XXIV

Rand era un bulto oscuro en la lobreguez del cobertizo, conforme se adelantaba para recoger la linterna caída por el suelo. Dio la vuelta para dirigir el haz luminoso sobre la máquina estelar y con su ayuda podían advertirse las motas de polvo danzar en el interior del corazón de la máquina.

—Sí — repitió Rand —. Un maravilloso trabajo. No sé cómo pudo hacerlo usted y no sé tampoco por qué lo hizo; pero es evidente que se ha cuidado muy bien de su trabajo.

Apagó la linterna y por un momento permanecieron ambos sumidos en la oscuridad, aliviados solamente por el débil resplandor de la luz de la luna que entraba por las ventanas.

—Supongo que sabrá usted que el Anzuelo le concede un voto de gracias por esto — dijo Rand nuevamente.

—Déjese de tonterías, Rand — repuso Blaine —. Sabe usted perfectamente que esto no se ha hecho en honor del Anzuelo.

—No obstante — añadió Rand —, resulta que en esta zona particular, nuestros intereses coinciden. No podíamos permitir que se perdiera esta máquina, ni tampoco que fuera a parar a manos extrañas. Usted lo entiende, por supuesto.

—Perfectamente.

Rand dejó escapar un suspiro.

—Esperaba encontrarme disturbios y si hay algo que el Anzuelo quiera suprimir por todos los medios, son tales disturbios. Particularmente cuando tales problemas surgen, en nuestro territorio.

—No creo que haya ningún disturbio que preocupe al Anzuelo — repuso Blaine.

—Me alegro de oír una cosa así. Ya usted, Shep, ¿qué tal le van las cosas?

—No muy mal del todo, Kirby.

—Vaya, esto es magnífico — repuso Rand —. Estupendo. Eso me hace sentirme mejor. Y ahora, supongo que deberemos marcharnos de aquí.

Se dirigió hacia la salida, por la ventana, y se quedo a un lado.

—Usted primero — dijo a Blaine —, y yo le seguiré detrás. Supongo que debo advertirle, como buenos amigos que somos, que no tratará usted de escapar corriendo.

—No tiene que temerlo — le respondió Blaine secamente, mientras saltaba por la ventana al exterior.

«Pude haber huido, por supuesto, se dijo a sí mismo, pero aquello hubiera sido extremadamente estúpido y sin sentido, ya que estaba fuera de toda duda que Rand llevaba consigo una buena pistola que sabía manejar diestramente, incluso a la débil luz de la luna. Y más que aquello, si se producía un tiroteo, Harriet podría subir en auxilio suyo y se vería inevitablemente envuelta en el drama. La chica debería continuar escondida en el bosquecillo de sauces bajo la carretera general, y Blaine pidió con todo su corazón, como en una plegaria, que se hubiese marchado».

Harriet era entonces la única esperanza que le quedaba a Blaine.

Se quedó, pues, al otro lado de la ventana y esperó a que Rand la saltara igualmente. Cuando lo hizo se dirigió hacia él, quizá demasiado rápidamente, como un perro de presa y entonces se relajó y emitió una risita entre dientes. —Ha sido un truco fantástico, Blaine — dijo — Realizado con la mayor eficiencia Algún día me dirá usted exactamente de qué forma lo llevó a cabo, ya que robar una máquina estelar no es cosa fácil.

Blaine tuvo que tragarse su asombro y esperó que la luz de la luna escondiese la expresión que denotaba su rostro Rand se le acercó y con gesto amistoso le tomó por un brazo.

—Tengo el coche aquí cerca.

Anduvieron juntos a través de la pequeña jungla de matorrales que rodeaba la entrada del cobertizo y el terreno aparecía ahora distinto, habiendo dejado su anterior aspecto umbroso para convertirse en un mágico paisaje alumbrado por la suave luz de la luna, A la derecha, se apreciaba el pueblo, como una masa informe de casas oscurecidas, más parecidas a montones de tierra negra, rodeados por árboles desnudos que levantaban sus ramas hacia el cielo. Hacia el oeste y el norte, se extendía el terreno de la pradera plateada, plana y sin detalles apreciables, inmensa y extendida por una vasta área.

Y bajo la carretera, el bosquecillo de sauces.

Blaine miró de reojo y sólo apreció los árboles; no se veía luz alguna ni el menor destello de cualquier cuerpo metálico que pudiese delatar que allí se escondía un coche. Se aproximó uno o dos pasos y volvió a mirar sin que se diera cuenta Rand; pero no había duda alguna. Harriet se había marchado.

«Buena chica, pensó. Ella tenía un enorme sentido común. Se habría marchado tan pronto como Rand hubiera aparecido por allí, ya que la única forma de ser útil, era quitarse de en medio por el momento y volver en el instante oportuno otro día.»

—Supongo — dijo Rand — que no tendrá usted ningún sitio en que alojarse.

—No — repuso Blaine —. No lo tengo.

—Mal pueblo — contestó Rand tranquilamente —. Toman esos asuntos de las brujas y de los hombres-lobo demasiado en serio. Las policías me han detenido dos veces, amenazándome con la cárcel. Y me han dicho testarudamente que se trataba de mi propia protección.

—Están preocupados — indicó Blaine —. Lambert Finn se encuentra en el pueblo.

—Ah, sí — respondió Rand con cautela —. Es un viejo amigo nuestro.

—No le conozco. Nunca le he visto — dijo Blaine.

—Un espíritu encantador — comentó Rand —. Verdaderamente encantador.

—Yo sé muy poco sobre él, sólo lo que he oído decir…

Rand adoptó un aire más serio.

—Yo sugeriría que pasara usted la noche en el Puesto Comercial. El factor le proporcionará alojamiento adecuado. Y no me sorprendería que además de una buena comida, sacara también una buena botella. Siento repentinamente un enorme deseo de tomarme unos tragos.

—Puedo arreglármelas solo — concluyó Blaine.

No teñía sentido luchar en aquel momento, y mucho menos sentido pensar en correr. Lo mejor seria continuar con Rand y aprovechar cualquier oportunidad. Con el carácter cortés de la forma en que se desenvolvía la nueva entrevista con el jefe de la seguridad del Anzuelo, la partida volvía a cobrar un peligro mortal nuevamente.

Blaine terminó por preguntarse por qué tenía que molestarse más. Después de lo sufrido en las últimas semanas, el Anzuelo le parecía más bien la única solución. Aun en el caso de que le enviasen a la Baja California la perspectiva le iba resultando mucho más atractiva y preferible que continuar aquella vida miserable por el Missouri.

Llegaron al coche de Rand, que estaba en la carretera. Subieron y Rand arrancó el vehículo sin encender las luces. Lo puso en marcha y continuó siguiendo la ruta de la carretera general, volando a pequeña altura.

—La policía no puede realmente hacer mucho más — dijo —. Pero creo que es preferible no verse mezclado en nada de todo eso, y evitarlo si es posible.

Rand evitó el centro del pueblo y fue serpenteando por las calles laterales. Finalmente llegó a una larga avenida, llegó a un aparcamiento y se detuvo.

—Ya hemos llegado. Vamos a tomarnos ese trago.

La puerta de atrás del Puesto Comercial se abrió a su llamada y entraron por la parte trasera de la factoría. La mayor parte de aquel lugar, según pudo apreciar Blaine, estaba dedicada a almacenamiento; pero un rincón hacía las veces de cuarto de estar. En él había una cama, una estufa y una mesa. La estufa era una maciza chimenea con un amplio hogar en el que ardían troncos de madera, y unas cuantas sillas confortables se hallaban dispuestas a su alrededor.

Cerca de la puerta que daba a la parte opuesta del amplio local, se observaba una gran caja de madera maciza, de estructura parecida a una gran cabina telefónica antigua, y Blaine, aunque no había visto ninguno, creyó ver en el acto que se trataba de un «transo», la máquina de transferir materia, que hacía de la red de distribución de los Puestos Comerciales del Anzuelo en todo el mundo, una vasta posibilidad económica. A través de aquel dispositivo podría ir, en cualquier momento, cualquier mercancía que fuese solicitada por los millares de clientes en un momento determinado. Aquella era la máquina a que Dalton se había referido con ocasión de la fiesta de Charline, la terrible máquina que hubiera borrado de la faz del mapa terrestre todos los intereses de las sociedades de transportes, en beneficio exclusivo del Anzuelo. Y que resultaría una catástrofe en cuanto se pusiera a disposición del público.

Rand le indicó una silla con un ligero gesto de la mano.

—Póngase cómodo — le dijo a Blaine — Grant, nos gustaría destapar una buena botella; ¿no tiene usted una por ahí a la mano?

El factor convino con un gesto.

—Ya sabe usted que sí. ¿Cómo podría vivir si no, en un lugar como este?

Blaine tomó asiento en una de las sillas que había frente al fuego, y Rand tomó otra frente a él. Se frotó las manos con la caricia del fuego.

—De nuevo nos hallamos compartiendo una botella — recordó a Blaine. Yo diría que es como renovar la familiaridad que ya tuvimos la pasada vez.

Blaine sintió crecer en su interior una tensión molesta, con el sentimiento de sentirse atrapado; pero hizo un gesto de asentimiento a Rand.

—¿Sabe usted el margen que tuve aquella noche? —preguntó —. Ocho asquerosos minutos. Así sucedió.

—Calculó usted mal, Shep. Tuvo usted exactamente doce minutos. Los muchachos se retrasaron un poco en sacarle de los registradores.

—Y Freddy Bates. ¿Quién podía haber imaginado que Freddy trabajaba para usted?

—Se sorprendería usted, querido Blaine — dijo Rand — de ciertas personas de las que están trabajando igualmente para mí.

Por unos instantes parecieron medirse mutuamente, mientras recibían el agradable calor de los troncos de manzano que ardían en la chimenea.

Rand dijo finalmente:

—¿Por qué no se confía a mí, Shep? Dígame lo sucedido. Yo no puedo saberlo todo, ni puedo figurármelo. Usted se proyectó con la mente más allá de las Pléyades y usted volvió trastornado de allá…

—¿Trastornado?

—Sí, ciertamente. Lo supimos y nos convencimos de que usted había captado algo extraño y enviamos a otros al mismo lugar. Su famosa criatura permanecía en el mismo sitio, les miró fijamente y eso fue todo. Los muchachos trataron de hablar con ella, pero permaneció absolutamente muda. Es como si no hubiese querido oírles. Eso nos ha confundido y no podemos comprender..

—La hermandad — repuso Blaine —. Nosotros hicimos algo parecido a un rito que usted no comprendería…

—Creo que sí — dijo Rand —¿Hasta dónde es usted extrahumano, Shep?

—Póngame a prueba y véalo.

Rand se encogió de hombros.

—No, gracias. Sabrá usted que le hemos seguido el rastro por todas parles. Empezó con Freddy y continuó más fantástico a medida que se alejaba usted.

—¿Y qué piensa usted con este asunto?

—Maldito si lo sé.

El factor llegó con la botella y los vasos.

—¿No trae uno para usted? — preguntó Rand al funcionario.

Grant sacudió la cabeza.

—No, gracias, señor; tengo muchas cosas que poner en orden por ahí adentro, si no le importa…

—Por supuesto que no, Grant — le dijo Rand —. Vaya, vaya a su trabajo. Una cosa…

—¿Qué es, señor?

—Imagino que el señor Blaine pasará la noche aquí…

—Bien, aunque me parece bastante incómodo.

—No me importa — dijo Blaine.

—Puedo ofrecerle mi cama, señor; pero, francamente, no es ninguna ganga. Una vez acostumbrado, puede usarla; pero al principio…

—No había pensado en utilizarla.

—Le conseguiré algunas mantas y puede dormir bien sobre el suelo. Créame, lo pasará mejor que en la cama.

—Cualquier cosa — dijo Blaine —, le agradeceré lo que sea; me resulta igual.

Rand tomó la botella y la descorchó.

—Le traeré esas mantas dentro de un momento — dijo el factor.

—Gracias, Grant.

El funcionario del Puesto salió. La puerta que daba a la parte frontal del almacén gimió suavemente tras él. Rand escanció el licor.

—Y ahora — dijo —, a menos que usted se niegue, ya no tendrá por qué continuar aquí.

—¿No?

—Me vuelvo al Anzuelo, a través del transo. Podría usted venir conmigo, si quiere.

Blaine permaneció silencioso. Rand le ofreció el vaso.

—Bien, ¿qué dice usted?

Blaine sonrió.

—Está usted poniendo el asunto demasiado fácil.

—Quizá ya lo esté igualmente.

Y se tomó un trago, echándose sobre el respaldo de la silla.

—Puedo comprender la parte de enajenación sufrida por usted — dijo Rand —. No es más que un riesgo profesional con el que se encara cualquier viajero de la casa. Pero, ¿cómo fue robada la máquina? Usted estaba en sociedad con Stone, por supuesto.

—Sabrá usted que Stone ha muerto.

—No, no lo había oído. — Pero parecía dudoso.

Y repentinamente, a juzgar por la voz de Rand y de una especie de intuición, Blaine comprendió que a Rand no le importaba lo más mínimo que Stone hubiera muerto, ni que Finn se hallara en el pueblo. Todo aquello le resultaba una misma cosa a Rand. O quizá habría mucho más que aquello. Pudiera ser que Rand se hallase completamente satisfecho y hubiese aprobado parte de lo que Finn estaba haciendo, ya que así el monopolio del Anzuelo quedaría sobre un mundo desprovisto de parakinos, sobre millones y millones de personas que se verían forzadas a aceptar y a entrar en trato con el Anzuelo para el comercio con los mundos lejanos. «Y de aquella forma, el Anzuelo con Rand a la cabeza, pensó Blaine con una profunda sorpresa, se hallaría apoyando la cruzada emprendida por Finn y sosteniéndola para que siguiera adelante con su inevitable conclusión».

Y si aquello era cierto, ¿habría sido el Anzuelo en vez de Finn, quien hubiera asesinado tan brutalmente a Stone?

Blaine reculó ante semejante monstruosidad; pero la idea quedó arrinconada en su cerebro, ya que la situación revelaba por sí misma algo más que una simple lucha particular entre Finn y Stone.

—Le ha costado bastante echarme el guante encima, Rand — dijo Blaine —. ¿Está usted, quizá, perdiendo facultades? ¿O es que se ha estado divirtiendo?

Rand frunció el ceño.

—Casi le perdimos a usted, Shep. Lo habíamos localizado en aquel pueblo donde estuvieron a punto de ahorcarle.

—¿Estaba usted también allí aquella noche?

—Bien, no personalmente — dijo Rand —; pero sí que tenía allí algunos de mis hombres.

—¿Y habría usted permitido que me hubieran ahorcado?

—Bien, le diré a usted honradamente, las opiniones estuvieron divididas. Pero usted supo tomar una determinación con sus propias manos.

—Pero si no…

—Creo más verosímilmente que le habríamos dejado ahorcar. Existía la posibilidad, por supuesto, de que habiéndole liberado, nos habría usted conducido hasta la máquina estelar. Pero en tal punto de vista, confiamos en nosotros mismos para localizarla.

Y dejó el vaso con cierta rabia sobre la mesa.

—¡Valiente lío de cosas estúpidas y sin sentido! — dijo irritado —. Conducir una máquina así en ese cacharro destartalado que llevaban ustedes…

—Era una cosa sencilla — dijo Blaine respondiendo por Stone —. Y usted sabe la respuesta igual que yo. A nadie se le habría ocurrido buscarla allí. Si usted hubiera tomado una cosa de tanto valor, lo habría hecho igual…

—Sí, seguramente…

Rand observó el gesto de Blaine y se dirigió nuevamente a él.

—Shep — dijo —, sea claro conmigo. Fuimos una vez muy buenos amigos. Quizá, por lo que yo recuerdo, los mejores amigos.

—¿Qué es lo que quiere saber?

—Usted tomó esa máquina de algún sitio.

Blaine afirmó con un gesto de cabeza.

—Y podría usted devolverla al punto de partida.

—No — repuso Blaine — Estoy completamente seguro de no poder hacerlo. Era… bien, cuestión de jugarle una broma pesada a alguien.

—¿A mí, quizá?

—No a usted. A Lambert Finn.

—¿No es usted muy amigo de Finn, verdad?

—No le he visto nunca.

Rand tomó nuevamente la botella y volvió a escanciar dos vasos. Se bebió la mitad del licor del suyo y se puso en pie.

—Tengo que marcharme— dijo poniéndose en pie y consultando su reloj —. He de asistir a una de las fiestas de Charline. No me la perdería por nada del mundo. ¿Está usted seguro de que no quiere venir? Creo que a Charline le encantaría volverle a ver de nuevo.

—No, gracias, me quedaré aquí. Ah, dele mis recuerdos a Freddy.

—Freddy — dijo Rand glacialmente — ya no está con nosotros.

Blaine se levantó y acompañó a Rand hasta el transo Rand abrió la puerta. El interior era muy parecido al de un montacargas.

—Es lástima — comentó Rand — que no podamos usar esto en el espacio. Eso nos ahorraría una enorme cantidad de energía humana.

—Supongo que estarán trabajando de firme en el asunto.

—Ah, si, claro — dijo Rand —. Es cuestión de perfeccionar los controles.

Con la mano hizo una señal de despedida a Rand.

—Hasta la vista, Shep. Volveremos a vernos.

—Adiós, Kirby. No será así, si puedo evitarlo.

Rand hizo una mueca indescifrable y se adentró en el transo, cerrando la puerta. No se produjo ningún destello luminoso, ni ningún signo que indicaba que la máquina funcionaba; pero Blaine estuvo convencido de que en aquel instante Rand ya se encontraba de vuelta en el Anzuelo. Blaine se volvió y tomó asiento en su silla, junto al fuego.

Se abrió la puerta del almacén y Grant entró en la estancia trayendo una prenda sobre el brazo.

—He conseguido la prenda ideal — dijo —; no recordaba que la tenía aquí.

Y levantó aquella prenda, mostrándola a Blaine.

—¿No es una maravilla? — preguntó.

Y lo era, en efecto. Era una piel de alguna especial procedencia, que tenía el fascinador encanto de brillar como si estuviera sembrada con polvo de diamantes al fuego de la chimenea. Tenía un color amarillo dorado, estriada con franjas negras en diagonal, pareciendo más bien algo sedoso que una piel animal.

—Hace muchos años que está aquí — comentó Grant —. Un hombre que hacía impingase en el río vino a encargarla. Nosotros tuvimos dificultades para localizarla; pero finalmente nos la sirvieron del Anzuelo. Como usted sabe, señor, siempre lo consiguen todo.

—Sí, ya sé — repuso Blaine.

—Y aquel individuo no volvió más. Pero la piel era tan maravillosa, que no la devolví más y se quedó en este Puesto. La guardé en el inventario de las existencias suponiendo que cualquier día tendríamos oportunidad de venderla; pero hasta ahora no ha sucedido, por supuesto. Cuesta demasiado dinero para que cualquier patán de este pueblo pueda adquirirla.

—¿Y de qué es?

—Es la más cálida, ligera y suave piel que existe en el universo. Los que van de exploración y de camping suelen usarla como un saco de dormir.

—No la usaré,meo da pena — dijo Blaine — Me bastará con cualquier manta.

—Oh, sí, hágalo, señor — dijo Grant —. Hágame el favor, se lo ruego. Mi acomodación para usted es tan pobre que me siento un poco avergonzado Al menos me satisfará la idea de que duerme usted con algo lujoso.

Blaine se sintió complacido y levantó una mano para tomarla.

—De acuerdo, y muchas gracias.

Grant le dio la lujosa piel y Blaine la sopesó en las manos, comprobando la extremada ligereza de peso de la prenda.

—Bien, espero que lo pase bien. Voy a. continuar ultimando algunos trabajos, si no le importa, y me marcho de nuevo. Puede usted ponerse a su gusto donde quiera.

—Sí, claro; vaya a sus ocupaciones — dijo Blaine —. En cuanto termine este trago, me acostaré ¿Quiere usted beber conmigo?—Más tarde — repuso el factor —. Siempre lo hago antes de irme a dormir.

—Llévese la botella, Grant.

—Buenas noches, señor — dijo este último —. Lo veré por la mañana.

Blaine se sentó nuevamente, poniéndose a gusto en la silla y dejando la maravillosa piel sobre las piernas. La estrujó con las manos, y resultaba suave y tan tibia que daba la impresión de hallarse todavía viva. Tomó el vaso, que apuró trago a trago, pensando en Rand.

Aquel individuo era, sin duda, el hombre más peligroso de la Tierra, a despecho de lo que Stone había opinado sobre Finn; era personalmente el elemento más peligroso que había conocido, astuto y feroz como un «bull-dog», un cazador frío y sanguinario de cuantos elementos se apartaban de su garra en el Anzuelo, y el cerebro del ejército de policías y agentes secretos de la Organización que se hallaba a sus órdenes. Ni un solo enemigo del Anzuelo se hallaba jamás seguro de Rand Kirby.

Y a pesar de todo, era sorprendente que no hubiera insistido en que él hubiese vuelto en su compañía. La invitación la había hecho casi casualmente como si se hubiera tratado de una simple cuestión social, y no había mostrado resentimiento alguno ante la negativa de Blaine. Ni había intentado la menor acción de forzarle a seguirle, aunque Blaine estuvo seguro de que Rand, más que verosímilmente, no dejaba ningún cabo suelto. No le había perdido el rastro ni un momento y Blaine se imaginó si no sería algún nuevo procedimiento dentro de la infinita astucia y maldad del untuoso Rand. «Algo tenía escondido en la manga, pensó Blaine, algo escondido que equivaldría a una trampa mortal, de algún modo». De aquello no le cupo duda alguna. Blaine terminó finalmente su bebida. Quizá sería una locura permanecer en el Puesto y lo mejor sería salir fuera y huir de nuevo. Pero sería seguramente la clase de actitud que Rand esperaría que hiciese. Lo más seguro es que la trampa se hallaría en el exterior de la factoría, acechándole, y no dentro del Puesto Comercial precisamente. A lo mejor, aquella habitación sería el lugar más seguro del mundo para poder pasar aquella noche.

Tenía necesidad de un refugio. Aunque no tuviera que dormir. Lo mejor de todo sería permanecer allí; pero sin dormirse. Podría descansar en el suelo, con aquella magnifica piel abrigándole; pero sin quitar el ojo de encima a Grant, por lo que pudiera suceder, ya que de existir la trampa allí, podría reaccionar convenientemente al instante.

Dejó el vaso sobre la mesa junto al que Rand había dejado, removió los troncos del fuego para reavivarlos. Decidió acostarse junto a la chimenea de forma que la luz de la fogata le permitiera ver cualquier movimiento que Grant pudiera intentar, mientras decididamente permanecería despierto toda la noche. Extendió cuidadosamente la bella piel sobre el suelo, hizo un paquete con la chaqueta y se la puso bajo la cabeza como una almohada. Se quitó los zapatos y se echó sobre la piel. Era suave y cómoda, casi en cierta forma como un colchón a despecho de su falta de grosor suficiente Se la envolvió sobre el cuerpo, como un saco de dormir. Se sentía tan confortable como desde hacía mucho tiempo no lo había experimentado.

Se quedó mirando fijamente a la oscuridad que existía en las profundidades del almacén, observando la débil silueta de los grandes cajones, las balas y los barriles almacenados en el gran local. Todo permanecía en el mayor silencio, excepto el ocasional chasquido de los troncos de madera, que lentamente iban consumiéndose en el fuego de la chimenea. Poco a poco fue apercibiéndose de los extraños perfumes que flotaban invisiblemente en la atmósfera del almacén, perfumes procedentes de objetos de lejanos mundos. No era un perfume molesto, ni exótico, nada que pudiera molestarle, sino el olor de algo totalmente extraño a la Tierra, el olor combinado de tejidos, especias, maderas y alimentos y otras muchas cosas reunidas, provenientes de las lejanas estrellas. De todo ello allí había sólo un pequeño depósito para las necesidades de uno de los innumerables Puestos Comerciales, como era aquél, si bien gracias al transo, disponía en cualquier momento de cualquier mercancía de la gigantesca organización del Anzuelo. Aquello sólo era una pequeña parte del tráfico con las estrellas.

Había luego lo más importante del Anzuelo, lo no visto y no comprobado por la gente y lo más importante de la función del Anzuelo; la reunión y archivo de los secretos conocimientos del espacio. En las Universidades del Anzuelo, estudiantes de todas las partes del mundo se afanaban bajo la dirección de profesorado competente, en el estudio analítico de tales conocimientos, que con los años irían formando en generaciones venideras la estructura del destino de la humanidad. Pero había en todo ello algo más, Lo primero de todo eran los conocimientos revelados e ideas accesibles, y lo segundo estaba compuesto por los archivos secretos y los hechos e investigaciones guardados bajo llave en los lugares más recónditos de la gigantesca organización, ya que el Anzuelo, en nombre de la Humanidad y en el de sus propios intereses no podía dejar saber en público todas las cosas que iba encontrando en los mundos lejanos que exploraba. Existían una serie de descubrimientos, de ideas y conceptos filosóficos, que aunque fuesen válidos en la estructura social particular, no eran humanos en ningún sentido que pudieran ser considerados por su origen, ni adaptables a la raza humana ni al humano sentido del valor. Y había otros que, aunque aplicables, debían ser estudiados cuidadosamente por los posibles y ulteriores efectos que pudieran tener sobre lo humano, desde el punto de vista estrictamente biológico, antes de ser introducidos y dados a conocer en una pauta humana general. Y otros todavía, completamente aplicables, que no podían dejarse libremente ser difundidos por quizá cien años de duración, ideas tan en vanguardia y tan revolucionarias, que deberían esperar para que la raza humana pudiese ir asimilándolas con ella.

En este particular debió pensar Stone cuando había decidido crear una cruzada de lucha contra el Anzuelo, para destruir el monopolio terrible de la Organización, haciendo que las gentes paranormales que se hallaban fuera del Anzuelo gozasen de una licencia que les pertenecía por sus cualidades especiales y en virtud de sus capacidades.

En aquello Blaine estaba completamente de acuerdo con la opinión de Stone, «porque no había derecho, pensó, que todos los privilegios de la condición Paranormal-Kinética (PK), pudiesen permanecer por siempre controlados y sujetos por un monopolio, que en el curso de cien años de existencia había hecho perder el fervor de su creencia y su fuerza de propósito humano en una especie de mezquino comercialismo, que jamás en toda la anterior historia del hombre se había conocido».Por todas las reglas de decencia, los parakinéticos eran poderes paranormales que pertenecían al Hombre en sí mismo, no a una banda ni a un grupo de hombres ni aun a sus descubridores, a sus herederos y continuadores de tales herederos, por el hecho de haberlos descubierto, y no podía consentirse que en ningún caso fuese la labor de un reducido grupo de hombres solamente. Era algo que debía existir dentro del más amplio dominio público. Era un fenómeno verdaderamente natural, más peculiarmente una fuente de recursos y de poderes naturales, que lo que podían ser el aire o el agua. Tras Blaine los troncos humeantes de la chimenea se apagaron hasta el punto de caer en colapso y cayeron cada uno por su lado en un fuerte chasquido Se volvió hacia ello., o al menos trató de hacerlo.

Pero no pudo volverse.

Allí debía existir algo fuera de lo normal.

De una forma o de otra, la maravillosa piel que tenía alrededor de su cuerpo le había maniatado inmovilizándole.

Hizo un esfuerzo con las manos para liberarlas del sitio en que las tenía, pero le resultó imposible moverlas de su lugar.

Estaban más bien ligadas y firmemente sujetas pudiendo sentir su inmovilización.

Aterrado, trató de incorporarse hacia delante, sentándose.

Pero no pudo.

La piel le retenía firmemente amarrado aunque con aparente suavidad. Lo estaba como si en realidad estuviese sujeto por una cuerda La piel aquella, sin que se hubiera dado cuenta, se había convertido en una camisa de fuerza que le retenía preso e indefenso.

Continuaba tendido sobre su espalda sintiendo un escalofrío que le recorría todo el cuerpo, mientras por la frente le corrían heladas gotas de sudor.

Aquello era una trampa espantosa. Era la trampa a la que tanto había temido y contra lo que tanto se había puesto en guardia.

Y, no obstante, por su propia voluntad, había caído en manos de la más insospechada y terrorífica trampa que jamás pudo haber imaginado.

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