Suelo empezar mis notas de la autora con una especie de declaración que sea una garantía para mis lectores de que todos los poco probables acontecimientos que figuran en el libro tuvieron lugar en la realidad. Con sucesos como eclipses solares, novias raptadas y asesinos con dagas envenenadas, es fácil comprender que un lector escéptico pueda poner en duda si me he convertido en una narradora empedernida de sucesos propios del mundo de Hollywood. Así que he llegado a considerar una «Nota de la autora» como un ingrediente esencial en mis recetas históricas, sobre todo cuando la cena es con los Plantagenet. Esta «Nota de la autora» es, por consiguiente, algo distinto, pues el argumento de la intriga procede de mi cabeza y no de la historia misma.
El arzobispo de Ruán obtuvo una copia de la carta enviada por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico al rey de Francia y transmitida secretamente a la reina Leonor. Pero aunque las cartas -y la difícil situación de Ricardo- son reales, el papel desempeñado por el orfebre es pura fantasía.
El padre de Justino, Aubrey de Quincy, es una creación novelesca de la autora, como lo es también su obispado. Chester pertenece a la diócesis de Coventry y Lichfield, y aunque el título de obispo de Chester estuvo vigente durante la Edad Media, no fue un uso oficial. El obispo de Coventry y Lichfield y Chester en 1193 fue la némesis de Aubrey y el taimado aliado de Juan, Hugh de Nonant.
Utilizo en la novela el término coroner -funcionario encargado de investigar las causas de muertes repentinas y violentas-, pero al hacerlo peco de prematura, pues tal profesión no se estableció hasta el mes de septiembre de 1194. Antes de esa fecha, las funciones del coroner las llevaba a cabo el justicia del condado y los sargentos o alguaciles.
Tal vez sorprenda a algunos lectores la escena del interrogatorio de Gilbert el Flamenco, porque las meras palabras medieval dungeons -calabozos medievales- sugieren morbosas imágenes de cámaras de horrores y muros de piedra salpicados de sangre. Pero estos instrumentos tan truculentos de persuasión como el potro pertenecen a una época posterior. La tortura judicial no se solía practicar en el siglo XII y no era tan frecuente en Inglaterra como lo era en el continente. Es interesante observar que se utilizó con más frecuencia después de que el IV Concilio de Letrán de 1215 prohibiera los juicios por ordalía. Algunos historiadores de la ley han encontrado también una conexión entre la abolición del juicio por ordalía y el origen del juicio por jurado. Pero como El hombre de la reina tiene lugar en 1193, Gilbert el Flamenco tuvo la suerte de no tener que enfrentarse con el potro o la hija del diablo.
S. K. P.
Abril de 1996