Gwen necesitaba tranquilizarse, pero se bebió el resto del vino de todos modos. Sentía que Tully la observaba desde el otro lado de la mesita redonda con una expresión amable y preocupada mientras jugueteaba con sus espaguetis con albóndigas.
Tully había elegido un bonito restaurante italiano con manteles blancos almidonados, velas en las ventanas y una hilera de camareros que les trataban con suma cordialidad y se gritaban los unos a los otros en italiano en cuanto cruzaban las puertas basculantes de la cocina.
Gwen apenas había tocado sus fettucini Alfredo con nata fresca y champiñones. Olían de maravilla, pero de momento lo único que le apetecía era el vino, y sus efectos narcotizantes. Necesitaba deshacerse del recuerdo de aquel lápiz clavado en su garganta y del deseo de darse una patada en el culo por ser tan necia. Empezaba a comprender por qué Maggie recurría al whisky tan a menudo. A fin de cuentas, Maggie tenía en su haber una lista mucho más larga y espeluznante de imágenes que borrar del banco de su memoria.
– Lo siento -dijo por fin-. Deberías haberme dejado en mi habitación. Me temo que esta noche no soy muy buena compañía.
– No te preocupes, estoy acostumbrado a que las mujeres no me hablen en la cena.
Gwen, que no esperaba aquella respuesta, se echó a reír. Tully sonrió, y Gwen pensó de pronto en lo terrible que tenía que haber sido aquella tarde también para él.
– Gracias -dijo-. Necesitaba reírme.
– Me alegra servirte de algo.
– He fastidiado el viaje. No hemos sacado nada en claro.
– Yo no diría eso. Pratt creía que te enviaba el padre Everett. Eso dijo. Es más de lo que sabíamos antes, y puede que sea lo único que necesitamos para relacionar a Pratt y a los otros con el reverendo Everett. Pero el viaje habrá sido en balde si no comes algo.
Sonrió de nuevo, y Gwen se preguntó si tenía tantas ganas como ella de olvidar lo ocurrido esa tarde. Tully seguía mirándola como si esperara una respuesta.
– Si esto no te gusta, podemos ir a otra parte -agregó.
– No, no, está muy bien. Huele de maravilla. Sólo estaba esperando a que se me abriera el apetito.
No le había dicho que se había tomado una copa de champán mientras se cambiaba para la cena. El hotel había enviado por error a su habitación una cesta de recién casados. Cuando llamó a recepción, el empleado se avergonzó tanto que insistió en que se la quedara y disfrutara de ella -enviarían otra a la pareja de recién casados-. Pero no podría disfrutar del todo la cesta, que incluía aceites para masajes y un surtido de condones. Tendría que conformarse con el champán y los bombones.
Vio que Tully seguía luchando a brazo partido con sus espaguetis. Los iba cortando en trocitos en lugar de enrollarlos con el tenedor. Era penoso verlo.
– ¿Te importa que te enseñe cómo se hace? -preguntó.
Él levantó la mirada y, al comprender a qué se refería, se puso colorado. Antes de que pudiera contestar, Gwen corrió la silla hasta quedar pegada a su brazo derecho. Puso la mano suavemente sobre la de él, a pesar de que apenas lograba abarcarla con los dedos, y le mostró cómo debía agarrar el tenedor.
– El secreto -dijo mientras tomaba su otra mano- está en la cuchara -le indicó con la cabeza que tomara la cuchara con la mano izquierda-. Tiras de unos pocos espaguetis con el tenedor para separarlos del montón y luego los envuelves lentamente, con un movimiento suave, apoyando el tenedor en la parte cóncava de la cuchara.
Sentía el aliento de Tully en el pelo y el sutil aroma de su loción de afeitar. Las manos de él obedecían cada una de sus indicaciones. A Gwen le sorprendió lo suave de su tacto. Cuando acabó de darle explicaciones, le soltó, se recostó en la silla y se corrió hacia su lado de la mesa sin mirarlo a los ojos.
– Misión cumplida -señaló los espaguetis, perfectamente enrollados, del tenedor de Tully-. Aprendes muy deprisa.
Tully vaciló un momento y se llevó el tenedor a la boca. Lo intentó de nuevo mientras masticaba y, cuando consiguió enrollar solo los espaguetis, levantó el tenedor para que Gwen lo viera. Esta vez sus ojos se encontraron y ninguno de ellos desvió la mirada hasta que uno de los camareros les interrumpió para ofrecerse a llenar de nuevo sus copas de vino, cosa que Gwen aceptó. Estaba segura de que era conveniente anestesiar también la extraña excitación que sentía de pronto.
Logró comerse parte de los fetuccini con otra copa de vino, y hasta dejar limpio el plato de su mitad de los cannoli que les sirvieron de postre. Durante el café y luego, durante el largo trayecto en taxi hasta el hotel, se sorprendió hablándole a Tully de su consulta y de la vieja casa que estaba restaurando. Él, por su parte, le habló de Emma y de las dificultades de educar a una chica de quince años. Gwen ignoraba que tuviera la custodia de su hija. Por alguna razón, el ser un padre devoto y soltero completaba la exasperante imagen que se había formado de él como el perfecto Boy Scout.
Al llegar a la puerta de su habitación, le invitó a tomar una copa del champán que le habían obsequiado por error, convencida de que se curaba en salud porque el Boy Scout no aceptaría. Pero el Boy Scout aceptó. Antes de servir el champán, se volvió hacia él. Necesitaba decirle lo que había estado evitando decir toda la tarde.
– Tengo que darte las gracias -dijo, y le sostuvo la mirada para que no pudiera salirse por la tangente con una broma-. Hoy me has salvado la vida, Tully.
– No podría haberlo hecho sin tu ayuda. Tienes instinto, doctora -le sonrió. Saltaba a la vista que le incomodaba aceptar sus méritos. Así pues, iba a ponérselo difícil.
– ¿No puedes dejar sencillamente que te dé las gracias?
– Está bien.
Gwen se acercó a él, se puso de puntillas y aun así tuvo que tirarle de la corbata para poder besarle en la mejilla. Al hacerlo, notó que su mirada se había vuelto seria. Antes de que se apartara, Tully se apoderó de su boca suave pero apasionadamente.
Gwen se echó un poco hacia atrás sobre los talones y lo miró fijamente.
– Eso no me lo esperaba -dijo, sorprendida por su propio aturdimiento. Tenía que ser el vino.
– Lo siento -dijo él, amoldándose de nuevo a su imagen de Boy Scout-. No he debido…
– No, no hace falta que te disculpes. La verdad es que ha sido… ha sido bastante agradable.
– ¿Agradable? -parecía dolido, y Gwen sonrió, a pesar de que la mirada de Tully seguía siendo seria-. Creo que puedo hacerlo mejor.
Dio dos pasos y la besó de nuevo, sólo que esta vez no pasó mucho tiempo antes de que su boca se negara a conformarse con los labios de Gwen. Ésta se apoyó en el respaldo del sofá y deslizó los dedos por su superficie, buscando algo a lo que agarrarse mientras Tully seguía demostrándole que, en efecto, podía hacerlo mucho mejor.