Sabía que no debía tomar el brebaje entre muerte y muerte. Si se usaba en exceso por simple placer, sus efectos podían mitigarse. Pero necesitaba tomar algo para tranquilizarse, para combatir la ira y el miedo. No, miedo no. A él no podían asustarlo. No lo permitiría. Estaban dispuestos a detenerlo, a impedirle llevar a cabo su misión, pero no podría consentir que lo atraparan. Era muy fuerte. Sólo necesitaba recordar que lo era. Eso era todo. Un simple recordatorio.
Se recostó y esperó. Sabía que podía confiar en los efectos del exótico brebaje, en sus poderes curativos, en su energía secreta. Ya estaba usando el doble de la dosis original. Pero, de momento, nada de eso importaba. De momento, sólo quería quedarse allí sentado, tranquilamente, y disfrutar del psicodélico espectáculo de luces que sobrevenía después. Sí. Después del arrebato de fuerza, de la oleada de adrenalina, llegaba el espectáculo de luces. Relampagueaba tras sus párpados y zumbaba en su cabeza. Los destellos parecían ángeles diminutos en forma de estrellas que saltaban de un lado de la habitación al otro. Era precioso.
Asió el libro y acarició su suave cuero. El libro. ¿Cómo habría podido hacer todo aquello sin él? Era el libro el que le inspiraba el ardor, la pasión, la ira, el deseo, la razón Y también el que le justificaba.
Respiró hondo y cerró los ojos para disfrutar de la dulce y serena ola que atravesaba su cuerpo. Sí, ya estaba preparado para dar el siguiente paso.