—¿No crees que deberíamos alejarnos más todavía? — preguntó Harriet —. Si ese médico cae en sospechas con nosotros…
Stone condujo el automóvil hacia la entrada de coches.
—¿Por qué tendría que tomar tales sospechas?
—Lo pensará, sin duda. Se ve que está embrollado por lo ocurrido a Shep y continuará haciéndose cábalas. Después de todo, la historia que hemos contado tiene sus fallos…
—Pues yo creo que lo hicimos muy bien…
—Pero es que sólo estamos a diez millas de distancia del pueblo.
—Volveré esta noche. Tengo algo que comprobar en el camión de Riley y lo sucedido con él.
Stone frenó el coche, frente al letrero que advertía: «Oficina».
—Vas a meter la cabeza en el lazo, querrás decir — dijo Harriet.
El dependiente que esperaba la llegada de los viajeros se les aproximó.
—Bienvenidos, señores — saludó cortésmente —. ¿En qué podemos servirles?
—¿Tienen dos habitaciones comunicadas?
—Pues sí, ciertamente, las tenemos. Y además un tiempo delicioso.
—Sí, un tiempo espléndido.
—Aunque pronto volverá ya el frío. Se va echando el invierno encima. Me acuerdo cuando tuvimos nieve aquí…
—Pero no fue este año — comentó Stone.
—No, no este año. ¿Me decían que deseaban dos habitaciones que se comunicaran, verdad?
—Sí, si no le importa.
—Bien, siga con el coche hacia delante. Números diez y once. Voy por las llaves y en seguida estoy con ustedes.
Stone levantó el coche sobre una suave fuerza reactora y se deslizó un trozo por la carretera. Otros coches se veían aparcados perezosamente junto a las habitaciones ocupadas por sus dueños en el motel. Un grupo de gente estaba ocupada descargando troncos. Había otras personas sentadas cómodamente en butacas en los patios pequeños de sus apartamientos. En el extremo lejano del parque se veían dos parejas jugando una partida de golf. El coche se detuvo en el espacio frente al número 10 y descendió suavemente sobre el terreno.
Blaine salió y abrió la puerta para que Harriet saliera.
«Aquello era por fin algo bueno, pensó Blaine, era como encontrarse un tanto en familia, con aquel par de grandes amigos, considerados perdidos y vueltos a encontrar de nuevo». No importaba lo que hubiera podido suceder, ahora se encontraba a sí mismo una vez más.
El motel se encontraba construido encima de las más altas escarpaduras sobre el río, y desde aquel lugar podía verse fácilmente la amplia faja de terreno del norte y el este, y los pelados y pardos escarpados, con la erosión del terreno en declive, formando barrancos, algunos llenos de boscaje, que corrían afluyendo hacia el río y el gran valle, donde una enmarañada extensión de troncos de madera flotantes vagaban en la corriente oscura de color del chocolate como si no llevasen propósito fijo de llegar a ninguna parte.
Allí se estaba bien, muy bien. Existía una limpieza exquisita, el aire era una delicia y se apreciaba una tranquilidad enorme y un sentido del espacio.
El administrador llegó presuroso con las llaves en la mano. Abrió las puertas y les dejó pasar.
—Espero que lo encuentren todo en perfecto orden — dijo —. Somos personas cuidadosas. Todas las ventanas tienen persianas y los cerrojos son de la mejor calidad. Podrán encontrar también un buen surtido de fetiches y de signos contra los malos» espíritus en esa alacena. Los tenemos siempre, porque a nuestros huéspedes les gusta usualmente y tienen dónde elegir, según sus gustos.
—Eso — dijo Stone — demuestra que es usted una persona inteligente.
—Siempre es bueno — dijo el administrador — considerarse seguro y a cubierto. Bien, allá enfrente tenemos el restaurante…
—Lo usaremos inmediatamente — dijo Harriet —. Estoy muerta de hambre.
—Pueden detenerse en el camino — advirtió el administrador — y firmar el registro, si tienen la bondad.
—Claro que sí.
Tomó las llaves y mientras andaba a lo largo de las instalaciones iba saludando e inclinándose hacia los demás ocupantes del motel.
—Vamos, entremos — dijo Stone.
Sostuvo la puerta para dejar pasar a Harriet y a Blaine y después entró él, cerrando la puerta tras de sí.
—Y bien — dijo Harriet —, ¿qué es lo que te ocurrió? Volví a aquel pueblo de la frontera y se hallaba todo revuelto. Por lo visto había ocurrido algo espantoso. Nunca conseguí descubrir lo que era, ni tuve la oportunidad de que nadie me lo dijera. Tuve que marcharme lo más de prisa posible.
—Me marché — le repuso Blaine.
Stone le cogió una mano, que le apretó cariñosamente.
—Tú lo hiciste mejor de lo que yo lo hice. Te quitaste de en medio limpiamente. Me alegro infinito de volver a verte de nuevo.
—Tú me telefoneaste aquella noche — dijo Blaine —. O bien fui engañado. Recuerdo muy bien lo que dijiste. Y no esperé ni un segundo a que pudieran echarme el guante encima.
Stone le soltó la mano que le había estrechado y ambos hombres quedaron frente a frente. El Stone que tenía ahora Blaine enfrente era diferente del otro que conoció tres años antes. Stone siempre había sido un hombretón y continuaba siéndolo físicamente; pero Blaine advirtió que su amigo tenía ahora una grandeza mayor, no de cuerpo, sino de espíritu, y una grandeza de propósitos que se advertía con solo mirarle. Y una cierta dureza, que no le había sido advertida con anterioridad. —No estoy seguro — dijo Blaine a su antiguo camarada — de haberte hecho ningún favor, mostrándome así. He viajado con lentitud y de una forma horrible. Seguramente que el Anzuelo, por el momento, tendrá, más que verosímilmente, un buen perro de presa tras de mí.
Stone hizo un gesto como para apartar aquello de la conversación, más bien con cierta impaciencia, como si lo relativo al Anzuelo no tuviera entonces la menor importancia.
Se dirigió a una butaca a través de la habitación.
—¿Qué te ocurrió realmente, Shep?
—Volví contaminado.
—Eso me ocurrió a mí también — contestó Stone.
Se produjo un silencio de unos segundos, como si volvieran con el pensamiento hacia atrás, y Stone pareció pensar en el instante en que quiso escapar del Anzuelo.
—Me volví del teléfono — dijo —y allí estaban esperándome. Y tuve que seguirles. No había nada que hacer. Y me llevaron a un lugar… (Un lugar de esparcimiento lujosísimo, situado en una costa soleada, con un enorme edificio blanco, que casi resplandecía, y con un cielo tan azul por encima que casi dañaba los ojos. Todo aquel enorme recinto estaba salpicado de otras edificaciones y lugares de placer. Piscinas, campos de tenis, una playa maravillosa acariciada por el océano, sembrada de parasoles…) Sí, lo comprendí más tarde, era un lugar de la Baja California. Un lugar perfecto con una libertad absoluta para gozar de la vida, era como un fabuloso lugar de recreo plantado en aquella zona paradisíaca. (Las banderas de los campos de golf ondeando a la brisa del océano, los blancos rectángulos de las canchas de tenis, el enorme patio con los huéspedes sentados cómodamente alrededor de mesas bien servidas de comida y licores de toda especie, vestidos con ropas de vacaciones, en un estilo impecable.) Había partidas de pesca como tú no podías soñar siquiera, y otras de caza en las colinas, que duraban el año entero…
—Demasiadas diversiones — comentó Harriet.
—No — dijo Stone —. No era esa la cuestión. Aquello era maravilloso para seis semanas. Quizá para seis meses. Existía todo cuanto un hombre puede desear. Alimento, bebidas y mujeres. El más pequeño deseo era satisfecho Inmediatamente. El dinero no tenía valor. Todo era gratis. —Pero según veo — comentó Blaine —, cómo puede un hombre…
—Por supuesto que sí se puede — continuó Stone —. Era la total inutilidad de todo. Como si alguien te tomara a ti, todo un hombre hecho y derecho, y te convirtiera en un chico, sin tener nada que hacer, excepto jugar. Y no obstante, el Anzuelo se portó amablemente. Aunque lo odiaras, estuvieras resentido y te rebelaras contra él, no importa. En realidad, ellos no tienen nada contra uno especialmente. No hemos cometido ningún crimen, ninguna negligencia, ninguna falta al deber, como a todos nos ha ocurrido. Pero lo que resulta es que, en el fondo, ellos no pueden correr el riesgo de continuar usándonos y no pueden tampoco dejarnos en libertad, porque les es necesario que el nombre del Anzuelo continúe enhiesto y sin mancha. No pueden permitir que se diga en ninguna parte que han dejado en libertad a cualquiera de sus hombres que ha sido «tocado» con algo de otro mundo, con otra mente extraña o por cualquier fuerte emoción mental, que le ha desviado del punto de vista humano. Y en consecuencia, nos proporcionan unas largas vacaciones… unas vacaciones sin fin en el género de lugar que los millonarios suelen utilizar. Pero esto resulta insidioso con el tiempo. Se hace algo insoportable. Se acaba odiando todo aquello, de donde no se puede salir, ya que el sentido común te advierte que estarías loco si se te ocurriera marcharte de allí. Allá tienes una vida segura y placentera, de rico. No hay problemas con la seguridad personal. Pero piensas inevitablemente en escapar, un día y otro, aunque lo difícil es imaginarlo, ya que no hay sitio donde poder esconderse, huyendo de sus tentáculos. Todo esto es, hasta que lo intentas. Y entonces te encuentras guardias que vigilan toda escapada posible y fronteras por todas partes. Te das cuenta cuando todos los caminos, todos los senderos se hallan cubiertos y vigilados estrechamente. Intentar por tanto marcharse a pie es tanto como suicidarse, eso, aparte de que te encuentras otros huéspedes que sólo son agentes secretos disfrazados del Anzuelo que te vigilan constantemente. Es, en fin, una cárcel con los barrotes de oro; pero la cárcel más endemoniada que nadie haya podido imaginar. Y el Anzuelo lo sabe perfectamente. Es una obra maestra. Pero, como todas las prisiones, se vuelve repulsiva y odiosa. Te vuelve poco a poco combativo y duro, y la mente acaba convirtiéndose obsesivamente en una máquina de hacer planes de evasión. Cuando comprendes lo que te rodea, la imaginación se agudiza, y son aquellos espías y guardianes los que te estimulan en tus propósitos de fuga. Y resulta espantoso. Te rodean fuera todos los peligros imaginables, barreras, guardianes, perros, todo el mecanismo más sutil y poderoso para evitar cualquier posible fuga. Pero uno acaba aceptando el desafío y sólo vive para conseguirlo…
—Pero — dijo Blaine — no habrá sido posible que se hayan producido muchas evasiones, ni incluso muchos intentos de evasión. El Anzuelo, de todos modos, te espera fuera, en el caso de que escapes, y te sigue con otros procedimientos…
—Sí, tiene razón — prosiguió Stone —. Han sido muy pocos los que han intentado escapar y los que lo consiguieron pueden contarse con los dedos de la mano y aún sobran la mitad…
—Tú y Lambert Finn — dijo Blaine.
—Lambert — continuó Stone secamente —, fue para mí una inspiración diaria. Se había escapado algunos años antes que yo fuese llevado allá. Hubo también otro, unos cuantos años antes que Lambert. Nadie sabe hasta el presente, qué habrá sido de él.
—Y bien — dijo Blaine —. ¿Qué puede ocurrirle a un hombre que huye del Anzuelo? ¿Dónde termina su fuga? Aquí me tienes, con un par de dólares en el bolsillo, que ni siquiera son míos, ya que pertenecían a Riley, sin identidad, sin profesión y sin ocupación posible. ¿Cómo podré yo…?
—Hablas como si lamentaras muy de veras haberte escapado.
—Hay momentos en que lo siento así. Momentáneamente, por supuesto. Si esto hubiera terminado, la cosa sería diferente. Hubiera trazado planes para el futuro. Hubiera, por ejemplo, transferido algunos fondos a cualquier otro país para recomenzar una nueva vida. Tendría una nueva identidad y me habría dedicado a otro trabajo y a vivir. Habría procurado levantar otra vida, proporcionándome una honorable forma de vivir y un futuro…
—Pero tú nunca creíste realmente que tendrías que correr. Sabías que me había ocurrido a mí; pero supusiste que no sería igual contigo.
—Sí, creo que así es.
—Y ahora te das cuenta — dijo Stone — que no te ha sentado bien la experiencia.
Blaine aprobó con un gesto de cabeza.
—Bienvenido al club, amigo — dijo Stone con amargo humorismo.
—Quieres decir…
—No, no soy yo. Yo tengo un fin que cumplir y una tarea que llevar a cabo. Un trabajo de la mayor importancia.
—Pero…
—Estoy hablando — continuó Stone — de un vasto sector de todo el género humano. No tengo idea de cuántos millones de personas.
—Bien, por supuesto, siempre hubo…
—Te equivocas nuevamente — siguió Stone —. Me refiero a los parakinos, sí, hombre, a nuestros hermanos paranormal-kinéticos. Los que no están en el Anzuelo. Tú no habrás viajado casi mil millas y…
—Ya lo vi — repuso Blaine, sintiendo un estremecimiento interior, que no era de miedo, ni de odio, sino de ambas cosas en parte —. Ya vi lo que está ocurriendo…
—Es algo de dimensiones mundiales — continuó Godfrey Stone —. Es un estrago, una terrible catástrofe, tanto para los parakinos como para el resto de la humanidad Por todas partes hay gente que está siendo cazada a muerte, gentes forzadas a recluirse en ghettos modernos, gentes odiadas y perseguidas, y tienes que pensar, que dentro de esa gente precisamente, descansa la esperanza del género humano. Te diré algo que no sabes, seguramente. No se trata de esas gentes intolerantes, fanáticas y salvajes que piensan de ellas mismas que son normales y que reprochan la situación. Es el propio Anzuelo, el que sostiene, alienta y enciende esas reclamaciones y esos reproches, ya que el Anzuelo ha institucionalizado a los paranormal-kinéticos para su fin propio y sus inconfesables propósitos actuales. Se preocupan de perseguir y de acosar a los parakinos que como tú y yo somos cazados a mano para arrastrarnos siempre a su trabajo. El asunto radica en que se han vuelto contra todos los demás. No han dado la menor señal de que pueda preocuparles lo que les suceda, sino el de aplicarles una verdadera ley de fugas, para convertirlos en una manada de criaturas asustadas y horrorizadas, perseguidas hasta el último rincón, convirtiéndolas en animales salvajes huyendo por los bosques.
—Tienen miedo…
—No les importa maldita la cosa. La situación, tal y como está ahora es la que te estoy explicando. El Anzuelo, al principio, fue una cruzada humana. Y se ha convertido ahora en el más monstruoso monopolio que el mundo haya conocido jamás, un monopolio que dirige todas las actividades económicas, que regula y restringe todo a su voluntad, excepto lo que a ellos incumbe, naturalmente.
—Tengo hambre — interrumpió Harriet.
Stone no le prestó atención. Se adelantó en su butaca.
—Hay millones de esos desplazados — siguió Stone — Sin entrenamiento. Son perseguidos sin piedad, en vez de alentarles y perfeccionarles. Tienen capacidades que en el momento presente la humanidad necesita desesperadamente. Poseen talento e inteligencia y cualidades, no entrenadas debidamente y que rendirían su utilidad si pudiesen ejercitarlos, y en mayor grandeza de cuanto el Anzuelo ha alcanzado. Hubo un tiempo en que el Anzuelo fue una necesidad mundial. No importa cuanto haya ocurrido, todas las grandes cosas tienen sus defectos, lo cierto es que el mundo le debe al Anzuelo más de lo que pueda pagarle. Pero la evolución ha hecho al Anzuelo innecesario. El Anzuelo hoy, cosa que ignoran los parakinos que no se hallan dentro de su organización, se ha convertido en un freno para el progreso de la raza humana. La utilización del PK no puede continuar por más tiempo siendo un monopolio del Anzuelo.
—Pero hay unos prejuicios terribles — insinuó Blaine —. La ciega intolerancia…
—Sí, es cierto — le dijo Stone — y parte de ellos están merecidos. La PK ha usado de sus poderes y ha abusado también, al utilizarlos egoístamente y para innobles razones. Se tomó y se ha utilizado con arreglo a las pautas del viejo mundo que hoy está muerto. Y por tal razón los parakinos sufren de un complejo de culpabilidad. Bajo la presente persecución y su arraigada convicción de culpabilidad, no puedan operar eficientemente, bien sea para su propio bien o para provecho de la humanidad. Pero no se trata de la cuestión de si pueden operar abierta y eficazmente, sin la presión de la censura pública. Ellos pueden ir mucho más allá que el Anzuelo, tal y como ahora está constituido. Si se les permitiese manifestarse, si se pudiera demostrar que el PK es una capacidad humana, y no una capacidad particular del Anzuelo, entonces serían aceptados, apoyados públicamente, para emplear sus poderes paranormales y ese día, Shep, el hombre habrá dado un paso de gigante hacia el porvenir. Tenemos que demostrar al mundo que el PK es una capacidad humana y no una habilidad específica del Anzuelo. Y, además, si esto pudiera hacerse, el mundo entero volvería a su sano juicio y se volvería a reconquistar el antiguo concepto de la propia estimación.
—Estás hablando en términos de evolución cultural — advirtió Blaine —. Es un proceso que requiere tiempo, Stone. Al final, irá perfectamente, como es natural; pero piensa que harán falta cien años por lo menos…
—¡No podemos esperar! — gritó Stone.
—Recuerda que existieron las antiguas controversias religiosas — continuó Blaine —. La guerra sin cuartel entre protestantes y católicos, entre el Islam y la Cristiandad. ¿Dónde está todo aquello ahora? Existió, como sabes, la antigua batalla entre los dictadores comunistas y las democracias…
—El Anzuelo ayudó mucho, precisamente. El Anzuelo se convirtió en una tercera fuerza.
—Hay algo que siempre ayuda — dijo Blaine —. No debe haber fin para la esperanza. Las condiciones y los sucesos que ocurren a lo largo de la historia, se vuelven después una cosa ordenada y las disputas actuales se convertirán después en un problema académico para que los historiadores del futuro se dediquen a masticarlo y rumiarlo.
—Cien años… — murmuró Stone caviloso —. ¿Podrías tú esperar cien años?
—No dispones de ellos tampoco — intervino Harriet — Tienes que empezar ahora mismo. Y Shep nos ayudará.
—¿Yo?
—Sí, tú.
—Shep — dijo Stone —. Escucha, por favor.
—Estoy escuchando — repuso Blaine, sintiendo que en su interior se removía el anterior estremecimiento y la presencia de la extraña criatura oculta en su mente, ya que allí existía el peligro.
—Ya he empezado realmente — continuó Stone —. Tengo un grupo de parakinos que podemos llamar un cuadro, un comité, una facción clandestina, si quieres, un grupo de parakinos, como te digo, que están trabajando en los planes preliminares y en las tácticas necesarias para ciertos experimentos e investigaciones que demostrarán la acción efectiva de los parakinos libres, no pertenecientes al Anzuelo.
—¡Pierre! — exclamó Blaine, mirando a Harriet.
Ella aprobó con la cabeza.
—Entonces, eso es lo que tenías en la mente desde el principio. En la fiesta de Charline me hablaste de un viejo amigo…
—¿Es eso algo tan malo?
—No, supongo que no.
—¿Habrías continuado adelante y habrías venido si lo hubieras sabido desde el principio?
—No lo sé, Harriet — repuso Blaine —. Honradamente, no lo sé.
Stone se levantó de su silla y avanzó unos pasos hacia Blaine. Alargó las manos que depositó en los hombros de Blaine, golpeando… con ellas. Sus dedos le apretaron fuertemente.
—Shep — dijo solemnemente —. Shep, esto es muy importante. Es un trabajo necesario, indispensable. El Anzuelo no puede ser el único contacto entre el hombre y las estrellas. Una parte insignificante no puede hallarse libre de la Tierra y el resto permanecer amarrado a ella.
En la sombría luz de la estancia sus ojos habían perdido la dureza anterior. Se volvieron casi místicos, con el brillo de unas lágrimas casi a punto de derramarse. Su voz se hizo más suave cuando habló de nuevo.
—Hay ciertas estrellas — dijo, casi en un murmullo, como si estuviera hablando consigo mismo —, que los hombres deben visitar. Conocer qué alturas puede alcanzar el género humano. Y llegar a salvar sus propias almas.
Harriet estaba dándose prisa recociendo su bolso y los guantes.
—Ahora no me preocupa eso — dijo —. Quiero comer. Estoy sencillamente muerta de hambre. Vosotros dos, ¿venís conmigo?
—Sí — repuso Blaine —. Yo voy, desde luego.
Entonces, repentinamente recordó. Ella captó el recuerdo y se puso a reír divertida.
—No te preocupes, será por cuenta nuestra. Déjanos pagarte en parte, por las veces que hemos comido en casa tuya.
—No tiene necesidad — dijo Stone —. Blaine ya se encuentra enrolado. Ya ha conseguido un empleo. ¿Qué te parece, Shep?
Blaine no dijo nada.
—Shep, ¿estás conmigo? Te necesito. No podré prescindir de ti. Tú eres la diferencia que yo necesito.
—Cuenta conmigo — repuso Blaine, sencillamente.
—Bien, ahora — intervino de nuevo Harriet — una vez que todo está arreglado, vamos a comer de una vez.
—Id vosotros dos — dijo Stone —. Necesito reflexionar.
—Pero, Godfrey…
—Tengo que pensar algo que he de hacer. Un par de problemas…
—Vamos — dijo Harriet a Blaine —. Necesita sentarse y pensar.
Embrollado y confuso, Blaine siguió a la chica.