La hice sentar en una silla junto a la cama y encendí la lámpara.
La luz se reflejó en las sábanas doradas, nos envolvió cálidamente y dejó el resto de la habitación a oscuras.
– Rose, ha de saber que no la culpo por lo ocurrido, y ninguna persona justa lo haría.
Se mantuvo tiesa.
– No acepto eso. Puede que fuera idea de Bobbie, pero yo estuve de acuerdo y no pienso dejar que cargue con toda la culpa.
– No la privaré de ese gusto, si insiste en compartir la responsabilidad por ese estúpido plan. Estoy hablando de otra cosa, de lo que ocurrió en el jardín la noche de la fiesta de Marie.
– ¡Oh, eso! -Rose apartó la mirada-. Me comporté como una tonta al angustiarme tanto. Me pilló con la guardia baja, supongo.
Aunque creía que Rose no tenía motivo para sentirse culpable por la muerte de Robert Worth, se me antojó demasiado indiferente.
– Yo creí que era el otro quien fue pillado con la guardia baja.
Por suerte, Rose no hizo caso de mi observación.
– No sabía lo que estaba ocurriendo. Oí que el hombre la seguía y esperé detrás de un cobertizo al lado de la casa. De pronto, todo quedó en silencio, así que fui a buscarla a usted, pero no la encontré.
– Me había encaramado en el magnolio.
– Llegué hasta el final del jardín. Oí las olas y supuse que estaba junto al acantilado. Aunque no veía a nadie, lo oí hablar con alguien.
– ¿A él? ¿Al hombre que nos seguía?
– ¿Quién, si no? Parecía enojado y pensé que hablaba con usted. Pero en realidad hablaba con otro hombre.
– ¿Vio a ese hombre?
– No; estaba demasiado oscuro.
– Pero ¿al menos lo oyó?
– No.
– Entonces ¿cómo supo que era otro hombre?
– La voz de una mujer se habría oído de lejos, sobre todo la de usted. Estaban discutiendo acerca de una llave.
– ¿Qué dijeron?
– El que yo oía le dijo al otro que si quería la llave tendría que pagarle cien libras, repitió varias veces «cien libras». Y añadió que si no se las daba, sabría qué hacer con la llave.
– ¿Era la voz de un hombre culto o de un trabajador?
Rose vaciló.
– Mitad y mitad.
Se produjo un silencio. Oí a Tansy mover cosas en la sala, sólo para recordarnos que seguía allí.
– ¿Me está diciendo la verdad, Rose? No podré ayudarla si me engaña.
– Claro que estoy diciendo la verdad. ¿Por qué no habría de hacerlo?
– De acuerdo, ¿qué ocurrió luego?
– Regresé a la casa. Quería encontrarla a usted o a Bobbie.
– ¿Los dejó allí?
– Por supuesto. Fuera lo que fuera lo que motivaba esa discusión, no tenía relación conmigo.
Me había hecho una imagen tan clara de Rose temerosa de Worth y empujándolo que me costó sustituirla por lo que me estaba diciendo.
– De acuerdo, no me encontró. ¿Encontró a Bobbie?
Otra vacilación.
– En cierto modo.
– ¿Qué quiere decir? ¿La encontró o no la encontró?
– La vi, pero no hablé con ella.
– ¿Por qué no? Vino de muy lejos para eso.
– Estaba con alguien.
– ¿Con quién?
– Con Marie. Salieron juntas de la casa y se quedaron hablando en la terraza. Unas antorchas daban luz todavía, así que las vi. Marie llevaba un largo abrigo de pieles. Bobbie cogió una antorcha y se dirigieron hacia el jardín. -En su voz se percibía una honda pena.
– ¿No le había contado Bobbie lo que planeaba hacer con Marie?
Negó con la cabeza.
– Después de lo de Topaz ya no me lo decía todo, sabía que había hablado con usted.
Yo no le debía nada a Bobbie y empezaba a creer que ambas le debíamos mucho a Rose. Le hablé de la trampa y de su ridículo final. Me escuchó sin pronunciar palabra y suspiró.
– Pobre Bobbie.
– Olvídelo. Volvamos a lo suyo. Las vio, a ella y Marie, y decidió no hablarles. ¿Qué hizo a continuación?
– Vine aquí.
– ¿Directamente a ver a Tansy?
– No. Anduve mucho rato, tratando de decidir qué debía hacer. Me sentía confundida. Ustedes tenían sus propios planes y nadie me los había contado. -Tenía los ojos brillantes de pena y enfado.
– Hizo bien al venir con su hermana.
– No lo crea. Discutimos todo el tiempo. Ella quiere que deje el movimiento y yo no pienso hacerlo, pase lo que pase.
Pensé que la pobre chica estaba destrozada y que era hora de alejarla de las influencias opuestas de Bobbie y Tansy. Cuando todo terminara, le encontraría un lugar en algún colegio y convencería a nuestros ricos patrocinadores de que la ayudaran. Pero primero tenía algo que hacer.
– Rose, ¿me jura que lo único que hizo fue escuchar al hombre e irse?
– Sí, así es. Pero ¿por qué…?
– ¿No habló con él?
– Claro que no. No quería que se enterara de mi presencia.
– ¿No regresó más tarde para hablar con él?
– No. ¿Por qué iba a hacerlo?
La creí. Su descripción de Marie con el abrigo de marta y de Bobbie con la antorcha concordaba con lo que yo había visto. Con delicadeza, le dije:
– El hombre que nos seguía, al que probablemente oyó… ha muerto.
Me miró con expresión vacía.
– Lo encontraron en el mar al día siguiente; parece que lo golpearon, perdió el conocimiento y se ahogó.
Rose se cubrió la boca con las manos. Dos ojos espantados me miraron por encima de unas uñas mordisqueadas. Se inclinó bruscamente y logré sostenerla antes de que cayera. Al oír el ruido, Tansy entró de golpe.
– ¿Qué le ha hecho?
Con voz débil, Rose dijo que se encontraba bien, que no nos preocupáramos.
Yo quería que se tendiera en la cama de Topaz, pero Tansy, por respeto o por superstición, la apartó de allí a rastras, como si yo intentase echarla sobre un lecho de brasas.
– Quieres acostarte en mi dormitorio, ¿verdad, Rosie? No te preocupes, cariño… ¡Usted y sus preguntas! Como trate de hacerle más preguntas, tendrá que vérselas conmigo.
Cuando intenté ayudarla a llevar a Rose hacia la puerta, Tansy me miró airadamente.
– Quédese aquí, Rose y yo estaremos mejor solas, ¿verdad, Rosie, mi ángel?
La expresión de súplica que me lanzó Rose sobre el hombro de su hermana probaba que tenía sus dudas, pero yo me hallaba harta y sé reconocer una derrota. Me quedé sentada en la silla, dando vueltas a la tarjeta que tantos problemas había causado. «DAVID CHESTER, MP», y abajo: «¿Puede recibirme a las once de la noche?» Cuando la alcé para verla a la luz comprobé que «de la noche», aunque muy bien falsificado, estaba escrito con una tinta negra ligeramente menos brillante que el resto. La letra de Bobbie, por supuesto. Me enfadé más por la estupidez de su plan ahora que sabía el daño que había causado a Rose.
Entonces, sentada ahí, junto a la cama de Topaz, algo hizo conexión. Abrí los ojos de golpe y me incorporé con la sensación de que había ocurrido una catástrofe. Fui a la sala a buscar mi bolso -por suerte Tansy seguía con Rose en su dormitorio-, lo llevé a la silla junto a la cama de Topaz y rebusqué la nota de Topaz. «Demasiado tarde. Ocho de la noche. Devolución de un pagaré por una carrera. Vin Poison.» Sostuve la tarjeta de visita en una mano y la nota en la otra, con la impresión que ambas estaban recorridas por una corriente eléctrica y de que las consecuencias de juntarlas serían demasiado peligrosas. Oí a Tansy cerrar la puerta de su dormitorio y regresar a la sala.
– ¿Piensa quedarse ahí toda la noche? -me dijo-. No puede dormir en esa cama.
Oí mi propia voz prometer que no dormiría en la cama de Topaz y luego a Tansy moverse en la sala. Creo que estaba preparándose una cama en el diván. Se acostó y apagó la luz. Se hizo el silencio. Yo permanecí quieta, consciente de los ruidos de un hotel que se prepara para la noche, de la subida y bajada de los ascensores con un chirrido metálico que nunca había notado de día, del borboteo de la tubería y de un reloj dando la medianoche. Debí adormilarme, porque los susurros angustiados de Tansy al otro lado de la puerta me despertaron bruscamente. Lo primero que pensé fue que quería asegurarse de que no profanase la cama de Topaz y con cierta impaciencia le contesté que no se preocupara, que todo iba bien.
– No, no va bien. Voy a entrar.
La luz de la sala estaba apagada todavía. Cerró la puerta a sus espaldas y llegó hasta el círculo formado por la luz. Iba sin zapatos y con el vestido negro todavía puesto.
– Alguien está subiendo -susurró con temor.
– ¿Qué quiere decir?
– En el ascensor de Topaz. Escuche.
Cuando presté atención, oí el chirrido del ascensor privado, pero todavía no entendía qué significaba eso.
– Quienquiera que sea, tiene la llave. Sin ella nadie puede abrir la puerta lateral.
El temor de su voz me contagió y me quedé helada. Sólo una persona tendría la llave de Topaz: su último visitante.
El ascensor se detuvo en el descansillo. A continuación no se oyó nada y el silencio se prolongó durante quince o veinte latidos del corazón, hasta que de pronto oí abrirse la puerta del ascensor.
– Tansy, el hombre ingrato, según le dijo Topaz… usted debe de…
Me hizo señas de que callara. Se oyó un chirrido metálico en la puerta del salón que daba al descansillo. Me levanté e instintivamente Tansy y yo nos acercamos la una a la otra.
– ¿Está cerrada con llave? -susurré formando las palabras con los labios.
Ella asintió, pero acto seguido se oyó un chasquido y la puerta se abrió. Hasta los hoteles de lujo pueden ser manicortos en cuanto a las cerraduras, y la de la suite de Topaz no había opuesto mucha resistencia. Ya sólo quedaban el salón y un par de puertas abiertas entre nosotras y quienquiera que hubiese entrado. Un delgado rayo de luz de una linterna pasó por una rendija de la puerta, desapareció y volvió a aparecer desde otro ángulo. Tansy se encontraba tan cerca de mí que sentí los latidos de su corazón. La rodeé con un brazo protectoramente. Las sigilosas pisadas se aproximaron a nuestra puerta y volvieron a alejarse. El corazón de Tansy palpitó con fuerza. Con los labios formó la palabra «Rose». Yo asentí con la cabeza. No podíamos permitir que despertara a Rose. Llevé a Tansy a una silla, la hice sentar y luego me dirigí a la puerta de doble batiente que separaba el dormitorio de Topaz del salón. Esperé un segundo. Sentí la suavidad de los pomos de porcelana, como meses antes había sentido la rugosidad del ladrillo antes de arrojarlo. Aspiré hondo y abrí las puertas.
– Más vale que entre -dije.