Capítulo XXIV



(Aparte del relato del capitán Hastings)

Entre dientes, el señor Leadbetter lanzó un gruñido de impaciencia cuando su vecino se puso en píe y vaciló un momento al pasar ante él, dejando caer su sombrero en el asiento frontero e inclinándose en seguida para recogerlo.

Todo esto es el momento culminante de «Ningún Gorrión», el espectacular y emocionante drama que desde hacía una semana el señor Leadbetter estaba ansiando ver.

La rubia heroína, encarnada por Katherine Royal (en opinión del señor Leadbetter la mejor actriz cinematográfica del mundo), lanzaba en aquel momento un grito de indignación.

—«¡Nunca! ¡Antes moriré de hambre! ¡Pero no desfalleceré! Recuerda estas palabras: Ningún gorrión cae...» Enfadado, el señor Leadbetter movió la cabeza de derecha a izquierda. ¡Qué gentes! ¡Por qué no pueden esperar el final de las películas! ¡Escoger un momento tan emocionante para abandonar la sala!

¡Ah, aquello ya era mejor! El molesto caballero ya había pasado. Al señor Leadbetter se le ofrecía una amplia perspectiva de la pantalla y de Katherine Royal de pie junto a la ventana de la mansión de Van Schneider en Nueva York.

La escena siguiente se desarrollaba en un tren. ¡Qué trenes más raros tienen en América! ¡No se parecen en nada a los ingleses!

—¡Ah!, allí aparecía Steve en su cabaña del bosque... La película siguió su curso hasta su emocionante final. El señor Leadbetter lanzó un suspiro de alivio cuando las luces se encendieron.

Se levantó lentamente, parpadeando un momento. Nunca se apresuraba a salir del cine. Le costaba unos minutos regresar a la prosaica realidad de la vida vulgar. Miró a su alrededor. Poco público aquella tarde, naturalmente. Todos estaban en las carreras. El señor Leadbetter no aprobaba las carreras de caballos, ni los juegos de naipes, ni el vicio de fumar o de beber. Esto le dejaba mayores energías para disfrutar de las películas.

Todos se apresuraron hacia la salida. El señor Leadbetter se dispuso a seguirles. El hombre sentado ante él estaba dormido, derrumbado en su butaca. El señor Lead-better contuvo difícilmente su indignación al pensar que existía gente capaz de dormirse con un drama como «Ningún Gorrión».

Un airado caballero decía al durmiente, cuyas piernas le cerraban el paso:

—¿Me hace el favor, señor?

El señor Leadbetter llegó a la salida. Miró hacia atrás. Parecía ocurrir algo. Un acomodador... un grupito de gente... Tal vez el espectador estaba borracho coma una cuba.

Vaciló un momento y al fin siguió adelante. Y haciendo esto se perdió la nota sensacional del día... Más sensacional que el hecho de que «Not Half» ganase la carrera de Saint Leger, pagándose las apuestas 85 a 1.

El acomodador estaba diciendo:

—Creo que tiene razón, señor... Está enfermó... Pero, ¿qué pasa?

El interrogado había retirado la mano derecha, lanzando una exclamación y contemplaba un. mancha rojiza.

—¡Sangre!

El acomodador lanzó una exclamación ahogada.

Había vislumbrado el borde de algo amarillo que aparecía debajo de la butaca.

—¡Dios santo! —exclamó—. Es una «A. B. C.»

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