Capítulo XVI



(Aparte del relato personal del capitán Hastings)

El señor Alexander Bonaparte Cust salió del Torquay Pavillon mezclado entre el publico que abandonaba la sala después de presenciar la emocionante película «Ningún gorrión».

Al llegar a la calle parpadeó al ser heridos sus ojos por el sol poniente y miró a su alrededor con aquella expresión de perro perdido, tan peculiar en él.

—Es una idea... —murmuró.

Los vendedores de periódicos gritaban:

—¡Últimas noticias...! ¡El crimen de un loco en Churston!

El señor Cust sacó una moneda del bolsillo y compró un periódico. No lo abrió en seguida.

Pausadamente dirigióse al Princess Gardens y se sentó en un banco situado frente a la playa de Torquay y abrió el diario.

En grandes titulares se leía:


EL ASESINATO DE SIR MICHAEL CLARKE

—HORRIBLE CRIMEN EN CHURSTON—

LA OBRA DE UN LOCO HOMICIDA


Y debajo:


«Hace apenas un mes toda Inglaterra se conmocionó ante la noticia del asesinato de una joven llamada Elizabeth Barnard, de Bexhill. Se recordará que junto a su cadáver apareció una guía de ferrocarriles "A. B. C." Otra guía semejante se ha hallado junto a sir Carmichael Clarke, y la policía está convencida de que ambos crímenes han sido cometidos por una misma persona. ¿Será posible que un loco homicida recorra nuestras playas cometiendo esos crímenes espantosos?»


Un joven con pantalones de franela y camisa azul eléctrico que se hallaba sentado junto al señor Cust, comentó:

—Un crimen repugnante, ¿verdad?

El señor Cust dio un respingo.

—¡Oh...! Sí, si...

El joven notó que las manos de su vecino temblaban de tal manera que apenas podían sostener el periódico.

—Uno nunca sabe lo que puede hacer un lunático —siguió el veraneante—. Además, no se diferencia en nada de una persona normal. Son iguales que usted y yo...

—Supongo que sí —contestó el señor Cust.

—Muchos de ellos están así a causa de la guerra.

—Creo que tiene usted razón.

—No me gustan las guerras —continuó el joven. Su compañero se volvió hacia él y declaró:

—A mí tampoco me gustan: el cólera, la enfermedad del sueño, el cáncer y el tifus... sin embargo, siguen existiendo.

—La guerra se puede evitar —aseguró el joven,

El señor Cust se echó a reír largamente. El joven empezó a alarmarse.

«Me parece que éste no está muy, bien de la cabeza», pensó.

Y en voz, alta dijo.

—Perdóneme, señor. Supongo que usted debió de estar en la guerra.

—Sí —replicó Bonaparte Cust—. Desde entonces no he vuelto a tener sana la cabeza. A veces me duele horriblemente, ¿comprende?

—¡Oh! Lo siento mucho —tartamudeó el joven.

—Hay momentos en que no sé lo que hago...

—¿De veras? Bueno, perdóneme, pero tengo que ir a un recado urgente —el joven se alejó apresuradamente; sabía por experiencia lo que es la que gente que empieza a hablar de su salud.

El señor Cust quedóse solo con su periódico. Lo leyó y releyó...

Numerosa gente pasaba ante él.

Muchos de los paseantes hablaban del crimen

—¡Es horrible!... ¿No te parece que los chinos tienen algo que ver con ese crimen? ¿No era camarera de un café chino?

—Esta vez ha sido en los campos de golf...

—Yo entendí que había sido en la playa...

—...ayer mismo tomamos el té en Elbury...

—...la policía está segura de detenerle...

—...dicen que lo arrestarán de un momento a otro... El señor Cust dobló cuidadosamente el periódico y lo dejó en el. banco. Luego se levantó y lentamente dirigióse hacia la población,

Junto a él pasaban numerosas muchachas vestidas de blanco amarillo y azul, unas con pijamas de playa, otras con faldas pantalones. Reían estrepitosamente y miraban con gran atención a los hombres que se cruzaban con ellas.

Ni una sola de sus miradas se posaron en el señor Cust...

Éste fue a sentarse a una mesita y pidió té con leche...

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