Capítulo 7

Riley intentó no reaccionar de modo alguno que a él pudiera hacerle sospechar algo, luchó por no desvelar los interrogantes y los miedos que súbitamente se agolpaban en su cabeza.

– Soy muy torpe con la plancha de alisar el pelo -dijo con calma-. Me pasa tan a menudo que normalmente ni siquiera me acuerdo.

– ¿Has pensado en dejar de usar la plancha? -preguntó Ash irónicamente.

Ella echó la cabeza hacia atrás y le miró, sonriendo.

– De vez en cuando. Pero, verás, es una cosa de chicas, y cuando estaba en el ejército me aferraba a esas cosas.

– ¿Por qué? ¿Te daba miedo acabar siendo un marimacho?

– Ese término no es políticamente correcto. Y…, sí.

Ash le sonrió.

– Eso es imposible. Eres absolutamente femenina, amor mío, desde la cabeza a las puntas de los pies. Prácticamente irradias feminidad por los poros de la piel.

Riley ignoró el estremecimiento que había sentido al escuchar aquella inesperada expresión de cariño y frunció el ceño, pensativa.

– No estoy del todo segura de que eso sea un cumplido.

– Es desarmante, eso es lo que es. Un camuflaje perfecto para la mente afilada como una navaja que hay detrás de esos grandes ojos.

– Mmm. Pero a ti no te desarmé, ¿verdad?

– Yo no me dejé engañar -dijo Ash-. No como Jake.

– ¿Crees que a él le he engañado? -preguntó ella, un poco sorprendida y llena de curiosidad.

– Creo que te está subestimando atrozmente. Y creo que si no lo hubiera hecho desde el momento en que te conoció, quizá sería él quien estuviera aquí y no yo.

– Es cierto que me interpuse entre vosotros dos, ¿verdad? -preguntó Riley con sorna.

– Puede ser. -Ash cambió de postura para tenderse de lado, apoyando su cabeza en una mano mientras la otra descansaba sobre la barriga de Riley-. Pero tenía que ocurrir con el tiempo.

– ¿Por qué?

Ash se encogió de hombros levemente.

– Porque dejar que Jake se saliera con la suya me ha resultado muy fácil casi toda la vida. Hasta que quiso algo que yo quería más.

Riley se quedó pensando.

– ¿Yo? -se aventuró a decir.

– Si tienes que preguntarlo -respondió él-, es que no has prestado atención.

Riley logró reírse.

– Oh, sí que estaba prestando atención. Sólo intentaba no sentirme como un trofeo entre dos atletas.

– Tú sabes que no es así. -Se inclinó para besarla largamente-. Por lo menos en lo que a mí respecta. Esto no tiene nada que ver con Jake. Tiene que ver contigo y conmigo.

Riley intentaba pensar con claridad pese a los labios que jugueteaban con los suyos.

– Mmm. Pero si lo único que ve Jake… es un trofeo… puede que todavía lo quiera.

– Entonces tendrá que aprender la lección que seguramente debí darle cuando éramos pequeños. -Ash volvió a apartar la sábana para que su mano tocara la piel desnuda-. No siempre consigue lo que quiere.

Riley creía estar completamente exhausta, pero su cuerpo empezaba a cobrar vida, y cuando levantó los brazos para rodear el cuello de Ash, pensó que tal vez tuviera fuerzas para aquello.


*****

Al final, le quedaron fuerzas incluso para ducharse con Ash, pero para entonces sus reservas de energía estaban en las últimas y ambos lo sabían.

– Voy a ponerme a hacer esas tortillas -dijo él mientras se anudaba una toalla alrededor de la estrecha cintura.

– Yo voy a secarme el pelo. Nos vemos en la cocina. Siento ser tan pesada.

Él le levantó la barbilla con un dedo para besarla.

– No lo eres -dijo, y la dejó sola en el cuarto de baño lleno de vaho.

Riley acabó de envolverse en una toalla y luego extendió las manos y se quedó un momento viéndolas temblar. Maldición. Entre las exigencias mentales y emocionales de una memoria como un queso suizo y las exigencias físicas de su relación con Ash, estaba consumiendo energía mucho más deprisa de lo normal, incluso para ella.

Algo iba mal, y lo sabía.

Sacudiéndose aquella nueva preocupación, hurgó en los cajones del tocador en busca de un espejo de mano y limpió el vaho del espejo del lavabo para mirarse la nuca. Tuvo que maniobrar un poco, y acabó sentada en el tocador, de espaldas al gran espejo, sosteniendo el espejito con una mano mientras con la otra se apartaba el pelo de la nuca.

Parecía una quemadura, como había dicho Ash. Dos quemaduras, en realidad, muy cerca la una de la otra, justo por debajo de la línea del pelo, en la base del cráneo.

Incluso en la habitación calurosa y llena de vapor, el frío que recorrió su cuerpo le puso la carne de gallina. Tuvo que concentrarse ferozmente para sostener el espejito de mano el tiempo suficiente para examinar las marcas hasta estar segura de lo que ya sabía.

Eran las marcas de una pistola eléctrica, una Taser.

Y mostraban claramente que alguien le había acercado una a la nuca y había disparado una descarga eléctrica directamente contra su cuerpo.

En la base de su cerebro.


******

Tardó menos de diez minutos en secarse el pelo corto y no le dio tiempo a pensar mucho, más allá de comprender, aturdida, que con toda probabilidad el asesino se había situado detrás de su cuerpo tenso y convulso y había vaciado en él un arma diseñada para incapacitar a un sujeto con una cantidad potencialmente mortal de electricidad.

Ella misma había usado una Taser. Y la habían usado contra ella. Sabía lo que podía hacer un arma así, y cuáles eran sus efectos posteriores normales. Pero aquello no tenía nada de normal.

Las marcas de su nuca indicaban un contacto prolongado con un voltaje y un amperaje considerablemente mayores que los previstos por el fabricante.

La cuestión era: ¿había utilizado su agresor intencionadamente una pistola eléctrica trucada para aumentar su potencia a sabiendas de que podía ser mortal? Y, si así era, ¿la había dejado viva premeditadamente o sólo por accidente?

En cualquier caso, el ataque podía explicar sus dolores de cabeza y la amnesia, y el embotamiento (o la ausencia) de sus sentidos. Incluso podía explicar su necesidad, extrañamente frecuente, de alimentarse.

Una descarga eléctrica en el cerebro podía embarullar muchas cosas en el cuerpo humano.

También podía causar muchísimos problemas, algunos de ellos peores que los que ya tenía. Y el hecho de que esos problemas no se hubieran manifestado aún no significaba que no fueran a hacerlo.

«Genial. Es genial. Alguien intentó freírme el cerebro, seguramente intentó matarme, y sigue rondando suelto por ahí…, y con una gran ventaja.»

El asesino sabía quién era ella.

Y ella no tenía ni idea de quién era él.

Con el pelo seco y sin más excusas para demorarse en el baño, Riley entró en el dormitorio y se puso una de las camisolas de dormir que solía usar. Se entretuvo un momento para ordenar la ropa tirada por el suelo y colocar pulcramente la de Ash en una silla, y acabó sintiendo un destello de buen humor al recoger la sugerente ropa interior que había decidido ponerse en el último momento, mientras se vestía para su cita.

Dudaba de que Ash lo hubiera notado siquiera.

Con aquella idea irónica en mente, eligió una camisola estampada con motivos de fútbol americano, la cambió por la toalla y se dirigió a la cocina.

«Puedes pensar en todo esto más tarde. Aclarar qué está pasando. Ahora sólo tienes que pasar la noche. Tienes que actuar con normalidad y ser la amante de verano de Ash Prescott.»

Si era eso lo que era. O quizá fuera, pese a que él lo negara, el trofeo que le había arrebatado a su rival de la infancia.

Aquello tenía gracia. O no.

– Justo a tiempo -dijo Ash cuando se reunió con él. Estaba sirviendo las dos mitades de una tortilla de gran tamaño en sendos platos colocados sobre la isla de la cocina. Ya había puesto cubiertos y servilletas y servido dos copas de vino.

Riley ocupó su lugar en uno de los taburetes de la barra de desayuno y lo miró levantando las cejas.

– ¿Vino? Ya sabes que me da sueño. -Confiaba en que él lo supiera.

– Sí, bueno, creo que quizá necesites dormir. -Ash puso la sartén en el fregadero y llevó los platos a la barra.

Riley dejó las cejas levantadas y esperó.

Él tenía el ceño un poco fruncido, y antes de que ella se diera cuenta de lo que hacía, le agarró la muñeca y la levantó ligeramente para que ambos vieran cómo le temblaban los dedos.

– No sólo tienes el depósito vacío: estás quemando gases. Y hace unas tres horas que tomaste una cena opípara.

– Un caballero no habla de lo mucho que come una -respondió ella en tono ligero mientras apartaba la mano y tomaba un sorbo de vino.

– No se trata de eso y tú lo sabes. ¿Es por lo que viste en el bosque? ¿Es eso lo que te ha dejado tan agotada?

– Bueno…, las escenas así suelen agotarme. -Empezó a comer, confiando en que las calorías reactivaran su mente amodorrada.

«Estoy en buena forma, sí, señor. Si fuera la mitad de responsable de lo que se supone que soy, haría que Bishop me mandara de vuelta a Quantico. Esta misma noche.»

– ¿Por la clarividencia?

A Riley sólo le sorprendió un poco que lo supiera. No era algo de lo que hablara a menudo con personas a las que conocía desde hacía poco tiempo (o mucho, en algunos casos), pero a fin de cuentas se acostaba con Ash. Y al menos el hecho de que él lo supiera respondía a una de las preguntas que había estado haciéndose. Una menos, pero aún quedaban unas doce más.

Asintió con la cabeza.

– Consume más energía, sí. Sobre todo en un asesinato tan… horrible. A mi alrededor todo el mundo está tenso, asustado, asqueado y, normalmente preocupado por sus seres queridos. Abrirse paso entre todo eso…

– Cuesta mucha energía. -El seguía ceñudo, reconcentrado-. Entonces, ¿te pasa esto cada vez que trabajas en un caso?

– En diverso grado. Hoy me he esforzado más que de costumbre, seguramente porque no captaba nada. Eso también pasa a veces. -Confiaba en que aquella información despejara al menos algunas de las dudas de Ash.

Él cogió su tenedor y empezó a comer, pero tras varios bocados dijo:

– Tenía la impresión de que usabas tus facultades como una herramienta de investigación más.

– Por lo general, sí. Suelen darme cierta ventaja en una investigación. Pero no siempre. Esto está muy bueno, por cierto. -Indicó su plato y la tortilla, ya medio acabada. «Eso es, sigue engullendo: eso lo resolverá todo.»

– Es hipercalórico -dijo Ash en tono súbitamente divertido-. Le he puesto el doble de queso.

Riley tuvo que reírse, aunque sin muchas ganas.

– Perdona… No esperaba liarme con nadie este verano, y menos aún durante una investigación.

– Deja de pedirme perdón. No me molesta darte de comer, te lo aseguro. -Sonrió y luego añadió tranquilamente-: Así que ¿el trabajo y el placer no son buena mezcla para ti?

– Ambas cosas requieren mucha energía. -Riley levantó su copa en un pequeño saludo-. Una más que otra, a veces.

– No has respondido a la pregunta.

Era una posible escapatoria para ella. Quizá. Una impostura menos que tendría que mantener. Si le decía que la investigación iba a exigir toda su energía, toda su dedicación, tal vez él saliera de su vida para siempre.

Pero Riley no lo creía.

«O quizá no quieres creerlo.»

Por fin dijo:

– Nunca me había pasado, así que no lo sé. Ya lo averiguaremos, supongo.

Él se quedó mirándola fijamente un momento. Luego volvió a sonreír.

– Pediré un par de cajas más de esas barritas energéticas.

– Buena idea -contestó ella.


*****

El vino surtió en ella su efecto habitual, y cuando se metió en la cama, unos minutos después, estaba bostezando.

– Debería haber comprobado las puertas, seguramente -murmuró.

– Ya lo he hecho yo. Están todas bien cerradas. -Ash se acostó junto a ella, pero antes de apagar la lámpara de la mesilla de noche metió la mano en el cajón de arriba-. Ten. Sé que no vas a descansar hasta que esto esté debajo de la almohada.

Riley parpadeó al ver la pistola que él sujetaba tranquilamente por el cañón. Luego se la quitó. Comprobó automáticamente que el seguro estaba puesto y la deslizó bajo su almohada.

Siempre se quedaba dormida del lado derecho, una costumbre que le hizo darle la espalda al tumbarse. Estaba claro que él estaba acostumbrado a aquella rutina, porque apagó la lámpara y se acomodó tras ella sin decir nada.

Muy cerca de su espalda.

Le besó la nuca, justo debajo de la quemadura, y dijo:

– Intenta no despertarte al amanecer, ¿de acuerdo? Creo que lo necesitas.

– Mmmm. Buenas noches -respondió ella con un murmullo.

– Buenas noches, Riley.

Su cuerpo se relajó porque ella se lo ordenó. Su respiración era lenta y uniforme. Sus ojos se cerraron.

Nunca había estado más despierta.

Aquella idea había tardado en llegar, pero arraigó enseguida en su mente supuestamente aletargada y comenzó a crecer, convirtiéndose en una espantosa posibilidad.

Siempre dormía con el arma bajo la almohada. Siempre. Desde que, diez años atrás, tuvo una mala experiencia con un ladrón que entró en su casa de noche. Pero muy poca gente lo sabía.

La tarde anterior se había despertado completamente vestida, excepto por los zapatos, y con el arma bajo la almohada, como siempre.

Sólo había dos itinerarios posibles para llegar a aquel destino, al menos que ella viera. Los dos empezaban con su salida de la casa tras decirle a Ash que quería estar sola, indudablemente armada, porque no podía ser de otra manera. Había ido a hacer lo que fuera, y entre tanto alguien con una pistola eléctrica la había sorprendido o tendido una emboscada. Después de eso…

O bien, tras pasar Dios sabía cuánto tiempo desvanecida, había logrado volver sola a casa y meterse en la cama, demasiado aturdida para quitarse la ropa manchada de sangre, pero sí los zapatos y acordarse de dónde solía poner la pistola, o…

O su agresor la había llevado a casa. Le había quitado los zapatos. Y había puesto su pistola debajo de la almohada, porque sabía que ella esperaría encontrarla allí cuando se despertara.

Mierda.

Si así era, el abanico de sospechosos se volvía de repente muy, muy pequeño.

Ash sabía dónde guardaba el arma de noche. Y también Gordon. Le habría sorprendido que lo supiera alguien más. Pero tal vez lo sabía alguna otra persona. Qué demonios: quizá lo sabía todo el mundo.

«Oh, Dios, ¿de qué más no me acuerdo?»

Su coche estaba allí, las llaves en el bolso. ¿Había ido conduciendo al lugar que había visitado la noche anterior? ¿Podía haber vuelto a casa en coche, sufriendo los efectos de una electrocución, o casi? No había rastros de sangre en el coche, pero… Había casi cinco kilómetros hasta el puente, suponiendo que hubiera ido al continente. No habría ido a pie, ¿no?

«Estoy dando por sentado que lo que pasó, sea lo que sea, no pasó aquí, en la isla. ¿Por qué?»

Porque el altar (si era eso para lo que se había usado) estaba en la parte continental. Porque allí se había descubierto el cadáver de un hombre torturado y asesinado. Y porque le resultaba casi imposible creer que en aquella comunidad tan pequeña hubieran tenido lugar dos hechos violentos y totalmente separados entre sí en una misma noche.

Lógico. Razonable. Probablemente cierto.

Probablemente.

– ¿Riley?

«Mierda. Ya ni siquiera puedo fingir.»

– ¿Hmmm?

– ¿Por qué estás todavía despierta? -Él le frotó la nuca con la nariz-. Creía que ibas a apagarte como una bombilla.

– Sólo estoy pensando, supongo.

– ¿En qué? ¿En el asesinato?

– Sí. -No era mentira. Exactamente-. Gajes del oficio.

Sin darle la vuelta para que le mirara, Ash la abrazó.

– ¿Puedo convencerte de que dejes de darle vueltas hasta mañana o es otra cosa a la que tengo que ir acostumbrándome?

¿Qué podía decirle? ¿Cuánto podía contarle?

¿Hasta qué punto podía confiar en él?

Riley cobró conciencia de una desesperación que le resultaba desconocida, y la sensación no le gustó. Sobre todo porque le hizo balbucir:

– Estoy distinta. Cuando hay un caso.

– Entonces no es sólo que gastes más energías -dijo él pasado un momento.

– No. También es eso, pero… Vivo mucho este trabajo. Me obsesiono. -Intentó introducir en su tono de voz un encogimiento de hombros-. Mi jefe dice que en parte por eso soy una buena investigadora. Otras personas me han comentado que soy distante o que cuesta conectar conmigo cuando estoy trabajando en un caso.

– ¿Quien avisa no es traidor?

– Tienes derecho a saberlo.

Él la apretó con más fuerza.

– Riley, entiendo a lo que nos empuja nuestro trabajo. Tú sabes hasta dónde me llevó el mío. De vuelta al pueblo de mi infancia, donde ser fiscal de distrito casi no es un trabajo de jornada completa. No puedes permitir que tu trabajo te consuma.

Ella deseó con todas sus fuerzas recordar la historia de Ash. Tenía la sensación de que era una pieza fundamental del rompecabezas en el que estaba metida. Pero sólo pudo decir:

– Ha muerto una persona, Ash. ¿No crees que es lógico que me preocupe? ¿No debería preocuparte también a ti?

– Sólo digo que, si no descansas un poco, no le harás ningún bien a la investigación, ni a ti misma.

– Tienes razón, claro.

Él volvió a apretarla, y había algo indeciblemente apaciguador en su voz cuando murmuró:

– Ya te obsesionarás mañana. Anda, duérmete, Riley.

No había respondido a sus preguntas, y eso la molestaba más de lo que quería reconocer ante sí misma. Al mismo tiempo, su cuerpo empezaba a relajarse junto al de él, esta vez de verdad, y de nuevo tenía sueño.

Era agotamiento, casi con toda seguridad. Tenía que reponer fuerzas. Pero era también algo más, y mientras sus pensamientos fragmentarios empezaban a aposentarse, una última idea insidiosa la acompañó al sueño.

A pesar de todo, a pesar incluso de sus dudas, allí, en brazos de aquel hombre, se sentía a salvo.

Y para una mujer que había aprendido hacía mucho tiempo que la seguridad era, en el mejor de los casos, una ilusión, eso era aterrador.


*****

– Sí -dijo Gordon en tono extrañamente sombrío-, yo diría que es de una Taser. Y de una trucada, además.

Riley se alisó el pelo corto sobre las quemaduras y se volvió para mirarle.

– Estaba casi segura. Sólo quería una segunda opinión.

– ¿Se lo has dicho a Bishop?

– Todavía no.

– Dios mío, Riley.

– Lo sé, lo sé. Pero sé también lo que va a decirme, y no quiero que me haga volver. No puedo cortar y marcharme, Gordon. Todavía no. Mira, si la persona que me atacó hubiera querido matarme, a estas horas estaría muerta.

– Eso no lo sabes. Es más probable que te diera por muerta y que ese cerebro retorcido y loco que tienes te mantuviera con vida contra toda esperanza.

Era un buen argumento, y más que posible. Como todos los miembros del equipo con dotes parapsicológicas, su cerebro registraba una actividad eléctrica mayor de la normal, así que era muy posible que no hubiera respondido a la descarga como esperaba su atacante.

– Puede ser. -Vaciló y luego confesó-: Anoche me imaginé una situación de pesadilla en la que ese tipo me atacaba con la pistola eléctrica y luego me llevaba a casa y me metía en la cama pensando que al despertarme no recordaría lo que había pasado.

– ¿Quieres decir que cuando te despertaras cubierta de sangre no te darías cuenta de que había pasado algo?

– En eso no pensé hasta esta mañana. -Después de tres tazas de café y de un desayuno maravilloso, cortesía de Ash.

Gordon la miró pensativo.

– No estás funcionando con toda la cilindrada, nena, si no te diste cuenta de eso.

– ¿Por qué los hombres siempre usáis metáforas de coches? -preguntó, aunque ella misma había usado aquélla al describirle su estado a Bishop.

– No cambies de tema.

Riley suspiró.

– Esta tarde, cuando llame para informar, se lo contaré todo a Bishop. Habiendo muerto una persona, no tendría justificación que me lo callara. Ojalá pueda convencerlo de que me deje quedarme. Pero mientras tanto voy a ir al departamento del sheriff. Confío en poder echar un vistazo a las declaraciones, a las fotos y al informe de la autopsia.

– ¿Qué esperas encontrar?

– No lo sé. Seguramente nada que no dedujera ya en la escena del crimen. Pero puede que pasara algo por alto.

Gordon había fruncido el ceño.

– Deduzco que tus facultades extrasensoriales siguen fuera de servicio.

Ella asintió con la cabeza.

– Lo cual tiene más sentido hoy que ayer. Ahora al menos sé qué me pasó. Pero, aun así, tengo la corazonada de que Bishop va a decirme que nadie más en el equipo ha sufrido una descarga eléctrica justo en la base del cráneo. No recuerdo haberlo leído en ningún expediente de la brigada, y creo que lo habría puesto. En negrita. Subrayado. Y con un asterisco.

– Sí, entiendo. Lo que significa…

– Lo que significa que estoy en territorio ignoto y prácticamente sola. Sabe Dios qué especie de cortocircuito se ha producido en mi cerebro o se embarulló en mi cabeza. Y cuáles pueden ser los efectos secundarios.

– ¿Puedes repetirme por qué no vas a ver a un médico?

– Porque un médico sólo me haría pruebas. Y porque funciono bien. Hoy ni siquiera me duele la cabeza, o no mucho, al menos. Lo que esa descarga le hizo a mi cerebro… En fin, digamos que dudo que tengan una pildorita mágica para curarme.

– ¿Podría ser permanente? ¿La amnesia y el daño que le ha hecho a tus sentidos?

– Podría ser. -Riley respiró hondo y exhaló lentamente-. Maldita sea, es probable que lo sea. Si una descarga eléctrica puede despertar dotes parapsicológicas latentes, y eso lo sabemos, es lógico suponer que también pueda provocarles un fuerte cortocircuito o destruirlas.

– ¿Y qué sientes al respecto?

– Toda mi vida he contado con la ventaja que me daban esos sentidos cuando la necesitaba. Cuando mi oponente era más grande o más fuerte, o más listo, o más rápido…, o simplemente más malo. Sin ellos, no sé si sirvo para hacer mi trabajo.

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