14. Anuncios de tormenta

—He convocado esta reunión del Comité —empezó diciendo Su Excelencia, el embajador de Marte en los Planetas Unidos—, porque el doctor Perera tiene algo muy importante que comunicarnos. Insiste en que debemos ponernos en comunicación con el comandante Norton en seguida, utilizando al efecto el canal de prioridad que hemos podido establecer después de (permítaseme expresarlo así), muchas dificultades. El informe del doctor Perera es un tanto técnico y, antes de dedicarnos a él, pienso que se impone hacer una síntesis de la situación. La doctora Price se ha encargado de prepararla. Ah, si, tenemos aquí dos justificaciones por ausencias, Sir Lewis Sands tuvo que regresar a la Tierra para presidir una conferencia, y el doctor Taylor pidió que se le excusara.

Estaba casi feliz por esta última ausencia. El antropólogo había perdido rápidamente todo interés por Rama cuando se hizo obvio que presentaría poco campo de acción para él. Como muchos otros, se sintió amargamente decepcionado al enterarse de que ese extraño mundo movible estaba muerto, de que no tendría oportunidad de lucirse con libros sensacionales y videotapes sobre los rituales y pautas de conducta en Rama. Otros podían desenterrar esqueletos y clasificar artefactos, pero «esa» clase de cosas no interesaban a Conrad Taylor. Tal vez el único descubrimiento que le haría regresar apresuradamente seria el de algunas explicitas obras de arte, como los famosos frescos de Thera y Pompeya.

El punto de vista de Thelma Price era exactamente opuesto. Ella prefería excavaciones y ruinas libres de habitantes que podrían interferir en estudios científicos imparciales. El lecho del Mediterráneo había sido ideal, o lo fue por lo menos hasta que los proyectistas de ciudades y los pintores de paisajes comenzaran a interponerse. Y Rama habría sido perfecto, de no ser por el enloquecedor detalle de que quedaba a más de cien millones de kilómetros de distancia y que jamás podría visitarlo.

—Como todos ustedes saben —empezó Thelma Price—, el comandante Norton completó un viaje transversal de casi treinta kilómetros sin tropezar con ningún problema. Exploró la curiosa zanja o foso, señalado en los mapas como el Valle Recto. El propósito de este foso es todavía desconocido, pero su importancia es evidente porque recorre toda la longitud de Rama, excepto donde lo interrumpe el Mar Cilindrico. Y existen dos estructuras idénticas, con una separación de ciento veinte grados, en la circunferencia de ese mundo.

—A continuación el grupo de exploradores se volvió hacia la izquierda —o hacia el este, si adoptamos la convención del Polo Norte— hasta llegar a Paris. Corno podrán apreciar por esta fotografia, tomada con una cámara telescópica desde el cubo, se trata de un grupo de varios cientos de edificios con anchas calles entre ellos.

»Ahora bien: estas otras fotografías fueron tomadas por el grupo del comandante Norton cuando llegaron al lugar. Si Paris es una ciudad, se trata de una ciudad muy peculiar. Observen ustedes, ¡ninguno de los edificios tiene ventanas ni puertas ! Son todas estructuras lisas, rectangulares, de treinta y cinco metros de alto. Y parecen haber surgido directamente del suelo. No se advierten uniones de ninguna clase. Observen esta ampliación de la base de una pared; no hay más que una transición uniforme entre bloque y suelo.

«Mi impresión es que este lugar no es un área residencial, sino más bien un área destinada a depósitos y almacenes. En apoyo de esta teoría, observen esta otra foto.

»Estas estrechas ranuras o canaletas, de unos cinco centímetros de ancho, se extienden a lo largo de todas las calles, con desviaciones que penetran en los edificios a través de las paredes. Existe una asombrosa semejanza con los rieles de los tranvías de comienzos del siglo veinte. Obviamente forman parte de algún sistema de transporte.

»Nosotros nunca consideramos necesario que los medios de transporte público llegaran hasta el interior de cada edificio. Habría sido económicamente absurdo: la gente siempre puede caminar unos cientos de metros. Pero si estos edificios se utilizaban como depósitos de material pesado, entonces sí tendría un sentido.

—¿Puedo formular una pregunta? —interrumpió el Embajador de la Tierra.

—Por supuesto, sir Robert.

—¿No pudo entrar el comandante Norton a uno de esos edificios?

—No. Cuando escuche su informe, comprobará usted cuán frustrado se sintió. En un momento decidió que sólo podia penetrarse en esos edificios desde bajo tierra, luego descubrió las ranuras del sistema de transporte y cambió de idea.

—¿Intentó forzar la entrada?

—No tenía manera de hacerlo, sin explosivos o herramientas pesadas. Y tampoco quiere hacerlo hasta que todos los otros medios hayan fallado.

—¡Ya lo tengo! —gritó de pronto Dennis Solomons, interrumpiendo el diálogo—. ¡El capullo!

—¿Cómo?

—Es una técnica desarrollada hace unos doscientos años —explicó el historiador de la ciencia—. Cuando hay algo que se desea preservar de la acción destructora del ,tiempo, se lo encierra dentro de una bolsa de plástico y luego se le inyecta gas inerte. Originalmente se utilizaba para proteger el equipo militar entre una y otra guerra y hasta se aplicaba a buques enteros. Todavía se utiliza ampliamente en los museos con poco espacio para depósito. Nadie sabe qué hay en el interior de algunos de los centenarios capullos guardados en los sótanos del Smithsonian.

La paciencia no era una de las virtudes de Perera. Estaba ansioso por dejar caer su bomba, y ya no pudo contenerse más.

—¡Por favor, señor Embajador! Todo eso que nos cuenta es muy interesante, pero estimo que mi información tiene carácter urgente.

—Si no hay otros puntos a considerar… muy bien, doctor Perera.

El exobiólogo a diferencia de Taylor, no se sintió decepcionado por Rama. Era cierto que ya no esperaba descubrir vida en su interior; pero tarde o temprano, y de eso estaba seguro, se descubririan los restos de los seres que habian construido ese mundo fantástico. Claro que la exploración apenas habla comenzado, y el tiempo disponible era espantosamente corto, antes de que el Endeavour se viera obligado a escapar de su órbita actual, peligrosamente cercana al Sol. Y ahora, si sus cálculos eran correctos, el contacto del hombre con Rama sería aún más breve de lo que habían temido. Pasaron por alto un detalle… porque era tan grande que nadie lo había notado antes.

—De acuerdo con nuestra última información —Comenzó Perera—, un grupo se encuentra ahora camino del Mar Cilíndrico, mientras que el comandante Norton ha puesto a otro grupo a trabajar en la instalación de una base de suministros al pie de la Escalera Alfa. Cuando haya sido establecida, piensa tener lo menos dos misiones exploratorias operando al mismo tiempo. Confía en esa forma utilizar su limitado poder humano al máximo de su eficiencia.

»Es un plan excelente, pero puede no haber tiempo para llevarlo a la práctica. Yo aconsejaría un alerta inmediato, y la preparación para un retiro eventual completo de hombres y efectos en un plazo de doce horas. Permítanme que me explique.

»Es sorprendente lo poco que se ha comentado una anomalía bastante obvia referente a Rama. Rama se encuentra dentro de la órbita de Venus, y sin embargo su interior sigue helado. ¡Y la temperatura de un objeto expuesto a la acción directa del sol en este punto es de lo menos quinientos grados!

»La razón, naturalmente, es que Rama no ha tenido tiempo de calentarse. Debe haberse enfriado hasta casi el cero absoluto, 270 grados bajo cero, mientras viajaba a través del espacio interestelar. Ahora, al aproximarse al Sol, su corteza exterior debe tener la temperatura del acero fundido. Pero el interior seguirá frío hasta que el calor traspase ese kilómetro de roca.

»Si no recuerdo mal, existe una especie de postre muy original, con una corteza caliente y helado en el medio… no sé qué nombre le dan.

—Alaska horneado». Por desgracia no me gusta y lo sirven siempre en los banquetes de Planetas Unidos.

—Gracias, Sir Robert. Esa es la situación de Rama por el momento, calor por fuera y frío por dentro, pero no se prolongará. Durante todas estas semanas, el calor del Sol ha estado abriéndose paso a través de su corteza, y podemos esperar una repentina y violenta elevación de la temperatura en el término de unas pocas horas. No es ése el problema, sin embargo; sea como fuere, para cuando el comandante Norton y los suyos deban abandonar Rama, la temperatura no será más que confortablemente tropical.

—¿Cuál es entonces la dificultad que prevé usted, doctor Perera ?

—Puedo responder con una sola palabra, señor embajador: huracanes.

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