la plancha del pelo. Parece que me inmovilizaron con una pistola eléctrica en algún momento de la noche del domingo.

– ¿Te atacaron?

– Eso parece.

Ash tomó aire y exhaló lentamente.

– Es la segunda vez que usas esa palabra. Parece. ¿No lo sabes?

– No lo recuerdo.

Él lo comprendió enseguida.

– La descarga eléctrica. ¿Afectó a tu mente?

Riley asintió con la cabeza.

– A mi memoria. A mis sentidos. A todos, incluso a los adicionales. Desde entonces me esfuerzo por recordar, por ponerme al día. Por aclarar las cosas.

– Dios mío, Riley. ¿Recuerdas qué estuviste haciendo, con quién estabas?

– No. Y ha sido un poco difícil juntar las piezas sin admitir que no tengo ni idea de lo que pasó.

– ¿Y me lo dices ahora?

Ella mantuvo la voz firme.

– Imagínate despertar con la memoria llena de agujeros. Imagínate despertar cubierto de sangre seca. Y luego imagínate que, antes de que consigas despejarte y saber qué ha pasado, te piden que acudas al escenario de un asesinato horrendo. -Riley consiguió encogerse de hombros-. Tardé un tiempo en reconocer a los personajes, y no digamos ya en descifrar el argumento. Todavía estoy en ello.

– ¿Te despertaste cubierta de sangre?

– Ésa es la parte del informe de Quantico que no quise explicarle a Jake. Primer análisis: humano. La sangre de mi ropa era humana. Mi jefe la mandó analizar.

Ash dijo lentamente:

– Y el segundo análisis demostró que la sangre era del mismo grupo que la del donante. Entonces ¿la sangre de la que estabas manchada coincidía con la del estómago de la víctima?

Riley asintió con la cabeza.

– No tengo ni idea de cómo me manché con ella, pero la posibilidad más obvia es que estuviera allí. En algún momento antes, durante o después del asesinato, estuve allí. Participé de algún modo.

– Tú no has matado a nadie -dijo él inmediatamente.

– Eso espero, claro. Pero no puedo explicar lo de esa sangre. Y hasta que pueda, no me parece buena idea contárselo a Jake. Sobre todo teniendo en cuenta que ahora mismo no está muy contento conmigo.

Ash arrugó el ceño.

– Espera un momento. El domingo por la noche me dijiste de repente que necesitabas estar un rato sola y me echaste de casa. Lo que significa que sabías que iba a pasar algo.

– O al menos que quería hacer algunas averiguaciones sola. Sí, de eso podemos estar seguros.

– Pero ¿no recuerdas qué pensabas hacer ni por qué?

– Me temo que no.

Él miró hacia delante, a través del parabrisas, mientras sus largos dedos tamborileaban un momento sobre el volante. Luego volvió a mirarla, esta vez con cierto enfado.

– Esto nunca han sido unas vacaciones para ti, ¿verdad, Riley?

Así que eso no se lo había contado. ¿Por qué no?

Maldita sea, ¿por qué no?

– Riley…

– No, nunca han sido unas vacaciones para mí. Nunca.


Mobile, Alabama

Dos años y medio antes

Riley podría haber ido a cualquier lugar del sureste o de la ribera del Golfo con los ojos vendados y habría reconocido en qué ciudad de la costa o del río se hallaba sólo por el olor.

Aquello empezaba a repugnarle. Era un olor rancio, cenagoso y ligeramente agrio que le hacía pensar en humedad, en sangre y putrefacción.

Lo cual no era de extrañar, teniendo en cuenta la cantidad de cuerpos masacrados que había visto en aquellas ciudades costeras, por lo demás encantadoras.

Esta vez, Riley no esperó a que el asesino actuara. No llegó a Mobile y se mezcló con la gente, desapareciendo en el anonimato mientras dejaba que sus sentidos se aclimataran, como había hecho hasta entonces.

Después de lo de Nueva Orleans, no podía esperar pacientemente. Ya fuera porque aquel asesino había lanzado un guante a sus pies, o porque se sentía íntimamente violentada, el hecho era que estaba segura de que aquel sujeto había conseguido acceder a su mente con mucha más eficacia que ella a la suya.

Y ésa era una motivación poderosa para resolver el caso y poner a aquel tipo entre rejas lo antes posible.

Así pues, a pesar de las advertencias de Bishop, y a pesar de sus propios recelos y su inquietud, había usado todos los trucos aprendidos a lo largo de su vida para concentrarse y focalizar sus sentidos esperando así conectar con el asesino en cuanto llegara a la ciudad.

En realidad, sus habilidades no funcionaban así. No era la primera vez que conectaba con otras mentes. Bishop decía que su dote secundaria o complementaria era la telepatía, y él, que era telépata, tenía que saberlo. Pero, por lo general, la telepatía era apenas un pitido fugaz en su radar personal, y su clarividencia se manifestaba captando información de su entorno o de otras personas. Tocar un objeto o a una persona solía facilitar las cosas, pero no siempre. A veces no percibía absolutamente nada. Y en algunas ocasiones memorables se había sentido asaltada por un torrente de información que la había dejado mentalmente desorientada y físicamente exhausta: una experiencia desconcertante que temía repetir, pero que no podía controlar ni predecir.

Una ironía cósmica, aquélla. La forma poco amable en que el universo le recordaba que los dones concedidos nunca estaban exentos de compromisos.

En cualquier caso, sus «dones» solían ser mucho más benignos que los que experimentaban la mayoría de las personas con poderes parapsicológicos. No sentía dolor, ni se desorientaba, ni sufría visiones que la arrancaran del presente. Casi siempre sentía únicamente que algo despertaba en su mente, agitándose para llamar su atención, como los restos de un naufragio sobre las olas. Un dato, una impresión, una certeza.

Intentar llegar más allá, abrirse deliberadamente al contacto con un asesino macabro y retorcido, era tan arriesgado como inaudito, al menos en su caso.

Ni siquiera estaba segura de cómo hacerlo, como no fuera concentrándose, focalizándolo, pensando en aquel carnicero y en cuánto deseaba atraparle.

«Bienvenida a Mobile, pequeña.»

Riley se paró en seco. Estaba en una bocacalle del centro de Mobile, cerca de una esquina bien iluminada por la que, una noche de fin de semana corriente como aquélla, la gente pasaba a pie y en coche. La gente iba a lo suyo, indiferente, cuando Riley apoyó una mano en el edificio de su lado para sostenerse, más que física emocionalmente.

Era imposible describir lo fríos y viscosos que eran los pensamientos del asesino en el interior de su mente. Todo en ella se retraía, y sin embargo se obligó a estarse quieta y en silencio, ignorando lo que la rodeaba hasta que no vio nada, hasta que no sintió ni oyó nada, salvo aquella voz dentro de su cabeza.

Aquella presencia.

«Sabía que vendrías. Sabía que me seguirías.»

– ¿Dónde estás? -murmuró, sin darse cuenta siquiera de que había cerrado los ojos para concentrarse mejor.

«Cerca, pequeña. Más cerca que nunca.»

– ¿Dónde?

«¿No sientes mi aliento en la nuca?»

Se obligó a no darse la vuelta, a no delatar el gélido escalofrío que le helaba los huesos en medio de la noche húmeda y calurosa.

– ¿Dónde estás, cabrón?

«Eres rápida, pero he llegado antes que tú. Te estaba esperando, pequeña.»

– Maldito seas…

«Te he dejado un regalo.»

Riley abrió los ojos de golpe y se apartó bruscamente, como si la hubieran golpeado.

– No -murmuró-. Oh, no…

Le había dejado otra víctima para que la encontrara. Otro cuerpo masacrado. Otra familia destrozada.

Ella había fracasado. De nuevo.

«Pobre pequeña. Cuánto sufres. Pero no te preocupes. Tendrás otra oportunidad. Volveremos a encontrarnos, Riley.»


En la actualidad

– ¿Riley?

Riley arrancó su mente del pasado, luchó por concentrarse en el ahora, y tuvo que preguntarse por qué, si dormía con aquel hombre, no le había dicho el verdadero motivo de su estancia en Opal Island.

¿Confiaba en él antes de que la atacaran con la pistola eléctrica? ¿O había, entre sus recuerdos perdidos, un motivo por el que le había dejado compartir su cama sin compartir sus confidencias?

Sin embargo, ya había optado por la fe, así que dejó a un lado sus dudas, respiró hondo y contestó con sinceridad.

– Gordon se puso en contacto conmigo justo antes de que viniera aquí. Los incendios, las señales y los símbolos que indicaban prácticas ocultistas, le preocupaban. Había visto mucho mundo, había cruzado suficientes selvas como para saber cuándo hay algo malo rondando por ahí fuera. Creía que estaba pasando algo y que las cosas iban a empeorar. Me pidió que investigara. Oficiosamente, claro. Cuando llamó, yo acababa de cerrar un caso, tenía vacaciones pendientes y no había mucho trabajo en la unidad. Así que mi jefe estuvo de acuerdo. No era una investigación formal; sólo un favor para un amigo.

– ¿Por qué no me lo dijiste, Riley? Hablamos de los incendios, de lo nerviosa que empezaba a ponerse la gente… Hasta de la posibilidad de que hubiera prácticas ocultistas. Me dijiste que el ocultismo era una de tus especialidades en la UCE. Pero no que hubieras venido aquí por eso.

«¿Porque no confiaba en ti lo suficiente? ¿Porque tenía miedo, o sabía, que estabas involucrado? ¿O sólo porque por primera vez mi vida íntima me importaba más que mi carrera y no quería que se mezclaran?»

«¿Por qué no podía pensar con claridad? ¿Por qué no lograba decidirse respecto a él?»

– ¿Riley?

– No lo sé. No sé por qué fue. No lo recuerdo, Ash.

Él entornó los ojos de nuevo.

– ¿No lo recuerdas? ¿Quieres decir que tu amnesia no se limita a lo que pasó el domingo por la noche?

Ella asintió a regañadientes.

– El lunes, cuando me desperté, las tres semanas anteriores eran prácticamente un hueco en blanco.

– ¿Prácticamente? -Como cualquier abogado, Ash estaba decidido a aclarar las cosas.

– Casi por completo -reconoció ella-. Había destellos. Caras. Retazos de recuerdos que se desvanecían como humo cuando intentaba apresarlos. Gordon y mi jefe tuvieron que contarme qué estaba haciendo aquí.

– Entonces no te acordabas de lo nuestro.

– No -dijo Riley-. No me acordaba de lo nuestro.

– Pues a mí me engañaste, te lo aseguro -repuso Ash.

Riley le miró un momento; luego se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del Hummer. Se dirigió a la entrada del parque para perros, sin sorprenderse de que no hubiera ni un alma, salvo el ayudante del sheriff que montaba guardia con aire aburrido junto al hueco de la valla, cerca del bosque.

Los asesinatos ponían nerviosa a la gente. Y los asesinatos horripilantes con indicios de ritos satánicos, en particular, hacían cundir el pánico. Riley supuso que desde hacía unos días la mayoría de los propietarios de perros llevaba a sus mascotas a hacer ejercicio a la playa.

– Riley…

Cuando Ash la agarró del brazo y le hizo darse la vuelta para mirarle, ella casi reaccionó como ante un ataque. Casi. Aquel instinto, al menos, seguía vivo, y aquel adiestramiento había calado tan profundamente en ella que era una parte bien arraigada de su carácter. Su padre había empezado a enseñarle a lanzar a un oponente mayor que ella por encima del hombro (y a incapacitar a dicho oponente) antes de que comenzara a ir a la guardería.

Le sorprendió no haber atacado a Ash. Era interesante, aquello. ¿Y acaso también importante? No lo sabía.

Miró la mano que le sujetaba el brazo sin moverse ni hablar hasta que él masculló una maldición y la soltó. Después se limitó a cruzar los brazos y esperar.

– Mira, si alguien tiene derecho a estar enfadado, creo que soy yo -dijo él en voz baja para que el ayudante del sheriff, situado a unos metros de allí, no los oyera.

– ¿Ah, sí? -Riley le miraba fijamente, respondiendo a su tácita dureza con las mismas armas-. Alguien me atacó. Me puso una pistola eléctrica en la nuca y me vació una descarga en el cerebro. Y no la descarga normal de una Taser, pensada para incapacitar temporalmente. Era un arma trucada, Ash, un arma probablemente pensada para matar. No me mató, pero me dejó fuera de combate y dañó algo más que mi memoria. Así que perdóname si preferí fingir durante unos días que no había pasado nada, mientras intentaba aclarar en quién demonios podía confiar.


*****

– De momento -le dijo Leah al sheriff-, ninguno de los informes ha mostrado nada raro.

El frunció el ceño.

– ¿Qué? ¿Ni una multa de aparcamiento?

– Yo no he dicho eso. -Le pasó una hoja impresa por encima de la mesa-. Tres de ellos tienen un mal índice de solvencia crediticia.

Jake la miró fijamente.

– ¿Me estás tomando el pelo?

– Obviamente no. -Se apoyó en el brazo de una silla del despacho, sonriendo levemente-. Sólo digo que ninguno de ellos tiene antecedentes penales de ninguna clase. Un par de apariciones en los juzgados por asuntos civiles: divorcios, custodias de niños, una disputa inmobiliaria… Pero nada penal. Hasta donde hemos podido determinar, el grupo de la casa de los Pearson está limpio.

– A no ser que alguien nos haya dado un nombre falso -gruñó él.

– Tenían su documentación -señaló ella.

– ¿Y es muy difícil falsificarla hoy en día? Pero sí se puede comprar una nueva identidad en Internet.

– Su rastro documental parece auténtico.

– Sí, sí. -El sheriff miró, con el ceño fruncido, el informe que ella le había dado-. Seguid indagando.

– ¿Y cuando toquemos fondo?

– Cavad un poco más hondo.

– De acuerdo. -Se levantó, pero se detuvo antes de volverse hacia la puerta para decir-: ¿Sabes?, si no encontramos nada y no quieren hablar con nosotros, no tenemos ningún pretexto legal para interrogarlos por el asesinato. Nada de lo que hemos encontrado hasta ahora los vincula con el lugar de los hechos, y hasta que descubramos quién es la víctima…

– Eso es otra cosa que no entiendo -dijo Jake-. Ya deberíamos tener una identificación. Con el tamaño que tiene este condado, hemos tenido tiempo de hablar con todo el mundo. De llamar a todas las puertas.

– Casi -dijo ella-. Tim cree que nuestros equipos acabarán hoy a última hora. De llamar a todas las puertas de la isla, al menos, y a casi todas las de Castle. En llamar a las de todo el condado se tardará un par de días más.

– Necesitamos más gente -masculló él.

Ella vaciló. Luego dijo:

– Bueno, en general, no.

– No me recuerdes que podría llamar a la Policía del Estado.

– No tengo que recordártelo. -Leah se encogió de hombros-. De todos modos, tendrían que perder tiempo poniéndose al día antes de poder ayudarnos. Me apuesto algo a que es Riley quien va a cambiar las cosas.

– Yo no estoy tan seguro. -Antes de que ella pudiera responder, añadió-: ¿Ash y ella siguen en la sala de reuniones?

– No, se fueron hace un rato.

– ¿Adónde?

– No me lo dijeron.

El ceño de Jake se convirtió en una mueca de enfado.

– Pues averígualo, maldita sea.

Leah no preguntó ni le llevó la contraria; se limitó a asentir con la cabeza y salió del despacho para obedecer la orden. Llevaba el tiempo suficiente trabajando como ayudante de Jake Ballard como para reconocer indicios de un estallido de cólera, y aunque rara vez perdía por completo los nervios, cuando eso pasaba no era un espectáculo agradable.

Regresó a su mesa. Estaba casi sola en la oficina: casi todos los ayudantes estaban fuera, yendo de casa en casa. Probó primero con el móvil de Riley, pero no se sorprendió cuando le saltó el buzón de voz.

– No sé por qué se molesta en llevar un móvil -masculló al colgar sin dejar mensaje-. Parece que nunca funciona.

Un inconveniente de tener poderes parapsicológicos, le había explicado Riley. Era algo relacionado con la energía electromagnética. Por lo que Leah había entendido, era como si Riley fuera por ahí con su propia carga estática incorporada. Hasta tenía que llevar las tarjetas de crédito en una funda especial, y las fundas de móvil diseñadas por la UCE sólo funcionaban parcial y esporádicamente, porque los teléfonos tenían que poder mandar y recibir señales para ser útiles.

Era difícil, suponía Leah, dar con un modo de proteger un aparato de la energía electromagnética cuando dicho aparato requería dicha energía para funcionar.

Estaba hurgando entre el desorden de su mesa, en busca de la tarjeta que le había dado Ash ese mismo día con su número de móvil, cuando el ayudante que se encargaba del mostrador de recepción se acercó a ella.

– Oye, Leah, puede que tengamos algo.

Miró a Tim Deviney con las cejas bien arqueadas.

– ¿Sí? ¿Yendo de casa en casa?

El asintió con la cabeza.

– Hay un tipo que tiene alquilada una casa y que no contesta a la puerta, y los vecinos no le han visto por lo menos desde el fin de semana. El equipo ha estado allí dos veces y nadie responde. No hay ni rastro de él.

Leah frunció el ceño.

– ¿Está solo? ¿Estaba en nuestra primera lista?

– No, los de la inmobiliaria creían que había venido con su familia, y la casa es de las grandes, así que no tenían ni idea de que estaba solo.

– ¿Sabemos su nombre? -preguntó ella.

– Sí. Tate. Wesley Tate.

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