35. Entrega especial

El comandante Norton dormía profundamente cuan do su intercomunicador personal le arrancó de un sueño feliz. Soñaba que estaba de vacaciones con su familia en Marte, y que volaban sobre la impresionante cuna nevada del pico de Nix Olímpica, el más grande volcán de sistema solar. La pequeña Billie había empezado a decirle algo; ahora ya nunca sabría qué.

El sueño se desvaneció, la realidad era su oficial ejecutivo allá arriba, en la nave espacial.

—Siento despertarle, jefe —dijo Kirchoff—. Acaba d llegar una prioridad triple —A desde el cuartel general.

—Pásemelo —pidió Norton, adormilado.

—No puedo. Está en clave. Para los Ojos del Comandante solamente.

Norton despertó en seguida del todo. Había recibido un mensaje semejante sólo tres veces en toda su carrera y en cada ocasión había significado problemas.

—¡Maldición! —exclamó—. ¿Qué hacemos ahora?

Su segundo no se molestó en responder. Ambos comprendían el problema, y era de esas reglas vigentes para la nave espacial no previstas. En circunstancias normales, un comandante nunca estaba más que unos pocos minutos fuera de su despacho, y el libro para descifrar la clave lo guardaba dentro de su caja de hierro personal. Si emprendía ahora el viaje de regreso, Norton llegaría a la nave —exhausto— tal vez dentro de cuatro o cinco horas. Y ésa no era manera de manejar una prioridad Triple-A.

—Jerry —dijo por fin—, ¿quién está en el conmutador?

—Nadie. Yo mismo he hecho la llamada.

—¿La grabadora está desconectada?

—Por alguna extraña infracción al reglamento, sí.

Norton sonrió. Jerry era el mejor oficial ejecutivo con el que le había tocado en suerte trabajar: estaba en todo y pensaba en todo.

—Bien. Tú sabes dónde guardo mi llave. Vuelve a llamar después.

Esperó, tan pacientemente como pudo, durante los diez minutos siguientes, tratando sin mucho éxito de pensar en otros problemas. Odiaba desperdiciar esfuerzo mental; no era probable que adivinara el contenido del mensaje, y pronto se lo comunicarían. Entonces podría empezar a preocuparse con eficacia.

Cuando Kirchoff volvió a llamarle se hizo evidente que hablaba bajo una gran tensión.

—No es en realidad urgente, jefe. Una hora no ¡m~ portará gran cosa. Pero prefiero evitar la radio. Se lo enviaré con un mensajero.

—Pero, ¿por qué?… ¡Oh, está bien, confio en tu criterio! ¿Quién atravesará los pasajes y cerraduras aéreas?

—Ire yo mismo. Le llamaré cuando llegue al Cubo.

—Lo cual deja a Laura a cargo de la nave.

—A lo sumo por una hora. Regresaré inmediatamente. Un oficial médico no poseía los conocimientos especializados necesarios para actuar como capitán, así como no se podía esperar de un capitán de nave espacial que pudiera hacer una intervención quirúrgica. Ambos cargos fueron intercambiados con éxito, alguna vez, en casos de emergencia; pero el procedimiento no se recomendaba. Bien, de todas maneras el reglamento ya había sido quebrantado una vez esa noche.

—Para el registro, tú nunca abandonaste la nave. ¿Has despertado a Laura?

—Sí. Y está encantada de que se le ofrezca la oportunidad.

—Por suerte los médicos están acostumbrados a guardar secretos. ¡Ah!, ¿has enviado el acuse de recibo?

—Por supuesto, en su nombre.

—Entonces te estaré esperando.

Ahora era imposible eludir las especulaciones ansiosas.

—No es en realidad urgente, pero prefiero evitar la radio … ..

Una cosa era cierta: el comandante no iba a dormir mucho más esa noche.

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