33. Arañas

En adelante, decretó Norton, siempre quedarían por lo menos tres personas en el Campamento Alfa, y una de ellas permanecería siempre despierta. Además, todos los grupos de exploración seguirían la misma rutina. Seres potencialmente peligrosos se movían en el interior de Rama, y aunque ninguno habla demostrado una activa hostilidad, un comandante sensato no corría riesgos innecesarios. Como medida extra de seguridad, siempre habría un vigía allá arriba, en el cubo, provisto de un poderoso telescopio.

Desde esa posición ventajosa podía observarse todo el interior de Rama, y hasta el Polo Sur parecía estar apenas a unos cuantos cientos de metros de distancia. El territorio alrededor de cualquier grupo de exploradores se mantendría bajo una observación constante. En esa forma, se confiaba eliminar cualquier posibilidad de una sorpresa desagradable.

Era un buen plan, y fracasó rotundamente.

Después de la última comida del día, y justo antes del período de descanso número 2200, Norton, Rodrigo, Calvert y Laura Ernst estaban viendo las noticias de la noche teletransmitidas especialmente para ellos desde la transmisora de Infierno, Mercurio. Les interesaba sobre todo ver la película rodada por Jimmy del Hemisferio Sur, y el viaje de regreso a través del Mar Cilíndrico, un episodio que había entusiasmado a los televidentes. Los científicos, comentaristas de noticias, y miembros del Comité Rama, hablan expresado sus opiniones, la mayoría de ellas contradictorias. Ninguno se puso de acuerdo respecto a si esa criatura parecida a un cangrejo con que se había encontrado Jimmy era un animal, una máquina, un legítimo ramán, o algo que no encajaba en ninguna de esas categorías.

Habían estado viendo, con una sensación de náusea, la estrella de mar gigante mientras sus atacantes la despedazaban, cuando descubrieron que ya no estaban solos. Habla un intruso en el campamento.

Laura Ernst fue quien lo advirtió primero. Se quedó helada en el lugar, y luego murmuró:

—No te muevas, Bill. Ahora gira la cabeza con, lentitud y mira a tu derecha.

Norton hizo lo que se le indicaba. A diez metros de distancia había un delgado trípode coronado por un cuerpo esférico no más Fande que un balón de fútbol. Asentados alrededor de ese cuerpo se advertían tres grandes ojos desprovistos de expresión que abarcaban al parecer 360 grados de visión. Le colgaban detrás tres especies de látigos muy finos. Este extraño ser no llegaba a tener la altura de un hombre y parecía demasiado frágil para resultar peligroso, pero eso no disculpaba la negligencia de ellos que permitió al intruso acercarse sin que nadie lo notara.

Su aspecto le hacía pensar a Norton en una araña de tres patas o una mantis religiosa, y se preguntó cómo había resuelto el problema —nunca intentado por ser alguno en la Tierra— de la locomoción a tres puntas.

—¿Qué piensa de esto, doctora? —murmuró, cortando la voz del comentarista de la T.V.

—La usual simetría triple característica de Rama. No veo en qué forma podría dañarnos, aunque esas colas de látigo deben ser desagradables…. sin contar con que podrían ser venenosos, como los celentéreos. Quedémonos quietos, y veremos qué nace.

Después de contemplarlos impasible durante varios minutos, el extraño ser se movió repentinamente; y ahora pudieron comprender por qué nadie advirtió su llegada. Era rapidísimo, y cubría la distancia con un movimiento de rotación tan extraordinario que el ojo y la mente humana tenían verdadera dificultad para seguirlo.

Hasta donde Norton podía juzgar —y sólo una cámara de alta velocidad podía decidir la cuestión— cada pata actuaba a su vez como un pivote alrededor del cual ese ser giraba su cuerpo. Y no hubiera podido asegurarlo, pero le parecía también que cada cierto número de —pasos» invertía la dirección del giro, mientras las tres colas daban latigazos en el suelo a medida que avanzaba. Su máxima velocidad —aunque también esto era difícil de calcular— parecía ser lo menos de treinta kilómetros por hora.

Se paseó velozmente alrededor del campamento, examinando cada pieza de equipo, tocando con delicadeza las camas improvisadas, las mesas y sillas, los instrumentos de comunicación, los alimentos envasados, los aparatos sanitarios electrónicos, las cámaras, los bidones de agua, las herramientas, parecía no haber nada que ignorara, excepto a las cuatro personas que lo observaban. Evidentemente, era lo bastante inteligente para establecer una distinción entre los humanos y su propiedad inanimada. Sus acciones daban la inconfundible impresión de una curiosidad extremadamente metódica o un gran deseo de saber.

—¡Cómo me gustaría examinarlo! —exclamó Laura, frustrada, mientras el extraño ser proseguía sus rápidas piruetas—. ¿Y si intentásemos cazarlo?

—¿Cómo? —preguntó Calvert razonablemente.

—Ya sabes cómo atrapaban los cazadores primitivos a los animales veloces, por medio de un lazo, con un par de pesas en un extremo, que se les enredaban en las patas haciéndolos caer. Y no les causaban daño.

—Eso lo dudo —interpuso Norton—. Pero aun cuando diera resultado, no podremos arriesgarnos. No conocemos. el grado de inteligencia de esta criatura, y un recurso semejante podría con facilidad romperle las patas. Entonces tendríamos problemas, con Rama, la Tierra, y qué sé yo qué más.

—¡Pero necesito obtener un ejemplar!

—Deberás contentarte con la flor de Jimmy, a menos que una de estas criaturas coopere contigo. La fuerza queda eliminada. Piensa un poco. ¿Te gustaría que un ser extraño descendiera en la Tierra y al verte decidiera que tú serías un buen ejemplar para la disección?

—No lo quiero para disecarlo —replicó Laura, con un tono nada convincente—. Sólo para examinarlo.

—Bueno, los visitantes de otro mundo podrían tener la misma actitud hacia ti, pero pasarías momentos muy incómodos antes de convencerte de su sinceridad. No debemos hacer ningún movimiento que pueda ser de algún modo considerado como amenazador.

Norton repetía las órdenes recibidas de sus superiores, por supuesto, y Laura lo sabía. Las llamadas de la ciencia tenían una prioridad menor que las de la diplomacia del espacio.

Pero en realidad no había necesidad de recurrir a tan elevadas consideraciones; era una simple cuestión de buenas maneras. Todos ellos eran visitantes allí, y ni siquiera hablan pedido permiso para entrar.

La extraña criatura parecía haber concluido su inspección. Dio otro rápido rodeo al campamento* y luego salió por la tangente en dirección de la escalera.

—Me pregunto cómo se las arreglará con los escalones —reflexionó Laura. Su pregunta tuvo pronta respuesta: la araña ignoró los escalones por completo y subió por la rampa suavemente sesgada sin disminuir su velocidad.

—Control del Cubo —irradió Norton—, es posible que reciban una visita muy pronto. Echen una ojeada a la Escalera Alfa, sección seis. Y a propósito, gracias por vigilar tan bien el campamento.

Transcurrió más de un minuto antes de que fuera captado el sarcasmo. Fue entonces cuando el vigía del cubo comenzó a carraspear y hacer otros ruiditos que podían tomarse como expresiones de disculpa.

—Esto… creo que estoy viendo algo, jefe, ahora que usted me ha llamado la atención sobre ello. Pero, ¿qué es?

—Su conjetura es tan buena como la mía —respondió Norton mientras oprimía el botón de Alerta General—. El Campamento Alfa llamando a todas las estaciones. Acabamos de ser visitados por una criatura con la apariencia de una araña de tres patas. Las patas son muy delgadas, de unos dos metros de altura; tiene un pequeño cuerpo esférico encima, se desplaza a gran velocidad con un movimiento de rotación. Parece inofensiva, pero muy curiosa. Puede aproximarse a ustedes sin que lo noten. Por favor, informen si eso ocurre.

La primera respuesta llegó desde Londres, a quince kilómetros al este.

—Nada fuera de lo común aquí, jefe.

Desde la misma distancia al oeste respondió Roma, con una voz sospechosamente adormilada.

—Sin novedad, jefe. Esto… a ver… un momento…

—¿Qué pasa?

—Tenla mi bolígrafo sobre la mesa hace un minuto… ¡y ha desaparecido! ¿Qué… ¡Oh!

—¡Hable con claridad, hombre!

—Usted no lo creerá, jefe. Estaba haciendo algunas anotaciones… (usted sabe que me gusta escribir y con eso no molesto a nadie) y utilizaba al efecto mi bolígrafo favorito tiene casi doscientos años de antiguedad. Bueno: ¡ahora está en el suelo, a cinco metros de distancia! Aguarde…, ya lo tengo. Por suerte parece que no se ha roto.

—¿Y cómo cree que llegó a tanta distancia?

—Esto… lo ignoro. Tal vez he dormitado un minuto… Ha sido un día duro.

Norton suspiró, pero evitó hacer ningún comentario; eran tan pocos y tenían tan poco tiempo para explorar un mundo. No siempre el entusiasmo llegaba a vencer la fatiga, y se preguntó si no estarían corriendo riesgos innecesarios. Quizá hacía mal en dividir a sus hombres en grupos tan reducidos y tratar de cubrir tanto territorio. Pero en todo momento estaba consciente del paso veloz de los días y de los misterios no resueltos alrededor de ellos. Cada vez estaba más convencido de que algo estaba a punto de suceder, y de que tendrían que abandonar Rama aun antes de que alcanzara el perihelio, el momento de la verdad cuando debla tener lugar el cambio orbital.

—Escuchen con atención, Cubo, Roma, Londres, y todos los demás —dijo—. Quiero un informe cada media hora durante toda la noche. Suponemos que de ahora en adelante podemos tener visitantes en cualquier momento. Algunos tal vez sean peligrosos, pero a cualquier precio debemos evitar… incidentes. Todos conocen las normas a seguir en tal sentido.

Eso era cierto; formaba parte de su entrenamiento. Sin embargo, quizá ninguno de ellos habla creído nunca realmente que el tan teorizado «contacto fisico con seres inteligentes desconocidos» pudiera tener lugar en el curso de sus vidas, y aun menos que lo experimentarían personalmente.

El entrenamiento era una cosa, la realidad otra; y nadie podía estar seguro de que los viejos instintos humanos de la propia conservación no dominarían en una emergencia. No obstante, era esencial conceder a cada ser que encontraran en Rama el beneficio de la duda hasta el último minuto posible… y un poco más.

El comandante Norton no quería figurar en la historia como el hombre que inició la primera guerra interplanetaria.

En el término de unas horas aparecieron cientos de arañas y se diseminaron por toda la planicie. A través del telescopio comprobaron que también el Hemisferio Sur estaba infestado de ellas, no así, al parecer, la isla de Nueva York.

Los extraños seres siguieron sin prestar la menor atención a los exploradores, y al cabo de un tiempo los exploradores les daban poca importancia…. aunque de tanto en tanto Norton detectaba un brillo rapaz en los ojos de su Comandante Médico. Nada hubiera complacido más a Laura, estaba seguro, que el hecho de que una de las arañas sufriera un accidente infortunado, y no la consideraba incapaz de tramar algo semejante en el interés de la ciencia.

Parecía prácticamente comprobado que las arañas no tenían inteligencia; sus cuerpos eran harto pequenos para contener nada parecido a un cerebro, y en verdad resultaba difícil comprender dónde almacenaban la energía para moverse. Sin embargo, su comportamiento era curiosamente determinado y coordinado. Aparecían por todas partes, pero nunca visitaban el mismo lugar dos veces. Norton tenía con frecuencia la impresión de que estaban buscando algo. Lo que quiera que fuese, no parecían haberlo descubierto.

Subían hasta el cubo central, desdeñando las tres grandes escaleras. Cómo se las arreglaban para ascender las secciones verticales, aun a una gravedad de casi cero, no tenía explicación. La teoría de Laura era que tenían almohadillas de succión.

Y entonces, para su obvio deleite, obtuvo su ansiosamente deseado ejemplar. El Control del Cubo informó que una araña habla caído por la cara vertical y yacía, muerta o incapacitada, en la primera plataforma. El tiempo en que recorrió Laura la distancia desde la planicie a la primera plataforma constituyó un récord que nunca sería superado.

Cuando llegó al lugar descubrió que, a pesar de la escasa velocidad de impacto, la araña se habla roto todas las patas. Sus ojos estaban abiertos, pero no manifestaban reacción alguna a los exámenes externos. Hasta un cadáver humano habría tenido más vida, pensó Laura con humor negro. Tan pronto como tuvo a su preciado botín en su laboratorio del Endeavour, comenzó a trabajar con su instrumental de disección.

La araña era tan frágil que casi se deshizo sin su intervención. Le desarticuló las patas, y luego comenzó a trabajar en el delicado caparazón, que se hundió alrededor de tres grandes círculos y se abrió como una naranja mondada.

Al cabo de unos instantes de completa incredulidad —porque no había nada allí que pudiera reconocer o identificar— Laura tomó una serie de fotografias. Después recogió su escalpelo. ¿Dónde empezar a cortar? Sintió la tentación de cerrar ¡Os Ojos Y hundir el escalpelo al azar, pero eso no hubíe~ ra sido Muy científico.

La afilada hoja penetró sin resistencia. Un segundo más tarde el aullido Muy Poco digno de una dama de la comandante médico Ernst se expandió a todo lo largo y ancho del Endeavour.

El fastidiado sargento McAndrews tardó sus buenos veinte minutos en calmar a los sobresaltados chimpancés.

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