Había menos obscuridad y más luz y una quietud que resultaba inimaginable.
No había hierba.
No había árboles.
No había hombres, ni la menor traza de un solo hombre.
El patio de la cárcel y de la pequeña corte de justicia del pueblo, lo que había sido el patio, aparecía solitario y desnudo desde el asfalto de la calle. En el patio no había ninguna hierba, sólo el suelo desnudo v guijarros. No hierba seca o arrancada, era la total ausencia de ella. Como si jamás hubiera existido una brizna de hierba allí.
Con la cuerda todavía colgando del cuello, Blaine dio vueltas sobre sus talones en todas direcciones. Y en todas, la misma escena. La corte de Justicia aparecía contra la última luz del día, sombría y solitaria y la calle totalmente vacía, con los coches aparcados allá en la curva. Las tiendas de la acera de enfrente, alineadas con puertas y ventanas cerradas. Sólo había un árbol, un árbol solitario e inmóvil, plantado en la esquina, junto a la barbería.
Y ningún hombre por ninguna parte Ni pájaros, ni el canto de un solo pájaro. Ni perros. Ni gatos. Ni el simple zumbido de un insecto. Quizá, pensó Blaine, no había tampoco ni una sola bacteria, ni un solo microbio. Con precaución, como si al hacerlo tuviera miedo de romper el encanto de aquello, Blaine se sirvió de las manos y arrojó la cuerda lejos de sí. Se pasó las manos por el cuello, cuidadosamente, dándose un masaje. Tenía muchas y diminutas espinas de la cuerda clavadas en la piel. Intentó dar un paso hacia delante, aunque tenía el cuerpo destrozado de la paliza recibida. Pudo hacerlo a lo largo de la acera, situándose en medio de ella desde donde continuó mirando a lo largo y hacia atrás. Estaba completamente desierta, en tanto trecho como su vista podía dominar.
Y permaneció nuevamente atónito, helado en medio de la calle que había visto antes. Entonces comprendió lo que pudo haber ocurrido. «Aunque, pensó, tenía que haberlo hecho sin esfuerzo consciente, casi instintivamente, como una especie de reflejo condicionado, para escapar del peligro».
Era algo que no veía forma de comprender cómo pudo haberse producido, y que un minuto antes juraría que no hubiera sido posible que hubiese ocurrido. Era algo que ningún ser humano había hecho antes, ni siquiera hubiese tratado de hacerlo.
Y es que se había movido a través del tiempo. Había vuelto hacia el pasado por una media hora o así.
Intentó recordar cómo pudo haberlo conseguido; pero todo lo que podía recordar fue el terror que aumentaba por instantes en todo su ser, ola tras ola hasta hundirlo. Sólo había una respuesta: lo había hecho como una cuestión de un conocimiento profundamente escondido en su mente, y del cual no se había dado cuenta antes, habiendo surgido finalmente, en la última desesperación, como un esfuerzo instintivo, al igual que se pone un brazo, sin pensarlo, para detener el puñetazo que nos amenaza.
Como ser humano, aquello habría sido, naturalmente, algo más allá de su capacidad; pero lo sería para una mente de otro mundo extraño a la Tierra. Era un instinto más allá de la acción paranormal. No había duda alguna: la única solución de haber escapado de aquella situación, se debía al influjo directo y a la voluntad de la mente extraña a la suya.
Pero a Blaine le pareció que la otra mente extraña le había abandonado, que ya no continuaba más con él. Trató de encontrarla en los escondidos rincones de su cerebro; pero sin hallarla y sin obtener la menor respuesta.
Se volvió de cara al norte y empezó a andar, procurando hacerlo por el centro de la calle, marchando por el espíritu, el fantasma, de aquella población del pasado. «La sepultura del pasado», pensó. Ni rastro de vida por ninguna parte. Sólo las piedras y los ladrillos, solitarios y desnudos, la arcilla sin vida y la madera. ¿Y dónde se habría marchado la vida?
¿Por qué tenía el pasado que morir?
¿Y qué habría sido de aquella mente extraña, que en aquel lejano planeta se había mezclado con la suya?
La buscó nuevamente sin poder hallarla, aunque sí encontró trazas de ella, como débiles huellas esparcidas por su cerebro, como si fuesen trocitos y piezas dejadas atrás olvidadas, recuerdos fantásticos y caóticos de lo exótico, informaciones desconectadas que flotaban como restos de un naufragio en una marea creciente contra la orilla del mar.
Y con todo, él continuaba sintiéndose humano. En consecuencia, aquella respuesta debía ser falsa. Y persistió en su búsqueda. No había razón ninguna para ello y no era lógico, ya que si tenía dos mentes, si era medio humano y medio extrahumano, tendría que existir alguna diferencia. Una diferencia que debería apreciar de algún modo.
La parte comercial de la calle dejó lugar a las residencias particulares y más a lo lejos Blaine pudo ver dónde terminaba el pueblo, el pueblo que media hora antes (¿o sería media hora después?), había deseado e intentado matarle.
Se detuvo un momento y miró hacia atrás. Pudo advertir el tejado de la pequeña corte de justicia del pueblo, recordando que allí se había dejado las pocas cosas que poseía, encerradas en el cajón de la mesa del sheriff. Vaciló un momento, imaginando si debería volverse y recogerlo. Era algo terrible encontrarse sin un dólar en el bolsillo y desprovisto de toda documentación ni de objeto alguno. Si volvía, podría apropiarse de algún coche. Aun en el caso de que no hubiera ninguno con las llaves dejadas por olvido en el arranque, él podría hacer un corto circuito en la ignición del vehículo. Los coches se encontraban todos allí, esperando ser tomados, sencillamente.
Se volvió y anduvo dos pasos en sentido contrario; pero pronto dio media vuelta otra vez. No se atrevía a volver, ahora que se encontraba en seguridad y no había nada, ni coches, ni dinero que valiera la pena de arriesgar su seguridad, si tenía que hacerlo volviendo al pueblo.
Continuó su marcha hacia el norte y pronto se desvanecieron las últimas luces del pueblo. Marchaba a grandes pasos, sin correr; pero devorando el camino literalmente. Muy pronto se halló en el campo, cuya soledad era todavía mayor, rodeándole una total falta de movimiento, todas partes. Unos cuantos chopos de Virginia corrían a lo largo del lecho del arroyo, abajo en el valle; pero la tierra aparecía desnuda, sin una mota de hierba, como si fuese un terreno muerto y abandonado desde siglos.
La obscuridad se hizo aún mayor, hasta que la luna comenzó a surgir esparciendo una pálida luz sobre aquella árida zona de terreno.
Llegó hasta un puente rústico hecho con tablones de madera que cruzaba el diminuto arroyo de agua y se detuvo un momento para descansar y mirar hacia atrás. No se movía absolutamente nada, nada había tampoco que le siguiera el rastro. El pueblo se encontraba ahora a unas cuantas millas más atrás y allá arriba, sobre la colina encima del riachuelo, se observaban los huesos destartalados de alguna granja olvidada.
Blaine aspiró profundamente el aire para llenar sus pulmones, pero incluso le pareció que hasta el mismo aire estaba muerto No se apreciaba en él su corriente vital y benéfica, ni olor alguno. Con una mano se apoyó en el puente y con la misma mano palpó las planchas de madera; pero allí no había nada sensible al tacto Ni existían las planchas ni el puente mismo.
Lo intentó de nuevo, ya que estaba seguro de lo que veía, aunque muy bien podría ser que la luz de la luna le hubiese jugado una mala pasada Esta vez lo hizo con el máximo cuidado. Su mano llegó cuidadosamente hasta el maderamen del puente. Se echó hacia atrás uno o dos pasos, ya que le había ocurrido algo repentinamente, con lo que debería tener la mayor precaución. Aquello debió ser una fantasía, el fantasma de una realidad, una quimera. Si hubiera caminado hacia delante, habría caído sobre el lecho del arroyo, desde la altura Pero entonces, aquellos árboles muertos y los postes de aquellas cercas y vallas, ¿eran también una ilusión? Por un instante ilógico, no se atrevió ni a moverse, ni a respirar, por temor a que cuanto le rodeaba fuese precipitado de pronto en la nada.
Pero el suelo era sólido bajo sus pies, o al menos lo parecía. Presionó el terreno con un pie y la tierra ofrecía resistencia. Despacio, se puso de rodillas y palpó el terreno circundante, arañando con los dedos para estar seguro de su consistencia. «Aquello era estúpido, se dijo a sí mismo irritado, ya que había venido recorriendo aquel camino con sus propios pies y la tierra le había sostenido…»
Pero aun así, aquello parecía un lugar donde nadie podía considerarse seguro, un sitio en que parecía que las leyes de la naturaleza habían desaparecido. O al menos, un lugar en que podría uno hacerse la siguiente conclusión: El camino es una cosa real; pero los puentes no lo son. Era como encontrarse en un mundo donde toda vida ha desaparecido. Aquello era el pasado, un pasado muerto, y allí sólo había cadáveres, aunque quizá no serían ni cadáveres, sino más bien los fantasmas de tales cadáveres. La vida no estaba allí, estaba más adelante. La vida tiene que ocupar un simple punto en el tiempo, y el tiempo se mueve hacia delante, y con él la vida. «Por tanto, se había marchado, pensó Blaine, toda posibilidad de que el hombre pudiera visitar el pasado y vivir en la acción y en el pensamiento de los hombres que hacía tiempo ya, sólo eran polvo y cenizas». El pasado viviente no existía. El único punto válido para la vida era el presente, una vida que se mueve, que conserva su paso hacia delante y que una vez que ha pasado, desaparece perdiéndose cuidadosamente todas las trazas de su existencia.
Había, sin embargo algo básico, como la Tierra en sí misma, que existía a través de cualquier punto de referencia en el tiempo, sosteniendo una especie de limitada eternidad para proveer de una sólida base a la vida en que desarrollarse. Pero lo muerto, aquello quedaba en el pasado, como los fantasmas y los espíritus. Por tanto, las estacas de los vallados, los alambres sujetos en ellas, los árboles, la granja y el puente eran sólo sombras del presente, persistiendo en el pasado. Persistiendo, incluso con repugnancia, a regañadientes, ya que no teniendo vida alguna, no podrían efectuar movimiento alguno hacia delante. Se hallaban ligados en el tiempo y amarrados a él y sólo eran sombras, unas sombras proyectadas…
Era él, por tanto, según pudo comprobar con un fuerte estremecimiento, la única cosa viviente que existía en aquel momento sobre el mundo. Sólo él y ninguna otra cosa más.
Se puso en pie y se sacudió el polvo de las manos. Permaneció mirando al puente y al resplandor de la luz de la luna, nada parecía fuera de lugar, nada se veía de extraño. Pero él conocía el secreto de todo aquello. Estaba atrapado, sencillamente. Si no conocía la forma de salir de semejante estado, se hallaba irremisiblemente atrapado en aquel fantástico fenómeno, de donde no sabía, ni podía, salir. No había nada en ninguna experiencia humana, que le diera alguna oportunidad o cualquier esperanza de conocerlo. Permaneció quieto y silencioso en la carretera, imaginándose hasta qué punto él sería humano, cuánta humanidad quedaría todavía en él. Si no fuera totalmente humano, si tuviera en él algo de otro ser extrahumano, entonces sí que podría tener tal oportunidad.
«Blaine se sentía humano», se dijo para sí, pero, ¿cómo podría juzgarlo? Ya que él sería completamente él mismo, si fuera enteramente extrahumano. Humano, medio humano, o sin nada de humano, todavía continuaba siendo él mismo Apenas si podía apreciar la diferencia. No existía un punto al margen de su mente, para poder establecer una diferencia con cualquier verosímil objetividad. Él (o cualquier cosa que pudiera ser), había conocido en un momento de pánico y de terror, cómo deslizarse en el pasado, y ahora tendría que averiguar cómo volver nuevamente hacia el presente, donde la vida continúa su marcha ordinaria. Pero lo terrible, lo duro de todo aquello era ¡que no tenía la menor idea de cómo hacerlo!
Se fijó en sí mismo, en la antiséptica frialdad con que la luz de la luna bañaba el terreno, y un estremecimiento de angustia comenzó a recorrerle el cuerpo. Trató de detener aquel estremecimiento, ya que se daba cuenta de que era el preludio de un terror irracional; pero la sensación no se detuvo. Apretó los dientes y el estremecimiento siguió subiendo y subiendo de intensidad y repentinamente, en el último rincón de su mente, comprendió que el milagro se había hecho de nuevo.
Allí estaba de nuevo el sonido del viento fresco silbando sobre los campos y sobre los chopos de Virginia, allí donde momentos antes no estaban ni siquiera tales otros chopos. Alguna cosa había ocurrido dentro de su interior también, porque se sintió a sí mismo de nuevo. Multitud de insectos zumbaban en todas direcciones estridentemente, entre la hierba y los matorrales. Y allá arriba, en la granja de la colina, había luz en las ventanas de los edificios que la componían. Dio una vuelta sobre el camino y bajó por la pendiente hasta el riachuelo, se metió en la corriente, la atravesó fácilmente y salió al otro lado, entre los chopos de Virginia que formaban un pequeño boscaje verde y acogedor.
Ya se encontraba de vuelta, por fin, de vuelta de donde había estado antes. Había vuelto desde el pasado al presente y lo había hecho por sí mismo. Por un instante, casi en el borde de la experiencia misma, había casi captado la forma de hacerlo, el método; pero se le había escapado finalmente y no supo cómo.
Pero aquello importaba poco Entonces, se hallaba en su mundo, en el presente y en seguridad.