XXX

Blaine se quedó sentado en un paraje solitario, bajo un árbol que crecía en una estribación de uno de los grandes farallones y se quedó mirando fijamente a través del río. Una bandada de patos silvestres cruzaba el valle, formando un oscuro trazo contra el cielo, por encima de las colinas orientales. Era el tiempo en que ya comenzaban su paso las grandes bandadas de aves migratorias que huían de las zonas frías buscando otras más templadas, huyendo lejos del lugar en que anidaron en la primavera. Pensó que aquel territorio se había visto poblado por los búfalos y los osos, hacía ya tanto tiempo… pero ambas especies se habían perdido, especialmente los búfalos, quedando apenas algunos ejemplares aislados y perdidos de osos. El hombre los había barrido de la faz de la tierra en su salvaje persecución, suprimiendo prácticamente del mundo de la naturaleza animal las tres especies típicas, la volatería, el búfalo y el oso. Y muchas otras cosas además. Continuó pensando en la funesta capacidad del Hombre para destruir las especies vivientes del mundo animal, a veces por el temor a la furia destructiva y en parte por la ambición de la ganancia económica. Y aquello, también podría suceder con respecto a los paranormal-kinéticos, si triunfaba el diabólico plan cargado de odio de Finn. Allá abajo en Hamilton, harían todo lo posible; pero ¿sería suficiente? Disponían de treinta y seis horas en las cuales tenían que poner en marcha un vastísimo plan de aviso en cadena. Podrían suprimir los incidentes, pero ¿podrían evitarlos completamente? Aquello, bien pensado, parecía imposible. Aunque él debería ser el último en preocuparse, ya que le habían desplazado fuera de la ciudad. Su misma gente, en una ciudad en la que se sentía como en su propio hogar, le habían dejado marcharse por miedo. Se inclinó hacia la bolsa en que Jackson le había preparado la comida. La sacó y puso a un lado la cantimplora que le habían adosado al saco del alimento.

Hacia el sur, pudo apreciar el humo de las chimeneas distantes de Hamilton y a pesar de su sorda irritación por haber sido echado fuera de la ciudad, le pareció volver a sentir aquel extraño sentimiento hogareño que le había invadido cuando pisó la primera calle de la población. En el mundo existían muchísimas poblaciones parecidas a aquélla, sin duda, ghettos de última hora, donde las gentes paranormales vivían en paz y aisladas. Eran las únicas gentes que podían considerarse arrinconadas en la Tierra, esperando el día, si es que llegaba alguna vez, en que sus hijos o sus nietos pudiesen gozar de la libertad de pasearse libremente por la faz del mundo en igualdad de derechos y situación que las demás gentes consideradas simplemente como normales.

En aquellas poblaciones existía una riqueza fabulosa de capacidades perdidas y estériles, capacidades y genio que el mundo podría usar; pero que ignoraba a causa de la intolerancia y el odio que se había levantado contra la verdadera gente capacitada para ello. Y la lástima de todo aquello era que tal odio y tal intolerancia no hubiese nacido nunca, no podía jamás haber existido, de no ser por hombres como Finn, por los mojigatos fanáticos, por los egomaníacos y los duros y severos puritanos, hombres mezquinos que necesitaban hacer crecer el poder de levantarles de su propia pequeñez miserable y sórdida. «Siempre hubo un sentido de moderación en la humanidad», pensó Blaine. Pero tal sentido últimamente se había perdido totalmente. O se estaba por el hombre, o completamente contra el hombre. Parecía haber desaparecido todo término medio.

Se podía tomar el ejemplo de la Ciencia. La ciencia había fracasado en el sueño de siglos por la conquista del espacio, y la ciencia fue un desengaño en tal aspecto. Y con todo, los hombres de ciencia todavía trabajaban y continuarían haciéndolo tenazmente en beneficio de la humanidad. En tanto el Hombre exista, tendrá una absoluta necesidad de cultivar la ciencia. En el Anzuelo, había legiones de científicos trabajando incansablemente en descubrimientos y problemas que abarcaban a toda la Galaxia, y con todo eso, no obstante, en las mentes de las masas, la ciencia era algo despreciable y grosero.

«Pero quedaba el futuro», se dijo Blaine a sí mismo. Era inútil quedarse detenido a pensar en tales cosas. Entonces era inútil pensar, había que moverse hacia delante, proyectarse al futuro, ya que no quedaba otro remedio. Por el momento él había avisado a sus gentes de Hamilton y había que encararse con aquel inmediato y urgente problema.

Tenía que ir a buscar a Pierre y a Harriet al café donde colgaba en la puerta principal una cabeza de alce. Quizá encontraría allí a algunos hombres de Stone, quienes podrían proporcionarle un lugar adecuado para refugiarse. Se levantó y se echó al hombro el saco y la cantimplora. Tras él se produjo un repentino ruido y se volvió a mirar lo que sucedía, con el cabello de punta por la sorpresa.

La chica acababa de caer suavemente sobre la hierba, graciosamente, como un pájaro que se posa tras un vuelo, bella como un amanecer. Blaine se la quedó mirando fijamente, cautivado por su belleza, ya que era realmente la primera vez que podía contemplarla a la luz del día. La primera vez apenas la había distinguido bien en la noche, cuando su trágica odisea en compañía del desgraciado Riley, apenas apreciable con la luz de los faros del camión, y la segunda fue solamente un instante en aquella habitación del motel de Plainsman y casi en la penumbra. Cuando sus pies tocaron el suelo se le aproximó suavemente.

—Acabo de descubrir lo sucedido — dijo Anita —. Pienso que es una vergüenza, ya que después de todo, has venido a ayudarnos.

—Está bien — le dijo Blaine —. No niego sus aprensiones y comprendo en cierto modo sus razonamientos, aunque me hayan herido.

—Han trabajado mucho y muy duro para conservar este lugar de paz para nosotros y hay que perdonárselo. Han tratado de darnos una vida decente. Y no pueden permitirse el lujo de arriesgar apenas nada.

—Lo comprendo — dijo Blaine —. He visto a algunos que no fueron capaces de conseguir una vida decente.

—Nosotros, los jóvenes, somos una preocupación para ellos. Apenas podemos salir a divertimos y no hay nada que podamos hacer. Hemos de quedarnos encerrados en casa y apenas salimos con frecuencia, como desearíamos.

—Me alegro de que hayas venido y de que lo hicierais especialmente aquella noche. De no haber sido por vuestra ayuda, Harriet y yo habríamos sido atrapados con Stone muerto en el suelo…

—Hicimos lo que pudimos por el pobre señor Stone. Tuvimos que darnos demasiada prisa y prescindir de la formalidad que merecía el caso. Pero todos lo hicimos con gusto y le dejamos enterrado, en la colina.

—Sí, ya me lo dijo tu padre.

—No pudimos colocar una marca y un recuerdo con una lápida bonita; pero todos sabemos perfectamente el lugar justo en que yace enterrado y lo guardamos en nuestro recuerdo.

—Stone y yo éramos viejos amigos de años.

—¿En el Anzuelo?

Blaine afirmó con la cabeza.

—Háblame del Anzuelo, Blaine.

—Pues bien, es una enorme edificación en un área extensa y colosal (unas torres imponentes sobre la colina, con sus plazas y paseos, árboles y poderosos bloques de edificaciones, con sus almacenes, oficinas, y la gente…).

—Shep, ¿por qué no nos dejan ir allá?

—¿Dejar que vayáis?

—Ha habido muchos que escribieron al Anzuelo, enviando instancias. Nos devolvieron unas fichas en blanco que se rellenaron, eso fue todo. Las enviamos por correo y no hemos vuelto a saber nada.

—Hay miles que desean ingresar en el Anzuelo.

—Entonces, ¿por qué no lo permiten? ¿Por qué no hablan con nosotros? Sería como una especie de reserva para el Anzuelo. Donde todos los jóvenes paranormales viviéramos en paz al fin…

Blaine no contestó y cerró su mente para la corriente telepática de Anita Andrews.

—¡Shep! ¡Shep! ¿Qué ocurre de malo? ¿Es que he dicho algo inconveniente?

—Escucha, Anita. El Anzuelo no quiere a la gente joven como vosotros, a los parakinos en general. Eso ha cambiado. Se ha convertido en una corporación.

—Pero, nosotros tenemos siempre…

—Ya sé. VA SÉ, YA SÉ, ANITA. Había sido la tierra prometida y la última solución ofrecida. La tierra de Nuncajamás. Pero no es nada de eso en absoluto. Se ha convertido en una casa de cambio, donde hay sólo números de pérdidas y ganancias. Oh, seguro, ayudará mucho a la marcha del mundo, contribuirá al avance de la humanidad. Pero lo es teóricamente, y en realidad ha sido de todos modos la cosa más grande que jamás haya sucedido en la especie humana. Pero se ha perdido su bondad, no hay ya familiaridad con los demás paranormales. Si deseamos conseguir esa tierra de promisión, tendremos que buscarla trabajando nosotros mismos. Tenemos que ganar nuestra propia batalla, como por ejemplo, empezando por detener a Finn y a su proyecto infame de la demostración de la víspera de Todos los Santos…

—Por eso es por lo que he venido a buscarte y a decírtelo. No progresan nuestros esfuerzos.

—Pero, la telepatía por teléfono…

—Nos han permitido dejar pasar dos llamadas, Detroit y Chicago. Hemos intentado después llamar a Nueva York y el operador no pudo conseguirlo. ¿Puedes imaginarte cosa parecida, no poder obtener una comunicación con Nueva York? Intentamos también llamar a Denver y la línea estaba inutilizada. Estamos asustados y nos iremos…

—¡Irse! ¡No podéis hacerlo!

—Estamos usando telépatas de gran alcance. Tenemos aquí unos cuantos con esa cualidad; pero resulta muy difícil establecer contacto. Resulta de poca utilidad y no se ha practicado mucho tampoco…

Blaine se quedó aturdido.

—¡No poder obtener una comunicación con Nueva York! ¡Y la línea de Denver inútil! Parecía imponible que Finn fuese capaz de obtener un control semejante.

—No se trata de un control completo — continuó Anita telepáticamente —. Pero puede haber gente situada estratégicamente, que hayan producido un sabotaje completo en la red general de comunicaciones. Y dispone de gentes que se hallan en perpetua vigilancia. Nosotros apenas podemos obtener una comunicación de larga distancia una vez por mes. Cuando se producen tres en quince minutos, la gente de Finn se da cuenta en el acto y comprende que hay algo que no va bien para ellos, y en seguida nos dejan aislados.

Blaine dejó caer el saco y la cantimplora que tenía en el hombro, nuevamente al suelo.

—Voy a volverme — dijo.

—Creo que no sería bueno ahora.

—Quizá tengas razón — dijo Blaine —. Hay una sola oportunidad; sin embargo, si puedo conseguir ver a Pierre a tiempo…

—¿Pierre estaba donde vivía Stone?

—Pues sí. ¿Y qué sabes tú de Stone?

—He oído hablar de él, eso es todo. Una especie de parakino al estilo de Robin Hood. Trabajaba para nosotros.

—Si pudiese tomar contacto con su organización… Y creo que podré hacerlo.

—¿La mujer vive allí también?

—¿Te refieres a Harriet? Ella es la única que puede ponerme en contacto con el grupo de Stone. Pero puede que no esté allá. No tengo idea de dónde pueda hallarse ahora.

—Si pudieses esperar hasta la noche, unos cuantos de nosotros volaríamos y te llevaríamos por el aire hasta allí. De día es muy peligroso hacerlo. Hay mucha gente que puede vernos.

—No puede estar a más de treinta millas o así. Puedo ir andando.

—Por el río será más fácil. ¿Sabes manejar una canoa?

—Sí, hace muchos años. Creo que todavía lo haré bien.

—Es más seguro también — concluyó Anita —. No hay mucho tráfico por el río. Mi primo tiene una, algo más arriba, por el río. Te mostraré el sitio.

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