25

Garin y Víctor Lenoire se acercaron a un pequeño hornillo. Al lado, en una mesa, veíanse unas filas de pequeñas pirámides. Sobre el hornillo había, de canto, un grueso anillo de bronce con doce pequeñas cazoletas de porcelana dispuestas en círculo. Lenoire encendió una vela y, con una extraña sonrisa en los labios, miró a Garin.

—Nos conocemos ya, Piotr Petróvich, desde hace unos quince años, ¿no es así? Hemos pasado juntos no pocos apuros. Ha podido usted convencerse de que soy un hombre honrado. Cuando escapé de la Rusia soviética, me ayudó usted… De ello deduzco que me aprecia. Dígame, ¿por qué diablos me oculta el aparato? Sé que sin mí, sin las pirámides, no puede usted hacer nada… Pongámonos de acuerdo como buenos amigos…

Examinando atentamente el anillo de bronce con las cazoletas de porcelana, Garin preguntó:

—¿Quiere que le descubra mi secreto?

—Sí.

—¿Quiere participar en mi empresa?

—Sí.

—Si es necesario, y creo que en el futuro lo será, deberá usted estar dispuesto a todo, con tal de vencer…

Sin quitar ojo a Garin, Lenoire se sentó en el borde del hornillo, temblantes las comisuras de los labios, y dijo con voz firme:

—Sí, de acuerdo.

Lenoire sacó un trapo del bolsillo de la bata y se enjugó la frente.

—No le hago a usted fuerza, Piotr Petróvich. Si he sacado la conversación se debe a que, por más extraño que parezca, es usted para mí la persona más cercana… Cuando estudiaba yo el primer curso, estaba usted en el segundo. Desde entonces, ¿como decirlo?, siempre me he inclinado ante usted… Es un hombre de gran talento… de brillante talento… Posee una audacia terrible… Su intelecto es analítico, temerario, de una fuerza terrible. Es usted un hombre que da miedo. Es usted muy duro, Piotr Petróvich, y, como todos los grandes talentos, es muy seco. Me pregunta si estoy dispuesto a todo para trabajar con usted… Naturalmente, claro está… ¿Qué duda puede caber? No tengo nada que perder. Sin usted, me espera un trabajo gris, una vida gris hasta el fin de mis días. Con usted, una vida radiante o el hundimiento… Pregunta si estoy dispuesto a cualquier cosa… Tiene gracia… ¿Qué quiere decir “a cualquier cosa”? ¿A robar, a matar…?

Víctor hizo una pausa, y al ver que Garin decía “sí” con los ojos, sonrió torcidamente.

—Conozco el código penal francés… ¿Estoy dispuesto a sufrir su rigor? Sí… Le diré que vi el famoso ataque con gases que los alemanes efectuaron el 22 de abril del año quince. Una nube espesa se levantó de debajo de tierra y se arrastró hacia nosotros en oleadas amarillo verdosas, como un espejismo. ¡Ni en una pesadilla se ve cosa igual! Miles de hombres huían espantados por los campos, presa de un espanto irrefrenable, abandonando sus armas. La nube los alcanzó. Los que lograron escapar tenían la cara negra, congestionada, la lengua colgando, los ojos quemados… ¡Qué absurdo son los “conceptos morales”! ¡Sí, después de la guerra ya no somos niños!

—En pocas palabras —dijo irónico Garin—, usted ha comprendido, por fin, que la moral burguesa es uno de los cuentos chinos más ingeniosos y que hay que ser tonto para tragar, por ella, gas verde. Si le he de decir la verdad, apenas he pensado en esos problemas… Bien… le admito a usted voluntariamente como socio. Cumplirá sin rechistar todas mis disposiciones. Pero he de ponerle una condición…

—Estoy dispuesto a aceptar todas las condiciones que me ponga.

—Usted sabe, Víctor, que he llegado a París con pasaporte falso y que cada noche me mudo de hotel. A veces me veo obligado a dormir con una prostituta, para no despertar sospechas. Ayer supe que me seguían. La vigilancia se ha encomendado a unos rusos. Por lo visto, me creen un agente bolchevique. Necesito que los sabuesos sigan una pista falsa.

—¿Qué puedo hacer yo?

—Maquillarse de forma que se parezca a mí. Si lo apresan, muestre usted su documentación. Quiero desdoblarme. Somos de la misma talla. Tíñase el pelo, póngase una barba postiza; compraremos dos trajes iguales. Después, esta misma tarde, abandonará usted su hotel y se trasladará a cualquier parte de la ciudad donde no le conozcan, al Barrio Latino, pongamos por caso. ¿Hace?

Lenoire se levantó de un salto y estrechó con fuerza la mano de Garin. Luego explicó que había conseguido hacer las pirámides mezclando termita (aluminio y óxido de hierro) con aceite sólido y fósforo amarillo.

Víctor colocó en las cazoletas de porcelana del anillo de bronce doce pirámides y les prendió fuego con una mecha. Sobre el hornillo se encendió una llama cegadora. Ambos socios tuvieron que retirarse al extremo opuesto del desván: tan insoportables eran la luz y el calor.

—¡Magnífico! —aprobó Garin—. Confío en que no quedarán residuos de la combustión.

—A esa terrible temperatura, la combustión es completa. Los componentes son todos químicamente puros.

—Está bien. En días próximos verá usted maravillas. Vamos a almorzar. Enviaremos a un mozo de cuerda al hotel para que recoja sus bártulos. Pernoctaremos en la orilla izquierda. Mañana aparecerán en París dos Garin… ¿No tiene usted otra llave del desván?

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