Capítulo XXVI



(Aparte del relato del capitán Hastings)

El inspector Crome escuchaba las nerviosas explicaciones del señor Leadbetter.

—Le aseguro, señor inspector, que el corazón se me detiene al pensarlo. ¡Durante todo el programa estuvo sentado junto a mí!

Indiferente por completo a las dolencias del corazón del señor Leadbetter. el inspector Crome dijo:

—¿Quiere explicarse con claridad? El hombre en cuestión se levantó hacia el final de la película larga...

—«Ningún Gorrión», Katherine Royal —murmuró automáticamente el señor Leadbetter.

—Pasó ante usted y tropezó.

—Hizo ver que tropezaba, ahora lo comprendo Luego se inclinó sobre el asiento de delante para recoger su sombrero. Entonces debió de apuñalar al pobre hombre.

—¿No oyó nada? ¿Ningún grito? ¿O un gemido? ¿Ni un suspiro?

El señor Leadbetter no había oído otra cosa que los lamentos de Katherine Royal, mas en su viva imaginación invento un gemido.

El inspector Crome valoró el gemido en su justo precio e indicó al señor Leadbetter que podía continuar.

—X entonces salió...

—¿Puede describirlo?

—Era un hombre muy alto. Un metro ochenta, al menos. Un gigante.

—¿Rubio o moreno?

—Pues... pues.. No estoy seguro. Creo que era calvo. Un hombre de aspecto siniestro.

—¿No cojeaba?

—Sí, sí... Ahora que lo dice creo que cojeaba. Era muy moreno. Sin duda un mestizo.

—¿Estaba sentado junto a usted cuando se encendieron las luces antes de la película larga...?

—No, vino después de haber empezado «Ningún Gorrión».

El inspector Crome asintió, tendiendo al señor Leadbetter su declaración para que la firmase.

—Sería difícil encontrar un testigo peor —hizo notar el inspector——. No diría ni una palabra si no le empujara. Es clarísimo que no tiene la menor idea del aspecto de nuestro hombre. Interroguemos inmediatamente al acomodador.

El acomodador, muy erguido, se detuvo ante el coronel Anderson.

—A ver. Jameson. oigamos su historia. Jameson se inclinó.

—Bien, señor. Al final del espectáculo me dijeron que había un señor enfermo El señor estaba caído en su butaca. Le rodearon otros caballeros El señor me pareció estar muy enfermo. Uno de los que le rodeaba me señaló la mancha de la chaqueta. Estaba manchada de sangre. Era indudable que estaba muerto, apuñalado. Me llamaron la atención sobre una guía de ferrocarriles «A. B. C.» que estaba debajo de la butaca. Deseando obrar correctamente no toqué nada y avisé en seguida a la policía.

—Muy bien, Jameson; obró cuerdamente. —Muchas gracias.

—¿Se fijó si algún hombre salía del cine unos cinco minutos antes de terminar el programa?

—Hubo varios, señor.

—¿Puede describírnoslos?

—Imposible, señor. Uno era el señor Geoffrey Farnell y otro un joven llamado San Baker, con su novia. No reconocí a nadie más.

—¡Qué lástima! Nada más, Jameson.

—Bien, señor —y el acomodador saludó y se retiró.

—Ya tenemos los detalles médicos —dijo el coronel Anderson—. Será mejor que hablemos con el hombre que encontró el cadáver.

Un policía entró, saludando.

—El señor Hércules Poirot y otro caballero —anunció. El inspector Crome frunció el ceño.

—Bien, creo que será mejor que los recibamos.

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