37. El misil

El misil estaba todavía a cinco millones de kilómetros cuando el resplandor de sus propulsores de frenado se hizo claramente visible en el principal telescopio del Endeavour. Para entonces el secreto había dejado de serio, y Norton ordenó de mala gana la segunda y quizá definitiva evacuación de Rama. Pero, no tenía intención de irse hasta que los hechos no le dejaran alternativa.

Cuando completó su maniobra de freno, el indeseable visitante de Mercurio estaba sólo a cincuenta kilómetros de Rama, y al parecer hacia un reconocimiento completo con sus cámaras de T.V. Estas eran claramente visibles —una delante y otra atrás— así como varias pequeñas omniantenas y un gigantesco plato direccional, dirigido a la estrella distante de Mercurio. Norton se preguntó qué instrucciones llegaban desde ese rayo de luz y qué información devolvía.

No obstante, los mercurianos no podían enterarse de otra cosa que lo ya sabido; todo lo descubierto por el Endeavour había sido divulgado a través del sistema solar. Ese vehículo espacial que había superado todos los récords de velocidad para llegar allí, podía ser sólo una extensión de la voluntad de sus amos, un instrumento de su propósito. Ese propósito pronto sería conocido, ya que dentro de tres horas el embajador de Mercurio ante los Planetas Unidos hablaría en la Asamblea General.

Oficialmente, el misil no existía. No llevaba marca de identificación, y no transmitía en una banda de frecuencia standard. Eso significaba una seria violación de las reglas, pero ni siquiera Vigilancia Espacial había formulado todavía una protesta formal. Todos aguardaban, con nerviosa impaciencia, a ver qué haría Mercurio a continuación.

Hacía tres días que habían sido anunciados la existencia y origen del misil. Durante todo ese tiempo los mercurianos permanecieron obstinadamente silenciosos. Eran maestros en el arte de callar cuando les convenía.

Algunos psicólogos declaraban que era casi imposible llegar a comprender a fondo la mentalidad de alguien nacido y criado en Mercurio. Exiliados para siempre de la Tierra por su gravedad tres veces más, poderosa, podían pararse en la Luna y mirar a través de ese estrecho abismo el planeta de sus antecesores, en algunos casos de sus padres, pero nunca visitarlo. Y así, inevitablemente, proclamaban que no querían hacerlo.

Pretendían despreciar las lluvias suaves, las onduladas praderas, los lagos y mares, los cielos azules, todo lo que ellos sólo podían conocer a través de grabaciones. A causa de que su planeta estaba inundado de tal energía solar que la temperatura durante el día llegaba a menudo a seiscientos grados, ellos afectaban una resistencia algo fanfarrona, que no resistía el menor análisis. En efecto, tendían a ser fisicamente débiles, puesto que sólo podían sobrevivir si se aislaban totalmente de su entorno. Aun cuando hubieran tolerado la gravedad, un mercuriano habría quedado rápidamente incapacitado por un día de calor en cualquier país ecuatorial de la Tierra.

Sin embargo, en asuntos de verdadera importancia eran resistentes, duros. Las presiones psicológicas de esa estrella rapaz tan al alcance de la mano, los problemas de ingeniería surgidos de la necesidad de arrancar de su empecinado planeta todo lo que fuera menester para la subsistencia, habían producido una cultura espartana y en muchos sentidos admirable.

Se podía confiar en un mercuriano; si él prometía algo, seguro que lo cumpliría, aunque el precio exigido sería considerable. Ellos mismos solían bromear asegurando que si el sol mostraba alguna vez señales de convertírse en una nova, se comprometerían para controlarlo…. una vez fijado el precio. Y era una broma, no precisamente entre los mercurianos, que cualquier niño que mostrara signos de interés por el arte, la filosofia y la matemática abstracta, era inmediatamente vuelto a labrar en las granjas hidropónicas. En lo que a criminales y psicópatas concernía, eso no era una broma ni mucho menos. El crimen era uno de los lujos que Mercurio no podía permitirse.

El comandante Norton había ido a Mercurio en una ocasión y quedó enormemente impresionado, como la mayoría de los visitantes. Hizo muchas amistades, se enamoró de una chica en Puerto Lucifer, e incluso consideró la posibilidad de firmar un contrato por tres años, pero la oposición de los padres de ella, que desaprobaban a todo el que no fuera de la órbita de Venus, era demasiado firme. Lo cual fue para bien.

—Un mensaje Triple-A desde la Tierra, jefe —anunciaron desde el puente—. Voz y texto del Comando en jefe. ¿Listo para recibirlo?

—Registre el texto y archívelo. Déjeme oír la voz.

—Ahí va.

La voz del almirante Hendrix sonaba tranquila y natural, como si estuviese impartiendo una orden de rutina a la flota, en lugar de estar tratando una situación única en la historia del espacio.

Pero, claro, él no se encontraba a diez kilómetros de una bomba de tiempo.

—El Comando en jefe al comandante, Endeavour. Este es un rápido resumen de la situación tal como la vemos ahora. Ya sabe que la Asamblea General se reúne en 1400, y usted va a escuchar su desarrollo. Es posible que deba entrar en acción inmediatamente, sin consulta previa; de ahí este resumen.

»Hemos analizado las fotos que nos envió. El vehículo es una sonda espacial standard, modificada para un mayor potencial y probablemente con un arranque Láser para la aceleración inicial. Dimensión y masa compatibles con una bomba de fusión de un alcance de quinientos a mil megatones. Los mercurianos utilizan cien megatones como rutina en sus operaciones de minería, de modo que no habrán tenido dificultad en reunir semejante material de guerra.

»Nuestros expertos estiman además que ésa sería la mínima medida necesaria para asegurar la destrucción de Rama. Si la carga fuese detonada contra la parte más delgada de la corteza, debajo del Mar Cilíndrico, dicha corteza se quebraría y la rotación del cuerpo completaría su desintegración.

»Presumimos que si proyectan un hecho semejante, le proporcionarán a usted oportunidad y tiempo para alejarse. Para su información, el destello del rayo gamma de una bomba de ese poder podría resultar peligroso para su nave hasta una distancia de mil kilómetros.

»Sin embargo, el peligro mayor no es ése. Los fragmentos de Rama, con un peso de toneladas y girando a casi mil kilómetros por hora, podrían destruir al Endeavour a una distancia ¡limitada. Por lo tanto le aconsejamos que avance a lo largo del eje de rotación, ya que ningún fragmento volará en esa dirección. Diez mil kilómetros le proporcionarán un adecuado margen de seguridad.

»Este mensaje no puede ser interceptado; es emitido por vía múltiple —seudo— al azar, por eso he hablado claramente. Su respuesta puede ser captada, por lo tanto hable con discreción y utilice la clave cuando sea necesario. Le llamaré apenas terminen las conversaciones de la Asamblea General. Fin del mensaje. Comando en jefe, fuera».

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