Clifford Simak El tiempo es lo más simple

I

Y, finalmente, llegó el tiempo en que el hombre comenzó a admitir que se hallaba bloqueado totalmente, para viajar por el espacio. Primeramente, lo había sospechado, cuando Van Allen descubrió los cinturones de radiación que circundan la Tierra (y que llevan su nombre){Cinturones de Van Allen. Se trata de dos zonas de intensa radiación que llevan el nombre de su descubridor, Van Allen, uno de los mejores astrónomos de EE.UU., famoso por el estudio de los rayos cósmicos. La comprobación de tan brillante descubrimiento la llevaron a cabo los satélites artificiales Explorer I, III y el Explorer IV especialmente. Existen intensidades de radiación de más de 20.000 partículas cargadas por cm2 y por segundo. Tales cinturones radiactivos están formados por particulas cargadas de protones y electrones que siguen la configuración del campo magnético de la Tierra. Esa zona entre ambos cinturones tiene una longitud de 14.000 a 26.000 kilómetros y están centradas en el ecuador magnético de la Tierra (N.del T.)} y los sabios de Minnessota emplearon globos especiales para captar el bombardeo de los protones solares. Pero el hombre había soñado demasiado tiempo con la aventura para abandonarla, incluso ante semejante dificultad insuperable y no quiso desistir de ese sueño, sin antes intentar lo imposible.

Y lo intentó… y siguió intentándolo, aún después de que muchos valientes astronautas dieron sus vidas, para demostrar sencillamente que no podía realizarse. El hombre era demasiado frágil para los vuelos cósmicos. Moría con demasiada facilidad. O era destruido por las radiaciones primarias del Sol, o lo era por las secundarias, que se originaban en los metales de sus propias astronaves.

Después de muchos años se convenció trágicamente de que su sueño nunca sería una realidad positiva, debiendo contemplar las estrellas con amargura y desilusión, ya que parecían hallarse más lejos todavía de lo que lo estaban en la realidad.

Y tras mucho tiempo, tras incontables aventuras mortales en los espacios y un millón de fracasos rotundos, el hombre se rindió al fin.

Y abandonó la empresa.


Pero existía, no obstante, un camino mejor.

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