Capítulo XIV



La tercera carta

Recuerdo perfectamente la llegada de la tercera carta de A. B. C.

Debo decir que se habían tomado todas las medidas para que en cuanto reanudara su campaña no hubiese retrasos innecesarios. Un joven sargento estaba de guardia en la casa, y si Poirot y yo salimos tenía orden de abrir todas las cartas que se recibieran para así poder comunicar sin pérdida de tiempo a Scotland Yard la esperada noticia.

A medida que pasaban los días nuestra nerviosidad iba en aumento. Los soberbios modales del inspector Crome eran cada día más altivos, a medida que se iban derrumbando las esperanzas que había puesto en determinadas pistas. Las vagas descripciones de los hombres que se habían visto en compañía de Betty Barnard se demostraron completamente inútiles. Los autos que se vieron en los alrededores de Bexhill y Coode no se encontraron o fueron identificados como pertenecientes a personas completamente inocentes. La investigación sobre las guías de ferrocarriles no dio más resultado que molestar a un sinfín de personas inocentes.

En cuanto a nosotros, cada vez que sonaba a la puerta del piso la familiar llegada del cartero, el corazón nos latía aceleradamente.

Poirot estaba hondamente preocupado por la marcha de los acontecimientos. No quiso abandonar Londres ni un solo día, prefiriendo estar al pie del cañón en caso de ocurrir algo. En esos días, hasta su altivo bigote aparecía descuidado y con las guías caídas.

La tercera carta de A. B. C. llegó un viernes por la tarde. Cuando oímos el familiar paso y la llamada del cartero corrí al buzón. Recuerdo que encontré cuatro o cinco cartas. El sobre de la última que miré estaba escrito a máquina.

—¡Poirot! —exclamé—. Y mi voz murió en un susurro.

—¿Ha llegado? ¡Ábrela! ¡Pronto, Hastings! Cada minuto puede valer un siglo! Tenemos que tomar todas las precauciones.

Rasgué el sobre y extraje una hoja de papel escrita a máquina.

—¡Lee! —ordenó Poirot. Leí en voz alta:


«¡Pobre señor Poirot! Estos crímenes no son fáciles de descubrir como usted esperaba, ¿verdad? Veamos si esta vez tiene más suerte. Lo haremos más fácil. Churston, 30 del corriente. Procure hacer algo. Le aseguro que tener siempre buen éxito es muy aburrido. »Buena caza. Siempre suyo,

A. B. C.»


—Churston —dije, precipitándome sobre una guía de ferrocarriles—. Veamos dónde cae eso.

—¡Hastings! —la aguda voz de Poirot me detuvo en mi busca—; ¿cuándo fue escrita esa carta? ¿Lleva alguna fecha?

Miré la carta que tenía en la mano.

—Fue escrita el 27 —anuncié.

—Has dicho que la fecha del asesinato es el 30, ¿verdad?

—Sí. De todas formas...

—Bon Dieu, Hastings! ¿No te das cuenta? Hoy estamos a treinta.

Y con la mano mi amigo señalaba el calendario colgado en la pared. Para estar más seguro cogí el periódico del día.

—Pero..., ¿cómo...? —tartamudeé.

Mi amigo cogió el sobre. Algo raro había notado yo en la dirección, pero demasiado ansioso por enterarme del contenido de la carta no me cuidé más de ello.

Por aquel tiempo Poirot vivía en Whitehaven Mansion's. El sobre llevaba la siguiente dirección: «Señor Hércules Poirot, Whitehorse Mansion's». Detrás se veía escrito con lápiz: «Desconocido en Whitehorse Mansion's y en Whitehorse Court... Probar en Whitehaven Mansion's.»

—Mon Dieu! —murmuró Poirot—. ¿Es que siempre ayudará la suerte a ese loco? Vite, vite!, ¡debemos ir en seguida a Scotland Yard!

Dos minutos más tarde hablábamos por teléfono con el inspector Crome. Por primera vez le oí lanzar una maldición. Escuchó lo que teníamos que decirle y en seguida cortó la comunicación para llamar a su vez a Churston.

—C'est trop tard —murmuró Poirot.

—No puede asegurarse —repliqué, aunque sin gran entusiasmo.

Mi amigo miró su reloj.

—Las diez y veinte. Al día 30 le quedan una hora y cuarenta minutos de vida. No es probable que A. B. C. se haya retrasado tanto en llevar a cabo su proyecto.

Abrí la guía de ferrocarriles que antes había cogido de un estante.

.—«Churston, Devon» —leí—. «A 204 millas de Padding

ton, 544 habitantes.» Parece un pueblo muy pequeño. Seguramente nuestro hombre habrá sido notado.

—Aun así se habría perdido otra vida —murmuró Poirot—. ¿Qué trenes salen para ese pueblo? Supongo que el tren será más rápido que el auto.

—A medianoche sale un tren que llega a Churston a las siete y media.

—¿Sale de Paddington?

—Sí.

——Pues tomaremos ese mismo Hastings.

—No tendrás tiempo de recibir ninguna noticia antes de que salgamos.

—¿Qué más da que las malas noticias las recibamos esta noche o mañana?

—Tienes razón.

Mientras Poirot volvía a llamar por teléfono a Scotland Yard yo puse unas cuantas cosas en la maleta, las que creí más indispensables.

Unos minutos después mi amigo entraba en el dormitorio y preguntaba asombrado:

—Mais qu'est—ce que vous faltes Id?

—Tu maleta. Te quería ahorrar ese trabajo.

—Tu éprouves trop d'emotion, Hastings. Eso afecta a tu pulso y tu cerebro. ¿Es así como se dobla un traje? ¡Fíjate cómo has puesto mi pijama! ¿Qué ocurriría si se rompiera la botella de tinte para los cabellos?

—¡Por Dios, Poirot! —exclamé—. ¡Se trata de un asunto de vida o muerte! ¿Qué, importa lo que pueda ocurrir a tus ropas?

—No tienes el sentido de la proporción. Hastings. No podemos marcharnos de Londres antes que salga el tren, y en cambio, el hecho de que me estropees un traje no evitará ningún crimen.

Quitándome la maleta, se puso a arreglarla.

Mientras arreglaba lo que yo había desarreglado, me contó que debíamos llevarnos el sobre y la carta a la estación de Paddington, donde nos esperaría un agente de Scotland Yard.

Cuando llegamos al andén, la primera persona que vimos fue el inspector Crome.

—Ninguna noticia todavía —contestó a la muda interrogación de mi amigo—. Tenemos en movimiento a todos los hombres disponibles. Las personas cuyos apellidos empiezan por C y tienen teléfono están siendo avisadas. Siempre existe la posibilidad de que podamos conseguir algo. ¿Dónde está la carta?

Poirot se la entregó.

El policía la examinó, lanzando algunas maldiciones.

—¡Cochina suerte!... Todo parece ponerse de acuerdo para favorecer a ese asesino.

—¿No cree que ese hombre puede haber equivocado a propósito la dirección?

Crome negó con un gesto.

—No; ese asesino tiene sus reglas y obra de acuerdo con ellas. Para encontrar satisfacción en sus delitos tiene que avisar antes. Tal vez el motivo de la equivocación sea que es asiduo consumidor de whisky White Horse y su recuerdo le indujo a error.

—Ah, c'est ingenieux Ya! —exclamó Poirot admirado a su pesar— Mientras escribía la dirección debía de tener ante él la botella.

—Eso mismo —asintió Crome—. Es muy corriente que sin darse uno cuenta, a veces se copie lo que se tiene delante. Empezó con la palabra White y continuó Horse en lugar de haven...

El inspector nos comunicó que viajaba en el mismo tren que nosotros.

—Aun en el caso de que no hubiera ocurrido nada, Churston es el lugar que debemos visitar. Nuestro asesino está allí o por lo menos ha estado hoy. Tengo a uno de mis hombres en el teléfono por si hay alguna noticia antes de que salgamos de Londres.

En el momento en que el tren emprendía la marcha vimos a un hombre que atravesaba corriendo el andén en dirección a nuestro coche. Al llegar junto a la ventanilla del departamento de Crome le dijo algo en voz alta. Apenas había salido el tren de la estación, nos dirigimos al departamento de nuestro compañero.

—¿Tiene alguna noticia? —preguntó Poirot.

—La peor que podía habérsenos dado —replicó lentamente Crome—. Sir Carmichael Clarke ha sido hallado con la cabeza destrozada.

A pesar de que el público en general no conocía el nombre de, sir Carmichael Clarke, éste era un hombre bastante famoso. En su tiempo había sido uno de los mejores especialistas de la garganta Al retirarse de su profesión, después de haber ganado bastante dinero, pudo dedicarse a lo que constituía una de las mayores pasiones de su vida: coleccionar porcelanas... chinas. Algunos años más tarde, la herencia dejada por un tío suyo le permitió aumentar su colección, hasta el extremo de llegar a reunir una de las mejores colecciones de arte chino. Estaba casado, pero no tenía hijos, y vivía en una casa que se hizo construir en la costa de Devon. Solo iba a Londres de tarde en tarde, y siempre para adquirir algún nuevo ejemplar.

No me costó mucha reflexión darme cuenta de que su muerte, siguiendo a la joven Betty Barnard, sería la mayor sensación periodística del año. El hecho de que estuviésemos en agosto y por tanto los periódicos anduvieran escasos de noticias, no harían sino empeorar las cosas.

—Eh bien! —dijo Poirot—. Es posible que la publicidad haga lo que nuestros esfuerzos no han conseguido. Todo el país estará lleno de gente buscando a A. B. C.

—Por desgracia eso es lo que él quiere precisamente —murmuré.

—Es verdad. Pero también nos favorecerá el hecho de que, envanecido por su éxito, se descuide.

—¡Qué extraño es todo esto. Poirot! —exclamé, asaltado de pronto por una idea—. Éste es el primer crimen de esa clase en que tú y yo trabajamos juntos. Los demás han sido lo que podría llamar... crímenes privados.

—Tienes razón. Hasta ahora habíamos trabajado desde dentro. Lo importante era la historia de la víctima, quiénes se beneficiaban con su muerte, qué oportunidad habían tenido de matarle los que le rodeaban. Ahora tenemos por primera vez el crimen impersonal, los asesinatos de un loco. El crimen desde fuera.

—¡Es horrible! —exclamé estremeciéndome.

—¡Hay que contener los nervios! —exclamó Poirot con impaciencia—. Esto no es peor que un asesinato vulgar.

—Es... es...

—¿Es peor matar a un desconocido o a un amigo que cree y confía en nosotros?

—Es peor porque es obra de un loco.

—No, Hastings, no es peor, sólo es más difícil.

—No estoy de acuerdo contigo. Es más horripilante.

—Debería ser más fácil porque es loco —murmuró pensativo mi amigo—. Un crimen cometido por una persona inteligente debería ser más complicado, Si pudiéramos describir la idea... Eso del orden alfabético discrepa en algunos puntos. Si pudiera encontrar el motivo todo aparecería claro y sencillo.

Lanzó un suspiro y movió la cabeza.

—Es necesario que esos crímenes no continúen. Debo ver pronto la verdad. Durmamos un poco, Hastings. Mañana habrá mucho trabajo.

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