3. Rama y Sita

La reunión extraordinaria del Consejo Consultivo del Espacio fue breve y tormentosa. Llegado el siglo veintidós, aún no se había descubierto la forma de evitar que científicos viejos y conservadores ocuparan posiciones administrativas-clave. En verdad, se dudaba de que el problema pudiera ser resuelto alguna vez.

Para empeorar las cosas, el presidente actual del CCE era el profesor Emeritus Olaf Davidson, el famoso astrofisico. Al profesor Davidson no le interesaban mayormente los objetos que estuvieran por debajo de la importancia de una galaxia, y jamás se molestaba en disimular sus prejuicios. Y aunque se veía obligado a admitir que el noventa por ciento de su ciencia se basaba ahora en las observaciones de los instrumentos colocados en el espacio, no se sentía feliz por ello ni mejor predispuesto. En no menos de tres ocasiones, en el curso de su distinguida carrera, satélites especialmente lanzados para probar una de sus teorías preferidas hicieron precisamente lo contrario.

La cuestión planteada ante el Consejo era bastante clara y precisa. No cabía duda de que Rama era un objeto insólito, sin embargo, ¿era un objeto importante? En pocos meses se habría ido para siempre, de modo que restaba poco tiempo para actuar. Las oportunidades perdidas ahora no volverían a presentarse nunca más.

A un costo tremendamente elevado, una sonda espacial que había de ser lanzada muy pronto desde Marte para ir más allá de Neptuno, podría ser modificada y enviada en una trayectoria de alta velocidad para encontrarse con Rama. No había esperanzas de un contacto real; seria el cruce de pasada más rápido que se habría registrado nunca, porque los dos cuerpos se cruzarían a una velocidad de doscientos mil kilómetros por hora. Rama podría ser observado intensamente durante unos pocos minutos tan sólo, con un verdadero primer plano de menos de un segundo. Pero con el instrumental apropiado, ese brevísimo lapso bastaría para aclarar muchos puntos oscuros.

Aunque Davidson no miraba con buenos ojos la sonda para Neptuno, ésta ya había sido aprobada, y no veía la ventaja de invertir más dinero en un cambio de planes. Habló con elocuencia de la tontería de esa caza de asteroides, y de la urgente necesidad de un nuevo interferómetro de alto poder en la Luna para probar de una vez por todas la teoría del «gran estallido» de la creación.

Ese fue un grave error táctico de su parte, porque los tres más ardientes partidarios de la teoría «estado estable modificado» eran asimismo miembros del Consejo. Estaban secretamente de acuerdo con Davidson en que la caza de asteroides era un despilfarro; sin embargo…

El profesor Davidson perdió por un voto.

Tres meses más tarde, la sonda espacial rebautizada Sita fue lanzada desde Fobos, la luna interior de Marte.

El tiempo de vuelo era de siete semanas, y se le dio al instrumento su máxima potencia sólo cinco minutos antes de ser interceptado. Simultáneamente, se liberó una serie de cámaras fotográficas en el momento de pasar junto a Rama para tomarlo desde todos los ángulos.

Las primeras imágenes, desde una distancia de diez kilómetros, paralizaron las actividades de toda la humanidad. En un billón de pantallas de televisión apareció un diminuto cilindro sin rasgos característicos, cuyas dimensiones iban en aumento segundo a segundo. Cuando alcanzó el doble de su tamaño, nadie podía ya pretender que Rama fuera un objeto natural.

Su cuerpo formaba un cilindro tan geométricamente perfecto que bien podía haber sido trabajado en un torno; desde luego un torno con sus puntas a cincuenta kilómetros una de otra. Ambos extremos eran bien planos, con excepción de algunas pequeñas estructuras que se levantaban en el centro de una de las caras, y medían veinte kilómetros de largo. A distancia, cuando no había sentido de escala, Rama se parecía cómicamente a una olla doméstica común.

Rama creció hasta llenar la pantalla. Su superficie era de un gris apagado, pardusco, tan descolorida como la de la Luna, y completamente desprovista de señales excepto en un punto. En la mitad de¡ cilindro se extendía una mancha de un kilómetro de ancho, como si algo se hubiese estrellado allí, desparramándose, una eternidad atrás.

No había señales visibles de que el impacto hubiera causado el más ligero daño a la corteza giratoria de Rama; pero esa mancha era la que había producido la ligera fluctuación en el brillo que condujera al descubrimiento realizado por Stenton.

Las imágenes de las otras cámaras no agregaron nada nuevo. No obstante, las trayectorias trazadas por sus cápsulas a través del pequeñísimo campo gravitatorio de Rama proporcionaron otra vital pieza de información: la masa del cilindro.

Era demasiado liviana para un cuerpo sólido. Aunque a nadie le sorprendió mucho, estaba claro que Rama debía ser hueco.

El largamente esperado, largamente temido encuentro, se produciría al fin. La humanidad estaba a punto de recibir a su primer visitante venido de las estrellas.

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