Pasaron dos meses antes de que viera de nuevo a Bobbie Fieldfare. A ambas nos detuvieron y nos llevaron en el mismo vehículo policial, tras la reyerta en la plaza del Parlamento en el curso del cual también detuvieron a la señora Pankhurst por abofetear a un inspector de policía en la Cámara de los Comunes. Fui la primera ocupante y Bobbie cayó sobre mí, desafiando todavía a los dos policías que la habían empujado dentro.
– ¡Ah!, eres tú de nuevo, Nell Bray…
El vehículo traqueteaba en el familiar trayecto hacia la comisaría de Bow Street.
– Supongo que no vas a decirme lo que ocurrió en realidad -dijo.
– El veredicto fue suicidio.
– ¿Igual que Topaz Brown?
– Exacto. Parece que en Biarritz este año hubo una auténtica epidemia de suicidios.
– ¿Desde el balcón de Topaz?
– Sufrió un colapso nervioso por exceso de trabajo.
– Eso decía el Times, y si eso decía el Times tiene que ser mentira.
La marcha disminuyó del trote al paso; nuestro carro se hallaba atrapado en la cola de otros de la policía que se dirigían a Bow Street con nuestras paladines a bordo.
– Lo estás protegiendo, ¿verdad, Nell? ¿Por qué a él, de todas las personas?
No contesté. Ninguna respuesta que pudiera darle la satisfaría. Lo hacía por una mujer tonta y regordeta que creía que era malvado que las mujeres aspirasen al voto, por una niña de mirada fría que creía que las mujeres no podían formar parte del Parlamento, por Tansy, que quería que Topaz descansara en paz. Sus mundos ya se habían destrozado, ¿acaso debía empeorarlo por cuestiones políticas?
Fuera, la multitud gritaba, pero a causa del ruido del tráfico no supe si nos apoyaban o nos insultaban.
– Por cierto, tengo buenas noticias acerca del testamento de Topaz. Parece que el hermano está dispuesto a aceptar la mitad del dinero.
– ¡La mitad!
– Eso nos deja veinticinco mil libras, y eso significa veinticinco candidatos y una elección general cualquier día de éstos.
Una elección que sin duda nos traería la victoria por fin, que nos daría lo que merecíamos en toda justicia y lógica. Y Topaz Brown, nos hubiese apoyado o no, también merecía formar parte de todo eso.
– ¿Has visto a Rose Mills últimamente? -preguntó Bobbie.
Parecía menos segura de sí misma.
– Supongo que va en uno de los carros de la policía más adelante. Encabezaba a un grupo de trabajadoras de la confección que trataron de asaltar el Ministerio del Interior.
– Eso está bien.
Por una vez, estuve de acuerdo con ella.
Estaba casi segura de haberle conseguido a Rose una plaza para el otoño en un colegio que no se escandalizaría por unos antecedentes policiales adquiridos por una buena causa. Quizá eso complaciera a Tansy, que -si se arreglaba el asunto del testamento de Topaz- obtendría sus quinientas libras para la casita.
– Y los patos, por supuesto.
– ¿Qué dices?
Bobbie me miraba fijamente. Sin duda yo había hablado en voz alta.
– Quiero decir gatos. Estaba pensando que mis vecinos tendrán que encargarse otra vez de mis gatos.
El carro se había detenido. Oímos las pesadas botas de un policía que se dirigía hacia la parte trasera del vehículo para conducirnos a la comisaría. Bobbie y yo nos levantamos al mismo tiempo, nos miramos y nos echamos a reír. Bobbie se sentó de nuevo.
– Después de ti, Nell Bray.
Era lo más cerca que jamás llegaríamos a estar de una tregua.