24. Libélula

El teniente James Pak era el oficial más joven a bordo del Endeavour, y ésa era sólo su cuarta misión en el espacio lejano. Era ambicioso, y figuraba en la lista de ascensos; pero había cometido una seria infracción al reglamento en vigencia. Se explicaba, por lo mismo, que tardara bastante en decidirse.

Sería una jugada peligrosa; si perdía, se encontraría metido en un grave problema. No sólo arriesgaría su carrera, su futuro sino incluso su vida. Pero si triunfaba, se vería convertido en un héroe. Lo que finalmente le convenció no fue ninguno de esos argumentos; fue la seguridad de que, si no hacia nada ahora, pasarla el resto de su vida lamentando la oportunidad perdida.

Sin embargo, vacilaba todavía cuando pidió al comandante Norton una entrevista privada.

¿De qué se trata ahora? —se preguntaba Norton al analizar la expresión indecisa del rostro del joven oficial. Recordaba la delicada entrevista con Boris Rodrigo; pero Pak no era por cierto del tipo religioso. Los únicos intereses que había demostrado fuera de su trabajo eran el deporte y el sexo, preferentemente combinados.

Era dificil que se tratara de lo primero, y Norton confiaba en que no fuera lo segundo. Habla tropezado con la mayoría de los problemas que un oficial comandante podía encontrar en ese departamento, excepto el ya clásico de un nacimiento imprevisto en el curso de una misión. Aunque esta situación era el tema de innumerables chistes, a él todavía no le habla tocado afrontarla, pero no se hacía ilusiones al respecto: todo era cuestión de tiempo.

—Bien, Jimmy, ¿qué pasa?

—Tengo un idea, comandante. Sé cómo puedo llegar al continente sur, incluso al Polo Sur.

—Le escucho. ¿Cómo se propone hacerlo?

—Esto… volando hasta allí.

—Jimmy, ya he recibido cinco proposiciones para hacerlo, más, si contamos algunas disparatadas sugerencias procedentes de la Tierra. Hemos considerado la posibilidad de adaptar los propulsores de nuestros trajes espaciales, pero la resistencia opuesta por el aire de Rama los tornarla ineficaces por completo. Quedarían sin combustible antes de haber hecho diez kilómetros.

—Lo sé, comandante. Pero tengo la solución.

La actitud de Pak era una curiosa mezcla de completa confianza y nerviosismo a duras penas reprimido. Norton se sentía desconcertado. ¿Qué preocupaba tanto al muchacho? Con seguridad conocía lo suficiente a su superior para saber que ninguna propuesta razonable sería recibida con frialdad.

—Bien, ¡adelante! Si da resultado, veré que su ascenso sea retroactivo.

Esa mitad promesa, mitad broma, no fue recibida tan bien como esperaba. Jimmy le dirigió una sonrisa algo torcida, hizo dos o tres falsos comienzos, y por fin se decidió por un rodeo.

—Usted sabe, comandante, que yo participé en las olimpíadas Lunares el año pasado.

—Desde luego. Siento que no haya ganado.

—Tenía un mal equipo. Sé ahora cuál fue el fallo. Tengo amigos en Marte que han estado trabajando en eso, en secreto. Queremos dar una sorpresa a todos.

—¿Marte? Pero yo no sabia…

—Son muchas las personas que no lo saben. El deporte en cuestión es todavía muy nuevo allí; sólo se intentó en el Campo de Deportes Xante. Pero los mejores aerodinamicistas del sistema solar se encuentran en Marte. Si es usted capaz de volar en —esa» atmósfera, puede volar en cualquier parte.

»Ahora bien, mi idea fue que si los marcianos podían construir una buena máquina, con toda la técnica que ellos tienen, ésta darla resultados bárbaros en la Luna, donde la gravedad es sólo la mitad.

—No está mal pensado, pero, ¿de qué nos sirve eso a nosotros? —Norton comenzaba a adivinar, pero quería dar a Jimmy soga suficiente.

—Bueno, comandante, yo formé un sindicato con algunos amigos en Puerto Lowell. Ellos han construido un aparato aeroWtico, con algunos refinamientos que nadie ha visto hasta ahora. En la gravedad lunar, debajo de la cúpula olímpica, causara sensación.

—Y conquistará usted la medalla de oro.

—Así lo espero, comandante.

—Permítame ver si sigo correctamente la corriente de su pensamiento, Jimmy. Una cometa mecánica que podría ser utilizada en las Olimpíadas Lunares, a un sexto de una gravedad, tendría una actuación mucho más destacada, sensacional diríamos, en el interior de Rama, donde no hay gravedad. Podría usted volar con ella a lo largo del eje, desde el Polo Norte al Polo Sur, y de regreso.

—Sí, fácilmente. El vuelo directo supondría unas tres horas, sin paradas. Por supuesto uno puede detenerse para descansar en cualquier momento que lo desee, en tanto se mantenga cerca del eje.

—Es una brillante idea y le felicito —dijo Norton—. Lástima que las cometas con piloto no integren el equipo corriente de las naves de Vigilancia Espacial.

Jimmy pareció tener dificultad en responder. Abrió la boca varias veces, pero nada sucedió.

—Está bien, Jimmy. Tan sólo para satisfacer mi morbosa curiosidad, y fuera de programa: ¿cómo se las arregló para meterlo de contrabando a bordo?

—Esto… «artículo de esparcimiento».

—Bueno, por lo menos no mintió. ¿Y cuál es su peso?

_Sólo veinte kilos, comandante.

—¡Sólo veinte kilos! Con todo, no es tan malo como esperaba. En realidad, me asombra que se pueda construir uno de esos aparatos con tan poco peso.

—Algunos pesaban sólo quince kilos, pero eran muy frágiles y por lo general se torcían cuando completaban un giro. No hay peligro de que ocurra eso con la Libélula. Como ya le he dicho es totalmente aerobática.

—Libélula —repitió Norton—. Bonito nombre. Dígame ahora cuál es su plan para utilizarla; luego decidiré yo si merece un ascenso, o un consejo de guerra. 0 ambas cosas.

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