20. El libro de la revelación

Cuando un miembro de su tripulación le llamaba «comandante», o, aun peor, «Señor Norton», era señal de que algo grave ocurría. Norton no recordaba que Boris Rodrigo se hubiese dirigido a él alguna vez en esa forma, de modo que el asunto debía ser doblemente serio. Aun en tiempos normales, Rodrigo era un tipo serio y solemne.

—¿Cuál es el problema, Boris? —preguntó, cuando la puerta de la cabina se cerró detrás de ambos.

—Quisiera su autorización, comandante, para utilizar la prioridad concedida a la nave a fin de enviar un mensaje directo a la Tierra.

Esto era en sí inusitado, aunque no carecía de precedentes. Las señales de rutina iban al más próximo enlace planetario —en esos momentos trabajaban a través de Mercurio— y aun cuando el tiempo de tránsito era sólo cuestión de minutos, pasaban a menudo cinco o seis horas antes de que el mensaje llegara a manos de la persona a quien iba dirigido. En el noventa y nueve por ciento de los casos eso era suficiente; pero tratándose de una emergencia, podían emplearse canales más directos, y mucho más costosos, a discreción del capitán de la nave.

—Ya sabe, Boris, que tiene que darme una buena razón. Todo nuestro ancho de banda disponible está repleto ya de transmisiones de datos. ¿Se trata de una emergencia de carácter personal?

—No, comandante. Es algo mucho más importante que eso. Deseo enviar un mensaje a nuestra Iglesia Matriz.

«¡Uy!, dijo Norton para sí. ¿Cómo manejo esto?».

—Le agradecería que me explicara —dijo en voz alta.

No era la simple curiosidad lo que le hacía solicitar una explicación, aunque, desde luego, sentía curiosidad. Si concedía a Rodrigo la prioridad pedida, tendría que justificar su autorización.

Los serenos ojos azules estaban fijos en los suyos. No sabia que Rodrigo hubiera perdido jamás el control por cosa alguna; no lo conocía sino tranquilo, seguro de sil mismo. Todos los Cristianos del Cosmos eran así; era uno de los beneficios de su fe, y contribuía a hacer de ellos excelentes astronautas. A veces, empero, su seguridad, que jamás cuestionaba nada, resultaba un tanto fastidiosa a aquellos menos afortunados a quienes no había sido impartida la revelación.

—Concierne a la significación de Rama, comandante. Creo que he descubierto cuál es.

—Prosiga usted, Boris.

—Considere la situación. He aquí un mundo vacío, sin vida, y no obstante adecuado para los seres humanos. Tiene agua y una atmósfera que nos permite respirar. Viene de las profundidades remotas del espacio y se dirige precisamente al sistema solar, algo en verdad increíble, si hemos de pensar que se trata de pura casualidad. Y no sólo parece nuevo; parece como si jamás hubiera sido usado.

Hemos hablado sobre esto mismo docenas de veces, pensó Norton. ¿Qué podría agregar Rodrigo a lo ya dicho?

—Nuestra fe nos ha enseñado a esperar una visita semejante, aunque no sabemos con exactitud qué forma tomará. La Biblia nos da algunas sugerencias. Si ésta no es la Segunda Llegada, puede ser el Segundo juicio; la historia de Noé describe el primero. Yo creo que Rama es un Arca cósmica enviada para salvarnos, o, mejor dicho, para salvar a los que sean dignos de la salvación.

Hubo un largo silencio en la cabina. No era que a Norton le faltaran las palabras; más bien se le ocurrían demasiadas preguntas, aunque no estaba seguro de cuáles eran las más indicadas para hacer.

Por fin manifestó, con el tono más impersonal que pudo adoptar:

—Esa es una hipótesis muy interesante, y aunque yo no pertenezco a su confesión, reconozco que es tentadoramente plausible.

No se estaba mostrando hipócrita ni adulador: despojada de su fondo religioso, la teoría de Rodrigo resultaba por lo menos tan convincente como docenas de otras que había oído. ¿Y si estaba a punto de sobrevenir a la especie humana alguna tremenda catástrofe y una inteligencia superior y benevolente estaba al tanto de ello? Eso lo explicaría todo muy claramente. Sin embargo, subsis~ tían unos cuantos problemas.

—Un par de preguntas, Boris. Rama alcanzará el perihelio dentro de tres semanas; luego circundará el Sol y abandonará el sistema solar con tanta rapidez como penetró en él. No queda mucho tiempo para un Día del Juicio, y tampoco para trasladar a aquellos que sean… esto… elegidos, como quiera que eso se lleve a cabo.

—Muy cierto. De modo que cuando alcance el perihello Rama tendrá que retardar su velocidad y penetrar en una órbita de estacionamiento, probablemente una con el afélio en la órbita de la Tierra. Una vez allí puede realizar otro cambio de velocidad y encontrarse con la Tierra.

Esto parecía lógico hasta el punto de resultar inquietante. Si Rama deseaba quedarse en el sistema solar, estaba siguiendo justamente el camino para ello.

La más eficiente manera de disminuir la velocidad de su desplazamiento consistía en aproximarse lo más posible al sol, y realizar la maniobra de freno allí. Si había alguna verdad en la teoría de Rodrigo, o alguna variante de la misma pronto sería puesta a prueba.

—Otro punto oscuro, Boris. ¿Qué fuerza controla a Rama en estos momentos?

—No hay doctrina que informe a ese respecto. Podría ser un robot puro. 0 podría ser… un espíritu. Eso explicaría por qué no hay señales de formas de vida biológicas.

«El Asteroide Encantado», ¿por qué esa frase irrumpía desde las profundidades de la memoria? Luego Norton recordó una historia tonta leída años antes, pero consideró mejor no preguntar a Rodrigo si la conocía. Dudaba de que los gustos del otro se inclinaran por lecturas de esa clase.

—Le diré qué haremos, Boris —dijo bruscamente, decidiéndose de golpe. Quería terminar esta entrevista antes de que se tomara demasiado dificil, y creía haber hallado una buena solución—. ¿Cree usted poder resumir sus ideas en menos de… bueno, pongamos mil palabras?

—Sí, pienso que sí.

—Bien, si es capaz de dar al contenido la forma de una estricta teoría científica, enviaré el mensaje con aviso de prioridad al Comité Rama. Una copia irá al mismo tiempo a su iglesia, y todos se sentirán felices.

—Gracias, comandante. Créame que aprecio su gesto. —¡Oh, no hago esto para ponerme a bien con mi conciencia! Me gustará saber cuál es la reacción del Comité. Aun cuando no estoy enteramente de acuerdo con usted, reconozco que puede haber dado con algo importante.

—Bueno, lo sabremos en el perihelio, ¿no?

—Sí. Lo sabremos en el perihelio.

Cuando Rodrigo abandonó la cabina, Norton llamó al centro de comunicaciones y dio la necesaria autorización. Pensó que había resuelto el problema con habilidad; además «suponiendo. que Rodrigo tuviera razón.

Con su acción acaso aumentó sus propias posibilidades de encontrarse entre los salvados.

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