Dan Paretsky, el Mejor Veterinario del Mundo, me proporcionó una información inapreciable respecto al estado de Peppy. Norma Singer y Loretta Lim, enfermeras titulares ambas del hospital del condado de Cook, invirtieron uno de sus escasos días libres en enseñarme el hospital, explicándome detalladamente su funcionamiento y mostrándome el orgullo con que desempeñan sus difíciles tareas. Norma Singer ayudó a resolver los problemas que abruman a la señora Frizell en esta novela.
Madelon Iris, del Centro para la Tercera Edad de la Universidad del Noroeste, me ayudó mucho en cuestiones de tutela, servicios de urgencia municipales y del condado, y procedimiento para designar a alguien tutor de un anciano. Este libro acelera el tiempo invertido en ese procedimiento, pero el proceso que se describe aquí es deprimentemente fiel a la realidad.
Rob Flater me indicó dónde empezar a investigar para poder superar las trampas que aparecen en esta novela. Jay Topkis mató a un impertinente dragón que intentaba lanzar fuego en mi dirección.
Un experto en mecánica -cuántica y de la otra- solucionó los problemas técnicos del capítulo «Santa Stevenson y el camión».
Esta novela es una obra de ficción. Como sucede siempre, ni las personas ni los acontecimientos descritos aquí se basan en otra cosa que en las distorsiones de la realidad provocadas por una imaginación delirante y morbosa. Y como siempre también, cualquier error en el texto se debe a mi ignorancia, a mi pereza o a mi estupidez, y no a los consejos de los expertos que he consultado.
Bonnie Alexander y Mary Ellen Modica hicieron posible que yo volviera a trabajar. Sin su ayuda tal vez nunca hubiese sido capaz de volver a hacerlo. Diann Smith me facilitó los contactos, como lo ha hecho con las mujeres de Chicago durante treinta años. El profesor Wright y el doctor Cardhu soportaron mi humor durante largos y penosos meses.
Chicago, mayo de 1991