Tully tropezó con una chaqueta y estuvo a punto de caerse.
¡Cielos! Ya había empezado.
La oscuridad iba cayendo y allá arriba, entre los árboles, apenas se veía. Esperó. Intentó calmarse. Tenía que dejar que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. La luna emitía una leve luz, pero al mismo tiempo coloreaba las sombras azules con un fantasmagórico tinte azul.
Contuvo el aliento. Se puso de rodillas. Llegaba tanto ruido de abajo que no oía nada. ¿Significaba eso que los de allá arriba tampoco podían oírlo a él? No podía arriesgarse. Oía las voces de los otros agentes por el auricular; le susurraban sus posiciones, pero no podía contestarles. Tenía que hacer oídos sordos. Pero ellos lo sabían, y seguían avanzando. Estaba todo tan tranquilo… ¿Y si era ya demasiado tarde?
Sacó su pistola y empezó a avanzar a gatas. Entonces los vio a unos diez metros de allí. Estaban en el suelo, revolcándose. Él estaba encima. Ella luchaba, forcejeaba sin cesar.
Pero parecían estar solos. Tully miró a su alrededor cuidadosamente. Escudriñó cuanto lo rodeaba. No había nadie más. Ningún chico esperando o montando guardia. Tampoco se veía al reverendo Everett. ¿O eso venía después?
¿Esperaba el buen reverendo hasta que acababa el forcejeo? ¿Y podía esperar él? ¡Cielo santo! El chico le estaba arrancando la ropa. Se oyó una bofetada, un gemido, nuevos forcejeos. ¿Se atrevía a esperar a que apareciera Everett? ¿Podía correr ese riesgo?
Le pareció oír una hebilla, tal vez una cremallera. Otro quejido. Pensó en Emma. Aquella chica no era mucho mayor. Escudriñó los árboles. Algo se movía a su derecha. Uno de los agentes había llegado. Pero no era Everett.
¡Maldición!
No veía ninguna cuerda fosforescente. Ni esposas. Tal vez todo eso fuera cosa de Everett. ¿Y si intervenía ya?
Ella gritó, y Brandon la pegó de nuevo.
– Cállate la puta boca y estate quieta -le siseó.
Tully se levantó sin vacilar. Unas pocas zancadas y encañonó con la Glock la base del cráneo de Brandon antes de que el chico pudiera moverse siquiera.
– No, cállate tú la puta boca, cabrón -le dijo al oído para que no perdiera ni una palabra-. Se acabó el juego.